Michael Reid es senior editor en The Economist sobre temas relacionados con América Latina y España. Firma la columna Bello en el semanario británico. En abril publica en castellano en Planeta la edición ampliada de El continente olvidado. Una historia de la Nueva América Latina, una combinación iluminadora y rigurosa de historia y análisis político.
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La segunda edición de El continente olvidado está ampliada y reescrita. El momento también es muy distinto.
Cuando me puse a trabajar en esta segunda edición lo que hice básicamente fue quitar la tercera parte de detalles sobre el periodo actual o más actual y reemplazarla. Dejé la parte histórica e hice algunas modificaciones para tener en cuenta nuevas lecturas o para tratar de hacerlo más ágil, para acomodar la parte más actual sin hacer el libro demasiado largo. Los diez años entre la primera y la segunda edición incluyen el auge y la caída del precio de las materias primas. El momento económico es mucho más difícil para América Latina ahora. La marea rosa avanzó y después se replegó. Las sociedades han cambiado a un ritmo extremadamente veloz. Cuando uno mira la región ahora –terminé la segunda edición en semana santa de 2017–, ya estaba claro que las circunstancias eran otras. El tema central es el desarrollo de la democracia en América Latina. El contexto es más difícil que hace diez años, pero aunque ahora soy más pesimista no he abandonado del todo el optimismo porque pienso que son muy distintas las sociedades latinoamericanas a las del año 2000 o de 1980, cuando comenzó este periodo democrático. Son sociedades más educadas, con más información, con mejor salud, mucho más conectadas. La sociedad civil está más organizada y es más exigente.
Describe y critica los paradigmas desde los que se ha escrito sobre América Latina. ¿Había una intención desmitificadora?
Hay mucha literatura que trata de explicar por qué América Latina, que consiguió la independencia política mucho antes que otras partes del mundo que habían sido colonizadas y que en 1780 era una zona muy avanzada económicamente, no tuvo más éxito. A diferencia de Asia o África, con la independencia política nació una tradición constitucionalista que ha sido constante. Truncada, interrumpida, lo que quieras, pero ahí está y es una vertiente importante. Hay varios enfoques y los miro en detalle. El primero es la teoría de la dependencia, popularizada por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, un libro fantástico, muy bien escrito, increíblemente influyente y desde mi punto de vista profundamente equivocado. La teoría de la dependencia nunca reconoció el grado de autonomía que tenía sobre todo América del Sur. Se puede aplicar a partes de la cuenca del Caribe donde Estados Unidos intervino mucho, pero no tanto en el Sur, donde no fue decisiva. La teoría de la dependencia es incapaz de explicar el hecho más importante en la historia económica del siglo XXI, que es el surgimiento de Asia, por ejemplo. Y ha tenido un efecto muy negativo porque invita a una pasividad de alguna forma y a echar la culpa al extranjero, al otro, como ocurre con el Brexit o con el separatismo catalán.
Luego me fijo en el enfoque del determinismo cultural: el origen sería el pensamiento ibérico, digamos, escolástico, orgánico, antindividualista y anticapitalista. Tomo como ejemplo de esa escuela un libro de Claudio Véliz, The new world of the gothic fox, Los dos mundos del nuevo mundo, un libro brillante, muy erudito, que también me parece profundamente equivocado. Igual que hay algo de verdad en la teoría de la dependencia, hay algo de verdad en que las élites latinoamericanas han tenido siempre una vertiente anticapitalista, pero no es absoluta ni mucho menos, y hay que deconstruir qué son las élites. Hace un siglo llegaron muchos inmigrantes de otras partes. Hay muchos españoles y portugueses que se convierten en empresarios capitalistas exitosos. La historia de América Latina independiente es una batalla entre reacción y liberalismo. La veta de pensamiento liberal ha estado allí desde el comienzo de la independencia. Y esas grandes teorías no pueden explicar la diversidad de los resultados. ¿Cómo explicas Chile y Uruguay frente a Honduras y Venezuela hoy día, si el elemento explicativo es la herencia colonial? No tiene ningún sentido. Véliz habla en su libro, publicado en el 94, de que América Latina era un monumento a la contrarreforma, a Trento. Hoy día tienes un 30% de la población que no es católica. Hay una frase genial de Alain Rouquié, diplomático francés y estudioso del militarismo latinoamericano, que dice: Si uno va a echar la culpa a España por el autoritarismo de América Latina, ¿qué tienen que ver Stroessner, Geisel, Médici, Leigh y Pinochet, todos dictadores militares latinoamericanos, con Castilla?
El tercer enfoque es el institucionalista: la idea de que hay un determinismo institucional.
Es un punto de vista ejemplificado en Por qué fracasan los países, de Acemoglu y Robinson, que a diferencia de los otros dos no me parece un buen libro. Crearon una teoría e intentan contar la historia según los dictados de la teoría. Por supuesto que las instituciones importan, pero las instituciones son producto de la historia, de la geografía política, de las ideas y su evolución. Hay cierto grado de incidencia, pero hablar de instituciones débiles no es decir mucho. Es una perogrullada. La pregunta sería por qué lo son, y por qué en unos lugares de América Latina son mucho más fuertes que en otros.
¿Qué explica entonces ese fracaso relativo en la construcción de democracias sólidas y economías desarrolladas?
Una combinación de varios factores. Destacaría una gran desigualdad, parecida a la del África subsahariana, mucho más extrema que en el resto del mundo. En parte es producto de la colonia: se debe al hecho de que los españoles, a diferencia de los británicos, no eliminaron a la población indígena. Y a los patrones de asentamiento y propiedad de tierra y la existencia de la servidumbre indígena y la esclavitud a gran escala, en Brasil y en el Caribe sobre todo. Y eso tiene una serie de consecuencias en términos de mercados laborales, así como la dificultad de construir clases medias (algo que ha cambiado últimamente) y la tentación populista. Cuando hay una desigualdad muy grande, los conflictos distributivos son más intensos y la forma en que se afrontaron históricamente en América Latina (en muchos países) fue a través del populismo y la inflación, que era una forma de fingir redistribuir sin redistribuir. La riqueza de la historia de América Latina es que puedes ver todos estos factores y conflictos distintos. Hay muchas más posibilidades de las que aceptan los deterministas. Todas estas teorías de alguna manera invitan a la resignación: yo creo que hay mucho por lo que luchar en América Latina y muchas posibilidades.
El populismo ha adquirido una importancia global en los últimos años. En América Latina tiene presencia desde hace mucho tiempo y goza de una continuidad que no ha tenido en otros lugares.
América Latina inventó el populismo urbano. El populismo en Rusia y en Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo XIX, era un movimiento principalmente rural. En América Latina fue producto de una urbanización en la que la industrialización no fue al mismo ritmo que la urbanización. Era una forma de incorporar a esas masas urbanas en la política. En ese sentido era creativo. Una alternativa latinoamericana a la socialdemocracia europea, basada en una estructura de clases más consolidada. En América Latina esto era más confuso. El populismo lleva a una serie de problemas. Lo defino como un estilo de política en el que un líder fuerte concentra el poder e intenta establecer una relación directa con las masas y desdibuja las divisiones entre las instituciones, la separación de poderes. Confunde líder, gobierno, Estado, y normalmente, pero no siempre, lleva a cabo una política económica expansiva y fiscalmente insostenible, que conduce a la inflación. El problema es que su efecto es dificultar la construcción de instituciones, del Estado de derecho. Lleva a una inestabilidad política porque estos regímenes personales por definición son inestables; conduce a la inestabilidad económica, a una volatilidad que es una explicación importante en el fracaso relativo en América Latina. Ambas cosas se refuerzan en un círculo vicioso. Dicho esto, es importante señalar que el populismo no es sinónimo de izquierda. Ha habido populistas de derecha, como Alberto Fujimori y Álvaro Uribe (aunque este fuera finalmente constreñido por las instituciones colombianas). Bolsonaro tiene bastante de populista, aunque parece que va a ser fiscalmente conservador, como lo son Evo Morales y López Obrador. Hay matices. Pero populista no es sinónimo de izquierda y es un error para mí definir a Lula por ejemplo como populista, aunque tuviera una fase populista. No es un socialdemócrata al modo europeo, pero sí un demócrata radical latinoamericano con toques socialdemócratas.
Algo que resulta muy claro en el libro es el énfasis en la diversidad, la existencia de tradiciones distintas.
Hay muchísima diversidad y siempre es importante, frente a casi cualquier generalización en América Latina, decir que depende de dónde está uno. Chile tiene una desigualdad significativa pero instituciones más sólidas que España, en términos de falta de corrupción o eficacia. Varios países de América Latina han tenido una transición democrática más extendida que España. Y están los casos de las llamadas repúblicas bananeras. Brasil derrota muchas de las generalizaciones que los mismos latinoamericanistas suelen hacer, porque no conocen el país. Solamente ha sido gobernado desde arriba, en forma de mando directo, en los siete años del Estado novo de Getúlio Vargas. La dictadura brasileña, a diferencia de todas las dictaduras de la América de habla hispana, mantuvo el Congreso. Es verdad que lo purgó, pero lo mantuvo, como las elecciones para él y los gobernadores estatales, aunque vetó a algunos candidatos. En el siglo XIX, la monarquía brasileña fue constitucional, parlamentaria, con un sufragio comparable al de algunos países de Europa en ese momento y esa tradición da cierta esperanza frente a cualquier tentativa de Bolsonaro de cerrar el Congreso. Ahora bien, si la diversidad es una característica muy importante, también hay elementos de unidad: dos lenguas, por ejemplo. Hay muchas lenguas indígenas, pero casi todos los que hablan un idioma indígena hablan también español o portugués. Históricamente hay un factor cultural importante. También se puede identificar un cierto pensamiento común que ha pasado por el liberalismo, el constitucionalismo, el corporativismo, el marxismo y luego la democracia liberal de nuevo. Hay también una serie de acontecimientos en la región, no siempre sincronizados: independencia política, revoluciones liberales de mitad del siglo XIX, el final de la esclavitud sucede en muchos países a la vez y en Brasil y Cuba más tarde, la industrialización, el consenso de Washington, el consenso pos-Washington, la democratización a partir de los ochenta. Intento mostrar esas grandes tendencias conservando el respeto a la diversidad.
En el XIX, América Latina es un gran experimento liberal, mucho más que Europa.
La revolución de 1848 tuvo un impacto casi tan grande en América Latina como en Europa. En Europa fue una bomba de efecto retardado, en América Latina tuvo en algunos lugares un efecto más rápido. El liberalismo es un elemento integral, pero no es el único. Los conservadurismos de distintas variantes, incluyendo los de la izquierda, han sido igual o incluso más fuertes.
Durante un amplio periodo de la segunda mitad del siglo XX, en parte por el ejemplo cubano, había sectores de la izquierda latinoamericana que defendían la lucha armada.
América Latina necesita tener una izquierda exitosa. En una región que tiene una desigualdad tan grande es esencial para intentar reducir y combatir este problema. La izquierda latinoamericana debe tanto a Mussolini como a Marx, por ejemplo en su defensa de un Estado grande, corporativista, que no ha reducido las desigualdades. En eso la Revolución mexicana fue muy importante. Evolucionó en un Estado corporativo. Tenía muchos aspectos positivos, era un intento de integrar una sociedad muy desigual, muy diversa, creó un mito indigenista que podemos criticar pero era importante. Fue muy influyente en los países andinos. Es un elemento importante en la izquierda, pero también la Revolución cubana fue un hecho fundamental. Lamentablemente, introdujo en el pensamiento de izquierda la idea de que lo más importante era el anticapitalismo y la justicia social. Esas dos cosas eran mucho más importantes que las libertades y la democracia, y la izquierda todavía tiene esa idea en muchas partes de la región. Si te fijas en López Obrador, te das cuenta de que es un hombre que empezó su vida política en el PRI. Piensa que México iba bien hasta los ochenta. Puede ser verdad en parte, pero cuando echa la culpa de lo que pasó al neoliberalismo después olvida que los gobiernos anteriores habían dejado el sistema en bancarrota. En el sentido más puro de la palabra, es un reaccionario, quiere volver a un imaginario pasado dorado. Si piensas en Lula y el pt, se casaron con el Estado corporativo montado por Getúlio Vargas y los militares. Los intentos de usar el dinero de la corrupción para mantener la hegemonía por parte del pt fueron desastrosos para la izquierda. América Latina necesita una especie de socialdemocracia moderna que combine la democracia, el respeto por el Estado de derecho, la justicia social y la redistribución sostenible. Es difícil en sociedades con tantos resentimientos, conflictos y desigualdades.
Critica a los liberales latinoamericanos que solo son liberales económicos, pero no en términos políticos, sociales y morales. Dice que se necesitan Estados fuertes y mercados que funcionen.
Muchos liberales latinoamericanos son en realidad conservadores o libertarians, en el sentido de que son beneficiarios de una distribución injusta de los activos y la riqueza basada en la apropiación y no la acumulación. Esto no se aplica a todo, hay también muchas empresas modernas. Pero pienso que el debate central en la región en los últimos veinte o veinticinco años ha girado en torno a lo que la izquierda llama “neoliberalismo”, una palabra bastante vacía de contenido, y por otro lado el estatismo, cuyo ejemplo máximo sería Venezuela. Es un debate estéril. América Latina necesita mercados sometidos a mucha más competencia, regulados por el Estado pero para fomentar la competencia y no para suprimirla. Y también requiere Estados mucho más sofisticados. En algunos casos, más grandes, por la proporción del PIB que gastan: países como Guatemala, Salvador, Honduras, son lugares
hobbesianos en cuanto a la incapacidad del Estado de mantener la ley y el orden, con las consecuencias que vemos todos los días de inseguridad, violencia, migración. Por otro lado, tienes Estados como Brasil que están gastando un porcentaje del PIB parecido a Europa, pero con resultados mucho más deficientes y sin economías lo bastante productivas como para sostener esos Estados. Se necesitan Estados no corporativistas, que no subsidien a los ricos y a las empresas, que tengan que hacer un esfuerzo mucho mayor para dar servicios públicos mejores. Las tareas que requieren las sociedades, desde incrementar la productividad hasta imponer un Estado de derecho o afrontar el cambio climático, requieren Estados con redes, no solo con silos funcionales separados. Y también en muchos países de América Latina el Estado está mucho más descentralizado que hace unos años, pero no ha prestado suficiente atención a la calidad de los servicios. Hay algunas tareas básicas: incrementar la productividad para no depender de booms eventuales de materias primas, algo que es una tarea de muchas facetas; construir o mejorar el Estado de derecho, que es básico para crear sociedades seguras en todos los sentidos; construir Estados que sean capaces de afrontar esas tareas; modernizar y renovar los sistemas políticos: lograr que no sean corruptos, lo que implica cómo financiar la política democrática. Lo que se ha visto en México y Brasil en distinta forma es un descrédito de la clase política. La consecuencia es López Obrador y Bolsonaro.
¿Hasta qué punto le preocupan esos dos casos?
Hay una ola mundial en los últimos diez años de regresión democrática y de formación de democracias iliberales, autócratas electos o como quieras llamarlo. Hasta ahora América Latina había resistido bastante bien. Hay dos casos claros de regresión democrática, que son Venezuela y Nicaragua, dirigidos por personas elegidas, pero últimamente en procesos electorales fraudulentos, que han erigido dictaduras. Con Cuba son tres dictaduras. En Brasil y en México, los dos países más importantes de la región, tenemos líderes que son potencialmente demócratas iliberales o autócratas electos. Digo potencialmente porque ninguno de los dos ha empezado a gobernar y hay que mirar con atención antes de sacar conclusiones definitivas. Pero hay motivos de preocupación en los dos casos. Si nos fijamos en México, todo el discurso de López Obrador es la reconstrucción del viejo sistema. Hay una demanda para la reconstrucción de la autoridad central de México porque los mexicanos se sienten inseguros y López Obrador interpreta esa demanda, la representa. Para mí la pregunta es si ese poder central que él quiere reconstruir, esa presidencia fuerte, va a ser democrática o no. Inquieta que piensa que para combatir la corrupción lo único importante es la voluntad presidencial y no las instituciones independientes, y hay motivos para pensar que va a ser generoso con la corrupción de los suyos y duro con la corrupción de los otros.
¿Y Bolsonaro?
Es en cierto sentido más preocupante. Porque López Obrador es un hombre que siempre ha jugado dentro del sistema, siempre ha participado electoralmente. Aunque Bolsonaro ha sido siete veces elegido en el Congreso, es un militar que habla abiertamente de que la dictadura es superior a la democracia: parece que no es un demócrata. Y ha dicho una serie de cosas que indican que podría ser un demócrata iliberal, que podría intentar usar su cargo para someter instituciones independientes como el poder judicial, el Congreso, etc. Parece que puede ser un presidente represivo, que no tenga en cuenta los derechos humanos o el bien común, en el sentido del medio ambiente. Dicho esto, no estamos en la Guerra Fría y hay más contrapesos y restricciones, sobre todo en Brasil, diría que son más fuertes allí que en México, donde la democracia es mucho más reciente y donde el federalismo fue una ficción hasta 2000. En Brasil el poder está bastante disperso y hay un sector privado que no necesariamente quiere lo que quiere Bolsonaro, hay medios de comunicación poderosos que se van a enfrentar a él. El poder judicial es bastante independiente, el Congreso también. Y casi la mitad del país está en la oposición. Dicho todo esto, me preocupa la posibilidad de democracias iliberales en ambos países, y me preocupa que en Brasil se produzca una degradación como consecuencia de estas políticas represivas que no creo que vayan a lograr su cometido de reducir la inseguridad.
¿Qué piensa que ocurrirá en Venezuela?
Venezuela es un desastre. Ha muerto Teodoro Petkoff, una persona extraordinaria, un guerrillero que se hizo socialdemócrata, un ministro de planeamiento que implementó una agenda económica liberal imprescindible e impopular, y que en la etapa chavista se hizo editor de un periódico muy crítico pero nunca derechista. Teodoro siempre me dijo que él confiaba en que durante la etapa democrática Venezuela había construido una cultura democrática que iba a resistir a Chávez. Su postura era razonable. Lo que nadie pensó es que los chavistas, Maduro y su gente, iban a estar dispuestos a destruir el país para mantenerse en el poder. Intentan hacer una segunda Cuba en la que ellos y su sistema duren, aunque expulsen a una parte significativa de la población y terminen con una población clientelar, y creen un Estado fallido, penetrado por el crimen organizado y en la tierra firme de América del Sur. Cuba es una isla y por eso se mantuvo como colonia setenta años más. Yo no pensaba que Maduro fuera a seguir unos años más. Pero podemos despertarnos mañana con la noticia de que ha sido derrocado por un golpe militar. Aun así, eso no habría pasado si no fuera por su actuación, por la influencia cubana. La pregunta que le pueden hacer los demócratas a Cuba es por qué está sosteniendo a este régimen que encierra a centenares de opositores, que tortura, que expulsa y empobrece a su población de esta forma tan dramática. ¿Qué quieren ahí?
Habla del impacto de la Guerra Fría en la región. También del consenso de Washington. Dice que hay un malentendido.
Hubo errores, pero muchas cosas eran de sentido común para cualquier economía avanzada. A muchos observadores, entre ellos muchos académicos, les cuesta reconocer que el comunismo era un fracaso y una tiranía. No basta con estar en contra del fascismo. Si eres un demócrata, debes estar también en contra del comunismo. Muchas de las cosas del consenso de Washington eran políticas para crear economías capitalistas desarrolladas, con políticas redistributivas y de igualdad de oportunidades. Los neoliberales de verdad, que son libertarios, no aceptan la importancia de la igualdad de oportunidades, que es fundamental para los liberales. Stiglitz, un héroe para la izquierda, dice que muchas de las cosas del consenso de Washington en Argentina son de sentido común, aunque hubo errores en la implementación que tienen que ver principalmente con la tasa de cambio, la tendencia a tener tasas de cambio sobrevaloradas, lo que tiene que ver con la falta de ahorro doméstico en América Latina y con la entrada de capitales cuando uno liberaliza y eso hacía que tuviera un impacto más grande de lo necesario sobre algunos sectores industriales. Por otro lado, no hubo un reconocimiento específico de la importancia de las redes de protección social, pero era básicamente un decálogo de política económica. Sobre todo por su nombre, se convirtió en el caballo de batalla, principalmente para la izquierda. Está claro que faltaban cosas sobre la sofisticación del Estado, faltaban políticas industriales. Pero Dilma Rousseff decía que implementaba políticas contracíclicas cuando eran cíclicas, se vanagloriaba de hacer política moderna cuando lo hacía a la antigua, con protección y subsidios a industrias muy establecidas, frente a un fomento muy disciplinado de la innovación y de industrias exportadoras de todo tipo. Ya no estamos en esa época, pero eso no debe implicar el abandono de las disciplinas macroeconómicas básicas del consenso de Washington que han probado su virtud. Los países que las han seguido están mucho mejor que los que las han anulado, como Argentina, Brasil o Venezuela.
¿Cómo ve la relación actual entre América Latina y España?
Durante la mitad del siglo XX había países en América Latina mucho más avanzados que España. México recibió a una gran parte de la intelectualidad española, era más rico. Argentina era mucho más rica, era donde más se publicaba en español. Uruguay fue el primer país de habla hispana en crear un Estado de bienestar y en implementar políticas liberales avanzadas como el divorcio o la abolición de la pena de muerte. La Transición democrática en España fue muy importante como ejemplo en América Latina. Hubo varios factores en la tercera ola democrática: el fracaso económico de las dictaduras, la crisis de la deuda, el fin de la Guerra Fría y el cambio de política de Estados Unidos, y la influencia de las transiciones en Portugal y en España, que fue clave. En la primera cumbre iberoamericana, en 1991, Felipe González habló muy elocuentemente de la importancia de la democracia para la izquierda latinoamericana. Fue muy importante. En los últimos tiempos, ha habido cierto triunfalismo en torno a la idea de la reconquista empresarial española de América Latina. Es una relación muy importante, pero tal vez menos cercana en la realidad de lo que se dice. Hay una retórica en España de que América Latina nos importa mucho, pero al sistema político español lo que le preocupa es Europa. A las empresas, a España S. A., sí les importa. La relación cultural es importante, pero en términos de mercado editorial cada país es una isla, un archipiélago que tiene algunas conexiones y puentes. Brasil es otra cosa, su relación es más con Portugal. El deseo de muchos políticos latinoamericanos es que Europa tome más interés en la región. Pero enfrente ahora tienes un mundo mucho menos amigable para el proyecto de confluencia democrática. Tienes un Estados Unidos a cuyo presidente no le importa un orden mundial económico que permita prosperar a otros países. Tampoco le importa la defensa de la democracia. Tienes a China, que ha hecho cambios históricos, y es un socio e inversor muy importante, con créditos más bien duros pero sin condiciones. También está llegando con su poder blando, con becas, viajes, contenidos para los medios. Conozco a políticos de América Latina que dicen que les incomoda que China avance tanto… Es bienvenida, pero las importaciones son de materias primas. Son importantes siempre, pero el mercado de productos con mayor valor añadido es Estados Unidos, Europa y la propia América Latina. Europa sigue siendo importante sobre todo en el sur, pero en términos políticos es una ausencia relativa. Da ayuda, es relevante en términos diplomáticos, por ejemplo, para el proceso de paz en Colombia. Pero lleva años ensimismada y ahora el mundo es un lugar más difícil para América Latina.~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).