Diferencias, de Goran Petrovic

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1. Sucede en todas las mitologías familiares. Uno colecciona prendas que señalan hitos, pequeñeces que mantienen vivas las historias mucho después de que estas han concluido. Sucede siempre: uno va abasteciendo el pequeño gabinete que dará pie a reconstrucciones futuras. Por ejemplo, en una de sus Vidas minúsculas (1984), Pierre Michon habla de un par de cajas de latón atiborradas de objetos entrañables. “Era el tesoro más anodino y más valioso”, dice.

 

2. Entre muchas otras cosas Goran Petrović (Kraljevo, Serbia, 1961) parece querer decirnos algo sobre la memoria. No acerca de la bioquímica del proceso, ni del género literario; más bien algo cercano a lo escrito por Michon. Algo sobre la memoria como el lugar donde lo insignificante y lo decisivo se cruzan.

 

3. Es un riesgo querer decir algo sobre la memoria en estos términos. Porque lo entrañable tiene el defecto de convertirse rápidamente en tedio, en obligación. Ante una anécdota que aspira a mostrar una faceta de lo conmovedor, uno no puede dejar de sentirse forzado a asentir y a aceptar: sí, me conmueve a mí también. Uno duda si es falta de empatía, un defecto de carácter el que impide esa entrega a la conmoción sensible. Un predicamento idéntico al que enfrenta quien, más que sonreír, hace una mueca ante las fotografías de un álbum familiar ajeno. Mencionar un álbum familiar, en este caso, viene a cuento porque Diferencias comparte con los registros fotográficos íntimos esos episodios de tensión incómoda. Por momentos, en los cinco textos que componen el libro, parece un imperativo de los lectores mostrar que la barbilla tiembla y los ojos se nublan.

 

4. Lo importante, sin embargo, no son las sensiblerías. Importa más el modo en el que están construidas. Con el panorama literario atiborrado de intentos por hacer que nos quebremos, lo entrañable está a la baja: se le estima truco puro y se le lee, cuando uno se anima, con profunda desconfianza. Por eso, importa la manera en la que Petrović hace frente a sus anécdotas. “¿Qué historia es digna de recordar? ¿Cómo escoger entre la abundancia?”, escribe. De esa abundancia, escoge las esquirlas, el aserrín. Bien podría haber escogido la violencia burda que ha emborronado esa parte de Europa en la que suceden sus historias; podría haberse apegado a la literalidad del odio y partir de ahí. Sin embargo, prefiere la tragedia de las minucias del carácter, las afectaciones menores insertas en una cotidianidad sin demasiadas pretensiones.

 

5. Un tropel de idiosincrasias. En cada texto, una tras otra. Van sucediéndose las pequeñas muestras de extrañeza y con ellas va avanzando la narración. La extravagancia es la única protagonista de los cinco relatos; los personajes son los accesorios que permiten que la extravagancia no lo domine todo. Son, los personajes, los que contienen a la extravagancia. Si acaso hay una trama es una de oposición: la rareza contra el mundo.

 

6. En Diferencias parece haber demasiada tensión. Para lo diáfano que aparenta ser el lenguaje de Petrović, hay una gran cantidad de tensión acumulada en los márgenes. No hay complicaciones mayúsculas al leer: uno pasa entre frases con soltura. Entre los fragmentos también uno se mueve con soltura: no es a causa del fragmento que la tensión está ahí. Sería demasiado evidente; no tensión sino fractura. Apenas es en el rabillo del ojo donde se adivina la tensión. Uno tiene la sensación de que algo de lo dicho es tentativo. Como si el lenguaje mismo se guardara algo para sí.

 

7. El reportero de guerra, dice James Wood en How Fiction Works, contrasta los detalles importantes con otros que no vienen al caso y su escritura adquiere relevancia de esa tensión entre lo horrible y lo cotidiano. Petrović, un optimista, sustituye el horror por lo maniático inofensivo, por lo enternecedor.

 

8. No se desvía de sus libros anteriores, Petrović, del intento que los anima: ahondar en el lenguaje ambiguo –insignificante y memorable–, y en el intento, revelar alguna cosa; descubrir casi de soslayo, como quien observa durante un largo rato una pared y termina por ver los contornos de un mensaje. La misma fe que colma a quien ve en el salitre del muro al ícono de su preferencia. En el segundo de los textos, el protagonista aprovecha que se interrumpe la proyección de una película para admirar el techo del cine, famoso por su decorado antiguo: “Siempre me pareció como una parte de algo más grande, de algo incomprensiblemente grande, así que por lo general no sabía si lamentar que nos tocara sólo eso o alegrarme por tener inclusive tanto.” Petrović, un melancólico, sabe que el optimismo tiene sus límites.

 

9. Alberto Manguel, en el prólogo a la segunda edición de otro de los libros del serbio, escribe: “Contar un evento periodístico, como describir una imagen fotográfica, tiene algo de trivial, de redundante; contar no lo que sucede sino lo que puede suceder, no lo que vemos sino lo que podríamos ver, es una tarea más noble y duradera.”

 

10. El empeño, noble y duradero, de Petrović parece ser decirnos algo sobre la memoria. No sobre el modo en el que recordamos, sino sobre la posibilidad futura de la memoria. En otro de los relatos un viejo dirige, desde su silla de ruedas, una grabación del tercer movimiento de la tercera sinfonía de Brahms. Está en
el balcón de una casona arruinada en un balneario. Mientras el viejo mueve las manos, los turistas desfilan en busca de su descanso. “A quién le interesa un anciano paralítico en una terraza”, dice el narrador. “A quién le interesa cualquier cosa que de momento no le incumbe personalmente.” El gran drama, pues, es la gran incógnita que contiene toda rareza: la posibilidad futura de formar parte de un gabinete personal, anodino y valioso, que impida que las historias terminen por completo. ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1980) es ensayista y traductor.


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