Este años, han llegado a las librerías los dos últimos trabajos de Jorge Carrión: el cómic Samuel & Beckett, junto al ilustrador Javier Olivares, y la novela Las huellas, tetralogía formada por varias novelas publicadas originalmente por separado. En las cuatro piezas el lector se topa con algunas de las temáticas que suelen estar en el centro de la idiosincrasia creativa del autor, como la preeminencia de las pantallas o lo digital en la actualidad, la reflexión sobre el modo de evocar o representar el pasado y la memoria, o el cada vez más difuso límite entre lo real y lo ficcional, entre otras.
En sus textos Carrión afronta sin ambages las grandes cuestiones que afectan a la sociedad en este momento, tomando la literatura como un laboratorio privilegiado sobre el que pensar y extraer conclusiones de interés. Ocurre con la irrupción de las últimas y destacadas versiones de la inteligencia artificial, que anticipan cambios en el tablero creativo aún difíciles de descifrar. Sobre las IA ha confeccionado una constelación de textos en los últimos años, y en muy distintas plataformas, desde el podcast hasta el ensayo y la novela, como atestiguan Membrana (2021), Los campos electromagnéticos: teorías y prácticas de la escritura artificial (2023) o Gemelos digitales (2024).
Se publican Los muertos, Los huérfanos, Los turistas y Los difuntos como un único volumen en Las huellas, si echa la vista atrás a los últimos años de la primera década del presente siglo, cuando empezó a escribir las primeras piezas de esta futura tetralogía, ¿en qué considera que ha cambiado como escritor desde entonces?
Lo más importante que me ha ocurrido es que he sido padre, primero en 2014 y luego en 2016. Esos dos años marcaron un cambio radical en el modo de relacionarme con la escritura y la literatura. La escritura de esas primeras obras que componen Las huellas fue entre 2008 y 2012, y ese último año también escribí Librerías, estando ya en 2013 embarcado en mi proyecto más ambicioso de no-ficción que es Barcelona. Libro de los Pasajes, y fue durante la escritura de este libro donde ya noté el cambio. Cuando nacieron mis hijos vi que ya no podía dedicarles a mis proyectos literarios tantas horas y tanta obsesión como había puesto hasta entonces, y ahí sentí, en el interior de mi pecho, que un espacio que durante toda mi vida había estado consagrado a la literatura se movía para dejar lugar a algo más importante que la literatura, que era la vida. Después de este libro, que todavía escribí con las pautas creativas que había empezado a desarrollar en la adolescencia, cambié, y lo que he escrito después, sobre todo a partir Membrana, ya lo he hecho en horario escolar, escribiendo en casa.
¿En qué momento se le ocurre el título de Las huellas y por qué cree que es adecuado para englobar las cuatro piezas que componen la obra?
No recuerdo exactamente cuándo se me ocurrió el título. Tiene que ver con el hecho de que todo el libro está hecho de rutas, de caminos, de itinerarios, de personajes que se persiguen unos a los otros, y también recuerdo que quería que fuese un título femenino para englobar cuatro títulos masculinos. Sé desde 2012 que el proyecto, la novela de novelas, se llamaría Las huellas, pero no recuerdo exactamente el momento preciso en que se me ocurrió.
Si me voy a la primera, Los muertos, se ve que tiene en el centro temas que siempre le han interesado como las pantallas o las series de televisión, hasta el punto de que, de manera muy singular, se incluye al final ese artículo académico que analiza la propia serie. A su juicio, ¿estos productos televisivos siguen teniendo el mismo impacto que tuvieron a inicios de siglo? Pienso en ello con la reedición de uno de sus ensayos al respecto, Teleshakespeare.
En la reedición defiendo que, quizás, el fenómeno de la llamada tercera edad de oro de la televisión acabó en 2019, cuando se emitió el último episodio de Juego de Tronos, que fue la última vez que un episodio televisivo causó atención global. Este fenómeno habría durado veinte años, desde que se emite la primera temporada de Los Soprano y el Ala oeste de la Casa Blanca, en 1999, hasta ese último episodio de Juego de Tronos. Atendiendo al conjunto de mis novelas, veo que en Los muertos y Los huérfanos sí hablo de las series de televisión como objeto cultural central de la primera década de este siglo, de las redes sociales como objeto cultural central de la segunda, y ahora que las series y las redes sociales están, quizás, en decadencia, es el momento de la emergencia de la inteligencia artificial. Y de algún modo Membrana, que escribí en 2019, habla de esto, de cómo estos tres objetos culturales han ido protagonizando el siglo. Yo he pensado y narrado estos fenómenos a través de la literatura. Quizás, el objeto cultural central sigue siendo la literatura, aunque no tenga la visibilidad o la capacidad de influencia que tenía en el siglo XX, pero sigue siendo el espacio donde estamos pensando lo que ocurre y lo estamos representando.
Entonces, ¿sigue la literatura ocupando un lugar privilegiado en la realidad multimediática actual?
Sí. Lo que dan la literatura, el cine o algunos proyectos televisivos documentales es una visión de conjunto que necesitamos. Por decir un ejemplo, lo que hemos presenciado recientemente con la lucha por la audiencia entre El Hormiguero y La Revuelta me interesa menos que la serie o el libro que se escribirá dentro de diez años que nos contará lo que pasó. La literatura tiene esa capacidad de contarte el conjunto coherente, analizado y narrado de una manera que te permite entender fenómenos que viviste en tiempo real. De hecho, la novela tiene mucha fuerza para hacer esta operación y tratar cuestiones profundas sobre cualquier fenómeno. Para mí, la novela tiene que estar entre el ensayo y la poesía; si no hay ensayo o no hay poesía, raramente la novela me va a interesar. Sigue siendo una plataforma privilegiada. Me interesa mucho el formato podcast, el arte contemporáneo, el cómic, pero en realidad creo que los grandes proyectos de podcast, de arte contemporáneo o de cómic se parecen mucho a los grandes libros.
La Guerra Civil y la lectura del pasado reciente está presente en tu reciente obra. Al reflexionar sobre el conflicto de 1936 y sus consecuencias en materia literaria, ¿era uno de tus propósitos alejarte de la perspectiva de aquellos autores que la trataron, con éxito crítico y comercial, especialmente en la primera década del siglo? Pienso en Javier Cercas, Ignacio Martínez de Pisón o Isaac Rosa, entre otros.
La diferencia con respecto a lo que se ya se ha hecho sobre un tema es la clave de todo escritor; la manera de encontrar el modo de dialogar con su época sin seguir las corrientes ni imitar pornográficamente a los maestros o tendencias comerciales. Cuando se me ocurre Los muertos como serie de televisión, como colisión entre la literatura del testimonio y el Holocausto y las grandes series de televisión norteamericanas, lo que quiero hacer es hablar de mi época, de la Guerra Civil y de mis abuelos, pero hacerlo de un modo que no se parezca al de ninguno de mis contemporáneos. Prácticamente, la única aparición de España en Las huellas es en Los huérfanos, una crónica sobre Madrid y una red social que introduce la memoria histórica y el hecho de que uno de los protagonistas de Las huellas, Mario, es nieto de un soldado republicano. Es decir, hablamos de un 0,05% de presencia de España en una novela grande, pero de fondo sí se está hablando de cómo nos relacionamos con nuestros muertos, reales y de ficción, y sobre cómo convertimos las guerras, el trauma o la desaparición, en este caso, en arte.
En Los turistas, el personaje de Vincent dice que en la tetralogía se acaba estableciendo una relación más profunda y compleja con el personaje de ficción. ¿Es algo que comparte con él?
En las tres novelas y la nouvelle que forman Las huellas uno de los grandes temas es, sin duda, cómo nos relacionamos con los personajes de ficción, es decir, cómo nos relacionamos realmente con los no-humanos y cómo nos relacionamos con los que dejaron de ser humanos porque murieron. De algún modo, mi relación con mis abuelos que no conocí es muy parecida a mi relación con ciertos personajes de novela o película. En Los muertos se habla mucho de esto, qué ocurre con los personajes, dónde van cuando mueren, qué tipo de derechos pueden tener en un contexto en el que los animales con conciencia de sí mismos han empezado a tener derechos. Y esa discusión se retoma en Los turistas cuando Vincent casualmente comparte avión con Ridley Scott y Harrison Ford porque en Los muertos es muy importante Blade Runner. Veía las series y siempre había un personaje central fuerte, Tony Soprano, Walter White, Don Draper y en mi novela, en cambio, hay una red de personajes y todos son secundarios. Incluso cuando Vincent o Marcelo protagonizan una novela, su protagonismo se acaba diluyendo en una gran cantidad de personajes. En el siglo XXI ya no hay espacio para los protagonistas. Estos días, de hecho, se han dado premios Nobel a personas que trabajan con inteligencia artificial, en física o en química, que en verdad son parte de grandes equipos o redes y, de algún modo, Las huellas habla de eso, de la disolución del protagonismo individual y de la emergencia de los protagonismos colectivos.
La inteligencia artificial y su papel transformador en clave temática y en el propio proceso creativo es un tema recurrente en su trabajo, mucho antes de que explotase todo con Chat-GPT en 2022, lo que puede observarse en sus novelas y ensayos. Respecto al papel que tiene la IA en la literatura, ¿tiene una lectura más integrada o apocalíptica?
Releyendo Las huellas para la reedición en un único volumen me di cuenta que en Los muertos ya hablo de inteligencia artificial, y también en Los turistas meto la historia de un robot. Llevo más de quince años pensando en esas cuestiones y, de algún modo, hubo un punto de inflexión con Los campos electromagnéticos, cuando coescribo con GPT-2 y GPT-3 un libro, con el Taller Estampa, y ahí me doy cuenta que estas inteligencias no pueden escribir al nivel que yo escribí Membrana, y eso me alivia, pero, al mismo tiempo, me doy cuenta de que ya redactan mejor que el 95% de la humanidad. De modo que las transformaciones se están avecinando, y si ya antes del GPT-4 mucha gente pensaba que podía escribir un libro porque cree saber redactar, ahora siente que el asistente es la ayuda que necesitaba para poder escribirlo. Yo creo que la literatura no es que sea inalcanzable para las máquinas, pero sí que está todavía lejos, siempre y cuando pienses que la literatura es ese arte de la complejidad y de la dimensión simbólica y poética. Si crees que la literatura es lo que escribe Dan Brown las máquinas ya pueden escribir ese tipo de literatura. Estamos en un momento muy interesante, complejo y difícil, y yo no diría que soy integrado, pero procuro mantenerme equidistante entre la integración y el apocalipsis. La clave es ser crítico y estar informado. Si no se ha escrito sobre GPT-4, lo mejor es no opinar sobre GPT-4. Tengo autoridad para opinar y que puedo libremente negarme a escribir con IA, y estoy escribiendo ahora cien por cien de modo artesanal, casi a mano. Estoy atento para ver cómo evoluciona. Ahora mismo el tipo de literatura que yo escribo es inaccesible para la IA y eso me permite escribir con libertad y tranquilidad.
En Membrana la voz narrativa la dirigen las inteligencias artificiales del Museo del Siglo XXI. En un momento, estas refieren que la literatura sigue siendo lastrada por el realismo. Pensando en su trayectoria, ¿poner distancia con ese realismo que lastra es uno de los grandes mandamientos de su idiosincrasia creativo?
Membrana es una obra realista, y también lo es Los muertos. La mitad de la realidad ocurre dentro de los macroservidores de las pantallas y de satélites, o de los centros de supercomputación. Por ello, si a través de la ciencia ficción, por decir un ejemplo, se enfocan cuestiones como las series de televisión, las redes sociales, los robots o los algoritmos se está siendo realista, porque se está trabajando el cincuenta por ciento de la realidad. A mí lo que me preocupa del realismo es que no se haya actualizado. Muchas series o novelas no saben cómo incorporar internet, todavía, y llevamos ya treinta años con internet. Realmente este es un discurso antirrealista o fantástico, porque habla de un mundo donde no hay IA, redes sociales, pantallas, apps de citas, etc. De algún modo yo me siento un autor realista y comprometido con mi época y mi lenguaje. He intentado formar parte de la tradición de los grandes escritores que han usado todos los géneros para contar el mundo, como Cervantes, Borges, Lem, K. Le Guin. Siempre se habla de que predomina en el canon la novela realista, pero lo cierto es que Juan Rulfo pasó a la historia con un relato de fantasmas, Borges lo hizo con cuentos que también tratan temas fantásticos y especulativos y, por lo tanto, hay que ver la literatura y el arte, al igual que la realidad, con una visión lo más panorámica posible.
En su obra reciente la dimensión transmedia ha tenido una presencia relevante. ¿Cree que la transmedialidad ha tenido fuerza en el contexto hispánico actual?
Lo cierto es que el libro en papel sigue siendo central. Cuando me llega la liquidación anual de mis libros, los electrónicos y audiolibros son irrelevantes y casi la total circulación de mi literatura sigue ocurriendo en papel. Creo que hay pocos proyectos transmedia relevantes; lo que sí que hay es muchos escritores transmedia que trabajan proyectos distintos en diferentes lenguajes, y algunos lo hacen de un modo genuino, porque les interesa esa exploración, y otros lo hacen porque hay una cierta precariedad laboral y se han de aceptar proyectos en podcast, series o quién sabe. Yo veo todos mis proyectos de los últimos cinco años como una única constelación, que tiene que ver con la IA –Membrana, Todos los museos son ciencia ficción, Solaris, Los campos electromagnéticos y Gemelos digitales–, pero, estrictamente, el único proyecto que es realmente transmedia es Todos los museos son ciencia ficción, ya que era una exposición que tenía una versión audio y una versión en libro desde el principio, por lo que había tres lenguajes en el proyecto contemplados para su expansión. Y aunque uno pueda embarcarse individualmente en proyectos transmedia, se llevan a cabo porque hay instituciones que le respaldan, como en mi caso fue el Museo José Guerrero de Granada y la editorial Galaxia Gutenberg, que ofrecen las herramientas y recursos para poder acometerlo.
¿Qué otros proyectos transmedia del contexto hispánico conoce que le interesen?
Me pareció un inicio de siglo potente en este sentido con la publicación de La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski, porque él, de un modo muy artesanal, hizo el foro y la web, y su hermana realizó la banda sonora, y luego surgieron los trailers de los fans. El siglo XXI empezó en clave transmedia desde la literatura con Danielewski, pero después hay pocos ejemplos. Uno de ellos es el Proyecto Nocilla, de Agustín Fernández Mallo, porque para él la película que hizo y editó, de un modo muy “made it your self”, es parte del proyecto, y está colgada en la página web, pero después ya cuesta encontrar este tipo de trabajos que cuenten con la ambición de que tengan una expansión en otros lenguajes. También hay proyectos de Cristina Rivera Garza, Mario Bellatin y de otros escritores, pero son minoría. Y luego está la figura fascinante en estos años del escritor que es artista contemporáneo o el artista que es escritor. Pienso en Alicia Kopf y en Verónica Gerber Bicecci y, por lo tanto, su obra también se puede leer en esta clave transmedia.
Si este es el siglo de la no-ficción, como ha defendido en algunos de sus escritos recientes, ¿qué tendencias innovadoras destacan tu interés en estos años?
Para mí el gran proyecto de no ficción del siglo XXI es Forensic Architecture, centrado en el modo en que se presentan los conflictos armados, los atentados, los asesinatos o las guerras. Sus miembros están haciendo ahora un trabajo increíble con Gaza e Israel y es un proyecto colectivo, liderado por Eyal Weizman, pero en el que participan decenas de arquitectos, antropólogos, periodistas, diseñadores gráficos, expertos en IA, etcétera, que han inventado formas distintas de representar la realidad a través de ciertas cartografías o análisis de big data.
Elios Mendieta es periodista. Es autor de 'Memoria y guerra civil en la obra de Jorge Semprún' (Escolar y Mayo).