Salvar vidas porque sí

La decisión del gobierno de Sánchez de acoger a los refugiados del barco Aquarius es arriesgada pero acertada y necesaria.
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La decisión del gobierno de Pedro Sánchez de acoger a los 629 refugiados del barco Aquarius es precipitada, arriesgada y acertada. Los debates sobre la falta de una estrategia común a nivel europeo, sobre efectos llamada, sobre Frontex, sobre posibles brotes de xenofobia en el lugar de llegada o las guerras en las que intervenimos en los lugares de origen, e incluso sobre si es un gesto propagandístico (claro que lo es, pero además salva vidas) dan igual. Son debates que se pueden tener una vez los refugiados estén a salvo, atendidos en tierra. Es una decisión impulsiva porque no cabe otra en una situación tan sencilla de resolver para un Estado moderno y democrático: abrir una frontera, un puerto marítimo, para atender a más de 600 personas necesitadas.

No actuar por miedo a consecuencias indeseables es olvidar que una vida humana es un fin en sí mismo. No hace falta, al menos en el momento de tomar la decisión, dar mayores explicaciones que la de salvar vidas. No es necesario afirmar que los inmigrantes pueden ser beneficiosos para la economía, que cerrar las fronteras no acaba con la inmigración ilegal, que no nos quitan los trabajos o que incluso ayudan a resolver el problema demográfico.

La decisión de acoger responde a un impulso básico humano de ayudar a gente en peligro. Y es la decisión de un Estado nación y no de la UE porque esta es una institución lenta, anquilosada, que se mueve por consensos difíciles de construir entre veintiocho Estados muy diferentes entre sí. La UE no es un buen organismo para las urgencias.

El acto de acogida del Aquarius no pretende ayudar a todos los refugiados, no es una defensa de abrir las fronteras a todo el mundo, no se plantea si hay inmigrantes económicos o refugiados que escapan de guerras y persecuciones. Simplemente aspira a salvar a 629 personas. A menudo una excusa que ponen los críticos con las políticas de acogida es que no resuelven el problema de raíz. Es cierto. Y es posible que el problema no se resuelva nunca del todo, que mientras haya desigualdades globales habrá refugiados. Pero eso no significa que haya que quedarse quieto y mirar hacia otro lado. Decir que salvar la vida a un ser humano no ayuda a salvar a todos los humanos suele ser la justificación de quien no quiere actuar. No es un argumento sino una excusa para no dar argumentos. Es una manera de escurrir el bulto, de limpiarnos la conciencia. ¿La solución del problema de los refugiados es acabar con las guerras y la pobreza de los lugares de orígen? Quizá no. Pero aunque lo fuera, mientras esperamos la paz mundial hay que hacer algo.

Una vez salvadas las vidas podemos debatir sobre la falta de plan, las consecuencias de acogida, el peligro de la xenofobia. En un artículo en CTXT, el experto en inmigración Hein de Haas desmonta varios mitos sobre la crisis de refugiados: 1) No, las fronteras cerradas no conducen automáticamente a menos inmigración, y a veces incluso consiguen que inmigrantes temporeros se asienten ilegalmente en el país, en vez de ir y volver cada año; 2) No, las políticas migratorias no han fallado: “gran parte de los inmigrantes, de acuerdo con los mejores cálculos disponibles, al menos nueve de cada diez, entra legalmente en Europa, y esto cuestiona la idea de que la inmigración está ‘fuera de control’”; 3) No, las políticas migratorias no son cada vez más restrictivas: “durante las últimas décadas las políticas migratorias han sido cada vez más liberales para la mayoría de grupos de inmigrantes”; 4) No, la ayuda al desarrollo en los países de origen no evita la inmigración: “Las investigaciones demuestran que los países más pobres presentan un nivel de emigración mucho menor que las naciones más desarrolladas. Al fin y al cabo, para emigrar hace falta disponer de recursos considerables”; 5) No, la inmigración no conduce a una “fuga de cerebros”: es “poco razonable culpar a la emigración (la salida de doctores, por ejemplo) de los problemas de desarrollo estructurales como la falta de instalaciones sanitarias en las zonas rurales”, y además los inmigrantes envían muchas remesas a sus países de origen; 6) No, los inmigrantes no quitan trabajos, ni debilitan el estado de bienestar: la inmigración afecta positivamente al crecimiento económico, pero el efecto es reducido. Haas dice que los más beneficiados de la inmigración, a parte de los propios inmigrantes, son las clases medias-altas. “Las personas con ingresos bajos tienen menos que ganar, y hasta puede que salgan perdiendo en algunos casos, mientras que irónicamente los exmigrantes son lo que más tienen que temer de los nuevos inmigrantes en términos de competencia laboral”; 7) No, la inmigración no puede resolver los problemas asociados al envejecimiento de las sociedades: para conseguir esto, “la inmigración tendría que alcanzar niveles que son tanto indeseables como poco realistas”; 8) No, no vivimos una época de migración sin precedentes: “los refugiados solo representan entre el 7% y el 8% de la población migratoria mundial, y cerca del 86% de todos los refugiados vive en países en vías de desarrollo.”

Nuestro Estado de bienestar, nuestra nación, nuestros valores no están en peligro por la inmigración. Esto tan obvio hace falta explicarlo y hacer pedagogía para contrarrestar los discursos xenófobos. En España, el partido VOX ha desplegado el discurso clásico xenófobo ante el caso del Aquarius: su líder Santiago Abascal dijo en Twitter que “El tráfico de seres humanos; eso es lo que patrocina el “buenismo” de PSOE, PP, Cs y podemitas, el negocio de los traficantes. Y, a la vez, promueven la pesadilla de una Europa islamizada, que es con la que sueñan los sultanes y oligarcas progres como Soros, Cebrián o Roures”. Pero es un partido minoritario, a pesar de que ha subido en las encuestas. Una encuesta le pronostica 3 escaños y un 4% en las elecciones europeas del año que viene.

Sin embargo, hay que estar alerta con este discurso. Muchos de los que se ven seducidos por él no tienen contacto con inmigrantes y posiblemente no lo vayan a tener. Pero su miedo es real y existe, aunque esté basado en mentiras y manipulaciones, y aunque tenga causas más complejas que el simple racismo (ansiedad social, degradación de su comunidad, pérdida de trabajo, precariedad, o simplemente miedo a lo desconocido). Los progresistas y liberales tenemos que explicar lo obvio y hacer pedagogía, en vez de etiquetar ese miedo como simple racismo. Como explica el psicólogo social Jonathan Haidt, “los que consideran el sentimiento antiinmigrante como simple racismo han olvidado varios aspectos importantes de la psicología moral con respecto a la necesidad humana general de vivir en un orden moral estable y coherente”. Las élites que han actuado rápido y de manera digna ante una catástrofe humanitaria no deberían pensar que quienes tienen miedo a esta decisión son menos humanos que ellos.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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