Como mi tía Isa vivió mucho tiempo en Orihuela, tu pueblo y el mío, es la que más viene a vernos: aprovecha las visitas médicas para darse una vuelta por su casa, recoger naranjas de sus naranjos y traernos también huevos de las gallinas de su cuñado, a veces patatas y a veces también alguna col. En el último viaje trajo col romanescu, que es la que aparece cuando buscas ejemplos de fractal en la naturaleza, como mi vecino nunca había visto una, se la dimos. También nos trajo platos y edredones y un montón de cosas que algunas volvimos a meter en bolsas y luego en el maletero y ahora han acabado en el local donde están algunos de mis libros, parte de mi ropa, los juguetes de mis hijos, etc.
En otro de los viajes, le pedí que me trajera la guitarra eléctrica que se autorregaló mi tío, su marido, cuando se casaron: compró el instrumento con el curso de CCC con el que nunca aprendió a tocar, pero aporreaba las cuerdas con entusiasmo, según me contó mi tía. No sé por qué manos pasó antes de que llegara a las mías y se la llevara a mi profe de guitarra de aquí, que en cuanto la cogió me dijo: mala no es, solo con lo que pesa… Trasteó aquí y allá, me habló de quintas y de otras cosas que no entendí. Cambiamos las cuerdas y ahora de vez en cuando, la enchufamos al amplificador y si hay suerte, el potenciómetro conecta y suena y nos creemos estrellas de rock.
Había ido con mi tía a Correos, después de verme maniobrar para aparcar en un sitio en el que cualquiera habría dejado el coche en tres segundos, diría que mi tía estaba preparada para cualquier cosa. En la oficina de Correos había dos personas atendiendo. La mujer asentía a lo que le decía una pareja en perfecto inglés, a lo que ella respondía en perfecto español con acento almeriense. “Es que no sé si yo understand mucho, ¿sabes?”. La pareja tenía problemas con el número: no coincidía el del buzón con el de la calle o algo así, y al final, resultó que Javier Aquilué tiene razón cuando dice, deformando a Faemino y Cansado, que el inglés es igual que el español, pero señalando: ya lo apunto para que lo sepa la compañera, dijo la mujer de Correos mientras hacía el gesto de anotar. Ok, thank you, se despidió el matrimonio. Y la mujer de Correos desapareció para hacer algunas gestiones.
En la ventanilla de al lado había un hombre resoplador. La mujer que había delante de mí se acercó y muy pausada y educadamente le preguntó dónde tenía que ir para poner un buzón. El señor le dijo sin atisbo de ironía que a la ferretería: allí tenían buzones. Pero la señora preguntaba por los trámites, lo que ella quería en realidad era dar de alta una dirección postal. Su casa estaba en tierra de nadie, a unos doscientos metros o así, en un cruce había muchos buzones, algunos de ellos en desuso, el señor le sugirió que podía averiguar cuál estaba sin dueño y aprovecharlo, se libraría así de comprar uno, instalarlo y todo eso…
… claro, que no tienes la llave, cayó en la cuenta de pronto. Le preguntó de nuevo la dirección.
Pero eso está allí donde los contenedores un poco más adelante…
Sí…
Que hay un cruce…
Sí…
¡Ahí están los buzones!
Sí…
Dime el número otra vez…
Resultó que el número de la señora ya no correspondía a ese municipio, sino a otro, así que la pobre se fue sin haber resuelto nada. El señor seguía repitiendo es que hasta el número 10 es nuestro, del 10 para allá ya no, no nos corresponde, mientras la señora salía de la oficina.
Mis gestiones fueron rápidas y sencillas, un poco aburridas, comparadas con las otras. Pero algo debió de suceder porque de los libros que mando, no llegan todos: por ahí anda un ejemplar de Spain, de Caren Beilin, que le mandé a una joven escritora para que le inspirase para hacer una novelita-ensayo breve, rápida, un poco ácida y con mucho humor en el que el gag es el que escribe, sobre las residencias de escritores. Como el libro no le llegó, no lo ha escrito. El otro libro perdido del que tengo conocimiento es La muerte del espontáneo de Manuel Arroyo Stephens, que compré en la Librería Antígona, para regalárselo a Rubén Lardín. Acudí a la oficina en enero: entonces el conflicto estaba en una caja de vino entregada en una dirección equivocada y el señor que te manda a comprar buzones a la ferretería llamó al repartidor para pedirle explicaciones. La que me trae a mí libros casi a diario ha deducido que soy escritora y me ha preguntado que cuándo presento aquí alguna cosa. El libro para Lardín no le ha llegado aún.