Massimo Recalcati
El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor
Traducción de Carlos Grumpert
Barcelona, Anagrama, 2014, 176 pp.
Las relaciones entre padres e hijos se apoyan en varios elementos de complejidades y alcances distintos: el biológico, el social, el cultural –entendiendo por tal no solo el de una determinada sociedad sino el del estricto entorno–, las intensidades de los afectos y, de manera radical, la construcción del imaginario con respecto a los roles. Que hoy vivimos un momento de crisis profunda en la relación padres/hijos es evidente, una crisis a su vez inserta en la alteración, disipación y revalorización de los modos sociales. La educación, en la docencia, en el hogar, en las relaciones de calle, es uno de los temas que ocupan a muchos filósofos, psicólogos y pedagogos hoy en día. Los jóvenes se han convertido en un problema, y la causa no está solo en los cambios estructurales de nuestras sociedades democráticas occidentales, sino también en las modificaciones producidas en nuestra voluntad de educar. Y entiéndase por tal la actividad por la cual dotamos y nos dotamos de unas pautas relacionales e internas en el aprendizaje y crecimiento en nuestro vínculo con los otros. Los jóvenes se han convertido en un problema porque los mayores, qué duda cabe, entre otras razones, hemos desistido en nuestra responsabilidad. Asumir la paternidad, la madurez y el legado, así sea críticamente, y transmitirlo, debe formar parte de nuestra propia educación. Uno de los conceptos que más se han aguado es el de la libertad, transformada en un dejar hacer que supone a su vez la dejación del correlato objetivo de la misma: la responsabilidad.
Massimo Recalcati (1959) es un psicoanalista italiano, autor de una amplia obra que incluye trabajos centrados en la psicopatología del comportamiento alimentario. En muchos aspectos es un discípulo de Jacques Lacan, y lo es especialmente en este libro que asume algunas tesis centrales suyas respecto al significado del padre como figura social. Lacan habló, por ejemplo, de “la evaporación del padre”. Recalcati usa una noción que, aunque no carece de realidad, quizás tenga una formulación equívoca e insuficiente: la de la “Ley de la palabra”, que el psicoanálisis denomina “ley simbólica de la castración”, algo que parece un exceso. ¿Por qué castración? Somos seres de lenguaje y la palabra simboliza nuestro vínculo con las fuerzas del lenguaje, que impele a aceptar la experiencia del límite. No todo es posible ni mi solo deseo es el soberano. Dicha ley (que no es tal, según lo entiendo, sino un mandato ético apoyado en una filosofía y psicología que concibe a la persona como otredad), “implica la renuncia a nuestros instintos”. No es que podamos renunciar a los instintos, interpreto, sino que estamos abocados a transformar sus impulsos. No hemos renunciado al instinto sexual, sino que le hemos dado pautas, prohibiciones, posibilidades inéditas en el mundo animal, e inventado una cambiante cortesía.
Pero veamos antes cómo enfrenta la crisis de la paternidad. Para Recalcati, el famoso complejo de Edipo (el asesinato paterno y el incesto) no opera en nuestro tiempo, y nos propone como diagnóstico y cura un nuevo mito: el complejo de Telémaco. Ya no se trata de matar al padre (disuelto en la desidia educativa y la disipación del imaginario transmisor) sino de esperar su regreso con el fin de poder ser el heredero, cuya etimología estudia bien: no es el que recibe sino el que, al recibir, no tiene nada, porque ha de desear y constituir lo heredado. Si Telémaco espera la llegada del padre con el fin de que devuelva el orden a la casa y el sentido de la palabra, el padre acepta su papel de regresar para dotar al hijo de un deseo y un futuro. Recalcati lo formula mejor así, en frase que nos recuerda a Levinas: “La Ley de la palabra es la Ley del reconocimiento del deseo del Otro, del que se alimenta la vida humana.” Y aquí Lacan, quien afirma: un padre es quien “sabe combinar (y no oponer) el deseo con la Ley”. No es que el padre conozca el sentido último, que quizás no exista, sino que da “un sentido”. Es una forma de transmitir el deseo de una generación a otra.
El malestar de la cultura, viejo tema freudiano, tendría en nuestros días unas características nuevas, sin negar algunas de las mencionadas por Freud. Se trataría de un sentimiento hiperedonista, apoyado en un yo que no quiere reconocer límites a su narcisismo y que convierte en consumo su relación con los otros, es decir: niega al otro como algo que siempre estará más allá de mi deseo. Recalcati denuncia este empobrecimiento de la experiencia del deseo, que ha renunciado a la postergación del goce. Lo quiere todo y ahora. Aunque encuentra siempre lo mismo en un ahora sin rostro.
La renuncia a educar, en el sentido expresado de hacerse cargo de la palabra, adopta la forma, según el psicoanalista italiano, en línea con muchos otros pedagogos y sociólogos, del padre-hijo: padres muy parecidos a sus hijos, una actitud que, bajo la máscara de la camaradería, es fuente de desconciertos identitarios sin cuento. Si los padres no renuncian a las expectativas narcisistas de los hijos, el afuera se torna una posibilidad de consumo o en una amenaza a la que se responde con la reclusión voluntaria alimentada por relaciones virtuales en apoyos tecnológicos. Vivimos en una sociedad de los jóvenes, en la tiranía de la juventud, hasta el punto de que nadie envejece, y si lo hace se sitúa al margen de lo visible. Pero si todos somos jóvenes, no hay herencia ni deseo con el que leer ese posible pasaje. Vivir, crecer, saber vivir es, según se desprende de los mejores momentos de este libro, aceptar que nos constituye la palabra como dimensión simbólica del otro, y que a nosotros mismos, para ser de verdad, para crecer, nos es necesario abandonar el narcisismo de un deseo que solo reconoce su impulso. No se trata de que los adultos encarnen un ideal de perfección o normativo, sino de que asuman la búsqueda del otro, de lo político como parte constitutiva de la persona. La figura paterna (obviamente también materna, pero brilla por su ausencia en este libro) debe suponer la existencia del futuro, el sentido del deseo. Aunque sin duda es una generalización, Recalcati no deja de señalar una realidad cuando afirma que, a diferencia de la época edípica –digamos hasta el 68–, en la que el malestar adoptaba las formas de la transgresión de la Ley, el gesto rebelde, ahora el deseo se agota en su objeto, mermado de apertura hacia lo Otro. La neurosis actual de la juventud –que se puede perpetuar en la madurez– es la que surge de haberse quedado sin herencia, y por lo tanto reprocha a los otros que no se le haya dado lo que le corresponde. Y al mismo tiempo es incapaz de “de recibir realmente algo del Otro, de soportar el estar en deuda con el Otro, de aceptar su condición de hijo”.
El diagnóstico, sin duda sumario pero que corresponde a parte de la realidad, es que vivimos en un tiempo regido no por el signo de Edipo, del Anti-Edipo o de Narciso sino por el de Telémaco, quien “exige justicia: en su tierra ya no hay Ley, ya no hay respeto, ya no existe orden simbólico”. No es una demanda del prestigio del origen o de una respuesta total, sino de una herencia “que se realiza únicamente hacia delante, de reconquista, como diría Freud siguiendo a Goethe”. Este libro, como muchos de nuestros días sobre este tema, señala la necesidad de realizar una crítica de la libertad (en su defensa, claro, que supone siempre responsabilidad), de defender una poética del erotismo que nos revele el misterio de lo deseado, como irreductible; de incidir en la necesidad de reeducar los afectos, desde la infancia, y de educarnos en una filosofía que, sin negar la individualidad, la muestre como producto de algo que la sostiene y la explica: la sociedad, los otros. ~
(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)