Jacques Lafaye
Octavio Paz en la deriva de la modernidad
Mรฉxico, Fondo de Cultura Econรณmica, 2013, 254 pp.
“Escribir en torno de la obra de Octavio Paz es como traer agua a la mar con una tacita”, advierte Jacques Lafaye al inicio de la compilaciรณn de estos siete ensayos escritos al correr de los aรฑos (seis de ellos inรฉditos y el รบltimo publicado en 2009). Sin embargo, la mar crรญtica que circunda la obra de Paz –al menos aquella con algรบn sesgo biogrรกfico o testimonial– quizรก no sea tan vasta como la imagina el autor de Quetzalcรณatl y Guadalupe y todavรญa quepa dentro de los lรญmites del mar Egeo. Falta que nos caiga encima el tsunami esperado para 2014, aรฑo del centenario del nacimiento de Octavio Paz, para comenzar a hablar en tรฉrminos de ocรฉano. El libro de Jacques Lafaye es asรญ un afortunado adelantado en el maremรกgnum que se avecina.
No en vano nombrรฉ el mar Egeo que es el escenario mitolรณgico de la figura que sobresale de las pรกginas de esta deriva exenta de nรกufragos: Octavio Paz se perfila como el Teseo moderno que enfrentรณ pruebas tan peliagudas como el hรฉroe de la antigรผedad, y saliรณ victorioso de la mayorรญa de ellas. “Desorientada en este moderno laberinto de telecomunicaciones, la humanidad anhela un nuevo Teseo. ¿Serรก poeta, como soรฑaron Novalis y Heidegger? ¿O ingeniero informรกtico, como Bill Gates? ¿O economista, como Keynes? ¿O mรกs bien destructor de รญdolos, como Nietzsche, Rimbaud y Paz?” No obstante, la respuesta que se desprende de los ensayos del historiador y antropรณlogo francรฉs, a mi juicio, se inclina hacia la primera opciรณn. A la distancia y gracias a su perdurable presencia, Octavio Paz se antoja el Teseo que soรฑaron Novalis y Heidegger, a los que cabrรญa aรฑadir a sus contemporรกneos y futuros lectores. “Intentรณ ser otro Teseo –asegura Jacques Lafaye en otro pasaje–. Este es el significado รบltimo de toda su obra: buscar la salida del laberinto, por la historia y por la poesรญa.”
Para quienes pensรกbamos conocer relativamente bien a Octavio Paz, los ensayos de Jacques Lafaye aportan varias revelaciones y, sobre todo, un punto de vista inusitado entre los comentaristas del poeta. Como si realmente se tratara de una persona secreta, descubrimos a un joven Octavio Paz desenvolviรฉndose en el Parรญs de la posguerra, revivido y tasado por la mirada de un francรฉs que atiende alternadamente la Rive Gauche y la Espaรฑa peregrina. El primer capรญtulo, “El parisino”, ofrece una nutrida reconstrucciรณn del ambiente intelectual de aquel Parรญs “que no habรญa recobrado toda su gala de Ville Lumiรจre”, en el cual el joven diplomรกtico mexicano rentaba un estudio en la rue de Richelieu, a unos pasos de la Biblioteca Nacional, en una antigua casa “donde es fama que Moliรจre guardaba el vestuario de su compaรฑรญa de teatro”. Octavio Paz frecuentaba entonces el salรณn de Suzanne Tรฉzenas, no tanto para emular a Marcel Proust como para acercarse a los creadores y pensadores mรกs atractivos de la รฉpoca: “en las cenas a las que convidaba esta seรฑora, el poeta pudo alternar con Henri Michaux, Balthus y Samuel Beckett, que se convirtieron en amigos suyos, y tambiรฉn con Gaรซtan Picon, รtiemble, Maurice Nadeau, Guy Dumur, Claude Roy, Roger Munier, Jacques Prรฉvert, Raymond Queneau…” El etcรฉtera de esta lista incluye, por supuesto, a los surrealistas, cotidianamente reunidos en el cafรฉ de la Place Blanche, pero la comunidad intelectual que privilegia Jacques Lafaye es la primera, tal vez mรกs prรณxima a su propio entorno: “un รกrea de medio kilรณmetro cuadrado, cuyo ombligo era la plaza de Saint-Germain-des-Prรฉs, [donde] se percibรญa un hormigueo de genio literario y artรญstico, cercado por un rumor creciente de esnobismo”. En todo caso, se advierte que no simpatiza mucho con el movimiento surrealista y comete hacia รฉl los mismos errores de juicio que suelen repetirse con un dejo de incomprensiรณn o de mala voluntad.
Fiel a su mรฉtodo de historiador, Jacques Lafaye se convierte en un lector de las lecturas de Octavio Paz para mejor ceรฑir a sus mรกs notables inspiradores. Detalla lo que ya sabรญamos por la obra del mexicano: el rescate de los romรกnticos alemanes que le llegaron vรญa el surrealismo y Albert Bรฉguin: “Los romรกnticos nos enseรฑaron a vivir, a morir, a soรฑar y, sobre todo, a amar, afirma el autor de La llama doble”, y a borrar las fronteras entre el arte y la vida; la huella de Tocqueville y de Ortega y Gasset en su visiรณn de la historia y su pensamiento polรญtico; la decisiva influencia de Albert Camus como modelo de disidencia y rebeldรญa: “Lo mismo que todos los que no รฉramos de ninguna obediencia, Octavio Paz tuvo a Camus como principal referencia รฉtica; fue nuestro hรฉroe espiritual, nuestro Siegfried venido de la Blanca Argel.” Y con suma perspicacia Jacques Lafaye aรฑade: “La afinidad de Camus y Paz se debe primordialmente a la soledad originaria sentida hondamente por aquellos huรฉrfanos de padre, igualmente disconformes con los cรกnones y las convenciones sociales, transidos de la conciencia del abandono del hombre.” Su comprensiรณn del drama que marcรณ a sendos hombres, a los que habrรญa que sumar a todos los huรฉrfanos universales que se volvieron poetas, sin duda se debe a la orfandad paterna que, a los pocos meses de vida, tambiรฉn lo castigรณ a รฉl pero que pudorosamente calla en las pรกginas sobre la soledad y sus laberintos existenciales. Asรญ la comprensiรณn nacida de una autรฉntica compasiรณn impregna las distintas facetas del retrato del poeta que, con razรณn y tino, Jacques Lafaye equipara mรกs tarde con otra cรฉlebre huรฉrfana: la dรฉcima musa de Mรฉxico: “La figura de Sor Juana, rebelde pero polรญtica, solitaria y tambiรฉn narcisista, รกvida de saberes y asfixiada en un Mรฉxico que ‘le queda chico’, es prefiguraciรณn del propio Octavio Paz.”
Entre las lecturas del joven Paz, Jacques Lafaye nos revela una admiraciรณn prรกcticamente desconocida por Charles Pรฉguy, cuyos libros el poeta devoraba en la รฉpoca de su estancia en los Estados Unidos, hacia 1945. En una carta a Teresa Guillรฉn, hija del poeta Jorge Guillรฉn, que Jacques Lafaye reproduce en manuscrito facsimilar, Octavio Paz confiesa su embeleso por este autor y concluye la misiva con una frase que tal vez asombrarรก a algunos: “Quisiera una fe inteligente y al mismo tiempo aรฑosa, como la de los fresnos de mi plaza, como la de los viejos cristianos.” A fin de cuentas, el anhelo quizรก no sea tan sorprendente en quien participรณ su vida entera de la bรบsqueda del Absoluto y cautivรณ lo sagrado fuera de los dogmatismos de toda รญndole. Si Jacques Lafaye bautiza a Octavio Paz como el “Teseo moderno”, tambiรฉn le atribuye el mote de “nuevo Voltaire” y se burla amistosamente del que afirmaba que “los jesuitas son los bolcheviques de la Iglesia”. “Visiรณn obsoleta”, asegura Lafaye quien prefiere esta otra fรณrmula: “los jesuitas son los trotskistas de la Iglesia”. Asimismo recoge algunos pรกrrafos del mexicano que bien ilustran su tendencia volteriana a la indignaciรณn. Me limito a citar tres de ellos, cuyo tono desgraciadamente ha caรญdo en desuso en nuestra aletargada repรบblica de las letras: “Nuestros gobiernos han gastado cientos de miles de pesos en ostentosos y repulsivos homenajes a Sor Juana […] Con menos gasto y mรกs gusto se habrรญa podido ayudar a un investigador para que averiguase en Espaรฑa el paradero de esos papeles.” “Se dice que la pasiรณn que corroe a los pueblos hispรกnicos es la envidia; pero y mรกs poderosa es la incuria, creadora de nuestros desiertos.” Y refiriรฉndose a la mercantilizaciรณn del arte: “La indecencia de la basura no es menos patรฉtica que la falsa eternidad del museo.”
“Algunos pretenden que en las digresiones suele encontrarse lo mรกs importante de los libros”, sostiene Jacques Lafaye amparรกndose en la figura de Pรฉguy, a la cual habrรญa que agregar al campeรณn de la digresiรณn que fue Victor Hugo, y tambiรฉn al mismo historiador Lafaye quien, gracias a sus continuas digresiones, convierte estos ensayos en verdaderas conversaciones que dosifican sabiamente la erudiciรณn y la anรฉcdota. Es importante subrayar tambiรฉn que el tono de estas “conversaciones escritas” es dictado por la amistad y una sostenida y genuina admiraciรณn, antes que por la manรญa acadรฉmica. “Yo no opino asรญ por conformismo y ciega admiraciรณn al ilustre poeta, quien para mรญ sigue siendo el Octavio de aรฑos atrรกs.” Jacques Lafaye parece asรญ saldar sus deudas intelectuales y afectivas hacia quien, despuรฉs de Marcel Bataillon y Paul Rivet, constituyรณ algo mรกs que un simple sustituto de la figura paterna: algo asรญ como una autoridad sin visos autoritarios, fraterna y generosa. Sin embargo, no pierde de vista la percepciรณn que las inmensas minorรญas de lectores de poesรญa pueden tener de su amigo tutelar: “No faltan jรณvenes mexicanos que ven ahora a Octavio Paz como a un personaje oficial, pero el que va a quedar en la memoria y la historia, con su obra escrita, serรก el Octavio combativo de 1948 y 1968, el joven escritor que distinguieron Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia, el joven rebelde que adoptรณ Breton, el campeรณn de la libertad que publicรณ El ogro filantrรณpico.” ~