Las escrituras del “yo” no son nuevas, sin embargo, mucha de la producción literaria contemporánea se ha dedicado con particular empeño y éxito a explorarlas de manera sistemática. Destacan la casa, las labores domésticas y muy particularmente el tema de los cuidados. Su importancia y, paradójicamente, su invisibilidad han abierto una conversación que se hizo más urgente desde la pandemia. Pienso en dos libros recientes que exploran los costos, económicos y afectivos, del cuidado: Su cuerpo dejarán (2019), de Alejandra Eme Vázquez, un ensayo muy lúcido que relata la atención hacia las personas mayores, y Fruto (2023), de Daniela Rea, una colección de testimonios que subrayan el sentido político de la crianza.
Hay en la generación de autoras nacidas en los ochenta una conciencia –una lucha– por estudiar, revisar y explorar el papel de la mujer en los espacios domésticos. Tal sucede también con Ensayos para una historia de economía doméstica, de Eva Castañeda (Ciudad de México, 1981), que se enfoca en las condiciones materiales del amor, desde la perspectiva de una intelectual que detalla el fracaso de las grandes teorías frente a la vida cotidiana (incluida la marxista, por la que tiene cierto apego). Sus temas y los objetos representados se organizan en tres campos semánticos: la casa, el trabajo, la escritura. Estos tres ejes están ligados por la economía (el dinero) y la historia (personal y colectiva). Nada romántico, nada espiritual, ningún tipo de rapto.
Castañeda es una poeta que se detiene a reflexionar sobre sus experiencias, su flujo poético es una continua digresión, una suspensión en el tiempo. La digresión interrumpe para dar más detalles de una historia o de un personaje. En el teatro, es el momento en el que el personaje se quita la máscara; en la novela es cuando la historia se abisma. En el poema, la digresión es un paréntesis donde se amplifica el pensamiento, la imagen o el ritmo, como lo hace Fernando Pessoa (espléndidamente traducido por Octavio Paz) en “Tabaquería”:
(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los
[chocolates,
mira que todas las religiones enseñan menos que la
[confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que
[tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de
[estaño,
echo por tierra todo, mi vida misma.)
En el paréntesis el “yo poético” observa y piensa en la experiencia de comer chocolates, que sería más placentera, de acuerdo con él, si no estuviera atravesada por el pensamiento que juzga la acción. En los textos de Castañeda, los paréntesis son deliciosos porque están llenos de humor: “Por ejemplo tú, diciendo que ya te vas y yo preguntándome por la imposibilidad y la filosofía alemana.” La autora te atrapa una y otra vez porque una puede reconocerse en cualquiera de sus escenas “aparentemente privad[as]”: en su vida familiar, en las expectativas afectivas, en el fracaso continuo del amor romántico, en la precariedad, en el deseo de una casa, en el reconocimiento al sacrificio materno, en la pasión por el lenguaje y en todo lo que se hunde alrededor nuestro, a pesar de nosotros mismos.
La primera sección se enfoca en el amor, la política y la economía de lo cotidiano. Todas las tareas del espacio doméstico comienzan como una obligación, pero el pensamiento desobediente de la poeta las transforma en un manifiesto:
Hacer las compras del mes
Acomodar la ropa
Comer bien
No autoexplotarme
Mandar los correos atrasados
Hacer ejercicio
No gastar más de lo presupuestado
Calificar exámenes.
La segunda parte se detiene en el lenguaje, en el estudio de la literatura y en la reflexión sobre la escritura. El poema titulado “1½ taza de agua por cada taza de arroz” muestra cómo la autora cuece lentamente sus textos:
Aprendí a analizar poemas mientras la mayoría los escribía:
la elevación del sonido. La constante oclusiva.
Lo oblicuo del lenguaje y su adverbio retorcido.
Luego, muy pocas metáforas me interesaron.
La tercera parte del libro se ocupa del afuera del poeta: los feminicidios, la calle, la protesta y el entusiasmo por la palabra, la invención de un territorio y la decolonización del mismo, la independencia. La cuarta parte integra otro libro de la autora (Nada se pierde,2012). Una digresión dentro de la digresión que, a no ser por la nota al calce de la página, se leería como parte del libro. Del desencanto de la relación amorosa, surge un amor también desencantado hacia la revolución literaria en la carta final dirigida a Karl Marx. Desde el proletariado de la escritura, desde la precariedad que de muchas formas los escritores y los académicos compartimos, surge un llamado a la colectividad.
Los textos pueden leerse como si estuvieran ocurriendo en el momento de su lectura, en tiempo presente. Lo privado (lo poético) se torna continuamente en un asunto político porque las experiencias afectivas son continuamente trasladadas al espacio de la razón (el ensayo). Un espacio donde se analiza con ironía lo vivido. Hay un deseo de enunciar un ¡Ya basta!, romper con la historia pasada –amorosa y literaria– y distinguirse de ella, constituirse de manera opuesta. He ahí la trampa de la que no puede escapar la escritora: en el antagonismo reafirma lo propio siempre en función de lo otro, de tal forma que, como mostró Paz en Los hijos del limo, la ruptura y la novedad terminan siendo una forma de continuidad.
A pesar de renegar de la poesía mexicana, Castañeda sigue y contribuye a una larga tradición de escritoras (sor Juana, Rosario Castellanos, Laura Esquivel, Claudia Hernández de Valle Arizpe) que hacen del acto de cocinar y de la labor doméstica un acto subversivo, amoroso, erótico, científico. Su poética es congruente con la intención de deslindarse de la tradición del poema río –sobrevaluado– de las palabras que se quieren “poéticas” y endulzan los oídos, del poema que quiere ser poema y crear una reverberación artificiosa. Sus textos evitan el engolosinamiento. Son intencionalmente imprecisos y austeros, llenos de dudas y por lo mismo conmovedores y vivos. Muestran la vulnerabilidad económica, profesional, afectiva y en esa desnudez y honestidad, en el espejo roto del hogar perfecto, podemos reconocernos. ~
es académica y crítica literaria, autora de Les émigrants / Los emigrantes (UAM-Écrits des Forges, 2015).