Transformar la organización en poder y el poder en organización

  Después de la libertad de actuar solo, la libertad más natural para el hombre es combinar sus esfuerzos con los de sus semejantes y actuar en común […] El derecho de asociación parece casi tan inalienable por naturaleza como la libertad individual. Alexis de Tocqueville, La democracia en América Parece existir cierto consenso en que la primera grieta en la relación de Andrés Manuel López Obrador con algunas organizaciones de la sociedad civil (OSC) puede ubicarse en una fecha específica: el 14 de febrero de 2019; con un acto muy concreto: la publicación de la “Circular uno”, un documento emitido por la Presidencia de la República (sin número de folio), dirigido a su gabinete legal y ampliado, en el que informa: Hemos tomado la decisión de no transferir recursos del presupuesto a ninguna agrupación social, sindical, civil o del movimiento ciudadano, con el propósito de terminar en definitiva con la intermediación que ha originado discrecionalidad, opacidad y corrupción. Todos los apoyos para el bienestar del pueblo se entregarán de manera directa a los beneficiarios. Asimismo, se deberá cumplir con las disposiciones legales para que obras, adquisiciones y servicios se contraten mediante licitaciones y con absoluta transparencia. De acuerdo con Ricardo Antonio Govela Autrey, fundador del Centro Mexicano para la Filantropía y miembro del consejo directivo de CIVICUS, Alianza Mundial para la Participación Ciudadana, el año previo a la emisión de esta circular, el Registro Federal de Organizaciones de la Sociedad Civil (Cluni) tenía 41,692 organizaciones dadas de alta. Ese mismo año el Instituto Nacional de Desarrollo Social, con un presupuesto de 175 millones 500 mil pesos, apoyó a cerca de quinientas de ellas. Esto es: dio recursos al 1.1% de estas organizaciones. “La idea de que estas instituciones han vivido de los recursos del gobierno es una mentira. O se ignora, o hay una mala intención al decirlo.” Hay que hacer, sin embargo, un par de precisiones relativas al malestar, patente e innegable, de AMLO hacia las OSC. Primero, que no comenzó ese 14 de febrero de 2019, sino que es visible a lo largo de su última campaña presidencial. Regresando a las versiones estenográficas de sus mítines y a los comunicados que su propia página web difundía sobre sus recorridos, encuentro que por lo menos desde 2014 algunos de sus discursos van creando y ahondado las diferencias entre una sociedad civil conservadora que avaló todas las fechorías de la mafia en el poder y una sociedad civil buena y verdadera que es “el pueblo” y que tiene cabida en Morena y en su proyecto de nación. ((1 26 de octubre de 2014, palabras de Andrés Manuel López Obrador, presidente del Consejo Nacional de Morena, en la Asamblea Nacional celebrada en el Zócalo de la Ciudad de México: “[…] Muchos de los que llamaron a no votar, o encubren su vocación conservadora en la sociedad civil, tratan de involucrarnos para hacer creer que todos somos iguales. Se equivocan, nosotros no somos iguales. No somos corruptos […]”. 25 de mayo de…
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Después de la libertad de actuar solo, la libertad más natural para el hombre es combinar sus esfuerzos con los de sus semejantes y actuar en común […] El derecho de asociación parece casi tan inalienable por naturaleza como la libertad individual.

Alexis de Tocqueville, La democracia en América

Parece existir cierto consenso en que la primera grieta en la relación de Andrés Manuel López Obrador con algunas organizaciones de la sociedad civil (OSC) puede ubicarse en una fecha específica: el 14 de febrero de 2019; con un acto muy concreto: la publicación de la “Circular uno”, un documento emitido por la Presidencia de la República (sin número de folio), dirigido a su gabinete legal y ampliado, en el que informa:

Hemos tomado la decisión de no transferir recursos del presupuesto a ninguna agrupación social, sindical, civil o del movimiento ciudadano, con el propósito de terminar en definitiva con la intermediación que ha originado discrecionalidad, opacidad y corrupción.

Todos los apoyos para el bienestar del pueblo se entregarán de manera directa a los beneficiarios. Asimismo, se deberá cumplir con las disposiciones legales para que obras, adquisiciones y servicios se contraten mediante licitaciones y con absoluta transparencia.

De acuerdo con Ricardo Antonio Govela Autrey, fundador del Centro Mexicano para la Filantropía y miembro del consejo directivo de CIVICUS, Alianza Mundial para la Participación Ciudadana, el año previo a la emisión de esta circular, el Registro Federal de Organizaciones de la Sociedad Civil (Cluni) tenía 41,692 organizaciones dadas de alta. Ese mismo año el Instituto Nacional de Desarrollo Social, con un presupuesto de 175 millones 500 mil pesos, apoyó a cerca de quinientas de ellas. Esto es: dio recursos al 1.1% de estas organizaciones. “La idea de que estas instituciones han vivido de los recursos del gobierno es una mentira. O se ignora, o hay una mala intención al decirlo.”

Hay que hacer, sin embargo, un par de precisiones relativas al malestar, patente e innegable, de AMLO hacia las OSC. Primero, que no comenzó ese 14 de febrero de 2019, sino que es visible a lo largo de su última campaña presidencial. Regresando a las versiones estenográficas de sus mítines y a los comunicados que su propia página web difundía sobre sus recorridos, encuentro que por lo menos desde 2014 algunos de sus discursos van creando y ahondado las diferencias entre una sociedad civil conservadora que avaló todas las fechorías de la mafia en el poder y una sociedad civil buena y verdadera que es “el pueblo” y que tiene cabida en Morena y en su proyecto de nación.

((1 26 de octubre de 2014, palabras de Andrés Manuel López Obrador, presidente del Consejo Nacional de Morena, en la Asamblea Nacional celebrada en el Zócalo de la Ciudad de México: “[…] Muchos de los que llamaron a no votar, o encubren su vocación conservadora en la sociedad civil, tratan de involucrarnos para hacer creer que todos somos iguales. Se equivocan, nosotros no somos iguales. No somos corruptos […]”.

25 de mayo de 2017, entrevista con Carmen Aristegui: “Esos de la llamada sociedad civil que dicen que todos son iguales lo que buscan es mantener al régimen. Son, te va a parecer increíble, pero son muy conservadores, porque uno no debe de quedarse solo en el análisis de la realidad, hay que transformar la realidad.”

26 de octubre de 2017, en Navolato, Sinaloa: “Yo pienso que se debe de hacer una muy buena propuesta, también no hay que aceptar el engaño de los que se disfrazan de independientes o de miembros de la sociedad civil, cuando están en realidad al servicio de la mafia del poder.”
 
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 Y segundo, que la enorme habilidad de AMLO tejiendo “redes ciudadanas” ha sido mayormente para perseguir fines electorales, sus fines electorales. En abril de 2019 durante el foro “El futuro de la sociedad civil en México”, organizado por el Instituto Belisario Domínguez, Rafael Reygadas Robles Gil, fundador de Alianza Cívica, se preguntaba: ¿Cómo había pasado el gobierno de la cercanía con las OSC a la censura general de las mismas? Y en sus ejemplos de cercanía (cuando López Obrador encabezó el Éxodo por la Democracia en 1988; en 1995 cuando guio la Caravana por la Democracia y en noviembre de 2004 con la creación del Comité Promotor de las Redes Ciudadanas en favor del Proyecto Alternativo de Nación) estaba contenida la respuesta.

No romantizar el pasado

En nuestra incipiente vida democrática, las relaciones entre gobierno y sociedad civil nunca han sido particularmente fáciles, menos si entendemos la participación ciudadana como un mecanismo para monitorear, encauzar y moderar el poder del gobierno. Participamos, dice Mauricio Merino, “para corregir los defectos de la representación política que supone la democracia, pero también para influir en las decisiones de quienes nos representan y para asegurar que esas decisiones realmente obedezcan a las demandas, las carencias y las expectativas de los distintos grupos que integran una nación. La representación es un término insuficiente para darle vida a la democracia.”

(( Mauricio Merino en “La participación ciudadana en la democracia”, Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática.
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La participación ciudadana y la representación política se necesitan mutuamente para darle significado a la democracia. Pero construir esos puentes de interlocución es una tarea constante y un perpetuo aprendizaje, tanto de un gobierno que sigue priorizando el acercamiento con la sociedad a través de mecanismos clientelares y relaciones de dependencia, como de una sociedad civil que –como ha dicho Marshall Ganz, profesor de organización cívica y liderazgo en la Universidad de Harvard– tiene que desarrollar “el conocimiento para combinar prácticas de liderazgo, aprender a transformar los intereses individuales en intereses comunes, construir lazos de solidaridad y adquirir habilidades de autodeterminación democrática y gobernanza, incluida la deliberación, la toma de decisiones, la rendición de cuentas y la elaboración y adopción de estrategias para incidir en lo público”.

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Marshall Ganz y Art Reyes III en “Reclaiming civil society”, Stanford Social Innovation Review.
 
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El rol que jugamos en este tablero no es estático. En ocasiones desempeñamos un papel “pasivo” como ciudadanos (para lo que de cualquier manera necesitamos información sobre cómo resolver problemas cotidianos a través de la capacidad del Estado), otras tantas somos ciudadanos “activos y participativos” (nos organizamos para proponer soluciones, exigir que se cumplan los derechos o cubrir algunas ausencias del Estado) y otras veces jugamos el rol de representantes, y esa experiencia compartida y dinámica es la que enriquece la vida democrática. Para comprender cómo funciona la relación recíproca entre la sociedad civil y la política representativa platiqué con Luis F. Fernández y Tania Espinosa.

Luis F. Fernández: de la sociedad civil a los partidos
De Nosotrxs a la Secretaría Nacional de Movimientos Sociales en Movimiento Ciudadano

La primera vez que uno escucha hablar a Luis es muy difícil no engancharse con su entusiasmo y muy pronto en la conversación uno se da cuenta de que detrás de sus palabras no solo hay motivación, sino una red de interlocución construida a lo largo de años, capacidad de organización, de articulación y sobre todo método.

El primer recuerdo de la memoria política de Luis procede del año 2000. La “transición a la democracia” traía consigo la posibilidad de ser una parte activa en la construcción de esa nueva aventura política que se llamaba democracia. “Desde muy joven me ha gustado organizar y participar, pero fue hasta las elecciones de 2006, que me tocó vivir cursando la licenciatura en ciencia política y relaciones internacionales en el cide, que esa pulsión se politizó rápidamente. Y las primeras preguntas que un grupo de amigos y yo nos hicimos fueron: ¿Por qué la gente no participa en las elecciones? ¿Por qué los que participan lo hacen con información limitada? Y ¿a qué se debe esa distancia que existe entre la sociedad y los temas públicos?”

Lo que Luis quería entender eran los mecanismos para participar en la vida pública. ¿Existen? ¿Cuáles son? ¿Cómo funcionan? ¿A quién te acercas? ¿Qué documento presentas? Y llegaron a una tríada de problemas a resolver: La participación ciudadana se ve limitada por costos de información (no conoces tus derechos, ni a los interlocutores, ni la responsabilidad que tienen cada uno de ellos, etcétera), costos de organización (cómo trabajar en equipo, cómo argumentar y establecer consensos a través del diálogo; y luego del consenso, cómo aterrizarlo en acciones) y costos de vinculación (construir una red de interlocución con tomadores de decisión, medios de comunicación, otras organizaciones).

Todas eran preguntas y respuestas muy académicas, admite Luis durante nuestra conversación. “Un profesor muy querido de la universidad me dijo: ‘cuando estés lleno de teoría te falta práctica, y si en la práctica no encuentras salidas, entonces te falta teoría’. Ahí nos dimos cuenta de que teníamos que pasar a la práctica.” Y así empezó un largo recorrido de tropiezos y aprendizajes que incluyeron la creación de una asociación civil (Participando por México), impartir talleres de formación política, recibir cursos de liderazgos progresistas, capacitar cuadros políticos y juventudes partidistas. “Un gran aprendizaje fue descubrir que los costos de información no solo están del lado de la sociedad, sino de los partidos. Muchos diputados, por ejemplo, prometen cosas que no van a poder cumplir (problemas ultralocales: bacheo, agua potable para tu colonia, drenaje, etc.), muchas veces lo hacen de manera poco ética, pero otras tantas genuinamente no lo saben.”

De esos talleres de formación política pasaron al “Laboratorio de movimientos ciudadanos”, en donde a lo largo de dos años asesoraron a doce grupos de personas que querían resolver problemas públicos, pero no tenían tan claro cómo organizarse, dónde incidir ni cómo aumentar sus recursos económicos. Hoy, dos de los grupos que germinaron en ese laboratorio siguen existiendo como sólidas organizaciones activas de la sociedad civil: Compromiso Universitario por la Salud y Recrea (educación para la sustentabilidad ambiental).

Más adelante y después de un par de proyectos de largo aliento (Mecanismos de participación ciudadana a nivel municipal y Ciudadanocontigo.org) que le permitieron llevar la teoría a la práctica y viceversa, y un escarceo con el proyecto fluminense Meu Rio

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 Meu Rio es una red de acción cuyo objetivo es lograr un Río de Janeiro más justo, inclusivo y participativo; movilizar a las personas para que participen activamente en los procesos de toma de decisiones de la ciudad.
 
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 para abrir una sede en la Ciudad de México, llegó el momento de Nosotrxs, un movimiento que busca reconstruir la democracia desde la ciudadanía y que, a través de la formación y la organización colectiva, defiende y exige los derechos en todo el país. Luis fue uno de los cofundadores y desde su creación el director ejecutivo de la organización.

El objetivo de Nosotrxs era muy claro desde el comienzo, me dice Luis, “ser un movimiento político de exigencia colectiva de derechos. Esto es, fijar agendas compartidas

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Nosotrxs tiene varios colectivos: Reconstrucción transparente, Medicinas para todxs, Trabajadoras del hogar, Sin mortalidad infantil, Partidos transparentes y Construcción sin corrupción, entre otros.
 
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 y exigir activamente el cumplimiento de la ley y el correcto funcionamiento de nuestras instituciones. Sabíamos que necesitábamos formar y organizar una sociedad civil con capacidad de hacer política más allá de las vías electorales, para que enfocara sus recursos y cabeza en problemas públicos complejos y no en ganar elecciones”.

En una democracia la sociedad civil, continúa Luis, “es indispensable porque es un espacio en donde te allegas de información, de cooperación o de alternativas”. Y la sociedad civil es un monitor y un aliado, no condescendiente, del gobierno. A los gobiernos democráticos les conviene que haya grupos de la sociedad civil innovadores (con nuevos enfoques para plantear y resolver problemas) y asistenciales, porque el gobierno no siempre tiene la capacidad de generar inteligencia de información, tejer redes u ofrecer alternativas.

Los puentes vinculantes entre gobierno y sociedad civil deben mantenerse abiertos para que fluya ese tipo de información y de alternativas. Pero ¿qué sucede cuando se cierran esos canales, cuando no hay manera de acercar inteligencia y organización para resolver un problema público, cuando se te desestima como interlocutor?

Cuando las democracias cierran esos espacios, la sociedad empieza a generar dinámicas de tensión, porque se concentran en la narrativa y no en la solución de los problemas públicos. En contrapartida el gobierno se cierra, aun más, ante esas dinámicas y empieza a tomar malas decisiones porque ya no está aceptando ni información ni cooperación ni alternativas.

Por primera vez en todos estos años como sociedad civil, Luis observa que no hay posibilidad de interlocución con los actores políticos y que los problemas públicos han sido relegados o minimizados sin capacidad ni intención del gobierno para resolverlos. “A pesar del desprestigio que enfrentan los partidos políticos por su incapacidad de impulsar agendas, canalizar causas y, sobre todo, de representar de manera efectiva los intereses de las personas, son la mejor vía para construir alternativas de mejores futuros.” Por eso aceptó, desde septiembre de 2020, incorporarse a la Secretaría Nacional de Movimientos Sociales en Movimiento Ciudadano, para articular las alianzas con la ciudadanía en todo el país.

No es un paso fácil, admite, porque la política está muy desprestigiada. Pero aspira a seguir construyendo en colectivo, ahora desde el otro lado de la interlocución.

Tania Espinosa: de los partidos a la sociedad civil
Del PAN a la coordinación para el desarrolllo de América Latina del Programa de Derecho de WIEGO y a la coordinación del proyecto Ciudades Focales de WIEGO en la Ciudad de México

La memoria política de Tania, al igual que la de Luis, se remonta al año 2000. Tania cursaba la preparatoria cuando la coalición Alianza por el Cambio hizo realidad su principal propuesta de campaña: sacar al Partido Revolucionario Institucional de Los Pinos. Ese logro motivó aún más sus ganas de ser parte de los que hacen el cambio. A sus diecisiete años ese deseo se materializaba con el PAN, el partido que había logrado quitarle al PRI el poder que tuvo por más de setenta años.

Una joven e insistente Tania convenció a su padre de que la acompañara a afiliarse a Acción Nacional. Él la llevó de buen ánimo al comité panista de la ahora alcaldía Cuauhtémoc y firmó la carta de autorización (porque ella era menor de edad) para que su hija se anotara como miembro adherente y empezara a participar en las juntas de su Comité Delegacional. “Lo que más me llamó la atención es que en esas juntas no había jóvenes y los temas que se trataban no eran necesariamente de la agenda política nacional, había temas muy locales o solo informativos o muy prácticos.” Pero pronto salió la oportunidad de participar en la campaña de Miguel Ángel Toscano, quien contendió por una diputación federal por el distrito 21, en Álvaro Obregón. Los recorridos de campaña le dieron no solo su primer bautizo de realidad sino que fueron, como lo descubriría a la postre, los que sentaron las bases de su profundo interés por los derechos humanos.

La campaña fue un éxito (su candidato ganó la curul) y eso la motivó a formalizar su relación partidista: se volvió un miembro activo. Aprobado el examen y acreditada la entrevista que, por lo menos en ese entonces, exigía el PAN, sus pininos como militante con pleno derecho fueron en “la juvenil” (secretaría juvenil) de su alcandía, en donde Tania se hizo cargo de la cartera de enlace legislativo, esto es, buscando legisladores para que hablaran, frente a su grupo, de la labor que se llevaba a cabo en el Congreso.

La experiencia en “la juvenil” fue enriquecedora y diversa, me cuenta por Zoom. “La concepción que yo tenía del PAN en ese entonces empataba con lo que mi yo universitario empezaba a buscar: dar voz a los ciudadanos, ayudar a las personas más desventajadas, entrarle al tema de la justicia.” Hacia el cuarto semestre de la universidad, tras una clase de derechos de las mujeres, su interés por los derechos humanos fue haciéndose más claro. “A partir de ese momento mi vida partidista empezó a correr de manera paralela a mi formación en derechos humanos. En el PAN, a pesar de ser un partido humanista de acuerdo con sus principios fundacionales, nadie hablaba de derechos humanos como tales, pero yo ya había decidido que iba a ser una experta en el tema para, precisamente, impulsar y abanderar esa agenda desde el PAN.

A esa decisión le siguieron una serie de trabajos (en la Secretaría de Gobernación, en la Universidad Iberoamericana, en el Conapred) y diversos cursos sobre derecho internacional y derechos humanos. “Para mí tenía todo el sentido empatar mi vocación, mi profesión, en derechos humanos con el partido. Yo veía en el partido una vía para poder ser diputada o subsecretaria y desde ahí avanzar la agenda de derechos humanos.”

En 2012 llegó una nueva oportunidad: competir por el distrito 10 (ahora 9) del entonces Distrito Federal. “Eso transformó mi vida, mi apreciación de la ciudad, aprendí sobre mí, sobre mi ceguera de la realidad cotidiana, y transformó la manera en que entendía la política: ¿Cómo le íbamos a hacer para representar a todos, si el partido solo estaba enfocado en entender y entablar comunicación con ciertos sectores de la sociedad?” Esa campaña fue para Tania el fin de la romantización de la política. “La gente me decía: ¿Y usted cómo me va a ayudar, en mi casa, en mi calle? ¿Qué va a hacer por mí mañana? Y mientras los otros candidatos resolvían necesidades inmediatas con una lámina o un tinaco, me di cuenta de que la política, como yo la entendía, no podía hacer nada en el corto plazo por esas personas.” La política a nivel de calle es gestoría y son los gestores los que empiezan a crecer políticamente en la medida en que pueden dar salida a las necesidades cotidianas. Pero esa política-gestoría, en donde hay más espacio para la corrupción y la discrecionalidad, es la que quita recursos y organización para atender los problemas estructurales. ¿Cómo resolver esos problemas cotidianos sin comprometer la viabilidad de agendas políticas más amplias?

Perder la contienda electoral fue más aleccionador que decepcionante: “Entendí cómo funciona el pragmatismo político en campaña, pero al mismo tiempo me recargó la pila para buscar vías de acción que efectivamente ayudaran a resolver los problemas cotidianos.” Con esas lecciones aún dándole vueltas en la cabeza, se fue a cursar una maestría y se prometió a sí misma resolver, por lo menos desde su tesis de grado, uno de los problemas más acuciantes que había escuchado a lo largo de su campaña: la recolección de basura. Su investigación arrojó hallazgos importantes relacionados con la informalidad en la que operan los recolectores de basura y cómo esta vulnerabilidad laboral impacta en el servicio de recolección de colonias de bajos ingresos.

En 2015 decidió contender una vez más, por la vía plurinominal. El proceso fue agotador y mostró nuevamente el difícil equilibrio entre pragmatismo y sentido ideológico de la vida partidista. Tania tiene claro que hay que ganar posiciones para que los partidos y los gobiernos puedan tomar mejores decisiones, pero a veces para lograr esas posiciones se pierde el rumbo y se vive la lucha más descarnada y descarada por el poder. A esa realidad se sumaron una serie de “disociaciones ideológicas” con el tema de los derechos de las mujeres que la llevaron a cuestionarse su permanencia en el partido en el que había militado durante años.

Poco después de esta segunda campaña, Tania llegó a WIEGO, una red global enfocada en garantizar los medios de sustento de los trabajadores pobres, especialmente las mujeres, en la economía informal. “Desde aquí puedo combinar la acción política con las bases (con los trabajadores informales de recolección de basura, organilleros, aseadores de calzado, trabajadoras del hogar, por ejemplo) y la elaboración de propuestas de política pública. Me di cuenta de que hay otras trincheras para incidir políticamente. Lo que no quiere decir que haya marcado un punto final en mi vida con los partidos. Me sigue pareciendo fundamental participar políticamente, ahora lo hago desde la sociedad civil, pero no descarto volver a hacerlo desde un partido político. Los partidos políticos son esenciales y debe haber cada vez más personas con convicciones dentro de ellos para que las cosas cambien.”

Las historias de Tania y Luis ilustran cómo la sociedad civil y la vida partidista no están en las antípodas, ¡todo lo contrario!, se necesitan mutuamente. Sus recorridos de ida y vuelta muestran la importancia de esos vasos vinculantes y experiencias cruzadas. Tania lleva la “sabiduría política” que aprendió en su vida como militante de un partido al trabajo de la sociedad civil y Luis lleva al partido la capacidad de colocar el interés colectivo por encima de los intereses políticos personales (que suelen avasallar las convicciones en una elección).

No es una ecuación sencilla y, más relevante aún, no se termina ahí. Se sabe que la participación ciudadana no se agota en las urnas y que una vez votados los representantes toca a la sociedad civil encauzar y monitorear el poder público. Para Khemvirg Puente, especialista en asuntos parlamentarios, estos controles y monitoreos son mecanismos de reforzamiento de la propia democracia. “No equivalen al aniquilamiento de las instituciones, sino a dotarlas de mayor legitimidad. Los contrapoderes de la sociedad no buscan eliminar mecanismos representativos, sino hacer significativo el modelo representativo y hacer compatibles la representación y la participación directa de los ciudadanos y los colectivos.”

Khemvirg ha estudiado a detalle los mecanismos de participación ciudadana en la actividad legislativa en general y en cómo el Congreso mexicano, en particular, ha tenido que ir abriendo espacios para hacer a los ciudadanos partícipes del proceso legislativo. El Congreso históricamente tenía una ventanilla dedicada a recibir peticiones ciudadanas: el Comité de Información, Gestoría y Quejas de la Cámara de Diputados –ya el nombre habla por sí mismo de cómo se percibía la participación ciudadana en el poder legislativo–. Pero es a partir de la LVII legislatura (septiembre 1997-agosto 2000), cuando el PRI pierde la mayoría en esta cámara, que las audiencias públicas empiezan a volverse una constante. Y esto no es casualidad, sino parte de un proceso de diversidad y pluralidad política que también trajo consigo la conformación de distintas organizaciones de la sociedad civil con capacidad de movilización e interlocución con diversos actores políticos. Estos son también los años de la creación de los consejos ciudadanos y los consejos consultivos integrados por la sociedad civil. Con esto queda de manifiesto “un reconocimiento por parte de las autoridades del Estado de que hay un amplio sector de la ciudadanía que no está siendo tomado en cuenta y que es necesario incorporar a la toma de decisiones, porque de otra forma empiezan a perder legitimidad las propias decisiones del Estado mexicano”.

De acuerdo con Khemvirg, una de las más importantes reformas al Congreso ha sido la idea del parlamento abierto como una nueva forma de interacción entre representantes y representados, en donde “el ciudadano es el centro de las decisiones parlamentarias, pero no sustituye la noción de representación política”. La responsabilidad de la representación y de las decisiones legislativas siempre recaerá sobre los congresistas, quienes pueden votar en contra de los argumentos esgrimidos por la sociedad civil en una audiencia pública. Lo que sí tienen que hacer los legisladores es informar, explicar y justificar las decisiones que toman.

Después de escuchar esto, y aunque llevo semanas leyendo y entrevistando a personas cuya primera lección aprendida fue “no romantices el ejercicio de ningún tipo de política”, le pregunto, un tanto decepcionada: ¿Qué sentido tiene participar en un parlamento abierto en donde no hay datos ni argumentos vinculantes? Y la respuesta es una breve pero poderosa lección de civismo político: “Un parlamento abierto promueve algo más que la participación ciudadana: promueve el compromiso, que es mucho más que solo participar. Se trata de colaborar, de construir de manera conjunta y de firmar un compromiso colectivo.”

Este año México no solo tendrá el proceso electoral más grande de su historia (se elegirán representantes para alrededor de 21,000 cargos de elección popular), sino que sucederá en medio de una pandemia que ha centralizado y opacado, aun más, las decisiones del gobierno. Estamos ante la oportunidad de hacer que nuestro voto sea, no a favor de un gestor político sino de un interlocutor y una agenda política. Elijamos nuestros temas, nuestras trincheras y votemos por quienes se comprometan a cumplirlas e implementarlas. Y una vez que hayamos votado a esos representantes exijamos y hagamos efectiva, sin descanso, esa interlocución para, en colectivo, resolver los problemas públicos. Un primer paso, modesto y titánico a la vez, sería lograr un verdadero parlamento abierto, como lo entiende Khemvirg, uno en el que “las puertas de la legislatura se abran desde fuera, que las pueda abrir cualquier persona interesada en los asuntos que se discuten y que no dependa de la voluntad de quienes controlan la actividad parlamentaria”. Hacer política ciudadana para abrir las puertas desde fuera y no esperar a que nos abran. ~

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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