Mamá:
Muchas gracias por mandarme la comida y las fotos, siempre hace ilusión recibir cosas “analógicas” en la era digital. Es verdad que tuve que pagar un poco en correos, pero no es propiamente un soborno. Dile a Julia que el escurridor de pasta no hacía falta mandarlo, no merece la pena tener que pagar 20 euros en la aduana por eso. En cambio habría preferido que no se hubiera quedado mi abrigo, que a ella le quedará muy bien pero a mí no me habría venido mal. Pero, bueno, gracias de todas formas.
Me alegro de que te gustara el artículo. La verdad es que es difícil interesar a los jefes con estos países, hay mucha información que falta y es complicado sin el contexto, sin un conocimiento profundo de las particularidades de cada sitio. Ya llevo trescientas páginas de la breve historia de Penguin que me regalasteis y la verdad es que es muy útil. Empezar con una anécdota histórica da mucho color a las crónicas, en The Economist también lo hacen. Siempre da buen resultado.
A ver que, entre tú y yo, papá y Julia tienen algo de razón, y seguro que a los artículos les faltan cosas, pero yo no me meto con los cortes de pelo de Julia, que habría mucho que decir, porque al perro de mi amiga Elena ya me dirás cómo lo dejó, que parecía una oveja, y la verdad es que a papá ya me gustaría verlo, que esto no es como en sus tiempos que te plantabas en el aeropuerto, preguntabas al taxista de camino al hotel y dictabas mezclando lo que te decía con lo que hubiera contado el Times, y luego tan tranquilo a beberte el minibar y a cargar la cuenta de las copas al periódico. Eran otros tiempos.
Ahora las cosas no diré que sean más difíciles pero son más sutiles. Y la verdad es que os echo de menos –a Julia y a papá también, aunque no tanto como a ti–, pero creo que me estoy adaptando bien. Pero ya os lo contaré en navidad o cuando sea, y así no tenemos que escuchar otra vez las historias de siempre del tío y del día que perdió a la tía en el Vaticano.
Hay que hacerse al clima, que no es tan sencillo como parece. Y sobre todo tienes que acostumbrarte a los usos locales, que es una cosa que lleva su tiempo, hay una idiosincrasia. Este es un lugar que ha sufrido muchas invasiones, de culturas y civilizaciones muy diferentes, de muchas herencias compartidas, ese mestizaje o crisol es precisamente lo que le da una identidad particular. Vamos, como a todos, ya me imagino qué dirá Julia, pero en este caso es diferente.
Me gustaría publicar más, pero es difícil en estos países que son pequeños y no importan mucho a nadie, ya sabes, como decía Chamberlain o uno de esos, seguro que papá se acuerda. Al menos tuve la suerte de que nada más llegar hubo una crisis de gobierno. Unas elecciones o una guerra civil habrían sido mejores, pero hay que aprovechar lo que toca. “El mayor cambio de un gobierno en la historia reciente”, puse, bueno, tú ya lo viste. Me tiré un poco el pisto pero si no es que no sales.
Y está claro que las cosas han cambiado con respecto a cuando estuvisteis vosotros, pero se conserva lo que podríamos llamar cierta personalidad. Por ejemplo, la compañía ferroviaria –admirable: ¡no veas qué trenes!– tenía en la junta al guardaespaldas del ministro, que antes era portero de discoteca. A la mujer del presidente le han dado una cátedra y el anterior jefe de Estado ha huido a una dictadura.
Pero por lo demás es más o menos un país normal. ¿Quién no tiene cosas así? Y, si lo miras bien, esto también muestra que sigue habiendo movilidad social. No es tan fácil tener una cátedra o estar en la junta de una compañía de transportes sin los títulos de una universidad prestigiosa, que a fin de cuentas no es más que un instrumento de segregación. Pues mira, aquí, con talento y conexiones todavía puedes ascender socialmente. En otros países que se consideran más avanzados no hay esas oportunidades, te pongas como te pongas.
Luego están los problemas de las zonas tribales. Como antropóloga, los conoces perfectamente: fractura etnolingüística, capitalismo de amiguetes, fragilidad institucional, oligarquías corruptas y opresión de las minorías en las zonas donde no llega el Estado. Y también conoces la vieja mentalidad tribal. Yo contra mi hermano, mi hermano y yo contra mi primo, mi primo, mi hermano y yo contra el mundo. Bueno, este es un proverbio beduino, así que es inexacto, culturalmente erróneo y todo eso, pero para el caso se entiende.
Es fácil armarse un lío con los dialectos porque la mayoría de las veces son virtualmente indistinguibles para el forastero. Pero a ellos las diferencias les importan mucho. Y si te despistas te puedes equivocar, que alguna vez me he llevado una sorpresa desagradable en un restaurante. También tenemos la típica superposición de sistemas de justicia tribal y el derecho positivo, así que aparecen los clásicos problemas con el rule of law. Y no digamos con la separación de poderes.
Por ejemplo, hace unos días estuve en una de esas zonas. Atravesé en tren una estepa y un desierto (por cierto: creado por el hombre, que ya les vale, antes era una zona boscosa y un sistema imperialista lo ha dejado convertido en un páramo lunar). Hace unos años en la región hubo un intento de golpe de Estado, liderado por las élites políticas y religiosas de una de las tribus (ya sabes que en estos países no siempre resulta difícil distinguirlas).
Hay unos curiosos fenómenos mesiánicos: adoraciones de mobiliario urbano, alucinaciones colectivas, cánticos y antorchas. La rebelión fue sofocada y ahora se piden unas reclamaciones económicas a esos líderes. Al final parece que la multa a los golpistas se pagará vía impuestos a todos los ciudadanos. Resulta un poco raro, desde nuestra mentalidad occidental, pero ya sabes cómo son estos países y de todas formas son sus costumbres y hay que respetarlas, también nosotros tenemos nuestras cosas, ¿no?
He comprado un libro de recetas, iré practicando para hacer en casa las que me salgan mejor.
Os quiere, a Julia también,
L.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).