Estamos por cumplir casi trece años de violencia, homicidios, desapariciones, balaceras y toques de queda autoinfligidos. De ser observadores o, en el peor de los casos, víctimas de la violencia. Trece años con las fuerzas armadas en las calles y una estrategia de seguridad que arrojó un saldo horroroso de casi 240 mil personas muertas y 40 mil desaparecidas, según cifras oficiales.
((“Los homicidios crecieron 27% en diciembre de 2018…”, Sin Embargo, 21 de enero de 2019; “Hay más de 40 mil desaparecidos y 36 mil muertos sin identificar en México, reconoce Gobernación”, Animal Político, 17 de enero de 2019.
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Pero quiénes son esos 50 mil soldados al año que en promedio fueron desplegados en los sexenios de Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y ahora Andrés Manuel López Obrador,
(( El número promedio de militares aumentó a 62,954 con López Obrador, Héctor Molina, “Cifra récord de militares en las calles, con amlo”, El Economista, 7 de abril de 2019.
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esos que fueron sacados de sus cuarteles a nuestras calles con el único mandato de defendernos de los criminales, qué historias de vida los llevaron al ejército y, principalmente, por qué matan estos soldados una vez que “el enemigo” se rindió y por qué matan a civiles inocentes.
Desde 2015, estas preguntas están en la cabeza de los periodistas Daniela Rea y Pablo Ferri. En colaboración con Mónica González Islas, escribieron La tropa, un libro editado por el sello Aguilar que reúne sus entrevistas a decenas de militares –algunos de ellos procesados por homicidio–. Su objetivo es conocer sus historias, en especial, las de los soldados, cabos y sargentos que conforman el último eslabón de la cadena de mando.
Casi cuatro años dedicaron estos reporteros a visitar Lomas de Sotelo, la prisión del Campo Militar Número 1. Más que una cárcel, encontraron un lugar donde los reclusos, en efecto, han perdido la libertad, pero también pueden disfrutar momentos al aire libre rodeados de árboles, jugar futbol, comprar comida, escuchar música y convivir con sus familiares como si estuvieran en un picnic dominical. Un sitio muy alejado de las prisiones oscuras y sobrepobladas donde los presos civiles pasan sus días. También entrevistaron a militares retirados e incluso a los soldados que patrullan, desde Tamaulipas, una parte de la frontera entre México y Estados Unidos.
Sus historias, sin embargo, son duras, pues la mayoría de la tropa se integra con personas que vieron en el ejército su única oportunidad para salir de la pobreza y la discriminación. Alguna vez, Omar García, exalumno de la Normal Rural de Ayotzinapa y sobreviviente de la masacre del 26 de septiembre, me dijo: “En nuestro mundo para salir de la pobreza, para poder comer, tienes cuatro opciones: te haces maestro, te vas de mojado, te vuelves soldado o te vas con el crimen organizado. Pero al final somos los mismos, crecimos juntos y a veces nos volvemos a encontrar en el camino.”
(( Conversación personal, 8 de agosto de 2019
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Los militares son pueblo, como bien lo menciona siempre que puede el presidente López Obrador.
La pregunta es: ¿por qué “el pueblo uniformado” mata? Una pregunta importante por la letalidad que causa el ejército. “Según los registros de las fuerzas armadas, desde diciembre de 2006 hasta abril de 2014 murieron doscientos militares y 3,907 civiles. En promedio, un civil muerto en cada enfrentamiento durante ocho años, veinte civiles por cada militar: cifras monstruosas”, aseguran los autores, y coincido.
Sin embargo, desde 2014, la Secretaría de la Defensa Nacional se ha negado a difundir cuántas personas han muerto en esta batalla contra el crimen organizado. En La tropa, los autores mencionan que hicieron cientos de solicitudes de información para conocer más sobre cómo funciona esta institución y sus cifras ante la violencia. Todas ellas: rechazadas. He ahí, en gran medida, la importancia de este ejercicio periodístico; a pesar de las trabas, lograron ingresar en las entrañas del ejército y que los protagonistas contaran sus historias.
Dos rasgos comunes en ellas son el desprecio de los mandos hacia la tropa y el rencor que los militares detenidos le tienen a la institución que les enseñó a matar, a ser obedientes –a no chistar– y que hoy los deja solos. “Los soldados inferiores estamos sometidos a obedecer órdenes. Cuando solo obedeces ya no eres persona, ya no eres nadie. Eres unas manos que hacen cosas. Somos las manos de alguien más. Las manos somos nosotros y los que pagamos somos nosotros, la inferioridad es la que paga”, así lo dice Javier, uno de los entrevistados.
Los relatos de estos hombres que aceptan haber torturado o matado a inocentes suelen tener dos justificaciones: seguían órdenes o, si no mataban, ellos morían. Sobre esto último, los soldados describen los operativos como si fueran una pesadilla en la que todo el tiempo están esperando que los maten; para evitarlo, ellos disparan primero.
“Cuando estás en un enfrentamiento sudas, entras en un shock de ¡¿qué va a pasar?, ¿voy a morir aquí?!”, cuenta Javier. “A algunos compañeros los ves llorando, otros repeliendo, otros defendiéndose, otros diciendo ‘órale, cabrón, ¿piensas morir aquí?’. En tu cabeza solo pasa si vas a morir o no. En ese momento, un segundo, unos segundos, te acuerdas de que tienes familia y pones en juego todo lo que tienes. Y como todos: para que lloren en tu casa, pues que lloren en la de él, lamentablemente.”
Aseguran que la institución los “alienta” a matar porque dejar vivo a un detenido es complicado, por los trámites. “Erradiquen, jóvenes, erradiquen”, piden algunos mandos a la tropa.
A pesar de que he leído algunos reportajes que le dan voz a la milicia en el proyecto cadenademando.org (también de Rea, Ferri y González) y de haber visto el documental La libertad del diablo de Everardo González, con las explicaciones y los testimonios de este libro, por primera vez pude pensar en la responsabilidad real de la tropa en los actos de violencia; hasta qué punto nos basta la idea del soldado obediente que comete actos de crueldad inimaginables sin oponerse, únicamente por jerarquía o adiestramiento.
Coincido con los autores en que algo hemos hecho mal. Con el argumento de la seguridad, dejamos crecer a una institución hasta que se convirtió en un ente superpoderoso, que no rinde cuentas sobre lo que hace con los ciudadanos pero tampoco sobre lo que hace con sus propios miembros.
La tropa nos describe varias circunstancias que muestran por qué un soldado mata en México: miedo, venganza, falta de entrenamiento, obligación o simplemente por la pérdida de empatía ante otros seres humanos. Este libro da luces sobre lo que debemos modificar estructuralmente en las instituciones de seguridad y también en el mismo ser humano. ~
es maestra en periodismo por el CIDE y directora ejecutiva del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos). Ha colaborado en El Financiero, Animal Político, Kaja Negra y Reforma, entre otros.