De no suceder un milagro, el próximo domingo los brasileños tendrán un nuevo presidente que representa una amenaza seria a la democracia, la nación y probablemente al continente americano.
Jair Bolsonaro, un militar retirado que suspira por las épocas en las que Brasil fue una feroz dictadura militar, es racista en un país donde más de la mitad de la población es de raza mixta, negra, asiática o indígena; es un misógino desvergonzado que distingue a las mujeres que violaría en función de su belleza: con las guapas podría ser, con las feas nunca. Es homofóbico a tal extremo que ha dicho que preferiría a su hijo muerto que gay.
Su estilo de liderazgo es familiar y aterrador: Se dice de “mano dura” como Putin, Xi Jinping, o Duterte. Aunque algunos comentaristas le colocan como un eslabón más de una cadena de líderes conservadores como Macri, Piñera o Duque pero para mi esta comparación es completamente disparatada. Las credenciales democráticas de estos tres no admiten similitudes con un militar de tendencia fascista.
También se le ha comparado con líderes mesiánicos que se presentan como salvadores de sus pueblos como Hugo Chávez y Maduro. Más atrevido, Moisés Naím, le ha comparado con el mexicano Andrés Manuel López Obrador. Una comparación que a Peter Hakim, presidente emérito del Diálogo Interamericano le parece “ridícula”. Según Hakim, AMLO es un político con mucha experiencia, no es extremista ni autoritario y cuyo gobierno, me dice, “sospecho que será más de centro que de izquierda”.
Yo también creo que la comparación es desproporcionada aunque no comparto el optimismo de Hakim sobre AMLO. El hecho de que ambos hayan manifestado públicamente su predilección por dictadores del pasado latinoamericano: Bolsonaro admira a Pinochet y AMLO a Fidel Castro, me inquieta.
También es evidente que Bolsonaro se ha esforzado por construirse como una burda imitación de Donald Trump pregonando un nacionalismo ramplón, hablando con desprecio de las instituciones, maltratando a la prensa sensata que no le adula y atacando a los tribunales de justicia con el fin de imponer su estilo personal de gobernar.
Lo cierto es que la imagen del “hombre fuerte” que promete “ley y orden” propuesta por Bolsonaro parece haber convencido por lo menos a la mitad de un electorado polarizado políticamente, enfrascado en una guerra cultural contra la igualdad de género y sexual, que detesta a los partidos políticos tradicionales y se siente inseguro en una sociedad violenta. Los votantes que se inclinaron por Bolsonaro son, en su mayoría, hombres de raza blanca, mayoritariamente evangélicos y con educación universitaria que hoy se han unido en su rechazo a Luiz Inácio Lula da Silva y a su Partido de los Trabajadores.
Del desolador panorama de problemas que enfrenta el país destaco dos íntimamente relacionados: uno económico y el otro político.
El sistema de pensiones es un desastre porque es excesivamente generoso y carece de los fondos necesarios para sostenerlo. No hay límite de edad para el retiro y sus beneficios son incomparablemente más generosos que en el resto de los países del área. Para colmo de males, no solo el sistema brutalmente regresivo en tanto que beneficia más a los ricos que a los pobres, sino que la demografía está en su contra. La población mayor de 65 años se triplicará para 2050. Su déficit presupuestario oscila 8% en 2017 y está tres o cuatro puntos por arriba del promedio proyectado por la OCDE para Latinoamérica. La deuda del sector público ronda el 74% de PIB y el la calificación crediticia del país no es buena lo que aumenta considerablemente el costo de nuevos préstamos.
El problema político es la fragmentación de los partidos en el Congreso. Aunque el PT tendrá el mayor número de diputados, Bolsonaro podría construir una mayoría en coaliciones con otros partidos, un tema que preocupa a Hakim en tanto que “serían alianzas basadas en intereses particulares cuyos objetivos serían obtener puestos y prebendas más que una agenda común de gobierno y esta amalgama de intereses encontrados derivarían en un gobierno volátil, errático y débil”.
Lo que Brasil necesita es un líder capaz de implementar reformas pragmáticas y con una notable habilidad política para poder conciliar posiciones con los principales partidos políticos. Un perfil que le queda enorme a Bolsonaro.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.