La oruga humana

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No tomo el metro con frecuencia porque vivo en Cuernavaca y, cuando estoy en el df, solo utilizo el transporte pรบblico para ir al centro de la ciudad. Por mi falta de experiencia en ese mundo subterrรกneo, quizรก el mejor espejo de las patologรญas sociales, hace poco me llevรฉ un susto cuando iba leyendo de pie en un vagรณn, con una mano en el tubo superior y la otra sosteniendo el libro: de pronto sentรญ una mano en mi zapato izquierdo, y creyendo que se trataba de un ratero, me hice a un lado. Entonces vi tendido en el suelo a un mendigo andrajoso, con la cara negra de chapopote, que hacรญa la pantomima de bolearme el zapato. Como no le di limosna se siguiรณ de largo, reptando lentamente como una oruga. Me asombrรณ la indiferencia de los demรกs pasajeros, que ni siquiera volteaban a verlo. Un amigo me explicรณ despuรฉs que las orugas humanas han proliferado desde hace aรฑos en el transporte pรบblico y por eso ya no impresionan a nadie.

De niรฑo viajaba mucho en camiรณn y creรญ que mis experiencias de pasajero me habรญan curado de espantos. Una tarde, cuando iba de vuelta a casa en un autobรบs de la lรญnea Insurgentes-Bellas Artes, me tocรณ ir sentado junto a un viejo teporocho que recargรณ la cabeza en mi hombro. Su tufillo alcohรณlico me emborrachรณ a tal punto que al llegar a mi hogar dormรญ la mona toda la tarde. Pero el limosnero reptante del metro, servil y tremendista a la vez, me perturbรณ mucho mรกs por el tortuoso chantaje sentimental que monta en escena. Humillado en el suelo como los dalits de la India, su vasallaje llevaba implรญcito un duro reproche a los pasajeros: puedo pedir limosna de pie, pero en vista de su indiferencia he tenido que humillarme asรญ para tratar de conmoverlos. Su guerra contra el desinterรฉs circundante no era muy exitosa, pues la gente lo ignoraba por completo. ยฟCreerรญa de verdad que los pasajeros, por una crueldad recรณndita, deseรกbamos tener a nuestros pies a un desecho humano? Al presuponer en su pรบblico un sentimiento tan vil nos insultaba veladamente, a la manera de los viejos mendigos con garrote. Pero รฉl nos tachaba de sรกdicos sin proferir una queja. Solo se habrรญa quejado si alguien hubiera querido ayudarlo a levantarse.

La indiferencia de los demรกs pasajeros, que seguramente yo compartirรญa si viajara mรกs a menudo en el metro, forma parte de un valemadrismo mรกs radical aรบn: el de la gente blindada contra el dolor propio y ajeno que se ha familiarizado con los esperpentos urbanos al grado de incorporarlos a su rutina diaria, mรกs por cansancio que por insensibilidad. Los usuarios del metro saben que el espacio pรบblico es un territorio comanche donde cualquiera puede hacer lo que le venga en gana. Como quejarse de cualquier abuso es inรบtil y peligroso, el derecho ajeno se atropella con total impunidad. Un amigo que toma el metro a diario para ir a Polanco me cuenta otro espectรกculo que le tocรณ ver en hora pico, de camino a su oficina. En un vagรณn atestado, un hombre se saca el pene y comienza a masturbarse a la vista de todo el mundo. Otro pasajero desconocido lo imita. Un tercer comparsa se abre la bragueta y forman un trรญo de masturbadores que reta al acobardado rebaรฑo de pasajeros. Todos miran a otra parte, pero nadie hace nada, aunque seguramente muchos deploran el espectรกculo, por miedo a meterse en un pleito que les puede costar la vida.

La injusticia social en el Mรฉxico del siglo XXI condena a la mayorรญa de la poblaciรณn a vivir fuera de casi todas las leyes. Los espacios de legalidad son reducidos incluso para la gente con buen nivel adquisitivo que paga impuestos, pero fuera de los bรบnkeres residenciales reina un completo caos. En los รบltimos dos sexenios, la estrategia suicida de la รฉlite gobernante consistiรณ en hacer negocios y al mismo tiempo desentenderse del orden pรบblico. Se alejaron tanto de los pobres que los dejaron rascarse con sus uรฑas, ya sea para viajar en el metro o para luchar contra el crimen organizado. Algunos vivales y un buen nรบmero de sociรณpatas se aprovechan de esta situaciรณn, como el trรญo de masturbadores o los capos del narco, pero la mayorรญa la padecen. Ojalรก que estos focos de anarquรญa egoรญsta desaparezcan bajo el gobierno de Claudia Sheinbaum. De lo contrario, no me extraรฑarรญa que tuviรฉramos pronto una policรญa comunitaria en el metro. ~

 

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(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย 


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