El discurso de investidura del nuevo presidente de Francia es un buen ejemplo de cómo el poder de la retórica puede utilizarse para construir puentes en sociedades divididas. La retórica “trascendental” tiene lugar cuando un orador apela a emociones y valores superiores que comparten audiencias separadas por cuestiones de política, clase, religión, raza o ideología. El discurso inaugural de Macron es un ejemplo bien logrado de este tipo de retórica. Hay cinco puntos que vale la pena destacar de esta pieza.
Uno, reconoce las emociones del electorado. Un buen discurso parte de un diagnóstico que plantea un problema o desafío, para después ofrecer una solución. Y para conectar con la audiencia, el orador debe apelar a las emociones tanto como a la razón. Macron hace un diagnóstico emocional de la sociedad francesa, y reconoce que sienten incertidumbre y temor: “Desde hace décadas, Francia duda de sí misma, se siente amenazada en su cultura, en su modelo social, en sus creencias básicas”.
Dos, ofrece una solución igualmente emotiva. Para proyectar liderazgo, Macron dice en su discurso que la solución a las dudas de Francia vendrá del fortalecimiento de la confianza nacional. Macron asume que su misión como presidente será: “convencer a las francesas y los franceses de que nuestro país cuenta con todos los recursos para estar a la vanguardia de las naciones. Voy a convencer a los ciudadanos de que el poder de Francia no está disminuyendo, sino que estamos muy cerca de un renacimiento extraordinario, porque tenemos en nuestras manos todos los elementos que construirán a las grandes potencias del siglo XXI”.
Tres, argumenta lógicamente las razones para creer. Además de la emoción, la persuasión necesita argumentos racionales. Y Macron hace gala de argumentos que son el sello de su centrismo político con un discurso que no es ni de derecha ni de izquierda, sino todo lo contrario. Por la derecha, ofrece recuperar la seguridad nacional y –muy sutilmente– promete defender a la República laica del avance del Islam: “Francia será un país seguro, donde se podrá vivir sin miedo, la laicidad republicana será defendida, y se reforzarán nuestras fuerzas del orden, de inteligencia y militares”. Por la izquierda, ofrece protección social a los franceses que se sienten desplazados por la globalización “Los franceses y las francesas que se sienten olvidados por el curso que ha tomado el mundo estarán mejor protegidos. Todo lo que forja nuestra solidaridad nacional será refundado y reinventado”.
Cuatro, ofrece un motivo superior que unifica a la nación. Macron construye un argumento a favor de la necesidad que tiene el mundo de un liderazgo de Francia para defender el orden internacional liberal. “La misión de Francia en el mundo es elevada. Asumiremos nuestras responsabilidades para dar respuesta pertinente a las grandes crisis contemporáneas: la crisis de la migración, el desafío del cambio climático, el abuso de poder, los excesos del capitalismo global, y por supuesto el terrorismo”. Macron se asume aquí, sin decirlo, como un nuevo líder del mundo libre ante el viraje hacia el autoritarismo que está sufriendo Estados Unidos bajo el régimen de Donald Trump.
Quinto, tiene un cierre que llama a la esperanza. Macron lleva a su audiencia por un recorrido histórico al referirse de modo respetuoso al legado de los presidentes de la Quinta República desde DeGaulle hasta Hollande. Pero más que para quedar bien con los expresidentes, el orador busca poner a su periodo al frente del gobierno como un punto de inflexión en la historia, un momento de cambio profundo respecto a las décadas previas. El joven presidente cierra su discurso prometiendo estar a la altura del reto: “Nada debilitará mi determinación, nada me hará renunciar a defender en todo momento y en todo lugar los mejores intereses de Francia. Y, al mismo tiempo, mantendré el constante deseo de reconciliar y reunir a todos los franceses. […] Tengo la profunda convicción de que juntos podemos escribir las páginas más bellas de nuestra historia”.
En suma, con este discurso Macron nos ofrece algunas ideas para responder a una pregunta que recorre el mundo de la comunicación política: ¿cómo contrarrestar el enorme poder persuasivo de la narrativa populista que está poniendo en jaque a las democracias liberales? La respuesta está en definir una misión más grande que el propio país, apelar a los valores compartidos y ofrecer una visión de futuro en la que, sin importar partidos o ideologías, todos tienen cabida. El truco está, desde luego, en encontrar –o crear– al mensajero adecuado en el momento adecuado. Los franceses lo lograron y se salvaron del populismo… por ahora.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.