Las uvas de la ira (1939), la icónica novela de John Steinbeck, contaba los infortunios de una familia que, después del crac del 29, se trasladó de Oklahoma a California y experimentó la terrible miseria de los campos de la Costa Oeste en los años de la Gran Depresión y el New Deal. Tormentas de polvo, sequías, arrendatarios explotados por hacendados y capataces y una creciente inmigración desde las zonas centrales de Estados Unidos esparcieron un profundo resentimiento entre la población californiana.
Algo semejante, a nivel global, observa el periodista e internacionalista italiano Andrea Rizzi, quien por muchos años ha sido corresponsal y articulista del diario El País. Durante las décadas que siguieron a la caída del Muro de Berlín, en 1989, varias potencias y regiones del planeta resintieron la ola globalizadora y la sensación de hegemonía liberal que se propagaba en el mundo. Para principios del siglo XXI, cuando estalla la llamada “guerra contra el terror”, después del derribo de las Torres Gemelas, aquellas potencias comienzan a alistarse para frenar el avance liberal, cuyos riesgos unilateralistas les resultaban amenazantes.
La ira se había acumulado por años, pero su expresión fue gradual. En la primera década del siglo XXI, China ingresó en la Organización Mundial del Comercio y sus líderes, Jiang Zemin y Hu Jintao, fueron tenazmente favorables a la liberación del comercio y las buenas relaciones financieras y diplomáticas con Europa y Estados Unidos. Durante sus dos primeros gobiernos, entre 1999 y 2008, Vladímir Putin y su sucesor, Dmitri Medvédev, tuvieron excelentes relaciones con George W. Bush, Barack Obama, Angela Merkel y otros líderes occidentales.
Fue en la segunda década del siglo XXI, luego del regreso de Putin a la presidencia de la Federación Rusa, después del interregno de Medvédev, que Moscú comenzó a operar explícitamente un giro antioccidental. Momento revelador de aquel giro fue la anexión de Crimea en 2014, que tensó la relación con Obama al final de su segundo mandato y que, en buena medida, decidiría el protagonismo de Rusia en la cuestión siria, donde Moscú intervino durante años, sin que la otan, la Unión Europea o Washington pudieran ponerle un alto.
Después de Crimea y Siria, un Putin decidido a recuperar el poderío militar y geopolítico de Rusia celebró la llegada de su admirador, Donald Trump, a la Casa Blanca en 2016. El trumpismo, según Rizzi, ofreció la carta de naturalización a las nuevas derechas nacionalistas, que habían larvado el malestar contra el globalismo. Viktor Orbán en Hungría, los primeros ministros de Ley y Justicia en Polonia o Boris Johnson, promotor del Brexit británico, fueron varios de los líderes occidentales que se inscribieron en aquella contracorriente.
En América Latina, esa tendencia se hizo presente, primero, con Jair Bolsonaro en Brasil y, luego, con Javier Milei en Argentina, pero el efecto potenciador del antiliberalismo, a nivel global, ha contribuido a la perpetuación en el poder de viejos autoritarismos regionales como el venezolano, el nicaragüense y el cubano. Las autocracias de derecha o de izquierda son conscientes de que esta “era de la revancha” les es más conveniente que el liberalismo democrático, con todos sus límites, hipocresías o dobles raseros.
Rizzi se detiene en la región de Asia-Pacífico, donde observa, por un lado, la consolidación de China como la economía que crece a mayor velocidad en el siglo XXI y como una potencia que comienza a levantar su perfil geopolítico por medio del aumento de su capacidad militar y su alianza con la Rusia de Putin. Por otro lado, señala el analista, las democracias tradicionales del Pacífico, como Japón y Corea del Sur, experimentan crisis internas muy parecidas a las de la Unión Europea: en ambas regiones avanzan corrientes conservadoras y nacionalistas, que impugnan la normativa internacional en materia de democracia y derechos humanos.
El libro explora también la forma en que el sur global se posiciona frente al revanchismo y el revisionismo antiliberales. Algunos de los países protagónicos de los BRICS, como India, Sudáfrica y Brasil, fueron piezas fundamentales de la globalización liberal entre fines del siglo XX y principios del XXI. Sin embargo, según Rizzi, Narendra Modi y, en menor medida, Jacob Zuma, Cyril Ramaphosa y Lula da Silva, en su último mandato, han comenzado a acercarse al relativismo geopolítico del momento. Brasil y Sudáfrica se han posicionado firmemente en relación con la ofensiva de Israel en Gaza, pero no frente a la invasión rusa de Ucrania. India se abstiene en la onu ante cualquier resolución contra Rusia, pero respalda a Israel en sus represalias contra Hamás.
La era de la revancha es una radiografía del caos global en un momento en que la salida belicista vuelve a circular cada vez con mayor desinhibición. Los gastos de defensa se duplican y triplican en buena parte del mundo y, específicamente, entre los actores más involucrados en las disputas geopolíticas. Es difícil imaginar, en el horizonte inmediato, un involucramiento directo de Rusia y China en cualquiera de los conflictos militares activos en Israel, Gaza o Irán, pero no de Estados Unidos, a pesar de que retóricamente Trump ha sido crítico de las dos guerras del Golfo y del intervencionismo militar de Washington.
La revancha antiliberal tiende a ser aislacionista o ajena a cualquier internacionalismo ideológico. Pero como hemos visto recientemente en Rusia, en el conflicto entre India y Pakistán o entre China y Taiwán, muy fácilmente el revanchismo puede cruzar la línea soberanista y abrir un flanco de expansionismo regional. Para todas las democracias del mundo, estén donde estén, el agrietamiento del orden liberal posterior a la Guerra Fría debería ser motivo de una autocrítica profunda y, a la vez, de una reafirmación en sus premisas constitucionales y diplomáticas. ~