La tradición que hermana poesía y pintura, desde el dictum de Simónides de Ceos (“la pintura es poesía silenciosa, y la poesía pintura que habla”), tiene una de sus modalidades en el libro-objeto. El más reciente libro de poemas de Andrés Sánchez Robayna, realizado en colaboración con Antoni Tàpies, se inserta en esa rica tradición. Modernamente, la relación pintura-poesía en este tipo de obras no descansa en la noción de “ilustración”, que suele conllevar la de “dependencia” de una sobre otra, sino en la de “diálogo”. El pintor no aspira a representar las palabras del poeta, a recrear, con los medios que le son propios, esa realidad “modelizada” que, según Lotman, es el poema (el texto artístico en general), sino que pretende entablar un diálogo con él, en lo que puede ser considerado un verdadero ejercicio de “traducción intersemiótica”, esto es, entre lenguajes diferentes. Lo mismo sucede en el sentido inverso, es decir, en el camino que conduce del poema a la pintura. El libro-objeto pretende crear, en definitiva, el espacio de un diálogo donde pintura y poesía celebran un enigma antiguo: la vida de la imagen.
Este libro aporta rasgos novedosos a la poesía de Sánchez Robayna. Para empezar, un sentimiento elegíaco que trasmina de manera especial la primera sección del libro, Correspondencias, y que –con alguna excepción– no encontramos en su obra poética anterior. La irrupción de este sentimiento es tanto una nueva dimensión del hondo sentido de la temporalidad presente en esta poesía como una consecuencia de su exaltada sensorialidad. Lo elegíaco suele brotar aquí de una mirada atenta a los signos que señalan la ausencia de los otros, a las huellas que han dejado. Tales signos se inscriben en la misma esfera de significación que las huellas de manos y dedos que aparecen en los dibujos de Tàpies: el ámbito de lo humano frente a la acción del tiempo y de la muerte. La omnipresencia de esta última parece recobrar aquí la importancia central que había tenido en Palmas sobre la losa fría (1989), pero ahora, en cambio, a partir del recuerdo de lo ido, del amor por lo perdido. Nos encontramos con varias escenas radicadas en cementerios, lo mismo el romano del Testaccio, donde se hallan la tumba de Keats y la del hijo de Shelley, que el de Moguer, en el homenaje a Juan Ramón Jiménez (“El niñodios anduvo…”). Otros poemas, como el dedicado a Rachel Corrie, la pacifista norteamericana aplastada por los tanques israelíes, o la matanza de inocentes del 11-m, constituyen recuerdos recientes de la muerte injusta del hombre a manos del hombre.
Esta clara presencia de los otros supone, en mi opinión, un gesto de carácter ético en la obra poética de Sánchez Robayna, un gesto que nos hace pensar que el poeta está hoy más cerca de Lévinas que de Heidegger, quien, como se sabe, privilegió la ontología por encima de la ética y siguió manteniendo esa postura aun después de la Segunda Guerra Mundial y el genocidio judío. La pregunta por el ser, que siempre ha estado presente en la poesía de Robayna y que, en ocasiones, la ha llevado a erigirse en una suerte de ontología poética, adquiere en Sobre una confidencia del mar griego un marcado tono moral surgido de la profundización en el enigma de la temporalidad, uno de cuyos últimos avatares fue la apertura del poema al tiempo colectivo o histórico, al tiempo compartido con los otros, como hizo patente El libro, tras la duna (2002). En esta misma línea hay que interpretar, a mi juicio, la incorporación de la alteridad en la vida de la palabra, es decir, como un paso más allá en ese camino de indagación en el tiempo que pauta la evolución poética del autor desde Palmas sobre la losa fría.
El gesto “ético” no significa, sin embargo, el abandono de ciertos principios poéticos por parte de Sánchez Robayna. El propio poeta nos ayuda a clarificar esta cuestión al recordar las siguientes palabras de Lévinas: “la trascendencia no es una óptica, sino el primer gesto ético”. Desde esta precisa concepción, podemos decir que Sobre una confidencia del mar griego representa una apertura a las implicaciones ético-morales de una palabra que sigue concibiéndose como escucha radical del mundo. La imaginación (la “imaginación meditativa”, para decirlo con la expresión de Wordsworth) sigue constituyendo, en definitiva, la dimensión fundamental de la aventura creadora del poeta canario, que bien podría suscribir aquel verso de Mario Luzi según el cual “el pensamiento si no imagina ignora” (il pensiero se non finge ignora). La dimensión moral entra así de forma natural en la vida de la palabra, no como una imposición externa al poema –el cual, si así fuera, quedaría supeditado a ella–, sino como la consecuencia natural de una trayectoria poética que ha partido de un fundamento que se mantiene incólume hasta hoy en día.
La segunda sección del libro, Sobre una confidencia del mar griego, se deja insertar con menos problemas en la evolución lírica del autor. Este poema unitario en veinte fragmentos aparece vertebrado por un paisaje preciso: el de las Cícladas, el paisaje que vio nacer en las costas del Egeo, hace ya más de cuatro mil años, las culturas minoica y micénica, que tanta influencia han tenido en el arte del siglo XX. Hay aquí otro diálogo: el del hombre y el mar (el Alter de Hölderlin, el Antico de Montale). El fondo de semejante diálogo es doble: por un lado, la confrontación entre el tiempo efímero del hombre y la eternidad del mar; de otro, la búsqueda del secreto guardado por sus olas, cuyo rumor parece reclamar al poeta la escucha atenta de la palabra que lo cifra. Esta confrontación y búsqueda se mide continuamente en el poema con la conciencia aguda del acabamiento, como si tal comparación fuera el necesario ejercicio de humildad que conduce a la epifanía final del poema. La metáfora del mundo como “cuerpo” le llega al poeta canario principalmente a través del romanticismo inglés y alemán, aunque también a través de aquellos poetas y filósofos que, en este aspecto, pueden considerarse sus descendientes, y, por supuesto, de sus antecesores. De ahí la referencia al padre del hilozoísmo jónico, Tales de Mileto, en el fragmento que empieza “¿Cada cosa tenía un dios, dijiste?”, que alude al “todo está lleno de dioses” del filósofo griego.
Las palabras del mar entregan al poeta lo que podemos llamar una cifra del tiempo: “En estas aguas, que aquí ves incendiarse,/ arden todos tus mares, este de hoy,/ aquel en que tus ojos aprendieron,/ el que arderá contigo en la brasa del tiempo”. La visión de la unidad en el instante postula una unidad mayor y más simple, de la que aquella participa, pues la voz del mar es “eco/ del Uno”. He aquí una de las claves de Sobre una confidencia del mar griego y de la escritura reciente del poeta canario: unidad de los tiempos y los espacios en el instante del poema, unidad del libro que comienza y termina, justamente, con sendas referencias al Uno. La tensión entre contrarios mantenida a lo largo del poema se resuelve así, finalmente, en un instante de conciliación, en un cruce de lo absoluto y lo contingente, de lo eterno y lo efímero –bien simbolizado por las cruces de Tàpies–, entrevisto como deseo en uno de los fragmentos más hermosos del libro, donde el “perpetuo/ aprendiz de la luz” expresa su anhelo de “vivir ocultamente”, un deseo que, aparte de sus implicaciones ético-sociales, traduce la necesidad de fluir con el mundo para sentir así su abrazo de paz.
En su escucha del tiempo, Sánchez Robayna encuentra el instante salvífico y luminoso, testimonio de su fe en la palabra poética como inscripción de la huella del hombre sobre las aguas del mundo. El espacio mítico de Grecia devuelve al poeta al tiempo mítico del Instante, al acuerdo del hombre con el fluir de la existencia a través de la contemplación de la belleza, a pesar de la tragedia del dolor y la muerte. ~