Champions League: Voces de la Final

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La noche de la pulga (y otras historias)

Una de las historias dice que la final de la Champions ha demostrado una sola cosa: que Ronaldo no es el mejor futbolista del mundo. Otra, reivindica el sitio para la Pulga Atómica que no había tenido hasta ahora ocasión de ser desequilibrante en un partido crucial. Alguien más le da el partido a Puyol, el Cavernícola, el guerrero infatigable, o mejor, a ese animal bicéfalo Xavi-Iniesta que sabe dominar todo el terreno desde el medio campo. Lo cierto es que detrás de todas esas historias, detrás de las enormes expectativas que giraban alrededor del Gran Trébol de la increíble victoria (Liga-Copa-Champions); detrás del poco despliegue físico de un Manchester que parecía jugar en ralenti, un poco fofo y pegado al piso, un Manchester diezmado por una maquinaria que lo acechaba desde todos los flancos y no lo dejaba ni pensar; detrás de la historia meteórica, casi inverosímil, de Pep Guardiola quien hace apenas tres años era jugador en un oscuro equipo mexicano ahora en segunda división; detrás de todo eso y de los millones de dólares invertidos en el futbol bursátil, donde los jugadores pasan a ser los activos de empresas colosales, anoche crecía secretamente otra historia: el enfrentamiento entre dos actitudes ante el futbol. De un lado, el juego físico, de largos despliegues y estrategia cuadriculada, un futbol ofensivo, pero rígido en su fórmula, sin salidas de tono ni riesgo ni inventiva, un futbol encarnado en el rictus de Ronaldo o en ese cuello altivo, un poco caballudo y siempre tenso, se diría incluso contracturado, de tanto cuidar su propia imagen. Es el futbol del culto a las estrellas (Beckham antes de Ronaldo), las declaraciones sobradas y la atomización en el terreno de juego. Y del otro lado, un futbol orgánico, inteligente, coral y lleno de creatividad, es decir, disciplinado pero abierto a la exploración de las rutas más insólitas. Nada peor para el Manchester que ver cómo un jugador al que todos llevan dos o tres cabezas, ¡una pulga!, los aplasta justo con un cabezazo perfecto. En el Barça todo mundo defiende, Messi incluido, y todos pueden llegar a línea de fondo, porque en su juego el terreno se vuelve extraordinariamente flexible. Se trata de un futbol de conjunto que no sacrifica la invención por la eficiencia, donde Eto’o o Messi no existen como figuras sino como notas de una partitura donde también suenan Busquets o Abidal, y donde la melena cavernícola de Puyol hace recordar el grito de ataque de alguna tribu ultrarresistente: cuuuuleeeé, cuuuleeeé, uuuuleee, uuunamm, uuunaaammm, goooooya, ooo uuu mmm… Es una lástima que no se trate de las mismas huestes.

– Vivian Abenshushan

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Mozart y el triplete

Con el Barcelona que ha conquistado la Liga de Campeones de Europa, pasa algo parecido a lo que sucedía en la obra del compositor Wolfgang Amadeus Mozart: no sólo sorprende la perfección, sino también la facilidad con la que se consigue ese virtuoso hacer.

Cual perfecta partitura en la que no fue necesario tachar, corregir o retomar, este equipo de futbol ha hecho algo sin precedentes para el futbol español y, además, permitiendo pensar que lo logró de manera fácil: metió seis goles al segundo clasificado en la liga ibérica (el Madrid), anotó otros cuatro en la final de la Copa el Rey (al Athletic) y ahora se impuso caminando, sin prestar la pelota, sin caer en la mínima tensión, al Manchester United.

Será muy difícil que otro club alcance esas dimensiones manifestando tan poco esfuerzo; quizá como dijo Joseph Haydn cuando murió Mozart: “la posteridad no volverá a ver tal talento en 100 años”.

– Alberto Lati

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Ahora ganó la maestría

Muchas voces sucumbirán ahora en la tentación de politizar el triunfo del Barcelona. Caerán incluso en la necedad de hablar del triunfo de una identidad, recordarán mitos de la historia y se sentirán dueños efímeros de una realidad que nunca ha sido la suya. Yo no. El Barcelona ganó cada torneo que peleó porque lo merecía y, si bien muchos, justamente, exaltarán a Messi, a los goles de Eto’o, y demás, me parece que no es de ellos de quien se debe hablar.

El Barcelona dominó el partido de la final cuando Xavi e Iniesta lo quisieron. Hilvanaron el juego y crearon el marcador. El primer gol lo hizo Iniesta, aunque Etoo lo anotó. El segundo, Xavi la templó, lejos del defensa y justo para Messi. Con los giros inesperados y el balón cocido a los zapatos, olvidamos que Iniesta estaba lesionado. Cuando cambiaba de ritmo, el Barça lo hacía con él. Xavi volvió a dar otra lección, la del apoyo, la del toque con criterio, la del control de la cancha. Pudo hacer su gol, pero se atravesó el poste. Si añadimos el triunfo en la Eurocopa, hace un año, lo ganaron todo. Ambos maestros nos recordaron la importancia, siempre, en el campo y en la vida, de dominar bien la media cancha. No son las portadas de las revistas, sólo los mejores jugadores del momento.

Bien dice Guardiola que sin el talento de estos jugadores él no sería nada. Es cierto, pero este triunfo hay que dedicarlo al tipo serio, meticuloso y buen animal de futbol, Pep Guardiola. Un personaje que ahora, con un juego que siempre respetó al público y al balón, recibe el justo premio. Acusado de dopaje en Italia, luego de salvar al Brescia de caer a la segunda división, peleó para que su nombre no quedara manchado. Tuvo que terminar su carrera en Qatar y en México donde no pudo ayudar a los Dorados de Sinaloa, y dijo que el torneo mexicano estaba mal organizado. Antes de regresar a España, los medios mexicanos lo atacaron e, incluso, lo acusaron -México lindo y querido-, que venía como cartucho quemado a robarse el dinero. Pero quien respeta el juego, será respetado por él. Guardiola no prometió títulos, sólo buen juego; hoy, efectivamente, ganó cada torneo en el que participó.

– Carlos Azar

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Una cerveza, un platito con limones y los espectadores de un partido

Una de la tarde en la ciudad de México y, sin embargo, todas las oficinas están vacías. ¿Por qué? Porque hay fútbol.

Supongamos que se puede elegir. Elegir entre la oficina –las llamadas de siempre, los pendientes de siempre, el aroma de las fotocopias, la computadora vecina, cuya imagen de fondo presenta al sobrino disfrazado de Bob Esponja– y ver la final de la Champions, el Barça contra el Manchester United. Es la una de la tarde, no hay nada que elegir.

Fui a cuatro cantinas antes de poder encontrar un lugar frente a una televisión. Decir que estaban a reventar es decirlo de una forma modesta. No es que haya encontrado lugar en el quinto intento, pero unos amigos previsores en materia de cantinas y fútbol tenían un asiento reservado para mí. Falta media hora para que comience el juego y una hora para que un mesero lleve, finalmente, un platito con limones. Una cantina rebasada, llena. Apostamos. Empieza el partido.

Al minuto nueve voy al baño. ¿Y qué pasa? Escucho aplausos, gritos, golpes sobre las mesas, matracas. Desasosiego fugaz. Pronto salgo, me entero. Eto’o favorece mi apuesta. Lo que ocurrió entre el primer gol y el segundo en ese lugar, entre tanta gente, tanto ruido, tantos comentarios, eran dignos de atención. Ser espectador de los espectadores, a veces, habla más de aquello que observan. A nuestra mesa se colaban frases que negociaban lo que debían hacer los jugadores. Un hombre en mangas de camisa, cuyos botones podían saltar en cualquier momento, dictaba directamente a los jugadores en la pantalla hacia dónde correr. Pasearon frases que decían más de las vidas de los comensales que una posible biografía: “Después de estos tlacoyos ya no vuelvo a pedir pizzas de Domino’s a la oficina, son malísimas.” O ésta de una mesa contigua, proveniente de una mujer: “Ronaldo está derrotado, pero yo le doy sus trillizos.” El partido continuaba en los televisores como el fraseo: “Puro balonazo jodido, ya metan un gol”. En la repetición del gol, desde la perspectiva aérea, un feligrés compartió: “Así vio Dios ese gol.” En fin. Pude recolectar, tal vez, otras frases que aterrizaron en la mesa, tantas como las corcholatas de cerveza que quedan al final de un partido. Frases que surgen de la necesidad de expresar las opiniones, la necesidad de decir lo que, como espectadores, pensamos. Me gusta pensar que unas palabras de Roland Barthes, a propósito del fútbol, celebran esto sin matracas: “Aquí mirar no solamente es vivir, sufrir, esperar y comprender, sino que es también, y sobre todo, decirlo con la voz, con el gesto, con la cara: es manifestarlo ante el mundo entero. En una palabra, es comunicar.”

– Brenda Lozano

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Elogio de Puyol

Cuando se escriba la historia de la final de la Copa de Campeones de Europa que hoy ganó el mejor Barcelona que se recuerde, los nombres que brillarán serán los de Messi y Xavi, los dos genios del futbol creativo que firmaron su ingreso al panteón de los grandes con el gol más improbable: el remate de cabeza, entre cuatro torres inglesas, de un hombre al que le dicen la Pulga. Yo, sin embargo, me quedo, desde ahora, con otro héroe de Roma. Carles Puyol demostró hoy que la gloria en el futbol no está sólo en el despliegue ofensivo. Siempre he pensado que a este deporte debe mirársele de atrás hacia delante. Así lo jugaba Beckenbauer y así, también, lo jugaba Cruyff, el precursor de este Barcelona. Si esto es verdad, es en Puyol donde comienza el juego del mejor equipo que haya visto el fútbol mundial al menos desde la Argentina de Maradona. En Roma, a Puyol le agradecí su pundonor. Pero, sobre todo, le agradecí su seriedad. Puyol le demostró hoy a Cristinano Ronaldo –su contraparte perfecto– que, en el futbol, hace falta más que coreografías de puntitas y bronceados perfectos. Aunque resulte curioso para un deporte de conjunto, en el futbol se gana con estoicismo. Hace unas semanas, Miguel España, quizá el mejor medio de contención de la historia moderna del futbol mexicano, me platicaba de sus partidos contra Maradona. “Lo que era asombroso en Maradona”, me dijo España, “es que no se quejaba. Nosotros le pegábamos una y otra vez. Patada, y al suelo. Maradona no gritaba. Sólo se sacudía, se ponía de pie y la pedía otra vez”. Ese Maradona hubiera caído bien en este Barcelona. Y le hubiera aplaudido a Carles Puyol, el auténtico gigante de la máquina virtuosa catalana.

– León Krauze

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El gol está en otra parte

Dos obligaciones marcaron el inicio de este día en que el Barça finalmente se hizo con el triplete mágico: Liga, Copa del Rey y Liga de Campeones. Primero, levantarse temprano, mantener el ayuno e ir a dejar una muestra de sangre a partir de la cual en veinticuatro horas obtendré mi perfil tiroideo. Y segundo, sacar el viejo jersey azulgrana del cajón y asistir a la esperada y merecida victoria de mi equipo. No hay razón para la queja. Ambos asuntos se cumplieron cabalmente. No discuto el triunfo del Barça como tampoco objeté esta mañana la aguja y el pinchazo. No hay mucho qué agregar. El Barça dominó el partido y dejó sin juego al Manchester. Ronaldo fue inteligentemente desactivado por la defensa azulgrana y Rooney –bueno, Rooney quizá deberá pensar en dejar la cerveza y hacerse él también un perfil tiroideo para ver qué pasa. Ni qué decir del gol de Messi: brincar con los pies echados por delante y la cabeza hacia atrás equivale a ejecutar un salto al revés, una verdadera subversión de las leyes de la física. Mucho más tendrá que agradecerle Lionel a Xavi, quien supo centrar el mejor balón posible en la cabeza encañonada y como soportada en el vacío del argentino.

Y sin embargo, algo le faltó al partido final de la Champions. Algo más que un gol regular y otro supremo, algo más que la habilidosa y estudiada anulación del Manchester en la media cancha por el Barça. Faltó quien mantuviera los despuntes iniciales de Ronaldo; faltaron llegadas temerarias, faltó el mejor futbol de Inglaterra y faltó un mejor rival para el inmejorable equipo azulgrana. De la manera en que transcurrió, la gran final fue lo más parecido a presenciar un partido sin juego pleno, o a tener una vida sin vida. Jorge Valdano, que sabe más, refiriéndose al papel fundamental e intercambiable de los mediocampistas y los delanteros, dijo una vez que los equipos carentes de un enlace creativo están destinados a fracasar. Fue el caso del equipo perdedor, que con su ineptitud entristeció un poco esta gran victoria. Prefiero citar a Valdano tal cual mientras pienso esta histórica victoria del Barça en clave autobiográfica. “Linda conclusión: si falta la imaginación, todo se viene abajo.”

– Bruno H. Piché

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