Los cambios que han marcado la historia política universal han tenido sus repercusiones en la historiografía, en la escritura de la historia en los últimos treinta años. Se vale hablar de una rehabilitación espectacular del acontecimiento y del sujeto. Quedó lejos la condena universal de la histoire-bataille, la histoire événementielle, y de la biografía como género burgués. Cuando Christopher Domínguez Michael y Roger Bartra eran muchachos marxistas y Jean Meyer un historiador principiante, imperaban la larga duración, la historia económica y social de las infraestructuras, los grupos y las clases sociales. Anatema, el evento, la jornada breve, los actores individuales. Con o sin materialismo histórico, la historiografía privilegiaba todo lo que manifiesta la necesidad, el determinismo, sin interés por la indeterminación, la sorpresa, la voluntad, la libertad, valores feudales o burgueses.
Veinte, treinta, cuarenta años después, desde la caída del Muro de Berlín hasta el 11 de septiembre del 2001, el paisaje historiográfico ha cambiado por completo.
Tanto la novedosa historia cultural, los gender studies, los subaltern studies, la etnohistoria, el “deber de memoria”, como la resucitada historia política nos señalan la importancia del tiempo corto del acontecimiento como lugar privilegiado para medir el carácter abierto, imprevisible, aleatorio de la historia. Aleatorio pero inteligible, a posteriori; el acontecimiento nos lleva a prestar mayor atención a los actores individuales, a entender la importancia de la voluntad, de la decisión, de la acción en el cambio histórico.
La dignidad recobrada por el género biográfico, satanizado entre 1945 y 1988 (en México, el pionero fue Enrique Krauze, desde su tesis sobre los caudillos culturales en la Revolución Mexicana), es otra prueba del regreso del sujeto al centro de las preocupaciones del historiador. La historia política hoy triunfante no es la de siempre: ha renovado sus métodos y prefiere el estudio de los problemas al relato tradicional. La biografía histórica se parece más a su antepasada y sigue despertando cierta desconfianza en la academia, porque parece entregada a la restitución más que la interpretación, a la narrativa más que al problema.
El largo eclipse de la biografía histórica corresponde al reino hegemónico de las ciencias sociales que se apoyaban sobre dos columnas teóricas: el marxismo y el psicoanálisis. (¡Bendita contradicción!, pero hay que recordar que Trotski, Bujarin y varios bolcheviques de la vieja guardia veían con interés el análisis.) Había un consenso para pensar que los discursos y las prácticas no son más que máscara, disfraz, cortina de humo; que toda conciencia se mistifica: los actores creen que hablan, que actúan, mientras que el científico social, el crítico literario, el historiador revela lo que en ellos habla, lo que actúa: las infraestructuras, la pertenencia clasista, el inconsciente y el lenguaje. Por eso, durante tantos años, el sujeto desapareció en su autonomía y capacidad para retransformar la realidad. Por eso el historiador, marxista o no, estudiaba la larga duración y las masas anónimas, sin asombrarse de la presencia demasiado real, a lo largo del siglo XX, de individuos dotados de un gran voluntarismo, capaces de cambiar el curso de la historia Lenin, Mussolini, Stalin, Hitler, Mao, Fidel sin asombrarse del “culto de la personalidad” en un “campo socialista” que predicaba todo lo contrario.
Ese modelo entró en crisis en los años setenta y llegó a su estadio final al acabar los ochenta. La crisis simultánea del marxismo y del psicoanálisis golpeó las ciencias sociales dominantes (la antropología y la sociología). Curiosamente esto coincide con la muerte de Luis Althusser, Roland Barthes, Michel Foucault y Jacques Lacan, los grandes maestros universitarios de ese sistema interpretativo. La crisis y el derrumbe, inesperado y sin agresión externa, del “comunismo real” acabó de devolver a la marcha de la Historia su carácter indeterminado, y de darle todo su sentido a la célebre afirmación: “los hombres hacen su historia, pero no saben la historia que hacen.”
Gracias a esa crisis, la historiografía, ciencia humana de lo aleatorio, recobró el prestigio perdido a favor de la economía y de la sociología, y fue profundamente transformada como ya lo dije: nueva historia política conectada con el estudio de las ideas, del derecho, de la cultura; renacimiento del género biográfico como símbolo del regreso del individuo, del sujeto reflexivo, voluntario, actor y factor.
¿No corresponde esto a una evolución profunda de las sociedades contemporáneas, tanto en Asia como en Europa y América? El individuo como valor supremo, para no decir único. El individuo como un universo en sí. En tal contexto, la biografía es un campo privilegiado y, si bien no tengo los elementos para hacer la biografía de Christopher Domínguez Michael, creo que entiendo la evolución personal que lo ha conducido, desde ciertas formas de escritura ligadas a un compromiso político, ideológico, a escribir esa monumental e impresionante biografía de Servando Teresa de Mier.
¿Será pura casualidad que haya emprendido la obra en 1989, año del bicentenario de la Revolución Francesa, año de la caída del Muro?
He dicho que el género biográfico triunfa. Basta pasearse en las librerías y hojear los catálogos editoriales. Cada año se imprime una multitud de biografías, aunque la mayoría son tan decepcionantes como huecas. Todo lo contrario del gran libro de Christopher. Esas biografías se centran excesivamente sobre su personaje, sobre su texto, con una indiferencia total hacia el contexto, sin ningún esfuerzo para entender. Eso no es hacer historia, y se limita a buscar los famosos “pequeños secretos”, hoy sexuales de preferencia, que nos darían “la clave” del héroe y de su obra artística, científica o política.
Christopher Domínguez Michael está a mil leguas de esa nimiedad, y su biografía de Fray Servando revela la terrible complejidad de las cosas, el desorden de la Historia, tanto personal como universal. Una biografía es la historia de un individuo único, pero de un individuo que atraviesa una historia, historia que lo engendra, produce, transforma, pero historia que él, simultáneamente, produce.
¿Por qué el libro es tan monumental si abraza apenas veinticinco años de la vida de Servando Teresa de Mier? Es que si Servando fue Fray Servando Ordinis Praedicatorum y padre de la patria mexicana, su biografía necesita una definición de cómo se concebía en su tiempo la condición frailuna (fraile no es monje ni tampoco cura), y una presentación de la especificidad dominica (frente a la jesuita, que hay que definir también); una presentación también de la Nueva España, de la novedad de la idea de patria. El hilo de Ariadna cronológico que nos lleva de 1795, año terrible de la caída del joven, brillante, ambicioso predicador Christopher abre entonces todos los cajones del tema guadalupano a la muerte de su héroe, pasando por las cárceles españolas, la Revolución Francesa y su política impolítica religiosa, el Imperio napoleónico, la Ilustración ibérica, la invasión francesa del territorio español y la Guerra de Independencia de España, seguida de las insurgencias americanas: ese hilo de Ariadna conduce al autor a multiplicar los estudios, asombrosos de precisión y de escrúpulo, sobre todo lo que el más curioso de los lectores podría necesitar o querer saber, acerca de la historia eclesiástica como de la teología, sobre el temblor o tsunami de Lisboa o sobre la destrucción de la Compañía de Jesús, sobre Miranda como sobre Blanco White, sobre la vida cotidiana, los libros, la guerra.
Una verdadera biografía estudia a un individuo singular, pero en su entorno colectivo, tanto de vivos como de muertos: esta observación vale para cualquier personaje histórico. ¿Cómo entender a Stalin sin conocer la cultura georgiana? ¿A Hitler sin hablar de su vida en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y del Tratado de Versalles? La restitución del destino individual de Fray Servando toma sentido bajo la pluma (virtual) de Christopher Domínguez Michael precisamente porque el autor restituye todas las facetas del entorno de su biografiado, de su contexto. Así, sólo así, se llega a la explicación de lo que puede parecer inexplicable o aberrante a primera vista. Así se evita caer en un psicologismo barato que lo explicaría todo por una disposición psicológica particular, cuando la moral profesional de un fraile dominico del siglo XVIII es mucho más aclaradora.
Toda la dificultad reside en el equilibrio entre restitución del hombre y restitución de su tiempo, de su entorno. La historia personal de Servando un hombre soltero y solitario, pero para nada misántropo sino bastante sociable se confunde con la de la gran “revolución atlántica” que va de 1776 (de 1789) a 1825. La intensidad de su compromiso personal en la acción intelectual y política (hasta militar, sin llevar nunca un arma) hace que su historia particular se confunda con la de su tiempo en México, Madrid, Sevilla, París, Cádiz, Lisboa, Londres, otra vez París, otra vez México, primero en las mazmorras de la Inquisición, luego en el Congreso.
Imposible, impensable distinguir entre la vida privada y la vida pública de Fray Servando: su biografía tenía que ser una historia de los últimos años del virreinato de la Nueva España, del reinado de Carlos iv y de Godoy, de la Europa revolucionaria y napoleónica, de la independencia de América Latina. ¿Se puede imaginar una biografía de Robespierre sin historiar el Terror al cual ligó su destino?
Un amigo me comentó que había desistido de leer el libro, asustado por su tamaño y porque pensaba, al hojearlo, que el contexto se había tragado la biografía. Que él esperaría la publicación, por Christopher, de un segundo libro, de una segunda biografía de Fray Servando, en doscientas cincuenta páginas, diamante recortado y pulido. Cuestión de equilibrio, decía yo.
La biografía es un relato y por lo tanto un género mixto, marcado por la literatura, pero que las exigencias del oficio del historiador condenan a ciertos “defectos”. Por eso creo notar no es una crítica diferencias entre el estilo literario de Christopher Domínguez Michael y su estilo histórico, el del presente libro. El biógrafo intenta darle vida a su personaje, pero conserva las exigencias documentales y demostrativas del historiador. Como historiador que creo ser, felicito a Christopher por su labor titánica, su manejo y respeto de las fuentes, su precisión en las citas después de la investigación. Le debo un sin fin de descubrimientos y, en privado, le haré varias preguntas, porque creo que me puede ayudar en cosas que no tienen nada que ver con Mier, como ese escrito del abbé Grégoire que tengo años de buscar en vano, sobre cómo reunir las iglesias Católica y Ortodoxa.
Y con mucho gusto proclamo a Christopher Domínguez Michael doctor honoris causa de la Universidad virtual de Istor.
El sociólogo Pierre Bourdieu, recién desaparecido, negaba radicalmente toda posibilidad de escribir una biografía, y veía en ello una “ilusión retórica que se limita a cortar, en el caos vital, secuencias ordenadas según relaciones inteligibles; a reproducir la representación común de la existencia”, la del sentido común y de la novela. Para él la escritura biográfica es imposible, no tiene sentido ni interés. El diagnóstico es cierto así procede Christopher, pero la conclusión raya en el sofismo o el relativismo cognitivo.
Una buena biografía no es la restitución, no es la resurrección de un destino singular tal como se vivió: es una mirada sobre esa vida. El Fray Servando de Christopher Domínguez Michael no es el verdadero Fray Servando, sino el Fray Servando de Christopher Domínguez Michael. Y eso no me importa, porque la reflexión metodológica de Bourdieu nos lleva a un impasse que vale para todas las formas del conocimiento. El problema es real, pero, como no tiene solución, hay que vivir con él o brincárselo. Y es lo que hizo Christopher. Su biografía constituye una vía de acceso privilegiada a lo que, en la política como en el poder, escapa a los conceptos: la energía vital, las pasiones. El gran libro de Christopher Domínguez Michael es una historia política, una historia cultural encarnada. Les da calor y vida. –
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