Un amor difícilJosé Emilio Pacheco, Tarde o temprano (Poemas 1958-2000), FCE, México, 2000.Tarde o temprano es el título con el que José Emilio Pacheco ha decidido reunir desde hace veinte años su obra poética. Esta nueva edición recoge ya doce libros y, además de la oportunidad de tener en un solo volumen toda su poesía, ofrece por lo menos dos características que van más allá de la simple conjunción de sus títulos publicados hasta la fecha: por un lado, la reescritura a la que los textos se ven sometidos, la cual convierte cada nueva edición en una nueva versión; y, por otro, lo que se propone como un vasto ciclo poético completo con la aparición de este volumen.
Revisemos estas dos singularidades de la nueva edición de Tarde o temprano.
El ajuste, pertinente y riguroso, que José Emilio Pacheco hace de sus poemas escritos desde la juventud es un proceso continuo con el paso de las ediciones. Piezas de alguna manera ya clásicas de la poesía del siglo veinte mexicano se ven sometidas a una revisión que las afina; e incluso, en algunos casos, a una extrema metamorfosis.
Tomemos el ejemplo de una parte muy conocida del poema "De algún tiempo a esta parte", incluido originalmente en el libro Los elementos de la noche (1963). En la primera o una de las primeras versión este poema decía:
iii
En el último día del mundo cuando ya no haya infierno, tiempo ni mañana dirás su nombre incontaminado de cenizas, de perdones y miedo. Su nombre alto y purísimo, como ese roto instante que la trajo a tu lado.
En la edición de 1980 de Tarde o temprano es decir en la primera de la obra poética reunida el párrafo había sido reducido a la mitad y los números romanos cambiaron por arábigos:
3
En el último día del mundo dirás su nombre alto y purísimo como ese instante que la trajo a tu lado.
Ya para la edición de Los elementos de la noche en la editorial ERA, en 1983, el nombre no era "alto y purísimo" sino "simple y perfecto":
3
En el último día del mundo dirás su nombre, simple y perfecto como ese instante que la trajo a tu lado.
Y en ésta, la más reciente versión de la obra poética que nos ocupa, el poema se ha convertido en una sencilla sentencia:
3
En el último día del mundo dirás su nombre.
Como podemos observar, este poema más que ser corregido ha sido reescrito. La distancia que separa a la primera versión de la más reciente es casi tanta como la que producirían dos poetas distintos ante un mismo tema. Esta metamorfosis paulatina evidencia un diálogo y hasta una lucha entre el poeta joven y el poeta maduro. Hay dos formulaciones diferentes acerca de lo que resulta eficaz como expresión estética y aun dos concepciones de la poesía. El contraste entre la profusión y la concentración de elementos en las sucesivas versiones de este poema es casi el mismo que se observa entre los primeros y los últimos libros de Tarde o temprano.
En esta continua tarea de relectura y corrección parece haber un requerimiento estético y, más aún, uno ético. No se clausuran los poemas de José Emilio Pacheco en su primera versión: la fidelidad no es a un original, parece sugerirnos su autor, sino al rito no culminado de la lectura y la escritura (o de la relectura y la reescritura). Estos poemas no tienen forma definitiva porque son un producto del tiempo y en el tiempo. No se conciben, pues, como fin sino como proceso permanente. Con esta práctica Pacheco probablemente reafirma una convicción que manifestó casi desde los inicios de su carrera literaria: la condición ante todo testimonial de su ejercicio poético y la inexistencia, por lo tanto, de un proyecto o de un orden definitivo en su redacción.1
Sin embargo, no podemos pasar por alto que el problema de la testimonialidad del poema es relativo en este caso. La poesía mexicana ofrece dos polos a este respecto: José Gorostiza y Jaime Sabines. El primero podría ser el paradigma del poeta riguroso que concibe la obra como forma pura por alcanzar, ausente de un devenir que no sea el del propio proceso de su creación; y el segundo el del poeta testimonial por excelencia, aquel que ve en la escritura sólo un registro del instante presente. Uno corrigió toda la vida un gran poema y el otro nunca hizo una sola corrección de sus poemas publicados. José Emilio Pacheco se hallaría a medio camino de ambos. Trabaja con la convicción de que sus poemas son un simple testimonio del presente pero con el rigor del artista que corrige toda la vida una obra.
En mi opinión, el afinamiento que han experimentado sus libros es benéfico. Aunque para ciertos lectores el hallazgo de alguno de sus versos favoritos en las nuevas versiones sea desconcertante, a quien los lea hoy por primera vez le aguarda el descubrimiento de un poeta más claro, sobrio y certero.
Ahora el segundo aspecto que entraña la originalidad de este libro: un ciclo poético al parecer completo. Para esto hay que tener en cuenta que en este autor los recursos narrativos y periodísticos, lo mismo que el mito, la fábula y la alegoría, son estrategias literarias constantes, aun en su poesía. Sólo que en esta última se encuentran concentrados en células muy finas por llamarlas así y entretejidos bajo diversas formas reconocibles de la tradición poética (sonetos, octavas, haikús, poemas en prosa, etcétera). No obstante, es insoslayable el ascendente narrativo de esta obra poética, sobre todo a partir del libro No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969).
El conjunto general o gran ciclo poético en doce capítulos que nos ofrece Tarde o temprano está relacionado con la evolución del concepto mismo de poesía a lo largo de toda una vida. Si Fernando Pessoa definió el sentido de sus heterónimos como un "drama en gente", podríamos decir que Pacheco nos presenta en la suma de sus libros un "drama en géneros". Así, la narrativa discute con el ensayo y la crónica se alía con la fábula, y todos hablan y convencen a la poesía. Así, lo que discurre a través de estas páginas es también un gran cuestionamiento e indagación sobre el poeta y su trabajo en la época contemporánea, así como sobre el pasado y el presente de este género. Pocas obras presentan tal amplitud, tal diapasón de abordajes del ejercicio poético. Desde el clasicismo y el elegante labrado formal de las elegías de Los elementos de la noche y El reposo del fuego hasta el teatralizante dibujo de alegorías de Los trabajos del mar, Miro la tierra, Ciudad de la memoria, El silencio de la luna y La arena errante o el íntimo repaso de Siglo pasado, pasando por el gran momento de examen y reformulación de sus instrumentos poéticos que se abre con No me preguntes cómo pasa eltiempo y se prolonga en Irás y no volverás, Islas a la deriva, Desde entonces y Jardín de niños, este complejo itinerario puede ser recorrido como un drama. Un drama cifrado en el que se debaten lealtades y traiciones, afinidades y distancias, entusiasmos y desengaños, en fin, los distintos momentos de un largo amor. En este caso el largo amor por la poesía. A decir verdad, un amor difícil.
El espectador que observa a través de estas líneas el mundo lee un conjunto de alegorías que ilustran una condición esencial, trágicamente circular, de la condición humana, la cual parece no tener salvación ni superación posible, acaso sólo queda plasmar el testimonio con un contundente trazo que la contenga. Cada poema de Pacheco intenta ese trazo. En él hay una voz puntual y sombría. Unidades de observación que reducen cada vez más sus elementos, las piezas de los últimos libros pueden leerse también como parábolas de una fina mente escrutadora. Pregunta en Siglo pasado, el libro que cierra Tarde o temprano:
¿Qué pensaría de mí si entrara en
este momento
y me encontrara en donde estoy,
como soy
aquel que fui a los veinte años?
Recapitulación y acaso despedida de una de las obras poéticas más altas de la literatura mexicana, estos últimos poemas conmueven por su introspección sin artificio y la sosegada agudeza de su tono. Piezas breves, aforísticas, que parecen cantos rodados por el tiempo y la conciencia. Este último libro lleva además el significativo subtítulo de (desenlace). Aquella voz, que ha recorrido todos los registros y ha entregado realizaciones memorables en cada uno, se ha aquietado como el agua e igual que ella es ya sencillamente clara. La Historia, como una indispensable turbulencia, parece dejada si no atrás por lo menos a un lado durante unos instantes para reunir un hilo de cuentas íntimas. Y desde una inesperada modestia le dice a esa aparición de veinte años que lo mira desde la puerta:
Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.
Pero en manera alguna perdón o
indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo
imposible. –