Palabra y poder en América Latina

A propósito del clima intolerante y represivo al interior de las dictaduras latinoamericanas, el escritor argentino escribió este artículo que se publicó en el número 23 de Vuelta, en octubre de 1978. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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En los países latinoamericanos sojuzgados por dictaduras militares, el delito de opinión constituye un crimen contra el Estado que se castiga no ya con la privación de derechos o la cárcel, sino con la muerte. Contra la palabra liberadora: el asesinato del portavoz. Contra el texto que desacata el orden punitivo y censorio: bala a quemarropa. ¿Por qué semejante desproporción entre el estímulo y la reacción? Los generales latinoamericanos tienen razón al atribuir a la palabra autónoma semejante potencia movilizadora. La razón es doble: una inherente a nuestra historia, otra propia de toda relación entre lenguaje y poder.

Los intelectuales latinoamericanos, formados en la tradición jacobina, mantienen, por oposición, alianza u ocupación, contacto continuo con el poder político. Las revoluciones que nos liberaron del dominio español fueron ante todo acciones textuales, discurso constituyente inspirado en las doctrinas de la Ilustración, luego operativo bélico, campaña militar para asegurar el cumplimiento de la escritura. Que Vicente Huidobro y Pablo Neruda hayan sido candidatos a la presidencia de Chile no resulta un hecho insólito. Predecesores como Domingo Faustino Sarmiento y José Martí juegan a la par papeles tan decisivos en la historia política como en la historia literaria. Cuando el Che Guevara renuncia a momentos de reposo en el arduo combate para redactar su diario de campaña retoma esa tradición latinoamericana que conjuga como complementaria a la actividad textual y la extratextual: la inscripción consigna lo que las otras prácticas confirman.

Todo totalitarismo quiere adueñarse de la palabra, inmovilizarla en un sentido único, sentido común, sentido recto, sentido reglado.

Al extremarse la represión, surge la inculpación de delincuente ideológico atribuible a cualquier escritor que contravenga la doctrina de Estado. Por dictamen del poder castrense queda abolida toda distancia entre los signos y las cosas significadas. Asimilados imperativamente lenguaje y referente, la representación artística pierde su carácter espectral, no queda margen para la ficción, el simulacro se confunde con la realidad. Así, operar sobre las palabras equivale a obrar directamente sobre el mundo. Toda mímesis puede volverse acto subversivo. Los inquisidores detectan la herejía, y la castigan con la hoguera, no solo en la expresión directa, también en la alusiva y elusiva. Hasta la metáfora sabotea. Fuera de los estereotipos del lenguaje oficial, toda palabra compromete, toda escritura pone en peligro. Pensar por escrito es delinquir, escribir es complotar.

La capacidad de transformación del lenguaje se opone a la voluntad de fijeza que pretende imponer el Estado totalitario. Todo totalitarismo quiere adueñarse de la palabra, inmovilizarla en un sentido único, sentido común, sentido recto, sentido reglado. Quiere detener la mutabilidad, parar la proliferación reverberante, podar la ramificación, puntualizar la polución semántica, cercar la expansión de la lengua, contrarrestar su desborde. Instaura en la expresión el imperio de la norma estatal. Para normalizarla, la legisla impositivamente mediante un código restringido que impide y pune el desacato al discurso sancionado por la fuerza del fusil.

La censura castrense impone el régimen de la fórmula unívoca, de la alineación monosémica, de la monodia autoritaria, un lenguaje obligatorio por mandato gubernamental. Ejerce el control policiaco de la palaba insumisa, contraventora de la regresiva sinrazón que se pretende razón de Estado. La libertad de palabra se vuelve acto delictuoso. Esgrimir una palabra autónoma es atentar contra la seguridad de Estado. Descodificar la lengua consentida, desautomatizarla, desentumecerla, volver heterogénea y lábil su previsible monotonía será considerado como acto criminal. Descongelar el bloque de la ideología totalitaria, restituir al pensamiento su proteica pluralidad y al lenguaje su poder generador constituirán transgresiones intolerables, desobediencia pasible de la máxima pena. Para los mandatarios de la muerte, la oposición por la palabra recobra los poderes maléficos que la iglesia otorgara a toda heterodoxia. Contra el atentado por la palabra, la exterminación física. ~

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