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Cuando las catástrofes crean alianzas improbables

Las redes de ayuda mutua demuestran de qué modo la sociedad civil puede tener éxito allí donde las instituciones a menudo fracasan.
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Las catástrofes son acontecimientos trágicos y aterradores, así surjan de la crisis climática, de un conflicto armado o de una emergencia sanitaria. Revelan profundas desigualdades sociales y obligan a sentir miedo e inseguridad. Pero también pueden servir como oportunidades para volcarse hacia la resiliencia colectiva y la ayuda mutua y construir alianzas improbables entre comunidades.

El libro de Naomi Klein de 2007, La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre, documentaba cómo, luego del “shock” inicial de los desastres –desde la inundación de Nueva Orleans por el huracán Katrina hasta la invasión de Irak o el tsunami en el océano Índico– los gobiernos ponen en marcha por la vía rápida políticas que una población distraída y desesperada estaría menos dispuesta a aceptar en circunstancias “normales”. Esos gobiernos imponen medidas de austeridad, recortando los servicios públicos y privatizando la economía, y reprimen a los ciudadanos que se resisten. Más recientemente, Klein ha abordado la devastación de Puerto Rico por el huracán María, la pandemia de covid-19 y la actual evisceración de fondos y trabajadores federales en Estados Unidos para mostrar cómo los gobiernos siguen utilizando las catástrofes para conmocionar a la población y hacer que acepte darle prioridad a los beneficios empresariales.

En el lado opuesto está lo que yo llamo la “doctrina de la resiliencia“. En mi trabajo como geógrafo centrado en la soberanía indígena y las relaciones interétnicas, he visto cómo, tras los desastres, las comunidades pueden colaborar para garantizar la supervivencia inmediata e imaginar soluciones colectivas prácticas a las crisis de la vida cotidiana. La “doctrina de la resiliencia” hace hincapié en el “colectivismo de las catástrofes” frente al capitalismo de las catástrofes, en la propiedad pública frente a la privada, en el “cambio compartido” frente al ánimo de lucro, en la igualdad económica frente a la austeridad, en la planificación verde regenerativa frente a la planificación del crecimiento, en los alimentos locales frente a los sistemas alimentarios globales y en las energías renovables frente a los combustibles extraídos. También reconoce que una “vuelta a la normalidad” que solo restablezca el statu quo es inadecuada para prevenir futuros choques.

Dado que las catástrofes obligan a centrar la atención práctica en la supervivencia humana y ecológica, pueden prefigurar una sociedad más sana. El libro de Rebecca Solnit Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre (2009) habla acerca de “la capacidad de las catástrofes para derribar viejos órdenes y abrir nuevas posibilidades”, cuando “los extraños se convierten en amigos y colaboradores, los bienes se comparten libremente, [y] donde las viejas divisiones entre las personas parecen haber desaparecido”.

Varias catástrofes relacionadas con el clima, incluidas las que Klein y Solnit han estudiado, han dado lugar a ejemplos de resiliencia colaborativa práctica que reúnen a las personas por encima de barreras raciales o culturales y líneas ideológicas, incluso en zonas conservadoras. El colectivo Common Ground Relief, tras el huracán Katrina en 2005, y Occupy Sandy, tras el paso del huracán Sandy por Nueva York en 2012, atendieron las necesidades básicas de las comunidades más vulnerables. Luego de que un tornado arrasara Greensburg, Kansas, en 2007, los líderes de la ciudad reconstruyeron utilizando energías renovables y políticas no partidistas. Grupos de ayuda mutua formados tras el huracán Helene del año pasado en Carolina del Norte y los recientes incendios de Los Ángeles han proporcionado el socorro necesario basándose en “la solidaridad, no en la caridad.”

Las naciones indígenas de todo el mundo se ven desproporcionadamente afectadas por el cambio climático y están respondiendo con modelos innovadores e integradores de resiliencia ante las catástrofes. Las naciones indígenas del noroeste del Pacífico estadounidense están reduciendo su vulnerabilidad ante los desastres colaborando con sus vecinos no indígenas. La reafirmación del poder de las tribus, que proyecta su influencia fuera de sus reservas hacia sus tierras ancestrales originales, beneficia por igual a las comunidades nativas y no nativas.

En el oeste del estado de Washington, las tribus tulalip y los granjeros blancos han estado siempre en conflicto por los desechos del ganado que llegan a los arroyos donde hay salmones. Pero ambos grupos han visto amenazados sus medios de subsistencia por el aumento del escurrimiento procedente del deshielo de la nieve y los glaciares, que en primavera provoca inundaciones en las tierras bajas, destruye los nidos de huevos de salmón y, luego, reduce la disponibilidad de agua durante las sequías estivales. Las tribus tulalip se acercaron a los agricultores de las tierras bajas para paliar juntos este desastre climático, basándose en los conocimientos indígenas de larga tradición. Las tribus ayudan a los agricultores capturando castores, a los que reubican en tramos más elevados de las cuencas hidrográficas. Los castores construyen presas allí para almacenar el escurrimiento, evitando las inundaciones primaverales y liberando agua durante las sequías estivales. Las tribus tulalip también evitan que los desechos del ganado lleguen a los ríos salmoneros, convirtiéndolos en bioenergía verde y vendiéndola a los agricultores a bajo precio.

Del mismo modo, la tribu swinomish ha elaborado planes de mitigación de inundaciones costeras con gobiernos locales que anteriormente se habían opuesto a la jurisdicción soberana tribal. La tribu nisqually ha colaborado con la ciudad de Olympia (Washington) para trasladar su fuente conjunta de agua potable fuera de un manantial vulnerable a la subida del nivel del mar, y con organismos federales estadounidenses para elevar una autopista a fin de dejar espacio para las inundaciones y las mareas.  

Incluso cuando la cooperación no tiende puentes tan marcados entre las diferencias raciales y políticas, la planificación de catástrofes ha impulsado soluciones tribales que están sirviendo de modelo a comunidades no nativas. Las tribus costeras de Washington (como los quinault y los quileute) están trasladando las infraestructuras a terrenos más elevados para evitar tsunamis y mareas de tempestad, que la subida del nivel del mar amplifica. La tribu de Shoalwater Bay construyó recientemente la primera torre de evacuación de tsunamis del país, que también sirve de refugio a los vecinos no nativos. En California, la nación yurok utiliza la gestión cultural del fuego para evitar incendios forestales catastróficos.

Estas alianzas para la resiliencia ante catástrofes reflejan otras alianzas improbables de naciones nativas y sus vecinos (pescadores, agricultores y ganaderos) para la restauración del hábitat del salmón, la eliminación de presas, la resiliencia climática, la recuperación económica local y la oposición a la minería y los combustibles fósiles. Al crear asociaciones como la Cowboy Indian Alliance, que detuvo el oleoducto Keystone XL, los líderes tribales también atraen a los vecinos blancos de las zonas rurales, alejándolos del populismo racista de derecha y acercándolos a un movimiento intercultural anticorporativo. Algunas áreas donde los conflictos en torno a los derechos tribales a la explotación de los recursos naturales eran más intensos, crearon las alianzas más sólidas para proteger o incluso cogestionar dichos recursos.

En la costa de Washington, la nación quinault se opuso a tres terminales de exportación de petróleo que pondrían en peligro el salmón y mariscos del condado de Grays Harbor. Los dirigentes tribales tendieron puentes a los pescadores que se habían opuesto a los derechos del tratado, y se unieron para evitar un desastre por vertido de petróleo y proteger sus pueblos de los trenes explosivos que transportaban el crudo. El presidente de la nación quinault, Fawn Sharp, comentó: “muchas de las relaciones que tenemos con nuestros vecinos surgieron de … la división, la lucha y el conflicto, pero a través de eso … han llegado a saber quiénes somos”. En 2017, los quinault y sus aliados derrotaron a las terminales petrolíferas (entre los cerca de 20 proyectos de combustibles fósiles paralizados), frenando la expansión regional de la industria petrolera.

Ya sea mediante la oposición a los combustibles fósiles o la adaptación al cambio climático, la crisis climática puede acelerar los cambios necesarios para un futuro más sano, que de otro modo podrían tardar décadas en aplicarse. Una planificación eficaz de las emergencias puede repartir más equitativamente los recursos entre los vecinos y también reforzar los métodos ecológicos que debilitarán las futuras sacudidas de los llamados desastres “naturales”. Las naciones tribales de Washington también adoptaron fuertes medidas proactivas en la pandemia, y compartieron sus vacunas con los pueblos vecinos.

Las catástrofes nunca son positivas, pero nuestras respuestas a ellas pueden contener la semilla de un mundo mejor. Al afirmar una visión positiva de la naturaleza humana, las redes de ayuda mutua demuestran cómo la sociedad civil puede tener éxito allí donde las instituciones, impulsadas por una visión negativa de la naturaleza humana, a menudo entran en pánico y fracasan. Dado que las catástrofes sacan lo mejor de las personas, así como lo peor, estas alianzas, y la capacidad de recuperación de la comunidad que generan, deberían estudiarse para reducir los daños al mundo humano y natural, y para proporcionar un poco de inspiración y esperanza.  ~


Este artículo se publicó originalmente en Zócalo Public Square, una plataforma de ASU Media Enterprise que conecta a las personas con las ideas y entre sí.

Forma parte de Cruce de ideas: Encuentros a través de la traducción, una colaboración entre Letras Libres y ASU Media Enterprise.


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