Más allá de la sala oscura

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Fernanda Solórzano

Misterios de la sala oscura. Ensayos sobre el cine y su tiempo

Ciudad de México, Taurus, 2017, 368 pp.

Casi todo libro sobre cine que aspire a ser leído por un público amplio cumple con una regla no escrita: sea en la introducción o en algún capítulo dedicado ex profeso a la mirada y sus alcances, el escritor está prácticamente obligado a describir con detalle y en primera persona la secuencia clave de una cinta que le hizo cobrar conciencia del poder de la experiencia fílmica; ese momento donde, como espectador, quedó sometido a la sensación de estar expuesto a diversas expresiones artísticas que suceden a un solo tiempo. La narración íntima de esta epifanía es una manifestación de fe: una acción que lo acredita como miembro de una congregación que celebra la liturgia cinematográfica con el convencimiento pleno de que esta puede producir revelaciones de dimensiones insospechadas, casi cósmicas. Para algunos, incluso, es una ruptura más cercana a la trascendencia sexual (la famosa petite mort) que al ejercicio contemplativo. La crítica estadounidense Pauline Kael, por ejemplo, gustaba de titular sus colecciones de textos con nombres de naturaleza abiertamente orgásmica: I lost it at the movies, Kiss kiss bang bang, Deeper into movies, Reeling y Taking it all in, por citar algunos.

Si bien no la exhibe como un rito iniciático, Fernanda Solórzano no rehúye a esta tradición en Misterios de la sala oscura. Ensayos sobre el cine y su tiempo. Por el contrario, la asume desde las primeras líneas, donde recuerda las advertencias realizadas por el mago siniestro del club Silencio de Mulholland Drive (David Lynch, 2001) en el sentido de que lo que las protagonistas están a punto de presenciar es producto de una grabación (“no hay banda”). Para la autora, la secuencia dirigida por Lynch es un “acto de alquimia” capaz de transmutar “imágenes y sonidos pregrabados en experiencias tan verdaderas que causan lágrimas y convulsiones”; es, confiesa, una metáfora perfecta para entender el cine; una zona donde podemos explorar los misteriosos recovecos de lo humano y salir ilesos, puesto que todo lo que experimentamos es falso y, a la vez, real.

Hasta aquí, resulta fácil pensar en Solórzano como una mujer fascinada por la luz que emana de la pantalla, tal y como la imagina el ilustrador Alejandro Magallanes en la portada. El libro, sin embargo, revela una intención más expansiva que el análisis formal de las películas que han capturado la imaginación de la autora. De hecho, el valor de Misterios de la sala oscura, su verdadera provocación, es que lejos de circunscribirse a la experiencia estética y sentimental vivida en la sala –es decir, a ejercer el onanismo desinhibido que usualmente se asocia con la crítica cinematográfica–, busca explorar las circunstancias que confluyen afuera de ella.

Estructurado en ocho capítulos, el libro aborda los dilemas, crisis, discusiones y disyuntivas existenciales que han moldeado la sensibilidad de Occidente en años recientes: los vasos comunicantes entre el arte y la violencia, el feminismo como representación erótica, la capacidad corruptora del poder, la ausencia de Dios, la prevalencia del mal, el dominio de la sensibilidad adolescente en la cultura, el desencanto generacional, la tiranía de la inteligencia y las implicaciones existenciales, sicológicas y sexuales de la tecnología que permite transformar el cuerpo y potenciar a la persona con la que soñamos ser. El punto de partida es la intención de descifrar las razones por las que un conjunto de películas han marcado la vida de millones de personas que las utilizan referencialmente en conversaciones cotidianas: Naranja mecánica, El último tango en París, El padrino, Tiburón, El exorcista, Taxi driver, Forrest Gump y Matrix.

La selección, como reconoce sin tapujos la escritora, no es democrática ni representativa: con la excepción de El último tango en París, las cintas analizadas fueron financiadas por capital estadounidense (Naranja mecánica es una coproducción entre Warner Brothers y la británica Hawk Films) y dirigidas por hombres blancos (las hoy hermanas Wachowski aún eran de sexo masculino en 1999, año del estreno de Matrix). Solórzano tampoco muestra mayor preocupación en estudiar canónicamente la trayectoria fílmica de los realizadores. Está interesada, eso sí, en revisar biografías y encontrar los puntos nodales que conectan esas vidas a los paradigmas de la época. Brian Eno, pensador y productor musical, sostiene que las ideas que cambian al mundo rara vez provienen de genios (genius) o llaneros solitarios, sino de inteligencias colectivas o scenius: mentes colmena conformadas por individuos que se manifiestan en un lugar y tiempo específicos como consecuencia del devenir de la historia. Solórzano propone algo semejante en Misterios de la sala oscura: las películas revisadas parecen existir independientemente de los individuos que las filmaron, como productos de su contexto, y no tanto de la visión unipersonal de un solo creador. Los autores no se desenvuelven en el vacío: si estos trabajos no hubieran existido en ese tiempo, otros habrían aparecido y captado la imaginación colectiva de una manera similar.

La crítica verdadera, la que aspira a desglosar una película, está a punto de desaparecer de los medios de circulación masiva: una buena parte de la gente que escribe “profesionalmente” ni siquiera cobra un sueldo; su pago es recibir parafernalia o invitaciones a alfombras rojas donde puede tomarse la foto con la estrella del momento (todo a cambio de manufacturar reseñas de cinco líneas que rematan con una calificación basada en estrellitas). Solo el converso genuino se interesa ya por el análisis cinematográfico.

El cineasta Werner Herzog apunta que antes de cultivar su cinefilia, ir a la escuela o pisar un set, lo más atinado que puede hacer un director es caminar por el mundo y perderse en él. Nicholas Ray, realizador de Rebelde sin causa, sostenía que un director que solo sabe de cine es un pésimo director, pues, además de las exigencias técnicas del oficio, el narrador está obligado a conectar con la humanidad para mantenerse relevante. Misterios de la sala oscura no se limita a ser un libro celebratorio del aún llamado séptimo arte, sino que aspira a entender el diálogo constante que el cine sostiene con la realidad en todas sus dimensiones. En tiempos en los que el público desprecia cada vez más al crítico de cine, cuesta trabajo concebir un mejor acto de resistencia. ~

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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