El título del nuevo ensayo de Ian Buruma (Holanda, 1951) parece el de una novela policiaca. (Mario Vargas Llosa ya escribió en un artículo en El País que se trataba de “un libro que se lee como una novela de suspenso”.) Pero a diferencia del método detectivesco, en el que la investigación está encaminada a averiguar quién ha cometido el crimen a través de diferentes pistas e hipotéticos móviles, lo que hace Buruma es, una vez conocida la identidad del criminal, tratar de hallar las causas por las que cometió el crimen: el asesinato de Theo van Gogh. Las causas. Debo decir que ese método de trabajo dispara en mí todas las alarmas. Porque cuando el propósito es encontrar las causas, acaban encontrándose. Y cuando se encuentran las causas, se ha dado el primer paso para justificarlas.
Como el motor es la búsqueda de las causas, Ian Buruma realiza desde el principio algunos escamoteos injustificables. El primero, y bastante importante, es su renuncia a reproducir la carta de cinco páginas que Mohamed Bouyeri clavó en el cuerpo de Theo van Gogh después de asesinarlo. No la reproduce. La juzga: “largo e incoherente panfleto”. Y, posteriormente, la glosa: “El tono era de culto a la muerte y estaba redactado con un lenguaje bañado en la sangre de los infieles y los santos mártires. Utilizaba un holandés correcto, pero afectado, lo cual indicaba tal vez la falta de destreza literaria de su autor”.
A diferencia de los textos que todos podemos leer de Ayaan Hirsi Ali, a quien estaba realmente dirigida la carta; o a diferencia de las películas y de los textos de Theo van Gogh que todos podemos leer o ver, el texto fundamental de Bouyeri no lo podemos leer. No estaba destinado a reforzar el debate intelectual sobre la libertad o sobre la conciencia crítica o sobre el islam, sino se trataba de una amenaza: tú serás la siguiente.
En Yo acuso (Galaxia Gutenberg), Ayaan Hirsi Ali se mostraba muy crítica con el islam, pero también enormemente crítica con el multiculturalismo occidental. Para Ayaan Hirsi Ali es una negligencia grave, practicada por las democracias europeas, que se permita a los inmigrantes, y en especial a los musulmanes, que tengan una sociedad con leyes particulares, al margen de las leyes generales de los países de acogida. Esa negligencia favorece la constitución de microteocracias; favorece la marginación, y abandono, de las mujeres; favorece la ignorancia y la falta de educación, o la educación restringida en escuelas islámicas (que, en el caso holandés, son financiadas por el Estado); favorece los problemas laborales; favorece la enfermedad y el irracionalismo… Y hacía algunas propuestas para comenzar a vislumbrar un islamismo crítico (recogidas por Ian Buruma): “Lo que la cultura musulmana necesita son libros, telenovelas, poesía y canciones que muestren qué ocurre en realidad y que sepan burlarse de los preceptos religiosos, como por ejemplo sucede en Costumbres y usos en el Islam o Guía para la educación islámica. El libro Un atisbo del infierno en el que se nos explica lo que nos aguarda en el más allá, podría ser una fantástica parodia adaptada al cine. Tan pronto como aparezca La vida de Brian, con Mahoma en el papel principal, bajo la dirección de un Theo van Gogh árabe, habremos dado un gran paso adelante”.
Opiniones no muy diferentes a las de otro “hereje”, Afshin Ellian: la solución al problema musulmán es un Voltaire musulmán, un Nietzsche musulmán, es decir individuos como “nosotros, los herejes: yo mismo, Salman Rushdie, Ayaan Hirsi Ali”.
Ian Buruma encuentra muchísimas causas. Históricas, sociológicas, psicológicas, psicoanalíticas, económicas, antropológicas, de clase, religiosas, sexuales (la homosexualidad de Pim Fortuyn y el “mercado del sexo” en Amsterdam le sugieren a Ian Buruma reflexiones que me dejaban paralizado). Y las encuentra de muchas maneras. Asesinato en Amsterdam tiene mucho de reportaje periodístico y mucho también de libro de viaje: un libro de viaje en el que Ian Buruma vuelve después de muchos años a su país natal y saca de su interior una buena colección de fantasmas y de “resentimientos”, una palabra que le gusta mucho utilizar en otros. Y el empleo de esa forma literaria ligera, y que le sirve de blindaje, facilita que surjan causas por todos lados: en los testimonios de los personajes con los que se encuentra; en los medios de comunicación o, generalmente de una forma impresionista con un nivel argumentativo bastante peregrino, en sus propias observaciones callejeras. Sobre el pañuelo escribe: “En muchos casos es como si el atuendo religioso se llevara para lucir una moda, o poner de manifiesto una diferencia, al mismo tiempo que constituye un signo de devoción”. ¿Y la coacción? Eso se le pasó por alto a Ian Buruma cuando leyó a Ayaan Hirsi Ali: el brutal sometimiento de la mujer, quizá su más insistente argumento.
Pero más sorpresa me produjo ver cómo la causa que parecía el eje del libro (el islamismo en la sociedad occidental; o, por emplear sus propias palabras en Occidentalismo: “Sin el entendimiento profundo de quienes odian a Occidente no podemos tener la esperanza de impedir que destruyan a la humanidad”) se desvía rápidamente en otra dirección muy distinta: la culpa de las víctimas.
Escribe Ian Buruma: “La guerra entre la Ilustración de Ellian y la yihad de Bouyeri no es un choque claro entre cultura y universalismo, sino entre dos visiones diferentes de lo universal: una visión radicalmente laica y otra radicalmente religiosa. La sociedad radicalmente laica del Amsterdam posterior a la década de 1960, que le parece la tierra prometida a cualquier refugiado con mentalidad sofisticada que huye de la revolución religiosa, resulta inhóspita para el hijo de un inmigrante procedente de las remotas zonas rurales de Marruecos”. ¿Es necesaria una glosa?
Escribe Ian Buruma: “Ayaan Hirsi Ali no podía compararse con Voltaire, porque el filósofo francés había lanzado sus insultos contra la Iglesia Católica, una de las dos instituciones más poderosas de la Francia del siglo xviii, mientras que Ayaan sólo se arriesgaba a ofender a una minoría que ya se sentía vulnerable en el corazón de Europa”. (¡!)
Lo peor de Asesinato en Amsterdam es la sensación de clima bélico que transmite Ian Buruma. En el “Epílogo” del libro, donde cuenta el final de la historia, con Ayaan Hirsi Ali saliendo de Holanda por un problema legal y con Bouyeri condenado a cadena perpetua, deja clara su extraña postura “equidistante”: “[Ayaan Hirsi Ali] inició una guerra, quizá de una manera dogmática, incluso con algo de exceso de celo, pero utilizando siempre como únicas armas sus propias convicciones. El resultado fue una batalla a muerte, en la que al principio se utilizaron sólo las palabras, pero luego aparecieron las balas y los cuchillos”. Desde luego, no fueron Theo van Gogh ni Ayaan Hirsi Ali quienes utilizaron las balas ni los cuchillos. ~
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.