Variaciones sobre la libertad.

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     Vengo leyendo a Eliot Weinberger desde hace casi veinte años. Los primeros ensayos suyos que conocí fueron los publicados en la revista Vuelta, en la que colaboró de manera habitual con textos que mostraban un vasto radio de intereses intelectuales y un estilo inconfundible hecho de precisión y de rara capacidad asociativa e interpretativa. Seguí leyéndolo en otras revistas: la californiana Sulfur y las mexicanas Mandorla, Artes de México o Poesía y Poética. En España, que yo sepa, la primera revista que difundió su trabajo fue Syntaxis, que estuvo bajo mi responsabilidad, y que en 1986 dio a conocer uno de sus más bellos ensayos. Luego vinieron Cuadernos Hispanoamericanos, Letras Libres y otras revistas. En todas y cada una de ellas, el lector atento podía notar inmediatamente que el ensayo, en manos de Eliot Weinberger, adquiría una dimensión peculiar, y que el crítico norteamericano no sólo aportaba temas nuevos, sino también formas nuevas a la todavía joven pero ya nutrida y brillante tradición del género ensayístico.
     ¿Por qué he llamado la atención sobre las revistas? La razón es simple: las revistas han sido el medio en que Weinberger ha puesto en juego su peculiar manera de entender el ensayo crítico. En el siglo xx, y no sólo en el seno de las poéticas de vanguardia, las revistas han representado un campo de pruebas en el que se adelantaban nuevos modos de expresión y se ensayaban —tal vez es inútil subrayar el término— propuestas renovadoras en los diferentes campos de la literatura y de las artes. En el caso de Weinberger, la revista ha sido, en efecto, el medio natural e idóneo para formular nuevas aproximaciones a la historia, la interpretación y la crítica de la cultura. Por su morfología y por su naturaleza, las revistas constituyen el ámbito más propicio para dar a conocer actitudes críticas que, como las de Weinberger, aspiran a reinterpretar los signos de nuestra cultura y a hacer ver, paralelamente, las relaciones a veces secretas o subrepticias que muestran sus principales componentes, y también —no debe olvidarse en su caso— para sugerir contrastes y correspondencias con otras culturas.
     Este apunte preliminar sobre las revistas y sobre su significado en relación con el trabajo de Eliot Weinberger tendría un grave defecto si no mencionase Montemora, la revista dirigida entre 1975 y 1982 por el propio Weinberger. No alcancé a conocerla, pero no me cuesta imaginar su significado y sus contenidos, como no le costará hacerlo a nadie que conozca los libros y artículos del escritor neoyorquino. Entre nosotros ha circulado, por otra parte, su libro Una antología de la poesía norteamericana desde 1950 (1992), que tantos autores dio a conocer en nuestra lengua y que en España, sin embargo —habida cuenta del contexto poético mayoritariamente antimoderno dominante en la península en estos últimos años—, no ha tenido la repercusión que sin duda merece.
     Y ahora nos llega Rastros kármicos. Lo primero que cabe decir es que, ante este libro, el lector debe dejar a un lado ciertos preconceptos sobre el género ensayístico. Es verdad que, desde Montaigne y Bacon, el camino recorrido por el ensayo ha sido largo y que dibuja valles, cimas y paisajes muy diversos, pero aquí estamos lejos incluso de definiciones recientes más o menos canónicas (para referirnos sólo al contexto hispánico, la muy conocida de Ortega y Gasset del ensayo como “la ciencia menos la prueba explícita”). En un tiempo en el que parece haberse generalizado la ruptura de los géneros, el ensayo, que ya desde su origen sufre un problema de indefinición, ha estado llamado a representar, tal vez más aún que cualquier otro género literario, la aludida ruptura. El ensayo, en manos de Weinberger, es la expresión misma de un libre fluir intelectual y crítico que sabe poner el acento en la flexibilidad, la capacidad de imantación y el carácter proteico de esta rica modalidad literaria.
     Rastros kármicos comienza con unas reflexiones sobre la invención moderna de lo arcaico y concluye con una pequeña historia de la esclavitud. Entre esos dos textos, asistimos a un verdadero despliegue de intereses y preocupaciones que van desde las imágenes que la cultura occidental poseía de la India antes de 1492 hasta los curiosos hábitos del roedor llamado farunfer (también conocido, según mis diccionarios, con el nombre de farunfate), pasando por el misionero jesuita en China Matteo Ricci; las extrañas preguntas sin respuesta que, dentro del clásico chino Chu ci, formula su libro Tian wen; el límite de horror absoluto alcanzado en Kampuchea (es decir, la Camboya de Pol Pot); una breve “gramática histórica” de la imagen literaria del tigre; un repaso de los hábitos sexuales de diferentes animales; un examen de la creencia india en la capacidad de los perros para el análisis político; una meditación sobre el mito de la Atlántida; una atrayente descripción de Islandia, que abre en el libro un capítulo dedicado a ese fascinante país; una biografía de un famoso espiritista islandés que desafió a la ciencia de su tiempo; un inventario de los sueños que los islandeses soñaban hacia el año 1000; un relato de los desventurados viajes del marinero islandés del siglo xvii Jon, hijo de Olaf; una conmovedora evocación del Zócalo de la ciudad mexicana de Oaxaca; un viaje a las misteriosas líneas de Nazca; un lúcido comentario sobre el Mayflower atracado en 1620 en Cape Cod, es decir, en una tierra americana aún no colonizada o, en fin, un estudio sobre la “sustancia viva e indefinible que permanece a través de los cambios”…
     Este sucinto recuento de los contenidos del libro permite ver la diversidad de intereses y curiosidades de Weinberger. No menos importante, sin embargo, me parece su manera de relacionar los asuntos y de urdir en torno a ellos ciertas parábolas o alegorías (a veces irónicas o humorísticas) que recuerdan en seguida las de algunas tradiciones orientales. Tomemos, por ejemplo, el ensayo titulado “Objetos sexuales”. Se nos habla en él del comportamiento sexual de algunos animales, desde el pinzón rayado hasta el ratón marsupial australiano, pasando por el grajo, la carpa o la araña macho. Pues bien: ¿cuál es el pretexto, o más bien el trasfondo, del comentario? Se trata de una reseña del libro 7 Greeks, de Guy Davenport, y, fuera del autor reseñado, la única persona citada en el texto es la poeta griega del periodo arcaico Safo. El método de Weinberger (¿se trata de un método?) consiste en reproducir una serie de datos objetivos, a veces en cascada, en fría y desnuda enumeración, para meditar sobre ellos o para ponerlos en relación, en yuxtaposición, con otra serie de datos; y, a veces, ambas cosas. En otras ocasiones, sin embargo, prefiere la breve evocación —una evocación siempre alejada de todo sentimentalismo, como en el caso del Zócalo de Oaxaca. O se sirve, en fin, de los recursos de la ficción narrativa, como en uno de los textos más bellos del volumen, “Paraislandia”, dedicado a la descripción de la isla nórdica, una descripción —pero no es sólo descripción…— tan vívida que desearíamos visitar en seguida ese país. Aquí, Weinberger no puede dejar de rendir un homenaje a Borges, porque la exposición y las características del relato hacen pensar en seguida en el cuento del escritor argentino titulado “El informe de Brodie”, en el que, como se recordará, un atónito misionero escocés describe la tierra y las insólitas costumbres de la tribu de los Yahoos.
     ¿Débitos de la ficción? ¿Por qué no he dicho antes que es más bien la poesía la que vertebra no sólo los mitos, sino también los métodos del ensayista? Todo conduce aquí, en efecto, a la poesía. Decir esto, sin embargo, es decir poco: debemos decir qué clase de poesía. Se trata de una poesía en la que la barroca poética del asombro no aparece tanto en la elaboración de los materiales como en los materiales mismos. La alquimia ensayística opera, sin embargo, estableciendo yuxtaposiciones, conexiones, analogías directas e indirectas. Si a eso se le suma la diversidad de temas, la vasta red cultural tejida ante nuestros ojos (que va de Oriente a Occidente con la misma facilidad y conocimiento con que va de las enigmáticas líneas de Nazca a las costumbres de Islandia), y recurriendo para ello, con no menos conocimiento y facilidad, al auxilio de las ciencias naturales, de la geografía y, sobre todo, de la etnografía y la antropología, se tendrá de este modo un perfil más o menos aproximado de los horizontes ensayísticos de Eliot Weinberger.
     Asistimos en Rastros kármicos a una muy personal redefinición del ensayo, para el que ningún dato es desdeñable. Ya he mencionado sus notas distintivas: la precisión y la penetración, la diversidad de horizontes y la amplitud de la mirada. ¿Hay temas preferidos? ¿Puede hablarse aquí, en realidad, de temas no conectados entre sí, no colindantes, autónomos, incomunicados? Sospecho que no. Véase, en este sentido, el ensayo “Las cataratas”, una breve historia de la esclavitud. ¿No es la esclavitud, de hecho, un capítulo decisivo de la historia de la libertad? Variedad, diversidad de horizontes, de intereses, de curiosidades, de disciplinas, de miradas… Yo diría que el gran tema de Weinberger es, en definitiva, la libertad. ~

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(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).


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