Los expedientes incompletos

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Vicente Alfonso

Huesos de San Lorenzo

Ciudad de México, Tusquets, 2015, 232 pp.

Las familias están rotas. No resulta arduo llegar a esta conclusión: una de las representaciones más repetidas en el arte mexicano de finales del siglo XX y com ienzos del XXI es el de la familia disgregada. No es que se trate de un rasgo privativo del cine y la literatura de este país, inencontrable en otras latitudes. Sin embargo, si tendemos una línea en que resalten –para limitarnos a la ficción literaria– obras como Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sada (1999), Parábolas del silencio, de Eduardo Antonio Parra (2006), Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera (2009), hasta la reciente Huesos de San Lorenzo, de Vicente Alfonso, es posible advertir cómo los lazos nucleares destruidos son algo más que una circunstancia en la vida de los personajes; se han vuelto un principio de la acción dramática y un síntoma inquietante de la visión que está ofreciendo la narrativa sobre esta época y este país.

Hay dos elocuentes nodos que, para el caso de Huesos de San Lorenzo, vale la pena destacar en esta consonancia. En el primero, vemos que la familia se destruye desde adentro, a la manera de un sensible microcosmos en que tienen resonancia los conflictos sociales de un país que, sin haber sido invadido en un siglo, no ha cejado en su labor de aniquilar la paz de sus pobladores. Y dos: los personajes ven de tal modo trastocada su estabilidad que no pueden evadir el ímpetu, o la urgencia, de buscar activamente respuestas, huellas, retazos de historias sobre sus parientes perdidos. La segunda novela de Vicente Alfonso (Torreón, 1977) tiene como protagonista a Remo Ayala, un joven coahuilense que, al lado de su hermano gemelo, crece sin su madre, de quien solo creen conocer la tumba y el nombre. El padre, un juez respetado, los tiene inscritos en una escuela jesuita de donde escapan, adolescentes, para llevar una vida itinerante al lado del mago Gran Padilla. Los ires y venires emocionales son reiterativos en la existencia de Remo, y esa dislocación interior, marcada por la ausencia de la madre y exacerbada por la rivalidad con su hermano, vuelve elusivos sus motivos y sus hechos. En efecto, la gemelidad lo escinde. Hablando de Rómulo, anuncia el joven a su psicólogo en la primera sesión: “Siento como si, más que mi hermano, fuera mi sombra. Como si nadie pudiera verme sin pensar en él.”

Forcejeando de modo inteligente con los límites de la escuela realista, esta narrativa se sostiene en la paradoja de una aspiración inevitablemente contrariada: ¿cómo reconstruir los hechos, cómo conocer “verdaderamente” lo que ocurrió en el pasado, si los testimonios son dispares y huidizos, y los implicados de origen están –como ocurre con tantas historias del México reciente– desaparecidos o muertos? El doctor Albores, quien atendió a Remo por un breve periodo, se encarga de rescatar la historia una vez que los dos gemelos han fallecido: “reconstruir un pasaje a partir de varias fuentes es como rasurarse frente a un espejo roto: las versiones se contraponen en unos detalles y coinciden en otros”, afirma. En algún punto, a pesar de la discordancia de las voces, la recopilación de Albores lleva a Huesos de San Lorenzo a trazar la imagen de un país en que casi todos están en angustiado movimiento buscando rastros de los seres perdidos: las mismas familias, conscientes de su disfuncional y rasgada naturaleza, tienden a la secrecía, la verdad a medias y la impostura, y las instituciones del Estado son incapaces de investigar con pulcritud. “Si lo piensa usted bien, los expedientes siempre están incompletos. Recrear la realidad es imposible, los hechos ocurren y se fugan”, instruye el juez Ayala al psicólogo, en la reiteración de una poética que hace explícita la difícil ventura de la trama.

La novela toma su estructura –caleidoscópica, fragmentaria, dislocada– de la misma experiencia que define a los personajes, tanto la sismicidad emocional de Remo como el impulso, instigado por la culpa, que lleva al doctor Albores a escudriñar en el pantano de las posibles respuestas. Podríamos intentar un resumen de las peripecias, pero esto lo embaraza el propio talante del libro, afincado en la incertidumbre que define, según este acercamiento, a toda ambición de conocer lo real: ¿qué pasó entre los gemelos y Magda en el hotel?, ¿quién provocó la muerte de Rómulo durante el fallido acto de escapismo?, ¿el presunto mensaje que manda Rómulo del más allá es de veras solo un truco de Gran Padilla? No se trata únicamente de un juego formal, pues, dependiendo de cómo interpretemos la secuencia de los hechos, el personaje de Remo parecerá el de un muchacho débil y desorientado o, en la esquina opuesta, el de un asesino de perfil casi psicótico. Al mismo tiempo, en una novela de corte realista, una variedad de sucesos aparentemente irreales pone a los personajes, y a quien lee, en el apuro de distinguir entre la fe y la duda, entre el milagro y la superchería.

Hay que precisar que Huesos de San Lorenzo no se limita a su estructura. Coloca, sí, un pie en esa deriva de audaz experimentación a través de su contradictorio andamiaje, pero también muestra un dominio técnico y una precisión estilística poco vistos en las propuestas experimentales. Por un lado, Huesos de San Lorenzo luce una prosa cristalina y tensa, sustentada en el manejo de la frase corta y un oído afín, en grados ciertamente mesurados, a la plasticidad lingüística de la región. Por otra parte, al no descansar en una trama unitaria y progresiva, la obra sigue una lógica de historias breves, cada una tejida con pautas que exhiben un parentesco con la ficción breve y la crónica, y que en su alternancia y acumulación consiguen un temperamento híbrido, fortalecido por el cariz de una ficción que se apropia de las convenciones realistas tanto como las cuestiona y exhibe en sus insuficiencias. Desvíos, incertezas, historias subsidiarias, sí, pero también trae Huesos de San Lorenzo una variedad de formas textuales: cartas, entrevistas, un artículo de denuncia política, recuentos de aire casi por entero periodístico, la hacen ver como un artefacto literario complejo y desafiante, dotado de una expresiva fluidez y vitalidad. ~

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(Culiacán, 1976) es crítico literario y autor de la novela 'Cartas ajenas' (Ediciones B, 2011).


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