Foto: Matias Basualdo/ZUMA Press Wire

¿Es José Antonio Kast un neofascista?

El resultado obtenido por José Antonio Kast en la primera vuelta de las elecciones presidenciales obliga a reinterpretar el sentido de las movilizaciones que en octubre de 2019 sacudieron a Chile.
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“En medio del caos, la demanda por orden pasa a ser prioritaria. Que el Estado sea capaz de imponer el orden es requisito sine qua non de los demás bienes que cabe esperar de él y de las actividades privadas. La anarquía llama al tirano. Lo enseña la historia y la filosofía política. Si el presidente Piñera no se transforma en el estadista que logró restablecer el orden, si los líderes de centro-derecha, si la izquierda y centro-izquierda socialdemócrata no deslegitiman categóricamente la violencia política y se ponen del lado del orden, si no interpretan a las víctimas del caos, le están abriendo espacio al neofascismo.”

Escribí estas líneas, publicadas en este mismo espacio, a seis días del incendio intencional del metro que desató la revuelta de octubre de 2019 y meses siguientes. Nadie duda hoy que el triunfo del derechista José Antonio Kast en la primera vuelta electoral presidencial se debe a que interpretó la demanda por orden, lo que las fuerzas políticas tradicionales –incluido, por cierto, el gobierno que preside el centroderechista Sebastián Piñera– no quisieron o no supieron hacer.

¿Significa el triunfo de Kast el triunfo del neofascismo? Muchos desde la izquierda piensan que sí.

Entonces, ¿en qué consiste el fenómeno político de Kast? Desde mi punto de vista, aunque su victoria es estrecha –2.08% de diferencia– lo que está ocurriendo es un movimiento tectónico en las distintas capas de la sociedad chilena.

Puede perder. Gabriel Boric, de la coalición de izquierda que salió segunda, es un candidato formidable. Pese a su juventud, ha ganado muchas elecciones que parecían imposibles. La última fue la primaria de su coalición, en la que derrotó, contra todo pronóstico, al alcalde comunista Daniel Jadue. Pero la victoria de Kast, hasta hace tan poco totalmente improbable y “superada por la historia”, va acompañada del mejor resultado parlamentario de la derecha en décadas: el Senado ha quedado dividido en partes iguales entre la derecha (sumando la bancada del partido de Kast y la de otros partidos de derecha) y todas las fuerzas de oposición al gobierno actual. Y en la Cámara de Diputados la situación no es tan diferente. La noche de las elecciones, la televisión mostró algarabía y mucha gente con Kast y caras acontecidas oyendo el discurso en el que Boric alentaba a “las compañeras y compañeros.”

Estamos en presencia de una contraola que invita a reinterpretar ese revuelto oleaje de octubre del 2019 y sus consecuencias. La visión hegemónica es que el incendio del metro fue una especie de Toma de la Bastilla que cortó la historia en un antes y un después, y abrió paso a un proceso revolucionario de refundación de Chile. Se dijo que era un hito de importancia análoga al golpe militar de 1973, aunque de signo opuesto. Se pensó que la revuelta demostraba que el país repudiaba las bases de estrategia económica de los últimos 30 años o más, que terminaba “el neoliberalismo”, que la democracia de este tiempo estaba maniatada y no era tal, que se inauguraba un tiempo histórico inédito, que la violencia, las barricadas en las calles, las quemas de iglesias y edificios públicos, los saqueos, el envilecimiento de las estatuas de las plazas y de los muros de la ciudad eran costos típicos de los procesos revolucionarios y anticipaban la nueva sociedad. La centroizquierda se amilanó y terminó repudiando su obra de estos 30 años, fue colonizada intelectualmente por el Frente Amplio y terminó ofreciendo no sé bien qué, lo mismo o casi lo mismo que este, solo que con “estabilidad.” Es la gran perdedora de esta jornada.

Hubo, claro, algunas miradas muy lúcidas, como la de Rodrigo Karmy, quien desde la izquierda planteó que no se trataba propiamente de un movimiento revolucionario con un proyecto social, sino de “una asonada” de carácter derogatorio, que “se inició en el subterráneo del Metro de Santiago para terminar expandiéndose a todo el país.” Según Karmy, se trató de una “violencia redentora” que representó “un momento destituyente” y, por tanto, “no cristaliza en un poder”, fue una “revuelta” o “asonada” que “no instaura, sino revoca.”

{{Rodrigo Karmy, El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado, Sangría, 2019}}

En la gran marcha pacífica del millón de personas del 25 de octubre de 2019 no hubo dirigentes ni partidos, y las demandas eran de grupos muy diversos, desde los pensionados hasta los animalistas. Las dirigencias políticas resignificaron lo que ocurría y le asignaron un proyecto refundacional a quienes se manifestaron pacífica o violentamente y participaban, en realidad, solo en una revuelta destituyente.

Las demandas eran muchas, desde luego: crítica frontal a las elites políticas y empresariales por escándalos de corrupción. Las más sustantivas tenían contenido económico: mejores pensiones, mejor salud, por ejemplo. Las dirigencias políticas, que no conducían el proceso, se reposicionaron como tales al interpretar lo que ocurría como la necesidad de una “refundación de Chile” o algo parecido. Para algunos la nueva constitución que prepara la convención es la vía para hacerlo y proponen, por ejemplo, que la economía chilena abandone las actividades “extractivas.”

Lo que estamos viendo es que la quema del metro puede no haber sido una Toma de la Bastilla a la chilena, sino más bien, un mayo del 68 en París. Los acontecimientos históricos no adquieren su sentido en sí mismos, sino a partir de lo que ocurre después de ellos. Hubo en Chile en esos meses el mismo espíritu carnavalesco que en mayo del 68, aunque con menos imaginación, con una violencia más dura, más amor al fuego y afición al saqueo. Mayo del 68 fue interpretado en su momento como un corte en la historia, un movimiento juvenil capaz de derribar la cultura burguesa occidental y el capitalismo. No ocurrió nada de eso. Después de la renuncia de Charles De Gaulle, la derecha francesa gobernó a través de los presidentes George Pompidou y, luego, Valéry Giscard D’Estaing. La burguesía francesa siguió su curso. El capitalismo se robusteció en el mundo entero. Y de la misma generación de mayo del 68 surgieron en Estados Unidos empresarios como Steve Jobs y Bill Gates, que cambiaron el mundo más que Lenin. Esos empresarios –y quienes les siguieron, como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Elon Musk, entre otros– son quienes pasan eso de “la imaginación al poder” del grafiti a la realidad.

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El voto de Kast es un voto de castigo. No es tanto un voto por él sino en contra de: en contra de la justificación de la violencia como instrumento político o como expresión espontánea del malestar con el statu quo; en contra de la visión catastrofista de las últimas décadas. En contra de la idea de refundar Chile. En contra de la inestabilidad y el desorden. Por tanto, en contra de la revolución. La propia revuelta, su violencia y su caos derogatorio, fue el antígeno que, poco a poco, produjo los anticuerpos en el cuerpo social.

En la zona de mayor violencia, La Araucanía, epicentro del conflicto mapuche, Kast obtuvo el 42.16%, contra un 16.58% de Gabriel Boric, el candidato del Frente Amplio –equivalente del Podemos español– y el Partido Comunista –institución que sigue defendiendo a Cuba y a Venezuela y gana, sin embargo, escaños e influencia–. La coalición de Boric se opuso al despliegue de fuerzas militares en la zona del conflicto mapuche, propone un indulto para quienes cometieron delitos en el contexto de las protestas del 2019 y defiende las barricadas en las calles como método de lucha.

Hay en Chile una creciente demanda por orden, pero a la vez un hastío con las élites tradicionales y una demanda transversal de recambio político generacional. Además, un descontento económico debido a que el ingreso per cápita durante los últimos años no creció. El economista Sergio Urzúa ha mostrado que entre quienes tienen 26 a 35 años, los ingresos reales del trabajo solo crecieron un 0.6% entre 2011 y 2020. Y entre los que tienen 18 a 25 cayeron en más de 1%. Esto contrasta con el crecimiento del 6% del tramo 26/35 años y 7% del tramo 18/25 años entre 1990 y 2011. La juventud que apoya a Boric tiene motivos económicos y no solo culturales para su malestar. La lucha es, en importante medida, entre dos generaciones que han enfrentado un entorno económico muy diferente.

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Kast es hijo de un alemán que combatió como teniente en la Segunda Guerra Mundial en Francia, Rusia y Crimea. Estuvo prisionero en Trento. Escapó de la prisión saltando de un segundo piso. Caminó de noche durante días hasta llegar a su ciudad natal al Sur de Baviera. Se casó, tuvo dos hijos en Alemania. Uno de ellos, Miguel, líder estudiantil en tiempos de Salvador Allende, sería después un influyente ministro del equipo económico de los Chicago Boys durante la dictadura de Augusto Pinochet. Murió a los 35 años.

El padre de los Kast emigró a Argentina y luego a Chile, donde compró una parcela. Le fue bien, trajo a su familia y prosperó con una fábrica de cecinas y una cadena de restaurantes. En total, nacieron diez hijos. Los Kast no son nazis. Son católicos bávaros vinculados al Movimiento Shönstatt, que fundó en 1914 el sacerdote alemán Josef Kentenich, quien estuvo preso varios años en el campo de concentración de Dachau. De hecho, en esta elección, José Antonio Kast obtuvo la primera mayoría –un 47.6%– de los que votaron en Israel.

José Antonio Kast es abogado y fue diputado de la UDI, un partido de derecha, del que se separó por considerar que se desviaba de su espíritu original y hacía demasiadas concesiones populistas o simplemente frívolas por ganar las elecciones. Los dardos apuntaban principalmente a su tradicional candidato presidencial, Joaquín Lavín. Es un católico ortodoxo y en materias morales se opone al aborto y sostiene que el matrimonio debe ser entre hombre y mujer. En eso toca una cuerda de gran llegada en los evangélicos, cuyos pequeños templos se multiplican en el mundo popular chileno y dan, desde las familias y los barrios desamparados, una lucha diaria contra la drogadicción, el delito y el narco. Kast comenzó su discurso la noche de la victoria agradeciendo a Dios; luego, a su familia.

No es un orador carismático. Boric, en cambio, sí lo es. Boric es capaz de entretener y cautivar por largo rato a una audiencia con sus palabras, su ritmo insistente y su puño en alto que saca desde atrás, en un gesto característico, indicando una fuerza demorada. Kast es bastante insípido. Su manejo escénico es algo improvisado e informal, pero sin dejar de parecer una persona formal que trata de hacerlo bien. Esos ojos intensamente azules, su piel blanquísima y su pelo rubio ya encanecido, bien cortado y ordenado se ven más en Bavaria que en Chile. Su sonrisa es bonachona. Sus ademanes son humildes y afables. Es proverbial la tranquilidad con que oye a quienes lo atacan y el tono sereno y espontáneo, casi ingenuo, con que responde las preguntas más agresivas. Aunque su retórica es deslucida, repite y deja en claro algunas convicciones simples.

La gente espera de él, está claro, mano dura contra el desorden político y económico. Porque, entre tanto, la inflación anda por el 6% y ha subido el pan y la bencina. Plantea bajar los impuestos para fomentar el crecimiento y destrabar las energías empresariales, achicar el Estado y despedir funcionarios públicos innecesarios, operadores políticos y parientes. Su lema es “Atrévete.” Dice: “Vamos a elegir entre libertad y comunismo”. “Son los delincuentes los que tienen que vivir encerrados y no los chilenos honestos que hoy viven con miedo y desesperanza.” A los muchos que temen –que tememos– que en un gobierno suyo se podría intensificar la violencia dice con voz calma: “No tengan miedo. Todo va a estar bien.”

Ha competido mano a mano con la izquierda en el campo de las redes sociales, con mucho mayor eficacia que la derecha tradicional. En Tik Tok se le ve bailando sin gracia, tieso, pero haciendo empeño, con sentido del humor y sencillez. Su canción es pegajosa. Hay videos con adolescentes que bailan enfiestados esa canción por Kast.

Su programa inicial contiene muchas burradas. No es claro cómo se financia el Estado con esas rebajas de impuestos –fue criticado por el propio el ministro de Hacienda del presidente Piñera, lo que debe haberle favorecido– y plantea eliminar el ministerio de la Mujer y reemplazarlo por el ministerio de la Familia, por ejemplo. En su vida política ha dicho muchas frases políticamente incorrectas. Por todo ello será un blanco fácil para sus adversarios, sobre todo en temas ético-culturales.

Pero lo más grave, lo francamente inaceptable, es que propone que, declarado el estado de emergencia por el presidente, se pueda “arrestar a las personas en sus propias moradas o en lugares que no sean cárceles ni estén destinadas a la detención”. A los cinco días la renovación del estado de emergencia requeriría la aprobación del Parlamento. Pero durante esos cinco días, es claro, imperaría la impunidad.

Otro de sus temas es la crítica a la inmigración descontrolada e ilegal. Su propuesta no es muy novedosa: construir una zanja. Pero en el Norte, una zona minera de presencia tradicional del Partido Comunista y la izquierda, y donde se construiría la zanja, obtuvo buena votación.

Claro que ahí le surgió competencia: la candidatura del economista Franco Parisi, quien hizo una campaña por redes sociales y desde Estados Unidos, sin pisar Chile. Pese a una vergonzosa demanda por alimentos de su ex mujer, logró salir tercero. Se planteó contra los políticos, los grandes empresarios y el manejo de la inmigración. Su enfoque económico es, en el fondo, procapitalista, lo que logró combinar con un hábil populismo y cierta sonrisa pícara, muy suya. Boric planteó, en cambio, que la inmigración ilegal debía abordarse a través del diálogo al nivel de los diversos países y dejó la sensación de que en su gobierno no se expulsaría a los inmigrantes ilegales por el hecho de serlo. En Colchane, el pueblo nortino por donde más llegan inmigrantes, el resultado fue así. Parisi: 47.79%; Kast: 46.25%; Boric: 1.88%. En las dos grandes regiones del Norte, Tarapacá y Antofagasta, Kast derrotó a Boric.

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En el último debate presidencial se vio a Kast como desconociendo su propio programa. Lo hojeaba sin encontrar lo que buscaba y pareció no estar muy al tanto de lo que decía. Esto, como es natural, fue blanco de muchas críticas. Pero quizá sea una señal de que no está de veras comprometido con lo que ahí se escribió. Ha dicho que para la segunda vuelta tendrá otro programa que interprete a todas las fuerzas que se le están sumando. Ya le dio su apoyo la UDI y se espera que en los próximos días lo mismo suceda con todos los partidos de la centroderecha.

Lo de presentar un segundo programa fue idea de Boric. En el primero se proponía, por ejemplo, un “consejo regulador de las comunicaciones” de radio, televisión y plataformas audiovisuales, que “velará por el pluralismo interno y externo” de los distintos medios. Esa institución de control coercitivo de las comunicaciones fue una de las propuestas eliminadas en el segundo programa de Boric. Otra fue la exigencia de que los directorios de las empresas estén integrados en partes iguales por accionistas y dirigentes sindicales. Y así, muchas más. Algo análogo va a suceder con el programa de Kast. Veremos.

Después de todo, ¿es Kast el neofascista que yo veía venir? Podría ser, pero creo que, a pesar de todo, no lo es. No veo en él el espíritu antidemocrático ni el estilo ni la retórica ni el carácter ni el tipo de organización del neofascista. Creo que es, más bien, un conservador innato, un pechoño a través del cual se expresa el atávico temor a la anarquía y que captó cómo golpear a la coalición del Frente Amplio y el Partido Comunista, que parecía invencible. Es lamentable que los partidos de la centroderecha y la centroizquierda no hayan sentido el clamor popular subterráneo de quienes valoran “la tranquilidad en la paz”, y se hayan confundido tratando de atraer a ese votante del adversario que en ningún caso votaría por ellos. En muchos casos ha habido un trasbordo político-ideológico inadvertido. Kast se atrevió a desafiar el diagnóstico de los políticos, los intelectuales, los sabios, los comentaristas extranjeros y los canales de televisión. No lo hizo desde la inteligencia sesuda y el diagnóstico cerebral. Lo hizo movido por un instinto. Y se encontró con que había una parte importante del pueblo que sentía como él.

Ahora ambos candidatos deberán moderar sus posturas para atraer a los menos convencidos, a los independientes, a los de centro, a los que no fueron a votar. Es una de las ventajas de la segunda vuelta. Y es lo que ya está sucediendo, y muy rápidamente. Boric ha comenzado a hablar de que los delincuentes deben estar entre rejas y ha indicado que el alcalde comunista Daniel Jadue, figura popular y emblemática de su coalición, se quedará en el municipio y, por tanto, no estará en su gabinete. La competencia será muy reñida. Aunque Kast pierda, habrá producido un efecto de contrapeso y realismo. Por mi parte, espero ver su segundo programa para sentir que el fantasma del neofascismo se aleja definitivamente de Chile.

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es un novelista chileno. Su última novela es La vida doble (Tusquets).


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