La eterna caducidad de la vanguardia

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Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla (eds.)

Tierra negra con alas. Antología de la poesía vanguardista latinoamericana

Sevilla, Vandalia/Fundación José Manuel Lara, 2019, 968 pp.

En su ensayo The art of reading poetry, Harold Bloom arguyó que la característica que diferencia a un poema memorable de uno del montón es su “inevitabilidad”: una especie de nexo entre imaginación y sentido, un vínculo entre el texto y algo radical, profundo, que no solo emerge de la experiencia humana, sino también de la poesía en tanto construcción histórica. Claro está que el tropo mencionado por el crítico norteamericano no es algo fijo y preciso, sino que depende de caprichos de lugar y tiempo: el nudo que me nace en la garganta frente a los trágicos poemas ingleses de José María Blanco White acaso nunca será comprendido por quien no conozca la vida o la obra de ese extraño disidente; acaso nunca me sentiré conmovido ante ciertos poemas de Jaime Sabines porque no alcancé a leerlos cuando me habrían gustado. El canon literario, más allá de las prácticas de la academia o de lo bien visto por las mores y costumbres de una época, es algo sumamente personal. Y acaso, si los críticos hacemos bien nuestro trabajo, podemos ofrecer una serie de lecturas informadas que construyan un juicio, un compendio de opiniones diseñado para que el lector genere las propias. Lo mismo va para una antología. Más allá del uso autocomplaciente, hasta romántico, que acaso hemos heredado de las vanguardias, y que conlleva la aparición continua de pequeños libros con una selección escueta, poco curada, de autores y textos más o menos similares, una antología de poemas sirve como un espacio de acercamiento: un lugar donde se congregan visiones, voces, tiempos, espacios, formas.

Tierra negra con alas, antología de las vanguardias en América Latina que ha sido editada por Juan Bonilla y Juan Manuel Bonet en España, cumple esta definición con creces. Es un libro de casi mil páginas, de lectura placentera a pesar de sus dimensiones y hechura de pasta blanda, en el que se recogen textos de casi doscientos autores, provenientes de todo el continente, activos entre las décadas de 1910 y 1930. Comienza con una introducción escrita por Bonilla, “La caravana americana”, en la que se da cuenta de los procesos artísticos, políticos e históricos que informaron la llegada de la vanguardia en cada país latinoamericano. Refleja cómo la labor de las vanguardias fue esparcir “la mirada desacralizadora, el tono humorístico, el golpe irónico, las ganas de bajar del pedestal de la poesía”, aunque parezca, en estos tiempos, que muchos escritores se hayan quedado ahí. También sirve para explicarnos cómo las vanguardias reaccionaron ante el modernismo, no solo en tanto a la influencia europea, sino también debido al contacto con autores de la generación inmediatamente anterior a la que se abarca en el compendio. Así, los antologadores explican la ausencia de escritores que habitan los linderos de la vanguardia, como Ramón López Velarde o José Antonio Ramos Sucre, sin restar valor a sus obras.

Después de este estudio introductorio, cuya labor de contextualización es importante para entender el resto del libro, Tierra negra con alas sigue una trayectoria del sur hacia el norte: comienza en Argentina y termina en México, cruzando Chile, Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, Cuba y América Central. La selección de autores está dispuesta, en todos los casos, con un patrón interesante: cada país empieza con su figura señera (un joven y ultraísta Borges, para Argentina, el múltiple Vicente Huidobro para Chile, el parteaguas José María Eguren para Perú, etcétera), y luego agrupa al resto de poetas en tanto a sus afinidades electivas. Así, tenemos un bloque runrunista y otro surrealista chileno, un bloque estridentista y uno contemporáneo en México, y en Perú, un grupo sumamente europeizado que contrasta con los incendiarios escritores de Amauta, la revista dirigida por José Carlos Mariátegui. El lector se beneficiará de este acomodo, pues en lugar de aproximarse a la poesía que el libro ofrece desde una perspectiva academicista o plenamente formal, esta obra nos acerca a la complejidad múltiple de los fenómenos de vanguardia con un enfoque casi novelesco: vemos cómo el trabajo de un autor afecta el de otro, cómo se interrelacionan los miembros de grupos diferentes, y ese movimiento nos crea una imagen viva de la historia literaria.

Sin embargo, este procedimiento curatorial atrae riesgos importantes. En lugar de incluir los ejemplos mejor logrados, o de mayor calidad, de autores clave para la historia de la literatura, Bonilla y Bonet han decidido ofrecer ejemplos claramente “vanguardistas”, que muestran las filiaciones estéticas entre escritores distintos con menoscabo de poemas realmente memorables. Tenemos, entonces, textos de un Borges fervoroso de Buenos Aires, en quien apenas se vislumbra lo que vendría, o memorias de viaje de un Gorostiza pictórico, hasta costumbrista, y aún lejano de su mayor potencial. En escritores menos conocidos, encontramos poemas con claras recurrencias temáticas o formales: el verso largo e inestable de Whitman para narrar la velocidad de las locomotoras, el caligrama para referirse a la noche parisina, el cadáver exquisito, el uso de onomatopeyas para referirse al baile de Josephine Baker (personaje que aparece en tantos poemas de tantos escritores en todo el continente que uno no puede sino preguntarse si los poetas latinoamericanos no conocían a otra bailarina). En lugar de presentarnos poemas, en palabras de Bloom, “inevitables”, esta antología escoge contarnos la historia de una época a través de su poesía. Las notas biográficas, escritas por Bonet, abonan a este sentimiento y contextualizan el ejercicio, funcionando como marcadores museísticos para la exposición que tenemos entre nuestras manos.

Después de considerar todo esto, es necesario apuntar que entre las decenas de ejemplos contenidos en Tierra negra con alas hay poemas memorables de escritores sepultados por la historia. Por esta antología conocí el trabajo rítmico y descriptivo de la boliviana Hilda Mundy, claro antecesor de la estética de lo cotidiano en Francis Ponge, y también el misterioso caso de Lil-Nahí, poeta mexicano de vida y género incierto que publicó un par de textos con una impronta cercana al modernismo europeo, y que bien cabría en una novela de Roberto Bolaño. Mención aparte merece la sección de poesía brasileña, dominada por el designio antropófago, y que construye una particular vertiente literaria, sobreviviente hasta nuestros días debido a la actualidad palpable de un Carlos Drummond de Andrade, de un Manuel Bandeira o de un Oswald de Andrade. El logro de acomodar una historia literaria tan múltiple, multívoca y compleja, llena de poetas experimentales, reaccionarios, y a veces profundamente cursis en su deseo de originalidad, otorga una imagen del proceso de toda historia literaria. Así como ningún organismo sale del vacío, ninguna cultura artística nace sin la interrelación. Ver cómo nuestros escritores, artistas plásticos, músicos y cineastas colaboraron unos con otros en la creación de un proyecto orgánico, vital, como la vanguardia, debe servirnos a manera de advertencia de que nada se logra con el aislamiento nacionalista, o con un discurso unidireccional, teleológico, de la historia.

En su videojuego Getting over it, Bennett Foddy, diseñador de videojuegos y filósofo moral famoso por sus composiciones difíciles de navegar que nos enfrentan con las sutilezas de nuestra convivencia con la computadora, dice que “la cultura digital es el montón de cenizas de la fuente de la creatividad. Un basurero que contiene todo lo que pensamos alguna vez. Fastuoso, infinito, y desordenado”. Una obra como Tierra negra con alas demuestra que esta perspectiva bien podría extenderse a toda la historia y, con ella, a la poesía. Nos deja la impresión de una naciente cultura literaria de América Latina, llena de autores que se han ido sin dejar rastro, o desaparecido en el cenicero de las publicaciones académicas, mientras que algunos –acaso los menos– se han mantenido vigentes, aunque el tiempo ya los ha transformado. Ante un esfuerzo como el realizado en esta antología, cabría preguntarse cuál es el lugar de este tipo de trabajos en un mundo hiperconectado, donde la información fluye siempre y en todo lugar. ¿Será qué en cien años, cuando nuestra cultura literaria sea un montón de publicaciones dispersas y backlogs de revistas muertas, aparecerá un volumen que dé cuenta de todos los fenómenos que estamos habitando ahora? ¿Qué forma tomaría ese ejercicio? Y, aún más interesante, ¿qué diría esa publicación futura sobre las que ahora vemos como nuestras inevitabilidades? Un libro como este nos recuerda la obligación, desde el arte, la academia, o el trabajo del lector común, que tenemos para interpretar nuestro pasado con los ojos del presente. ~

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(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracción continua, fue publicado por el FOEM en 2022.


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