Torcer la historia de México

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Ugo Pipitone

Un eterno comienzo. La trampa circular del desarrollo mexicano

Ciudad de México, Taurus/CIDE, 2017, 204 pp.

No es nueva la idea de un comienzo inacabable, uno que sucede a un fin que no es un fin sino el fenecer de un ciclo que habrá de experimentar, alguna vez, de nueva cuenta su renacimiento. La noción –prominentemente planteada (desde la filosofía, por Nietzsche) hacia fines del siglo XIX, desarrollada con mayor o menor profusión en textos que forman parte de la filosofía de la historia (Vico, Maquiavelo) e incorporada al cuerpo de creencias de algunas sociedades y religiones antiguas (el panhinduismo, el budismo y el jainismo en India; el pitagorismo en la Grecia presocrática; y el mazdeísmo en Irán, según refiere Mircea Eliade en El mito del eterno retorno)– forma parte de una concepción del tiempo y de la historia que nos acompaña desde épocas remotas y que resulta útil si lo que se pretende es explicar los supuestos arcanos detrás de la aparente repetición –sin fin– de ciertos hechos y circunstancias en la cadena de la historia.

Como Eliade, que en el título referido se aproximó a ciertas sociedades arcaicas “que, pese a conocer también ciertas formas de ‘historia’, se esfuerzan por no tenerla en cuenta”, en Un eterno comienzo. La trampa circular del desarrollo mexicano, Ugo Pipitone examina lo que, desde su punto de vista, constituyen los principales atavismos que llevan a una sociedad como la mexicana a experimentar cada cierto tiempo una regresión a condiciones “donde, entre retornos y comienzos, el juego se repite en nuevas formas y con las mismas reincidencias: aguda desigualdad social y mala calidad institucional”.

La repetición no se detiene –afirma Pipitone, estudioso que a la postre ha llevado a cabo análisis comparativos de las causas del atraso y del desarrollo de países tan disímbolos como Dinamarca, Japón, India y Nigeria– con el arribo a la presidencia de un presunto reformador, de un supuesto demócrata a prueba de tentaciones autoritarias o de un mesías con promesas revolucionarias. Por el contrario –arguye–, la aparición de esos vociferados ciclos de cambio parece preceder inevitablemente al regreso de una normalidad antidemocrática, institucionalmente débil y plena en desigualdades, lo que en México se traduce en un continuum de discontinuidades que, en resumidas cuentas, expresa la imposibilidad del país para dirigirse hacia un desarrollo sostenido.

Para ejemplificar lo que parece ser un sino nacional, Pipitone (Saluzzo, Italia, 1946) se aproxima a lo ocurrido bajo los mandatos presidenciales de Miguel Alemán, Carlos Salinas, Vicente Fox y Enrique Peña Nieto. Cada uno de ellos ha significado –en efecto– la llegada al poder de nuevas promesas, de esperanzadoras voluntades y de viajes “sin retorno” hacia la patria prometida del progreso con justicia social, la democracia con oportunidades para todos y la promoción de las libertades ciudadanas en entornos de creciente seguridad. Cada uno de ellos –ciertamente– ha terminado por decepcionar. México, como un gran organismo catatónico, ha vuelto a moverse al final de sus sexenios con suma lentitud, incluso con torpeza, en ámbitos en los que se suponía que avanzaba a paso franco: la economía ha tenido que ser “rescatada” después del término de cada gestión; la desigualdad entre los pudientes y los que “menos tenían” no logró sino ahondarse, en tanto que la democracia continúa siendo hasta la actualidad un ideal amenazado constantemente por un endeble constructo institucional, sitiado por una partidocracia sin escrúpulos.

Desde la postura del autor de La salida del atraso, lo ocurrido bajo los mandatos de los cuatro presidentes revisados en este volumen sirve para explicar, pero no en su totalidad, la serie de repeticiones a las que el país se ha visto sometido desde el término de la guerra civil iniciada en 1910, con el levantamiento de Francisco I. Madero. Y arriesga, en ese sentido, una hipótesis (la hipótesis subyacente, en todo caso, a lo largo del libro): “Tal vez no sea descabellado considerar el prolongado (y aún vigente) régimen político postrevolucionario como un arreglo estable que trabó la eclosión de un espíritu ciudadano capaz de mantener bajo control las instituciones, y frustró una presión social que habría permitido formas menos polarizadas en la distribución de los beneficios del desarrollo económico.”

La inmersión –así sea panorámica– en los intríngulis de un sistema político que no fue modificado en lo fundamental, ni siquiera con la llegada en el año 2000 del panista Vicente Fox a la presidencia, le sirve a Ugo Pipitone para sugerir que, en la repetición de los viejos males que ha caracterizado a la historia política y económica de México durante por lo menos un siglo –es decir, en la permanencia de las viejos patrones sociopolíticos que han dado lugar a lo largo de todo este tiempo a los grandes desniveles socioeconómicos y a las inocultables brechas que mantienen al país en desventaja frente a países más desarrollados–, la ausencia de una ciudadanía capaz de exigir al poder la modificación de tales patrones también explica la inercia resultante.

En este punto, el diagnóstico de Pipitone se parece mucho al que ya ha formulado antes un buen número de estudiosos, particularmente afectos a la noción de ciudadanía activa, preconizada de modo especial en las políticas de educación cívica en Europa. Esta noción tiene muchos adherentes en México, pero inferiores en número a quienes aún asumen una ciudadanía pasiva y reactiva (puede leerse, por ejemplo, el informe Ciudadanía en México: ¿ciudadanía activa? de María Fernanda Somuano y Fernando Nieto). El también autor de La esperanza y el delirio sostiene además la necesidad de que a un tejido social capaz de reducir la brecha entre instituciones y ciudadanos se sume la existencia de un Estado fuerte fincado en: una alta calidad institucional; una perspectiva igualitarista del progreso económico y, sobre todo, una enorme y radical voluntad política de transformación socioeconómica.

En ese sentido, la de Pipitone puede considerarse –aunque eso conlleve el riesgo de no apreciar la amplitud de sus miras y escamotear sus diversos matices– una visión que desciende del institucionalismo heterodoxo que enarbolaron economistas como Simon Kuznets, Gunnar Myrdal, John Kenneth Galbraith y Robert Heilbroner a partir de la década de 1930 en Estados Unidos (y mucho antes que ellos los llamados “historicistas alemanes”, con Friedrich List como uno de sus más lejanos precursores). Desde la perspectiva institucionalista, a la hora de abordar la realidad económica importa más la historia –y las cambiantes instituciones que a ella van indisolublemente unidas– que las fórmulas o los slogans de la ideología.

Al momento de hablar de “cortar las repeticiones” que imposibilitan la salida del atraso de México, Pipitone afirma que “cualquier intento serio por promover las energías de un país […] requiere consolidar en el presente (sobre todo en términos de consistencia y credibilidad institucional) aquello que la historia no ha realizado en el curso de muchas generaciones previas”. Reescribir la historia que en este país no han querido –no han sabido o no han podido– reelaborar en su momento Miguel Alemán, Carlos Salinas, Vicente Fox y Enrique Peña Nieto demanda, sí, una alta dosis de voluntad y de arrojo, pero también un esfuerzo impostergable por intentar comprender las circunstancias –presentes y futuras– del país frente al nuevo orden del mundo.

Los aciertos en este libro de alguien como Ugo Pipitone, nacido fuera de México –y emparentado, en este respetable acercamiento a los dilemas de la nación que escogió para vivir, con la familia de los Tannenbaum, Lewis, Knight, Katz y Riding– se explican tal vez por esa mirada que concede la extrañeza ante la extranjería, tanto como la asunción creativa de esa extrañeza. Eso más el convencimiento de que es posible salir de los “círculos infernales” del subdesarrollo, aprendiendo de las lecciones de otros pero aún más de las propias experiencias fallidas, confirman una vez más –y como siempre– que no hay atajos ni fórmulas simplistas hacia aquello que, como sostenía Descartes, solo se puede alcanzar yendo más deprisa que los otros, o yendo por el buen camino.

Cortar de tajo, en México, las repeticiones que lo atan a un pasado plagado de desigualdades y a un Estado incapaz de hacer frente a los enormes retos del presente implica –para hacer uso de un lugar común– asumir la responsabilidad de torcer por fin la historia en beneficio nuestro. De lo contrario incurriremos en el riesgo, francamente inútil, de repetirla. ~

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