La cocaĆ­na en la farmacia

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Araceli ManjĆ³n-Cabeza

La soluciĆ³n

Barcelona, Debate, 2012, 320 pp.

 

¿No serĆ­a mejor que quien deseara obtener alguna clase de droga para su consumo personal pudiera hacerlo en un establecimiento oficial, en lugar de llegar a un acuerdo ilegal tolerado de facto con un joven representante del crimen organizado en la esquina de cualquier barrio perifĆ©rico? Pues sĆ­; o depende. QuizĆ” el mismo lector que se sienta inclinado a responder afirmativamente cuando imagina a un consumidor anĆ³nimo camino de la farmacia cambie de parecer cuando piensa que puede ser su hijo quien se planta ante el mostrador para comprar unos gramos de cocaĆ­na un viernes por la tarde. ¡No digamos ya si preguntamos a la abuela! Pero unos y otros conforman esa opiniĆ³n pĆŗblica sin el consentimiento de la cual es difĆ­cil proceder al cambio en las polĆ­ticas pĆŗblicas relativas a la droga; un cambio que el constatado fracaso del prohibicionismo a ultranza parece demandar. O al menos esta es la tesis defendida por Araceli ManjĆ³n-Cabeza en este documentado y notable trabajo que aboga por la legalizaciĆ³n controlada como Ćŗnica soluciĆ³n posible al problema que su prohibiciĆ³n ha traĆ­do consigo. La autora es profesora de derecho penal en la Complutense de Madrid, pero tambiĆ©n exmagistrada suplente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y exdirectora del Plan Nacional sobre Drogas: como ella misma seƱala, su experiencia en la represiĆ³n la ha convencido de su inutilidad.

Acaso sus argumentos no sean especialmente originales, pero tampoco tienen por quĆ© serlo. Durante las Ćŗltimas dĆ©cadas se han acumulado suficientes razones en contra de la prohibiciĆ³n y en defensa de su alternativa natural, es decir, alguna forma de legalizaciĆ³n. Para ManjĆ³n-Cabeza, el problema empieza ya en la sesgada percepciĆ³n contemporĆ”nea de las drogas y su empleo. Su invocaciĆ³n de Paracelso, el alquimista tardomedieval, le sirve para subrayar que la droga es a la vez curaciĆ³n y veneno: todo depende de la dosis. ¿O no basta para suicidarse ingerir una caja de paracetamol, dada su elevada toxicidad hepĆ”tica? Tampoco son iguales todos los consumos, ni todo consumidor es un adicto; e igualmente obvio es que se puede caer en la adicciĆ³n de sustancias legales, como el alcohol o el tabaco, en la misma medida en que hay sustancias peligrosas que no caen dentro de la prohibiciĆ³n legal. Es, en suma, un territorio difuso, algo que la autora pone de manifiesto al relatarnos el origen de sustancias como la heroĆ­na (debida a Heinrich Dreser, el mismo empleado de Bayer que creĆ³ la aspirina) o la Coca-Cola (proveniente de un tĆ³nico que contenĆ­a cocaĆ­na y combatĆ­a el dolor de cabeza). Nada de lo cual obsta para reconocer que existen el abuso y la adicciĆ³n. Sucede, sin embargo, que la prohibiciĆ³n ha demostrado no ser el remedio para combatirlos.

Y no lo ha sido porque no podĆ­a serlo. DespuĆ©s de rastrear la genealogĆ­a e historia del prohibicionismo, que arranca en las guerras del opio del siglo XIX, alcanza un primer apogeo en la catastrĆ³fica Ley Seca norteamericana de los roaring twenties y continĆŗa hasta el presente de la mano de Naciones Unidas bajo el liderazgo global de Estados Unidos, la autora formula con claridad las dos falacias que constituyen su premisa. Primero, la suposiciĆ³n de que la prohibiciĆ³n de una sustancia restringe su disponibilidad; segundo, que la criminalizaciĆ³n del consumo lo disminuye de manera efectiva. ¡Basta salir de bares una noche para comprobar lo contrario! Por aƱadidura, mal parece compaginarse la prohibiciĆ³n total con un marco sociocultural que subraya la libertad individual y ha amasado un cuerpo de conocimientos farmacolĆ³gicos que invitarĆ­an al matiz antes que al trazo grueso. A juicio de la autora, en fin, la mayorĆ­a de los males provocados por la droga son hijos de la prohibiciĆ³n. Y esto incluye una costosĆ­sima e inacabable “guerra contra el narco” que estĆ” sumiendo en el caos a sociedades como la mexicana, cuyo caso, como el de Colombia o Ecuador, el libro trata en detalle.

Si la presunta soluciĆ³n no resulta serlo, habrĆ” que buscar alguna otra. MĆ”s concretamente, el consenso punitivo deberĆ­a dejar paso a un enfoque mĆ”s realista y humano, o sea, “un sistema de legalizaciĆ³n controlada por el Estado”. Sus ventajas estribarĆ­an en el control pĆŗblico y la consiguiente medicalizaciĆ³n de algunas sustancias; en una mayor inversiĆ³n en polĆ­ticas de reducciĆ³n de la demanda, financiada en gran medida con el ahorro en los costes de la represiĆ³n, y en el fin de la guerra contra el crimen organizado, asĆ­ como en la desapariciĆ³n de sustancias adulteradas –como el crack o el paco–, cuyo surgimiento obedece al rĆ©gimen de mercado negro. Ahora bien, la autora advierte que las posibilidades y formas de la legalizaciĆ³n son mĆŗltiples; cada paĆ­s, sugiere, habrĆ­a de buscar el suyo, lo que tendrĆ­a la ventaja de multiplicar los ejemplos que servirĆ­an de guĆ­a a los demĆ”s. Distinto es que el actual consenso internacional en torno a la prohibiciĆ³n pueda experimentar un cambio tan radical; en esto, la autora es forzosamente vaga, porque el camino polĆ­tico a la legalizaciĆ³n es mucho mĆ”s espinoso que el filosĆ³fico.

Hasta cierto punto, las reservas son naturales. A fin de cuentas, una situaciĆ³n dada, por problemĆ”tica que sea, es conocida; la legalizaciĆ³n nos conducirĆ­a a territorio desconocido. Precisamente, lo que falta es prĆ”ctica: experimentos sociales que permitan operar mediante prueba y error. La autora menciona algunos avances en ese sentido, como los habidos en Portugal o Argentina; quizĆ” mĆ”s conocido sea el dramatizado por los creadores de The Wire en su tercera temporada: la creaciĆ³n de un barrio, conocido como Hamsterdam, donde la droga pasa a ser legal, con resultados dispares. Y dispares habrĆ­an de ser, en todo caso, porque tampoco estamos hablando de legalizar una variedad del salmorejo.

En Ćŗltimo tĆ©rmino, el fundamento del abolicionismo es la libertad individual: el derecho de cada cual a hacer con su vida lo que quiera sin interferencia estatal. De ahĆ­ que reconocidos liberales, como Milton Friedman o Mario Vargas Llosa, muestren sin ambages su apoyo a la legalizaciĆ³n. MĆ”s difĆ­cil de entender es que defiendan esa libertad quienes la niegan en otras esferas, como la educaciĆ³n o la cultura; como si la neutralidad moral del Estado pudiera parcelarse y servirse a la carta. Claro que, bien pensado, eso es justamente lo que suele hacerse con las restricciones pĆŗblicas de la libertad individual: graduarlas hasta alcanzar su combinaciĆ³n mĆ”s justa y eficaz o acaso solo mĆ”s aceptable en un momento histĆ³rico dado. Probablemente, ha llegado la hora de hacer el experimento correspondiente con las drogas y ver quĆ© pasarĆ­a si fueran las farmacias las que dispensaran cocaĆ­na. ~

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(MĆ”laga, 1974) es catedrĆ”tico de ciencia polĆ­tica en la Universidad de MĆ”laga. Su libro mĆ”s reciente es 'FicciĆ³n fatal. Ensayo sobre VĆ©rtigo' (Taurus, 2024).


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