Marina Gasparini
Laberinto veneciano
Barcelona, Candaya, 2011, 126 pp.
En un libro insustituible, Prospects of power, John Snyder sostiene que el ensayo, tal como lo conocemos desde Montaigne, suele convertirse en vehĆculo de una religiĆ³n laica en que el hablante blasfema con un irĆ³nico Soy el que Soy: lo crucial del gĆ©nero es que posibilita un desafiante “ejercicio de la voz”. El Borges de Historia de la noche, con un parecer similar, habĆa sentenciado que Montaigne merece nuestra memoria por haber sido el “inventor de la intimidad”. La certidumbre compartida en ambos casos es que el Soy caracterĆstico del ensayo clĆ”sico se revela mĆ”s como personaje que como persona –palabra que se despoja del individuo para reclamar su frĆ”gil verbalidad.
Desde una intimidad cuidadosamente inventada, sin aspavientos confesionales e indisociable del lenguaje, nos habla el personaje-autor que Marina Gasparini ha creado en su Laberinto veneciano. La cuestiĆ³n del gĆ©nero resulta desde el principio insoslayable porque no serĆa demasiado extraƱo suponer equĆvocamente en el libro una vaga filiaciĆ³n a la literatura de viajes, hoy favorecida por los avatares de la mundializaciĆ³n. Los desplazamientos geogrĆ”ficos en la prosa de Gasparini, sin embargo, se anulan o neutralizan desde la imagen rectora del tĆtulo, motivo central de varias secciones: la filotopĆa extrema de sus ensayos nos invita, de hecho, a la inmovilidad trascendente, a la firme contemplaciĆ³n intelectual y afectiva de un lugar elevado a suma de experiencias transpersonales, donde los viajes dejan de ser fĆsicos. “Una noche de verano caminaba por calles que no sabĆa adĆ³nde me conducirĆan”, advierte la primera lĆnea del primer capĆtulo, y pronto nos enteraremos de que la ruta seguida estĆ” mĆ”s en los meandros del yo que en la ciudad casi personificada cuyo laborioso retrato leemos: “A la maƱana siguiente deambulĆ© infructuosamente buscando las calles por las que habĆa caminado. Venecia de nuevo me dejaba con el silencio en que nos sume la conciencia del misterio.” Pese a lo anterior, no todo se esfuma en la indeterminaciĆ³n, porque un sistema se delinea, despejada la suma de perplejidades temporales gracias a la paradoja que el espacio plantea: “Meses despuĆ©s, una penumbra fuera del tiempo acompaƱada de un sigilo sin aliento me permitieron reconocer el lugar ante el que habĆa reclinado la cabeza en repetido gesto. Era el laberinto. El mĆo.”
La clave estĆ” en unas lĆneas de MarĆa Zambrano de inmediato recordadas: “Venecia es para mĆ un enigma que se deja ver, un laberinto que se aparece y que no hay que esforzarse por buscar, porque si se lo busca no se encuentra jamĆ”s.” Venecia es el nombre geogrĆ”fico que da Gasparini a una regiĆ³n del decir y la conciencia; su mapa introspectivo se traza en ensayos donde convergen mĆŗltiples discursos acerca de la ciudad o producidos en ella, sean literarios (el exilio de Brodsky en Venecia, cap. IX), mitogrĆ”ficos (Orfeo, cap. XI) o inspirados por la mĆŗsica (Parsifal en Venecia de Sinopoli, cap. I) y, especialmente, las artes plĆ”sticas (las CĆ”rcelesde Piranesi, el Desollamiento de Marsias de Tiziano, caps. II yIII). Laberinto, en fin, de la cultura occidental diseƱado por la interacciĆ³n, aunque erudita siempre sensual, de una voz y una ciudad.
Imprescindibles son los pasajes dedicados al problema del “origen” (cap. VIII): en ellos, mĆ”s allĆ” de la aparente abstracciĆ³n, el vĆ©rtigo del pensamiento y sus redes culturales nos depara un inesperado aterrizaje en lo concreto. El rumor perseverante del agua que bate contra las piedras del canal de la Giudecca suscita en la voz ensayĆstica una marea de asociaciones etimolĆ³gicas (perseverare), religiosas (conexiones entre persistencia en el deber y la pietas, segĆŗn KerĆ©nyi), literarias (Lezama y el destino estĆ©tico) que desembocan en las histĆ³ricas y autobiogrĆ”ficas: la curiosa coincidencia que hace que alguien nacido en Venezuela, como es el caso de Gasparini, se residencie en el VĆ©neto, cuna familiar, pero tambiĆ©n origen onomĆ”stico, simbĆ³lico, de la tierra apenas dejada atrĆ”s, porque “en el nombre de mi paĆs natal, la nostalgia de un paĆs distante deja escuchar sus ecos. Venezuela fue bautizada en el recuerdo de Venecia. Bastaron unos palafitos construidos sobre el agua para que Amerigo Vespucci recordara a la ciudad que como una visiĆ³n se presenta a nuestros ojos cubierta de mĆ”rmoles blancos y rosados. Mucho de imaginaciĆ³n y un tanto de aƱoranza hubo en la evocaciĆ³n”. De esa manera, la nostalgia del navegante se vuelve anĆ”loga a la de la escritora y, por otra parte, el espacio que se descubre, gracias a un velado quiasmo, se transforma en hecho de escritura: el libro mismo que tenemos en nuestras manos, cuya Venecia ocupa el lugar del paĆs perdido, invertida la situaciĆ³n del origen. Lo que para Vespucci era simulacro se reafirma como el objeto extraviado, anhelado y definitivo del que brota la creaciĆ³n. Un producto literario que una mirada superficial considerarĆa simplemente cosmopolita, exotista o, acaso, ejemplo de la pregonada fluidez de la aldea global, nos da la sorpresa de un arraigo tan vigoroso como oblicuo en un discurso de naciĆ³n: “La tierra de los orĆgenes suele ser la nostalgia que da nombre a lo nuevo.” Conviene destacar, no obstante, que los arraigos entrevistos en Laberinto veneciano se fundan en el acto de imaginar y el de nombrar, es decir, en el poder del lenguaje.
Que un fenĆ³meno asĆ ocurra en estos momentos de la historia, cuando ha empezado a articularse una literatura diaspĆ³rica venezolana como resultado de las convulsiones internas del paĆs a lo largo de la dĆ©cada de los noventa y en lo que va del nuevo siglo, no es casual: Gasparini se suma a un grupo de autores de talla entre los que figuran Gustavo Guerrero, Juan Carlos MĆ©ndez GuĆ©dez, Gustavo Valle y Luis PĆ©rez Oramas. Para ellos la naciĆ³n sigue siendo un enigma que se deja ver y que, a veces, se manifiesta trĆ”gicamente. ~
(1964) es escritor venezolano y profesor de literatura en la Universidad de Connecticut.