En el museo: Venado de cola blanca

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Museo Americano de Historia Natural

Su discreción fue lo que me trajo hasta este rincón del museo. El domingo es difícil caminar por el corredor principal del salón de los Mamíferos Norteamericanos. Hay que esquivar a los niños que corren libremente y evitar, en la medida de lo posible, aparecer frente a las cámaras de los visitantes. Suficiente exhibición hay aquí como para aparecer –además- entre las fotografías atarantadas de algún desconocido. La fiereza fija de los osos grizzly y los grandes felinos son los éxitos de taquilla. Les siguen un par de lobos blancos que atraviesan un campo cubierto de nieve en medio de la oscuridad; la luz de la luna simulada por un foco de bajo voltaje muestra el rastro de sus huellas. 

Pero al venado de cola blanca no le interesa competir por la popularidad con sus depredadores, en su caso pasar desapercibido es el signo de la virtud. Detrás del cristal, el bosque. En la escena es otoño y las hojas ya están cambiando de color. Tres ejemplares disecados muestran las formas de la especie debajo de un árbol. Están tan quietos que parecen vivos. El más grande es un macho que observa con los ojos de canicas obscuras hacia este lado. Tiene las patas traseras ligeramente dobladas y los músculos en tensión, como si estuviera listo para escapar del cazador en cualquier momento. A la distancia puede distinguirse a otro grupo de venados pero ellos están pintados en el muro. No corren peligro.

¿Cuánto tiempo pasó, cuántos acontecimientos fueron necesarios para que del craneo de este animal crecieran esos cuernos?

Ahora una familia se detiene frente al diorama. Una niña pequeña se acerca hasta recargar el peso de su cuerpo contra el vidrio. Después observa a la hembra que, con la boca abierta y el cuello estirado, parece alcanzar las hojas que crecen en una de las ramas más bajas del árbol. ¿Está comiendo? Sí, está comiendo, le responden desde atrás sus padres. Con la tranquilidad que da la curiosidad satisfecha continúa su recorrido, ellos la siguen. A la altura de mis rodillas quedó una marca de vaho sobre el cristal.   

De vuelta en el bosque, detrás del macho y de la hembra se esconde un venadito que le da la espalda a los observantes. En el gesto que su cuerpo hace para nosotros, él se está viendo las pezuñas. En el lomo tiene pequeñas manchas y coronando las patas traseras ahí está: la cola blanca.

Entre las ramas del árbol un pájaro a penas se nota. Es ordinario y su tamaño es modesto pero es como si su presencia pusiera la música en esta escena silente que se repite todos los días tras el cristal.

Al pie de este diorama aparece un agradecimiento. En el marco de madera se lee en letras mayúsculas y doradas: Regalo del Sr. y la Sra. Harriman.

 

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Mérida es la mayor ciudad y la capital del estado de Yucatán, también es la capital cultural y financiera de la región. Se trata de una ciudad moderna y cosmopolita, con museos, galerías de arte, restaurantes, tiendas y boutiques. También es uno de los lugares más importantes para experimentar la herencia maya.

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