Mario Camus y la continuidad de lo vivido

Mario Camus y la continuidad de lo vivido

Era un hombre discreto, que se daba en el trabajo y en la amistad; era un hombre de acciĆ³n y distancias cortas, como un personaje de John Ford, con la elegancia y la verdad de Henry Fonda.
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Mario Camus abandonĆ³ sus estudios de Derecho para estudiar cine. HabĆ­a encontrado su pasiĆ³n. Su generaciĆ³n tuvo la fortuna de cruzarse con JosĆ© MarĆ­a GarcĆ­a Escudero, quien, al frente de la DirecciĆ³n General de CinematografĆ­a, consiguiĆ³ que los jĆ³venes que salĆ­an de la escuela de cine pudieran hacer sus primeras pelĆ­culas. CorrĆ­a la Ć©poca de las ā€œnuevas olasā€ y aquĆ­ tambiĆ©n habrĆ­a un ā€œNuevo Cine EspaƱolā€. Con este viento a favor, Camus pudo hacer su primer largometraje (Los farsantes, 1963), donde marca la senda de su estilo realista, sin grandes efectos retĆ³ricos. Con la vanidad del principiante pensĆ³ que habĆ­a hecho una buena pelĆ­cula, pero enseguida descubriĆ³ que la fortuna era relativa y la vanidad, poco de fiar.

La censura le cortĆ³ escenas, cambiĆ³ diĆ”logos y el productor mandĆ³ remezclar la pelĆ­cula. En una secuencia, los protagonistas, una compaƱƭa de cĆ³micos itinerantes, condenados al paro y el hambre durante la Semana Santa, en que estaban prohibidas las representaciones teatrales, prĆ”cticamente enloquecen, encerrados entre cuatros paredes, con el retumbar de las marchas y los tambores de la festividad religiosa. AsĆ­ la pensĆ³ y mezclĆ³ Camus, pero de pronto la escuchaba con una mĆŗsica de fondo. El director ya no reconocĆ­a su propia pelĆ­cula. A partir de ese momento, me decĆ­a, uno ya no se sentĆ­a seguro de nada. Guiones rechazados por la censura, juntas de calificaciĆ³n arbitrarias, condiciones miserables de producciĆ³nā€¦ Lo que tenĆ­a por delante no era precisamente un camino de rosas.

Su generaciĆ³n fue una generaciĆ³n malograda, como el propio paĆ­s, con directores que no encontraban su encaje en la industria, sin continuidad, perdidos o ā€œmalditosā€ā€¦ Camus, no. Ɖl habĆ­a llegado para quedarse. HabĆ­a dado con un oficio que amaba y merecĆ­a su respeto, y ā€œcualquier oficio al que uno quiera y respete puede ayudar a vivirā€, como dice el personaje de Carmen Maura en Sombras en una batalla (1993). LogrĆ³ una carrera fecunda, de una regularidad ejemplar: 30 largometrajes a lo largo de cuatro dĆ©cadas, ademĆ”s de sus trabajos y series para la televisiĆ³n pĆŗblica. Sin embargo, su figura ha generado menos literatura que la de otros compaƱeros de su generaciĆ³n, cuyo ā€œmalditismoā€ ha sido celebrado por todos menos por ellos, que lo sufrieron. QuizĆ” su carĆ”cter reservado no lo propiciĆ³. Nunca fue amigo de entrevistas, era un hombre discreto, que se daba en el trabajo y en la amistad. En este sentido era un hombre de acciĆ³n y distancias cortas, como un personaje de John Ford, con la elegancia y la verdad de Henry Fonda.

Recuerdo a propĆ³sito un diĆ”logo de Volver a vivir (1967), donde un periodista deportivo (Luis PeƱa) interpela a un entrenador de fĆŗtbol de segunda divisiĆ³n (Raf Vallone) diciĆ©ndole que ambos se deben al pĆŗblico. ā€œSĆ­, pero de manera distintaā€, le responde el entrenador. AsĆ­ era Mario Camus, alguien que siempre supo dĆ³nde estaba su lugar. Se le regateĆ³ la condiciĆ³n de autor, le daba igual. Quiso ser director de cine y vivir de ello, entendĆ­a su oficio desde patrones de estricta profesionalidad. Lo consiguiĆ³. En una industria sĆ³lida serĆ­a normal, pero en el contexto raquĆ­tico del cine espaƱol era un milagro. Por regla general la crĆ­tica no acertĆ³ a ver su ejemplaridad, resultaba inasible a sus categorĆ­as. Se le reconocĆ­a como artesano, un buen narrador e incluso un brillante adaptador de textos literarios, pero su actitud, esa manera suya que se transparenta en todas sus imĆ”genes, solĆ­a pasar desapercibida. En el festival de BerlĆ­n, donde La colmena (1980), su adaptaciĆ³n de la novela de Camilo JosĆ© Cela, ganĆ³ el Oso de Oro, el director Joseph L. Mankiewicz, que habĆ­a formado parte del jurado, se le acercĆ³ para felicitarle. Le dirĆ”n que lo que usted ha hecho es fĆ”cil ā€“le dijoā€“, pero usted y yo sabemos que no lo es.

Mario Camus posee un corpus temĆ”tico bien definido: el desarraigo, el deporte como metĆ”fora de vida, el pasado como determinante moral, la enseƱanza y la cultura como motor de emancipaciĆ³n, las segundas oportunidades en el amor y la profesiĆ³nā€¦ todo conducido por una galerĆ­a de personajes marginales, perdedores o anĆ³nimos que resaltan gestos como la amistad y la solidaridad, siempre bajo una mirada atenta al rescate de la dignidad de las personas. No era un director Ć”grafo, al contrario, no solo escribĆ­a sus propias pelĆ­culas, tambiĆ©n escribiĆ³ guiones para otros, y era muy leĆ­do. Su mayor influencia literaria es el escritor Ignacio Aldecoa, al que adaptĆ³ en tres ocasiones y con el que mantuvo una estrecha amistad, pero tambiĆ©n podemos citar a Joseph Conrad y ChĆ©jov, sin olvidar a PĆ­o Baroja, en concreto su novela Los amores tardĆ­os, que planea por todas sus pelĆ­culas sobre segundas oportunidades, sobre la continuidad de lo vivido.

Que escribiera no solo sus proyectos mĆ”s personales, sino tambiĆ©n los encargos que recibĆ­a nos permite rastrear sus temĆ”ticas incluso donde no se las espera, por ejemplo en sus pelĆ­culas con el cantante Raphael. Pero mĆ”s allĆ” de la fidelidad a unos temas, es la continuidad de su manera de hacer en unos y otros proyectos, la convicciĆ³n de su mirada, que nunca pasa nada por alto, lo que nos da su estatura como director. Esto es lo que vincula dos pelĆ­culas tan distintas en apariencia como La cĆ³lera del viento (1970), un neowestern con Terence Hill, con Los santos inocentes (1984), su adaptaciĆ³n de la novela de Miguel Delibes, no que ambos argumentos compartan el mundo campesino. DetrĆ”s del acreditado narrador, en el director oculto bajo la urdimbre invisible de la puesta en escena, lo que se revela es una poĆ©tica que podrĆ­a emparentarse, por su hondura Ć©tica, con Claudio RodrĆ­guez, otro verso libre, como Aldecoa, de la generaciĆ³n de los 50, y tambiĆ©n amigo Ć­ntimo del director.

He tenido el privilegio de conocerle en el Ćŗltimo aƱo de su vida. Le he visitado frecuentemente en su apartamento de Santander, frente a la playa del Sardinero, donde vivĆ­a solo, ya muchos aƱos alejado del ajetreo de su oficio. He visto en Ć©l la humildad de la que habla Cervantes, cuando dice que es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea. De verdad. Le pedĆ­ que me acompaƱara en un Ćŗltimo proyecto, que se pusiera delante de una cĆ”mara, sabiendo que era reacio a ello, y me ayudara contarle a travĆ©s de sus pelĆ­culas. AceptĆ³, generosamente. Y he sentido que le ayudaba, en el Ćŗltimo trĆ”nsito, a reconciliarse con una profesiĆ³n donde siempre tratĆ³ de dar lo mejor de sĆ­ mismo. Eso me llena de paz.

Sigfrid MonleĆ³n es director del documental Mario Camus segĆŗn el cine, actualmente en fase de postproducciĆ³n.

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Es cineasta y director teatral. Su pelƭcula mƔs reciente es 'Pintor de calaveras'.

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