“¿Por qué son melancólicos los hombres que se distinguen en la filosofía, en la vida pública, en la poesía y en las artes, al grado de que algunos entre ellos sufren el morbo que viene de la bilis negra?”, se pregunta Aristóteles en el inicio del famoso Problema xxx. Luis Ignacio Helguera retoma sus palabras en este libro, principalmente porque su obra es una exploración del cuestionamiento aristotélico, así como fruto inevitable del mismo.
De cómo no fui el hombre de la década y otras decepciones es la compilación de veintitrés textos misceláneos que gente cercana a Helguera rescató de diversas publicaciones periódicas después de su muerte. Cumple con el último proyecto de su autor, quien dejara entre sus papeles un índice tentativo que guió la búsqueda hemerográfica de los editores. El resultado es un libro dividido en dos partes: “Escritura a pie”, donde un personaje tan lúcido como desencantado diserta en torno a temas cotidianos y en apariencia triviales; y “Reflexiones sobre lectura y escritura”, en la que ese mismo personaje comenta sus gustos y aficiones artísticas. Al volumen lo completan un prólogo y un epílogo –de Fabio Morábito y Ricardo Cayuela Gally, respectivamente– que coinciden en calificar a Helguera como un escritor que “vivió absolutamente insatisfecho”. Esta incapacidad para soportar la existencia es el eje de tan variado título, así como su particular postura ante la relación genio-melancolía.
No exagero al sugerir que este libro es la crónica del escritor en una época neoliberal, y nace del reacomodo que sufrió la esfera artística durante el priismo tardío. Redactados con la urgencia de la fecha de cierre editorial en tiempos de “alternancia”, sus apuntes sobre las dependencias gubernamentales –“Mi periplo financiado por el Instituto de Cultura”–, así como los de sus roces con el Poder –“Nos invitó Fox a comer en Oaxaca (mole frío)”–, entre otros textos de autoescarnio, dibujan a un escritor marginal e inestable. Hilarantes resultan el gobelino belga y el mobiliario aristocrático que decora su itinerante residencia, porque contrastan con sus fallidas lecturas de poesía en un mercado, sus humillantes trámites burocráticos y el desdén que para él y sus colegas tiene el presidente de la república. Entonces parece que este personaje minúsculo y prescindible solo puede abordar problemas que correspondan a su estatura: “De los libros prestados”, “De las mudanzas”, “¿Qué hacer con los domingos?”, “Breve loa al morbo del mal gusto” y “Bagatelas” similares conforman por mucho lo mejor del libro. Son ensayos breves, de estirpe inglesa, en los que la mirada aguda del narrador extrae de lo banal una insospechada y humorística trascendencia. Pero simultáneamente, esa postura exógena parece distanciarlo de un centro inalcanzable donde habita una obsesión: me refiero al anhelo de ser reconocido, de alcanzar el éxito.
Aristóteles respondía a su propia pregunta diciendo que los melancólicos eran hombres excepcionales porque la bilis negra les provocaba un estado alterado de conciencia propicio para la creación, una locura genial. A esta tradición se adscribe Helguera, principalmente en la sección “Divagaciones sobre leer y escribir”, donde procura retratar personajes “raros” por los que experimenta una profunda simpatía: Pedro F. Miret, el ajedrecista Carlos Torre, Lushin (personaje de Nabokov) y el doctor P. (personaje de Oliver
Sacks). Pero la melancolía mana al mismo tiempo de otra fuente: de la profunda decepción de no poder ser el hombre de la década. Esta carencia origina la infelicidad del narrador, se corresponde con la perpetua insatisfacción que señalan los textos que enmarcan el libro. El ensayo que inaugura el tomo y que justamente lo bautiza, ejemplifica lo anterior de forma por demás elocuente. El protagonista recibe una carta donde se le dice que aparecerá en el libro The most admired man of the decade, pero pronto descubre que es una estafa: la editorial solo quiere venderle sus ejemplares a un precio prohibitivo. Y aunque “en el fondo de nuestro ser alimentamos la ilusión de que nuestro trabajo es valioso, nuestra capacidad digna de aplauso, nuestro talento irremplazable [y] merecedor todo esto de reconocimiento”, el personaje nunca alcanza ese reconocimiento. Al final no envía el cheque a la editorial pero sí recomienda a otro escritor para que sea incluido en tan egregia publicación, un autor que sí cuenta con amplio reconocimiento y que, además, ocupa el escalafón social que el narrador anhela: Miguel Ángel Cornejo, “ese señor… tan notable, fracasado mental que ha alcanzado el éxito, único mediocre nato que jura enemistad a muerte con la mediocridad”.
A Luis Ignacio Helguera le precede la leyenda de su biografía, que he decidido omitir aquí. Su muerte prematura, así como su precoz genialidad y alcoholismo, dibujan una silueta que se alimenta de sus escritos, subordinándolos en ocasiones a su propia vida. En su ensayo “De las mudanzas”, dice: “En mi departamento hay un clóset que guarda recuerdos, donde está mi archivo personal, y es un verdadero caos. Presiento que si lo arreglo y lo pongo todo en orden moriré, como si redactara mi testamento.” Este libro es su testamento, a la vez que el ordenamiento de ese caos. Es su segunda muerte, tanto como la revelación del archivo: testimonio del fracaso de un artista en la era del nuevo liberalismo. ~
es profesor de literatura medieval y autor del libro La sonrisa de la desilusión. Administra la bibliothecascriptorumcomicorum.org, un archivo de textos sobre el humor.