cuba cabrera infante
Ilustración: LETRAS LIBRES / Iván Abreu

Y sin embargo Castro

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Hay un coro —o mejor un corro— que repite a menudo que hay que levantar el bloqueo a Cuba —y mienten varias veces en una sola frase. Son los conocidos de siempre, por eso no voy a repetir sus nombres pero sí sus hazañas. Por supuesto el tal bloqueo no existe. Lo que hay es un embargo. Bloqueo significa impedir la navegación aérea o marítima por la fuerza con naves de guerra, previniendo la entrada a o salida de una determinada plaza. Bloqueo es lo que hicieron los Estados Unidos cuando la crisis de los misiles. Con la amenaza contra la navegación soviética a bases cubanas bastó. El bloqueo nunca se hizo efectivo. Pero desde entonces voces amigas —y no tan amigas— responden a las consignas de Castro de que hay que levantar el bloqueo a Cuba. Ayer mismo, en el noticiero internacional de Televisión Española, su corresponsal, que funciona como un vocero castrista, volvía a repetir el sonsonete. Hay inclusive gente con las mejores intenciones que repite una y otra vez lo que es una consigna. Es gente que no se detiene a pensar lo que dice. Ni siquiera se trata de un embargo total. El ministerio de Relaciones Exteriores cubano, por boca de su vocero —y de veras es un vocero, con su boca llena de truculentas amenazas en una versión totalitaria del enano de la venta—, declara que Cuba sostiene relaciones con más de 165 naciones, y al mismo tiempo exige que se completen con las de los Estados Unidos, casi en una súplica. ¿Por qué esa insistencia que proviene de la misma boca del caballo, léase Fidel Castro? Porque Cuba trata de alterar una tesis geopolítica: la historia de Cuba no depende de la geografía. No hay más que echar una ojeada a un mapa del hemisferio occidental para darse cuenta de que ésta es una pretensión vacía de sentido. La distancia a que está Cayo Hueso de las costas cubanas —apenas noventa millas marinas— no podrá alterarla nada ni nadie: es una suerte de condena de convivencia. Pero el ministro que vocifera amenaza con la excomunión de todo cubano que recuerde el dato. “Esos no son cubanos”, dice y repite en todas sus declaraciones. ¿Y qué somos entonces? Platistas. ¿Platistas, dice usted? Hay que buscar en un diccionario de cubanismos históricos para saber lo que quiere decir este adjetivo obsoleto. Se refiere a los partidarios, cubanos o no, de una enmienda a la constitución cubana de 1902 impuesta por los Estados Unidos con el aval de un tal Orville Platt. El nombre y el adjetivo fueron clausurados en fecha tan lejana como 1934, pero ahora han sido añadidos al vocabulario castrista con renovado encono. Además de los repetidos epítetos de gusanos, vendepatrias y proyanquis, hay que vociferar platista, que casi se refiere a Platero y yo, a quien como este escritor no deja de encontrar la amenaza, ya voceada antes por el ministro de Cultura, ese del pelo largo y las ideas cortas, para vaciar de contenido lo que pretende ser una obscenidad y no es más que otro chantaje histórico de los expertos en hacer callar la boca, de una forma u otra, a quienes disientan —y no tienen que ser disidentes internos. Contra éstos no hay más que esgrimir una mordaza en forma de prisión a cadena perpetua o a lo que más se asemeje. Ahora se pretende que todo el que no está de acuerdo no es cubano, “dondequiera que se encuentre”. Esta henormidad —la hache es por el sonido— no sólo la ha pronunciado el ministro Pérez o Roque, sino que la han perifoneado por todos los medios de comunicación al alcance de quienes son maestros de la amenaza y el golpe bajo. Es decir, de los expertos en manejar el garrote o el premio como si dijeran la bolsa o la vida. ¿O qué otra cosa si no es la consigna favorita de Castro, “Patria o muerte”? A la que a veces se añade una coleta que dice “Venceremos”, con la pretensión de que suene a convenceremos.
     Ahora, en un comunicado lleno de ruido y frenesí, el comandante y sus aláteres ofrecen como plata lo que es puro plomo: un puente de una sola vía. O hacen lo que decimos o los vamos a callar para siempre. El mensaje, ofrecido en medio de un fragor de las peores consignas más rancias, se pretende que suene a nuevo cuando es huevo huero. Algunos podrán decir que es seguro sonar la alarma a distancia, pero ¿lo es? Las amenazas son reales para quien ha sufrido los embates del silencio más atroz o ha sido declarado esquizofrénico después de que se ha intentado eliminarlo físicamente. La pretensión de declarar loco a quien dice la verdad no es nueva. Pero nuevos son los voceros, a quienes puedo asegurar que la insania se cura pero la contumacia mentirosa, no. Por otra parte, invocar a Martí es siempre peligroso aunque se escojan las frases. Repetir el dicho martiano “Con todo y para el bien de todos” es un ejercicio peligroso, sobre todo si se acude a las opiniones de quien, como Martí, era antes que nada un demócrata. Los autocráticos siempre suenan amenazantes, aun cuando manejan frases de democracia aparente.
     Todo el discurso de un tal Pérez o cual Roque dicho sin el beneficio de un punto y una coma es falaz. Ahora los mentirosos de siempre quieren mostrarse veraces, pero nunca lo consiguen. No hay más que oír, a través de la parafernalia más engañosa, que todo lo que ofrecen cuando ya están vencidos es un equivalente a decir, si me sacas del pozo te perdono la vida, que es todavía el enano de la venta profiriendo amenazas ante tanta evidencia contraria. Engañarán, sí, a los que quieran dejarse engañar. Pero todo ese discurso suena a famosas frases finales.
     Pero es más lo que se oculta que lo que se declara. Hay ahora un descarado movimiento para proteger los envíos —verdadera subvención— de los cubanos del exilio, recién bautizados emigrantes. La protección de los envíos de los emigrantes, todos hechos en dólares, no oculta que más de media Cuba vive de los envíos periódicos hechos para aliviar las condiciones económicas de sus parientes en Cuba, pero lo que realmente consigue es colmar las arcas del Estado con la connivencia del gobierno cubano, cada vez más interesado en recibir lo que constituye cerca de mil millones de dólares anuales —más de lo que rinde por concepto de venta de tabaco o las entradas de la industria turística, ya no tan boyante como solía. Si a eso se añade el derrumbe total de la industria azucarera —Cuba ahora importa azúcar para consumo interno—, quedan los envíos en dólares como la única entrada efectiva del Estado. Ahora los cubanos del exilio son los verdaderos sostenedores de la pretendida revolución, ya en su descrédito último. –
     © Guillermo Cabrera Infante 2004

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