Reino Unido recupera la racionalidad

El candidato laborista a las elecciones del 4 de julio, Keir Starmer, carece de carisma, pero después del exceso de carisma de Johnson, eso no es una desventaja tan grande.
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Ocho años después del referéndum que por un estrecho margen sacó al país de la Unión Europea, la elección general en Reino Unido convocada para el 4 de julio parece destinada a cerrar el capítulo del Brexit y la revolución nacionalpopulista que lo motivó, así como marcar una vuelta a valores políticos británicos más tradicionales, como la moderación, la competencia y una relación mucho más constructiva con el resto de Europa. Ninguna elección está decidida mientras los votos no estén contados –y estoy escribiendo varias semanas antes de eso– pero, por casi dos años, las encuestas han asignado al Partido Laborista una ventaja de alrededor de veinte puntos. La duda principal es si logrará una mayoría parlamentaria abrumadora, como Tony Blair en 1997, o una mucho más exigua.

Que sea así es sorprendente. En la última elección general en 2019, Boris Johnson, con el lema de “Get Brexit done” (‘Hacer el Brexit’), consiguió para el Partido Conservador una mayoría aplastante de 365 de los 650 escaños en la Cámara de los Comunes, frente a los magros 202 de los laboristas. Normalmente en la política británica revertir una diferencia tan grande requeriría más de una elección. ¿Por qué, entonces, los laboristas están a punto de volver al poder tan rápidamente, y qué implicaría eso para el Reino Unido y sus relaciones con la Unión Europea (UE)?

La primera respuesta es que, después de catorce años en el poder, los conservadores han perdido mucha credibilidad; el Brexit ya es fuente de decepción, no de esperanza. Detrás del apoyo popular al Brexit había resentimientos y miedos. El resentimiento fue creado sobre todo por la gran recesión, que llevó al rescate de los bancos y años de austeridad para la población. El miedo se debía a las vertiginosas alteraciones en el entorno de la gente común, algunas causadas por el cambio tecnológico y otras simbolizadas por la llegada de migrantes. Mientras que Londres seguía prosperando, muchas zonas postindustriales en el norte de Inglaterra sufrían. En 2019 Johnson ganó decenas de escaños en esas zonas que habían estado en manos laboristas durante décadas.

Tradicionalmente el Partido Conservador se ha caracterizado por ser amplio, pragmático, apegado al poder y competente en el manejo de la economía. Con el Brexit y Johnson, fue capturado por una derecha nacionalista y populista. A Johnson, un mentiroso crónico, solo le importaba él mismo. Echó del partido a una veintena de sus diputados más experimentados y competentes por oponerse a salir de la ue sin un acuerdo razonable. Pero fueron sus mentiras sobre las fiestas en Downing Street durante la pandemia las que lo convirtieron en un lastre incluso a los ojos de muchos más diputados conservadores.

Mientras tanto, un sector de los británicos que había apoyado el Brexit se dio cuenta de las mentiras con que este fue vendido políticamente (por ejemplo, los famosos 350 millones adicionales de libras por semana para el servicio de salud que prometió Johnson). No ha sido la catástrofe que vaticinaron algunos de sus opositores. Pero en infinidad de formas ha puesto trabas a la economía y ha debilitado al Reino Unido en el mundo. Hoy un sólido 60% de los británicos dice a los encuestadores que les gustaría volver a la UE.

El golpe de gracia para los conservadores fue el gobierno efímero de Liz Truss en 2022. Llevó todos los delirios populistas del Brexit a sus últimas consecuencias, con una reducción masiva y no financiada de los impuestos. Estrelló las finanzas públicas y los fondos de pensiones. Su sucesor, Rishi Sunak, es más sensato, pero carece de instintos políticos. En resumen, los conservadores ya representan la incompetencia y la inestabilidad. Y peor para ellos, enfrentan a un rival aún más a la derecha en el partido de Nigel Farage, el demagogo populista del Brexit.

Pero no basta que un gobierno pierda credibilidad, la oposición tiene que ganarla. Y eso es lo que ha pasado con el Partido Laborista. En 2019 el país le dio la espalda a Jeremy Corbyn, el diputado ultraizquierdista (y Brexiteer no tan disfrazado) que casi por azar llegó al liderazgo de un partido a la deriva. Su sucesor, Keir Starmer, ha llevado al partido de vuelta a la socialdemocracia tradicional. Tomó el control de la maquinaria del partido; en su determinación de purgar el corbynismo, a veces ha parecido demasiado duro.

Starmer carece de carisma, pero después del exceso de carisma de Johnson, eso no es una desventaja tan grande. Es cauto, tal vez demasiado cauto. Pero, como Roy Jenkins –un gran político y expresidente de la Comisión Europea– dijo a Blair, tener una ventaja de veinte puntos en las encuestas es como cargar un jarrón chino por un piso de mármol. Cualquier desliz puede ser fatal.

De origen modesto, hijo de una enfermera y un mecánico, Starmer tiene convicciones de justicia social y quiere una reforma laboral que daría más derechos a trabajadores precarios. Propone gastar 5.000 millones de libras al año en la transición verde, aunque recortó la propuesta original de gastar mucho más porque él y su probable ministra de finanzas, Rachel Reeves, están obsesionados con la responsabilidad fiscal. Es un hombre que valora las buenas políticas públicas y, como exfiscal de la nación, sabe administrar una organización grande.

Su cautela se aplica a su política europea. Los laboristas buscarían acercamientos puntuales con la UE, como un pacto de defensa y seguridad, así como acuerdos menores de armonización regulatoria. Por ahora Starmer se niega a intentar volver al mercado único, la unión aduanera o la libertad de movimientos. Muchos británicos esperarían que, una vez instalado en el gobierno, abriera un debate sobre estos temas, aunque desde luego dependen sobre todo del lado europeo.

No va a ser fácil para el próximo gobierno: la economía y la productividad están estancadas, los servicios públicos necesitan más dinero, pero los impuestos en el 35% del PIB ya están encima del promedio de la OCDE. Sin embargo, el país todavía tiene muchas fortalezas como, por ejemplo, sus universidades, sus industrias creativas, la innovación y la integración más exitosa de los inmigrantes que en muchos otros países europeos. Los laboristas tendrían que esperar que la competencia inspire confianza. ~

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Michael Reid es escritor y periodista. Su libro más reciente es “Spain: the trials and triumphs of a modern European country” (Yale University Press), que publicará en español Espasa en febrero de 2024.


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