Lo análogo en el periodismo digital

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El periodismo digital es una noción bastante elusiva pues en su formulación caben tanto las versiones online de los medios convencionales, las publicaciones que nacen ya con esa especificidad, como el periodismo que se realiza de manera no profesionalizada que a veces recibe el nombre de “periodismo ciudadano”.

Las recientes y brutales ejecuciones de dos jóvenes tuiteros en Nuevo Laredo, Tamaulipas, y de la periodista María Elizabeth Macías, de 39 años, jefa redactora del diario Primera Hora, también en Nuevo Laredo, vuelven estas distinciones fundamentales: el uso particular de la red marca una diferencia.

Hace aproximadamente cuatro años entendimos gracias a un video subido al popular YouTube –en el que un comando encapuchado interrogaba a un supuesto miembro de los Zetas para después decapitarlo frente a la cámara– que algo había cambiado en las “lógicas” comunicativas del crimen organizado. Es extraño que causara sorpresa, tanto entre las fuerzas policiacas como en la ciudadanía, que los narcos recurrieran a internet para comunicarse y añadir a su arsenal comunicativo (narcomantas y cuerpos esparcidos por el territorio nacional) estos dispositivos fundamentales para hacer circular sus “boletines de prensa”. Resulta evidente que estos actores no están fuera de lo social, sino inmersos en una dinámica digital que –pese a las desigualdades– nos envuelve a todos. Su máquina de vigilancia, a través de la cual esparcen sus esporas de miedo y mensajes disciplinantes, abarca también los territorios virtuales y, simultáneamente, controla la palabra pública. Y, aunque la batalla se desplaza también hacia internet, sus consecuencias siguen articuladas a los cuerpos rotos y a la calle.

El horror se ha vuelto categoría de análisis. Los cuerpos colgados de los jóvenes (ella como si fuera ganado, él sostenido de los brazos), el cuerpo desmembrado de la periodista y su cabeza colocada como en una performance macabra, acompañada de un teclado, un mouse, audífonos y altavoces, convierten al cuerpo vulnerado en un mensaje particular cuyo contenido manifiesto es acallar y someter. Silencio y control.

Y desde esta misma lógica, acallar y someter, pero con métodos distintos, el gobernador de Veracruz inculpa, de manera ridícula y arbitraria, a dos tuiteros por difundir “rumores”.

En el escenario de guerra del país, el “periodismo digital” cobra una relevancia particular, especialmente frente al ocultamiento (y el cinismo) de los poderes locales. Al vacío de información se responde con los instrumentos a mano. Profesionales y no profesionales de la información han aprendido a dotarse de códigos de validación y verificación como en #reynosafollow, canal en el que los tuiteros tamaulipecos se avisan de los acontecimientos. Y añaden: A1, que significa que alguien te dijo, A2 significa que son rumores, A3, que lo dicen en noticieros, A4, que tú lo viste, y A5, que estás ahí. Este ejemplo al que tuve acceso a través de una tuitera experimentada, coloca la centralidad que adquiere la comunicación digital para enfrentar los vacíos de información oficial y periodística formal, que parecen ir muy atrás de los acontecimientos en lugares como Tamaulipas, Veracruz, Ciudad Juárez y Monterrey.

Pero los asesinatos ejemplares (es decir, que sirven como dispositivos de una violencia disciplinante) a los que aquí se alude hablan por lo pronto del poder panóptico del narco y su “sensibilidad” frente a lo que perciben como amenaza: un periodismo rápido, ubicuo, inmediato. ~

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(Guadalajara, México, 1955) es profesora e investigadora en estudios socioculturales. En 2010 publicó el libro Los jóvenes en México (FCE/Conaculta).


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