Ireneo Paz nació en Guadalajara en 1836, en medio de la tensa situación nacional que siguió a la adopción del régimen centralista, con los gobiernos de Miguel Barragán y José Justo Corro. Su juventud estuvo marcada por el ascenso del secesionismo en Jalisco y otras regiones, como Zacatecas y Yucatán, la anexión de Texas y la guerra contra Estados Unidos. Fue la causa liberal, a la que se uniría siendo estudiante de derecho en la Universidad de Guadalajara, la que lo dotaría de una perspectiva política nacional.
Recién graduado, Paz iniciaría su frenética actividad periodística, primero en Guadalajara y luego en Colima y Mazatlán, durante la lucha entre liberales y conservadores y la resistencia a la invasión francesa y el Imperio de Maximiliano. De 1861 a 1867, Paz impulsó ocho periódicos, uno por año, entre los que destacarían publicaciones satírico-políticas como Sancho Panza (1863), El Payaso (1865-1866) y El Diablillo Colorado (1867). No por gusto Victoriano Salado Álvarez se refirió a la “grafomanía” de don Ireneo.
Ángel Gilberto Adame ha escrito una exhaustiva biografía de este liberal decimonónico, figura emblemática del periodismo político en el México moderno. Gracias a este volumen podemos constatar la extraordinaria energía que aquel abogado tapatío puso en sus múltiples empresas públicas, las periodísticas, las literarias, las culturales y las políticas, y el zigzagueante curso que siguió en esas lides.
Fundar periódicos en el México de la guerra civil, a favor de una u otra bandera, era arriesgarse a la cárcel o a la muerte. La primera vez que Ireneo Paz sería apresado por un delito de opinión fue durante el Imperio de Maximiliano. Ese antecedente, sin embargo, no lo libró de múltiples desencuentros con los gobiernos de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. En 1867, en Sinaloa, Paz se sublevó contra la reelección del gobernador Domingo Rubí, por lo que fue a parar, nuevamente, a la cárcel.
La serie El Padre Cobos, que comenzaría bajo el gobierno de Juárez, se extendería durante el último gobierno de la República Restaurada y el primero del porfiriato, y alcanzaría una “quinta época” en 1911, en tiempos de Madero y Reyes, es muy representativa de aquel periodismo de alto riesgo. En El Padre Cobos, Paz caricaturizó a Juárez y a Lerdo y dejó varios testimonios del despotismo con que también llegaron a actuar los gobiernos de la República Restaurada, presentados como modelos de democracia por la tradición historiográfica liberal y nacionalista-revolucionaria.
Paz apoyó a Porfirio Díaz en las revueltas de La Noria (1871) y Tuxtepec (1876), para impedir las reelecciones de Juárez y Lerdo: “Y sin ponerse en un potro / dice: con ninguno pierdo / porque entre Juárez y Lerdo / lo mismo es uno que otro”, escribió en una de sus coplas. La primera fracasó, pero la segunda, aunque triunfó, resultó costosa para el abogado y periodista jalisciense, quien sufrió prisión y exilio, una vez más.
Reconstruye muy bien Adame la pluralidad de la esfera pública mexicana en el momento de la transición de la República Restaurada al porfiriato. Repara en el gran proyecto de institucionalizar la prensa escrita, con la Asociación de Periodistas y Escritores y, luego, la Prensa Asociada de México, inicialmente lideradas por José María Vigil y luego por él mismo.
Distingue Adame a varios partidarios del lerdismo en la Revista Universal y El Siglo Diez y Nueve, pero se detiene en uno: el poeta cubano José Martí, protegido de Manuel Mercado, secretario de Gobierno del Distrito Federal, y de Pedro Santacilia, yerno de Juárez. Paz, que había saludado una intervención de Martí en el Liceo Hidalgo, ahora rechazaba la defensa apasionada que el cubano hacía del lerdismo y su desprecio por una “oposición que no ata, roe, finge lo que no existe; no tiene la inteligencia suficiente para examinar lo cierto, y se crea actos imaginarios que censurar y herir”.
Es evidente que Martí fue uno de los blancos de El Padre Cobos y, en cartas a Mercado, desde Guatemala, el cubano llegó a referirse a las “mordidas” del periódico de Paz. La caída de Lerdo en 1876 hizo pensar a Martí en la “inconveniencia de dejar a la prensa sus libertades licenciosas” en una república. Sin embargo, apenas dos años después, en marzo de 1878, Paz haría una reseña elogiosa del ensayo de Martí sobre Guatemala, donde la valoración entusiasta del caudillo liberal, Justo Rufino Barrios, adelanta el cambio de visión del cubano sobre Porfirio Díaz, al final de su vida.
Con el primer gobierno de Díaz y el de su sucesor, Manuel González, Paz ingresó a la clase política, primero como síndico procurador del ayuntamiento y luego como diputado. Adame observa entonces el aggiornamento del periodismo más formal y gobiernista de La Patria, que se extendería de 1877 a 1914, la más prolongada de todas las publicaciones del abogado jalisciense. La amistad con el dictador, sugiere el biógrafo, le permitió interceder por periodistas en desgracia y demandar la liberación de Filomeno Mata, el tantas veces encarcelado director del Diario del Hogar.
No podía faltar, en una biografía de Ireneo Paz, la reseña de su duelo con el periodista Santiago Sierra, en que perdería la vida este hermano menor de Justo Sierra, en 1880. El enfrentamiento se había fraguado en los cruces verbales entre La Libertad de Sierra y La Patria de Paz, desde 1877 por lo menos. Las diferencias entre ambos medios y ambos periodistas incluían desde la cantidad de erratas que cada uno se permitía hasta los favores que debían al presidente. Sugiere Adame que uno de los efectos del duelo fue el retiro gradual de Justo Sierra del periodismo y el inicio, tal vez, de la animosidad de Paz contra los “científicos”.
El liderazgo en la Prensa Asociada le facilitaría visitar las exposiciones universales de París y Chicago, viajar por los Estados Unidos y participar de la recepción, en Veracruz, del expresidente Ulysses S. Grant. Aquel Paz porfirista se convertiría, según Adame, en el “Plutarco popular” de Los hombres prominentes de México y las tres series de las Leyendas históricas, donde trazaría perfiles biográficos de Hidalgo y Morelos, Santa Anna y Lozada, Maximiliano y Juárez, Díaz y Madero.
El tramo final de la biografía de Ireneo Paz, escrita por Adame, que con frecuencia cede el protagonismo al hijo de este y padre del poeta, Octavio Paz Solórzano, dibuja la imagen de un patriarca liberal con sus últimos brotes de rebeldía. Convencido de que el vicepresidente Ramón Corral estaba llevando a la ruina a México publicó en La Patria un artículo de tono maderista que lo llevó, nuevamente, a la cárcel, en febrero de 1911.
El septuagenario Paz, que había cuestionado a los “científicos”, pero sobrellevó una cercana relación con su líder, José Yves Limantour, que cortejó a Madero, para muy pronto oponérsele con la última reaparición de El Padre Cobos, demostraba una temeraria capacidad de adaptación a los tiempos del poder. En buena medida, como insinúan las últimas páginas de este libro voluminoso y detallista, el huertismo del padre sería corregido por el zapatismo del hijo, de huella perceptible en el gran ensayo del nieto, El laberinto de la soledad (1950).
La riesgosa navegación de Ireneo Paz puede leerse en sintonía con el poder, pero también con el derecho inalienable a la oposición. Al final, como relata esta biografía, fue un liberal que luchó contra la intervención francesa y el Imperio de Maximiliano, que se opuso a Juárez y a Lerdo, que respaldó y resistió el porfirismo, que jugó a la contrarrevolución y tuvo un hijo y un nieto revolucionarios. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.