En el plazo de un par de semanas del otoño pasado, Berta García Faet publicó dos libros que, siendo cada uno por su cuenta único y extraordinario, por esa contigüidad podrían verse como complementarios. Corazonada, en La Bella Varsovia, editorial donde García Faet lleva otros cinco libros publicados, es un libro de poesía −de poemas, uno detrás de otro−, mientras que El arte de encender las palabras, publicado por Barlin Libros, es un tratado sobre la poesía −sobre cómo operan las palabras, cuando se ordenan y combinan de determinada manera, después de haber sido convocadas en ciertos términos−. ¿Podría entonces leerse el primero como ilustración del segundo? ¿Representa uno la práctica y el otro la teoría? Si se leen más o menos a la vez es posible encontrar entre ellos una especie de juego entre el positivado y el negativo, pero lo curioso es que el juego doble también se da si a cada uno lo comparamos consigo mismo. En el libro de poemas se trasluce una evidente consciencia de lo que se está haciendo, sin que lo cerebral llegue a aturdir nunca lo vital, y el tratado se aborda con más impulso poético que deje académico. Me gustaría decirlo de manera más sencilla: se puede deducir una poética del primero; el segundo es también un largo poema.
Corazonada tiene 350 páginas. Es una longitud llamativa salvo cuando se trata de una poesía completa. Lo componen poemas de distintos años, los más antiguos de 2010. Sostienes el libro en las manos y parece una novela. Y se puede leer prácticamente de una tacada y como si fuese una novela. Muchos de los poemas son largos y se extienden, tirando a río torrencial. Hay escenas, localizaciones y personajes, pero la verdadera progresión narrativa la encontramos aquí en el propio desarrollo de las palabras, a las que la autora anima abiertamente a que se expresen por sí mismas y nos ofrezcan su pequeña representación. Nabokov decía esa evidencia no tan evidente de que se escribe con palabras, y no con sentimientos. Parece una declaración muy fría. Pero según como se usen las palabras pueden asfixiar el sentimiento genuino que inspiró el deseo de escribirlas. ¿Será una venganza por no sentirse respetadas? A lo que hay que aspirar es a que cuando escribimos corazón, esa palabra sea un corazón verdadero. Que puede seguir palpitando durante siglos. Que las palabras se puedan encender, y que haya un arte para hacerlo, sin duda tiene que ver con eso. Uso este ejemplo del corazón por el título del libro y porque la autora, creo que en el ensayo, ofrece una lista de las palabras que más usa en su escritura, y corazón es la primera. En Corazonada, las palabras parecen confiadas, y se dejan usar de muchas maneras. A veces por su sentido convencional, a veces por su sonoridad y sus sílabas, a veces por el campo semántico al que pertenecen y por simpatía con otras palabras contiguas; a veces una frase hecha, por la variación en una sola letra o por haber cambiado las palabras de sitio, quiere decir otra cosa, y lo que resulta va más allá del juego ingenioso y consigue revelar algo de la vida, que de otra manera no habría conseguido abrirse paso. Es de verdad como si viésemos las palabras sobre un pequeño escenario, animadas por la autora a que canten su canción. Si están a punto de trastabillarse o de decir un lugar común −habituadas como están a que solo se espere de ellas clichés−, la autora les da un pequeño papirotazo y todo sigue. Busca cómo colocar cada palabra donde mejor le dé la luz.
Las referencias a la poesía clásica, a la tradición o a la traducción, están en los dos libros. La familiaridad que tiene la autora especialmente con la literatura anglosajona va a favor de la idea goetheana de que no existen las literaturas nacionales, que la poesía es una sola. Muchas veces se encarga ella misma de traducir los poemas de otros autores que le sirven para ilustrar las intuiciones que expone en El arte de encender las palabras. Esta de un poema de Harryette Mullen es un ejemplo de su estupendo oído sinestésico: “da red / yell ow / bro won t / and orange you / bay jaun / pure people / blew hue / a gree gree in / viol let / purepeople / be lack / why it / pee ink”, que en su versión dice: “en carne hado / amaré yo / ¿o crees / mandar rimas? / véis / por pura / haz ululada. / ved, debed / violentad / pupas. / os curo, / blandos. / roo, sacio”. Algo natural sería acabar leyendo estos libros en voz alta, para adivinar las especiales cadencias de la autora y acompasarse con ellas.
El arte de encender las palabras, que tiene poco más de doscientas páginas, destaca también por su aspecto. La disposición de las notas al pie remeda el sistema de glosas medievales; aparte de darle un aire muy encantador al libro y de avisarnos en un primer vistazo de que se nos exigirá (u ofrecerá) una manera de leer un poco más graciosa, “pretende crear un juego entre el cuerpo del texto y las intuiciones-convicciones-enamoramientos-corazonadas que de él se desgajan, a modo de cascada de ideas”, como ha sido decisión de la autora y según explica el editor en una nota al final del libro. Poco antes, la autora ha propuesto una lista de definiciones de la poesía bajo el título de La poesía es… Una de ellas dice: “diría que cualquier cosa puede ser una vela si tratas bien de encenderla”. ~
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).