Venezuela: la vieja autocracia no termina de morir

Tras el fraude cometido por Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales, el futuro de Venezuela todavía está por definirse. A pesar de haber perdido el apoyo popular, el gobierno está abriendo caminos pragmáticos para entenderse con Washington.
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Venezuela padece las consecuencias de una indefinición prolongada. La vieja autocracia no termina de morir; la nueva democracia no termina de nacer. El régimen de Nicolás Maduro resiste aún y prolonga su larga agonía, producida por su propio desgaste en el poder, las terribles consecuencias de las políticas depredadoras que implantó en el país y el rechazo masivo de una población que lo derrotó ampliamente en las urnas el pasado 28 de julio.

Decía Hannah Arendt que violencia y poder son opuestos: mientras la violencia depende de los instrumentos, el poder depende del número. Si esto es cierto, en Venezuela se mantiene todavía en pie una cúpula criminal que, al carecer de verdadero poder, se sustenta mediante el uso exclusivo de la violencia.

Esta tendencia es estructural e irreversible. No hay modo de que Maduro recupere popularidad o legitimidad. El rechazo que le profesa el grueso de la ciudadanía es sólido y definitivo, y solo las dificultades que enfrenta esa gran mayoría para actuar de modo organizado postergan la consumación de un definitivo cambio de régimen.

No se comprende la situación actual en Venezuela sin entender el alcance de la victoria obtenida por los demócratas el 28 de julio de 2024. Las condiciones draconianas impuestas por Maduro reducían al mínimo la posibilidad de su derrota en las urnas. Sin embargo, su derrota fue colosal porque los ciudadanos asumieron tales comicios como una oportunidad única para coordinar su rechazo masivo al régimen actual.

La victoria de Edmundo González Urrutia fue el asombroso resultado de una increíble combinación de factores. En primer lugar, la irrupción del liderazgo de María Corina Machado, quien levantó un movimiento ciudadano capaz de derrotar la desesperanza aprendida y la inercia de inacción instalada durante los años de la pandemia, por no hablar de las maniobras ejecutadas por supuestos opositores a Maduro que, en realidad, operan junto a él para preservar el sistema político actual.

La victoria de Machado en las primarias opositoras del 22 de octubre de 2023 representó la derrota total de la tesis de la cohabitación, defendida por figuras políticas comúnmente conocidas en Venezuela como “alacranes”. Esa victoria unificó al movimiento opositor en torno a una tesis clara a favor del cambio político. Una vía de acción que, tras el veto que el régimen impuso a la ganadora Machado, cobró forma en la candidatura del diplomático retirado Edmundo González Urrutia.

La victoria de dicha candidatura estaba cantada en todas las encuestas medianamente limpias, pero la probabilidad de que el régimen autocrático ejecutara un fraude era gigantesca. Por eso había que probar la victoria de los demócratas. Más de un millón de ciudadanos venezolanos se organizaron para recolectar, salvaguardar y publicar las actas oficiales que imprimirían las máquinas de votación.

De este modo, 48 horas después de que el Consejo Nacional Electoral presentara unos resultados falsos, más del 80% de las actas oficiales estaban a disposición del mundo entero en el portal resultadosconvzla.com. El propio Steven Levitsky afirmó que los venezolanos fijaron ese día un nuevo benchmark en la lucha de los demócratas contra las autocracias. Años de farsas por parte del régimen de Maduro quedaron, por fin, develados sin remedio.

Su respuesta, por desgracia, ha sido brutal y continúa cobrando víctimas: treinta asesinados, muchos de ellos en cautiverio y bajo custodia del régimen criminal; cerca de dos mil presos políticos; una cacería inmisericorde a los testigos, miembros de mesa y jefes de los distintos comandos de la campaña opositora, así como un hostigamiento constante a sus familiares –reproduciendo así la práctica nazi del Sippenhaft, por la que se penaliza a todo el núcleo familiar de la persona perseguida.

En definitiva, cualquier cantidad de arbitrariedades con tal de intentar borrar lo que no puede ser borrado: el mandato popular y soberano emitido el pasado 28 de julio, tal como consta en las actas oficiales publicadas por la oposición, y por el cual Edmundo González es el legítimo presidente electo de los venezolanos. Un mandato que no prescribe y debe entrar en vigor a la brevedad posible.

El 10 de enero es la fecha que pauta la Constitución de Venezuela para que un presidente electo asuma sus funciones. La expectativa forjada en torno a ese día fue mayúscula. González Urrutia señaló reiteradamente que ese día ingresaría a territorio venezolano, tras pasar varios meses exiliado en Madrid y ser distinguido junto a María Corina con el Premio Sájarov. Ella, por su parte, llevaba ya cinco meses en clandestinidad, en algún lugar de Venezuela, cuando se comprometió a liderar una gran manifestación el día 9 de enero.

Pero tras aparecer en dicha concentración, la líder venezolana fue capturada durante un breve tiempo por parte de diversos cuerpos represivos de Maduro. Por alguna razón fue dejada en libertad tras grabar un video corto, al modo de una fe de vida. Al parecer, una contraorden dentro del chavismo dictaminó su liberación. Por su parte, el presidente electo desistió de su intento de ingresar al país, luego de que la autocracia cerrara el espacio aéreo venezolano por tres días y apostara baterías antiaéreas en diversos puntos del territorio nacional.

Evidentemente, y tal como comentaron diversos voceros vinculados a Machado y González, en esos días falló la coordinación entre todos los actores que propician un cambio de régimen en Venezuela. Además, “los rusos también juegan”. El costo de retar a la dictadura es enorme y cualquiera que lo asuma sin éxito suele pagar un gran precio.

Por fortuna, la historia no termina ahí. Aunque las grandes expectativas se vieron resentidas, y si bien la desesperanza ha ganado algún terreno, los sondeos muestran que la confianza en el liderazgo continúa siendo elevada. Los venezolanos saben que el juego es duro, y por eso continúan apoyando a un honrado presidente electo y a una líder aguerrida e incansable. Esperan líneas claras que conduzcan a resultados alentadores.

Entre tanto, el movimiento opositor que lideran Machado y González resiste los embates de la represión madurista, reconfigurándose para defender el mandato del 28 de julio y maniobrando en el plano internacional. Tal como han señalado en varias ocasiones, el destino de Venezuela está en manos de los venezolanos, pero mucho dependerá del modo en que se desarrollen las cosas en la esfera global.

En este ámbito decisivo, la segunda administración de Trump imprime giros profundos a la geopolítica mundial. En vez de defender el orden internacional que el propio Estados Unidos levantó tras la Segunda Guerra Mundial, Trump parece apostarle más bien a un nuevo equilibrio de poder entre grandes potencias, donde cada una controla sus respectivas “áreas de influencia”. En esta reconfiguración global, Washington parecería estar cediendo influencia a Moscú sobre Ucrania, mientras reclama para sí una hegemonía plena sobre el continente americano.

El peso significativo que los republicanos de la Florida –incluyendo a los cubano-americanos– ejercen en asuntos de política exterior estaría quizás fortaleciendo esa visión que prioriza la influencia de Estados Unidos sobre “las Américas”, tal como demuestra el primer viaje oficial al exterior de Marco Rubio, primer secretario de Estado hispano, que tuvo por destino Centroamérica.

A pesar de lo anterior, nadie sabe a ciencia cierta lo que Trump se reserva para Venezuela. Por un lado, su enviado especial Richard Grenell se dejó fotografiar junto a Maduro en Caracas, adonde se desplazó para regresar con seis rehenes estadounidenses. También la revocación de la prórroga del Temporary Protected Status (TPS) a cientos de miles de venezolanos en Estados Unidos ha generado desazón entre quienes esperaban el apoyo del nuevo presidente norteamericano a la causa de Venezuela.

Por otro lado, Trump dio a conocer la revocatoria de las licencias de explotación petrolera en dicho país justo cuando su propio hijo entrevistaba a María Corina Machado. Chevron dejará así de brindarle al régimen de Maduro su principal ingreso en la actualidad. Asimismo, Trump ha decidido brindarle un trato equivalente al Isis a la organización criminal venezolana Tren de Aragua, grupo delictivo que ha sido impulsado por el régimen de Maduro y que ahora Washington considera “terrorista”.

El régimen venezolano entiende los riesgos inherentes y procura abrir la vía para un entendimiento pragmático con Washington, mientras intenta recomponerse su fachada interna con ayuda de los “alacranes”. Con su actual proyecto de reforma constitucional busca avanzar hacia el “Estado comunal”, adulterar el sistema electoral hasta inutilizarlo para elegir y favorecer un pragmático modus vivendi con los norteamericanos. “No soy bueno, pero garantizo petróleo y estabilidad”, pareciera ser su consigna.

Hasta ahora, no obstante, Trump se ha cuidado mucho en sus alocuciones públicas sobre Venezuela –que son muchas y muy frecuentes– en dejar claro que no se entiende con Maduro, y que para él este país caribeño constituye hoy, ante todo, un problema de seguridad nacional y hemisférica, y no un asunto susceptible de arreglo mediante acuerdos petroleros. El tiempo tendrá, como siempre, la última palabra, pero la suerte de Venezuela descansa en la posibilidad de coordinar todos los esfuerzos, internos y externos, que se vienen desarrollando en procura de su democratización. ~


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