Cervantes o de la sabiduría

Este fragmento de un ensayo sobre la locura de don Quijote fue publicado en el número 35 de Vuelta, en octubre de 1979. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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Cuando, a pocos días de su muerte, Cervantes dedica Los trabajos de Persiles y Sigismunda a don Pedro Fernández de Castro, escribe: “Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de vuesa Excelencia… Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa vuesa Excelencia este mi deseo.” En el prólogo al Persiles, Cervantes cuenta, con humor melancólico y aceptación resignada, cómo se iba cabalgando lentamente en su rocín “pasilargo”. Se encuentra con un estudiante que, al reconocerlo, lo llena de elogios. Responde Cervantes: “Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra, y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.” Llegados a la puerta de Toledo, dice: “¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!” Sancho dirá al final del Quijote: “Verdaderamente se muere Alonso Quijano el Bueno.”

La vida es, en efecto, muerte: la muerte es, también, vida. Vivir puede ser, además, sobrevivir –muerte y supervivencia–. Vivir entraña sabiduría en el curso de la vida y acaso, sobre todo, ante la muerte. Paso a la vida y a la más vida.

Una ojeada superficial podría denunciar dispersión cuando vemos la variedad de obras que escribió Cervantes. No parece que el mismo hombre sea el que escribe una novela pastoril inacabada como la Galatea y esta novela nada ejemplar, rápida y violenta que se llama Rinconete y Cortadillo. Tampoco parecen escritas por el mismo hombre esta extraordinaria y poco leída novela de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, las locuras del Licenciado Vidriera, los Entremeses, las Comedias o el Viaje del Parnaso.

Estas observaciones preliminares podrían ser ociosas si no fuera porque muchos comentaristas cervantinos han interpretado a Cervantes de manera parcial. Para unos, Cervantes es sobre todo un idealista –en el sentido de tener ideales–; para otros es un naturalista. La verdad es que Cervantes es ambas cosas. Ni el Persiles es una novela puramente “bizantina” ni los entremeses son puramente realistas. Ciertamente algunas obras de Cervantes se inclinan más hacia lo que llamaré “idílico”, mientras que otras se acercan a un realismo que puede llegar a ser descarnado. Una obra –naturalmente, el Quijote– reúne todos los aspectos de Cervantes. Decir que Cervantes es, en casi todas sus obras, un genio parecería baladí; no lo es porque el genio de Cervantes es cosa rara y escasa: genio con sentido común.

En don Quijote, en Sancho, está presente Cervantes con su sabiduría. Pero ¿qué es sabiduría?; más específicamente: ¿cuál es la sabiduría que Cervantes propone acaso sin querer proponérselo? La respuesta a esta pregunta tendrá que darse por sí misma si analizamos: 1) la locura de don Quijote; 2) la idea de aventura (ventura y desventura) del caballero andante; 3) la caballería del caballero relacionada a la ausencia-presencia de la Edad de Oro; 4) las virtudes humanas y nuevamente la sabiduría que manifestaban las frases iniciales del Persiles, ahora en boca de Alonso Quijano el Bueno.

La sabiduría cervantina es varia: es la de los consejos y exhortaciones a Sancho, es –en parte irónicamente– la que se encuentra en la descripción de la “ciencia” caballeresca; es, sobre todo, la de la búsqueda de esta Edad de Oro que acaso sea el trasfondo de todas las aventuras de don Quijote. Se encuentra también en la relación Sancho-don Quijote. Naturalmente uno es el amo y el otro el escudero; ambos son antihéroes: don Quijote en su locura; Sancho en su condición de hombre práctico, con los pies en la tierra y los proverbios en la boca. ¿Antihéroes? Sí en el sentido común y corriente de la palabra; no, si por héroe entendemos al hombre capaz de querer transformar la realidad y regresarla a sus orígenes dorados.

¿Insensato don Quijote? Lleno de ideales sin duda, pero ideales que tienen que ver con el sentido común porque es verdad que sin amistad no hay vida y es verdad que sin amor hay muerte. Dentro del texto del Quijote, Cervantes dice, irónicamente, “amigo mío este Cervantes”. Ironía, con todo, que tiene un sentido que acaso el mismo Cervantes no le quiso dar: la amistad hacia los otros empieza con la amistad hacia uno mismo.

La sabiduría cervantina y quijotesca es de orden vital. Por eso se alía a un hondo amor, una profunda amistad hacia la libertad. ~

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(Barcelona, 1924-Ciudad de México, 2017) fue un filósofo y poeta de
origen español. Algunas de sus obras más conocidas son Palabra y silencio (1964), Mito y poesía (1964), Poesía y conocimiento (1979) y Lugares del tiempo (2002)


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