La editorial La línea del horizonte acaba de publicar una nueva edición del Viaje de Egeria, el relato de un viaje o peregrinación que hizo una mujer procedente de la Hispania romana a finales del siglo IV, se conjetura que desde la actual Galicia o el Bierzo, hasta distintos lugares de Tierra Santa. La traducción del latín, la edición y la trepidante introducción corren a cargo del escritor especializado en viajes Carlos Pascual, que ha puesto al día el trabajo que hizo hace treinta años para la editorial Laertes.
El relato ha llegado hasta nosotros incompleto. Cuando empezamos a leerlo, Egeria ya se encuentra en las estribaciones del monte Sinaí, donde Moisés recibió de Yavé las Tablas de la Ley. Durante su viaje, Egeria visita los lugares sagrados que aparecen en la Biblia, pues se trata realmente de una peregrinación. Así, visitaremos con ella la llanura de el-Raha, el desierto de Farán, y ciudades como Clysma, Magdala, Etan, Sucot, Piton, Rameses, muchísimas, el valle de Elías y la tumba de Job, el pozo donde Jacob dio de beber a los rebaños de Raquel, así hasta llegar a Jerusalén. Una vez instalada allí, Egeria siente el deseo de llegar hasta Constantinopla, desde donde escribe las últimas líneas que se conservan, dirigidas siempre a unas “señoras de mi alma”, o “señoras mías”, o “señoras y hermanas”, una comunidad de mujeres quizá familiares suyas, o que pertenecían a la misma congregación religiosa. No es posible decir con seguridad quiénes eran las destinatarias. Tampoco queda claro cómo llegaron hasta ellas las cartas, o el documento entero.
La relación de los lugares, la descripción de los paisajes, las sucintas narraciones de los encuentros con eremitas o religiosos: todo esto resulta interesante por sí mismo, especialmente cuando recordamos la enorme distancia temporal que nos separa de la escritora, y pensamos ingenuamente cómo es posible que en tantas cosas fuese parecida a nosotros. Pero qué fascinante resulta después de haber leído la introducción en que Carlos Pascual nos presenta a esa mujer, que adquiere, de vez en cuando, una definición asombrosa gracias a las conjeturas con las que trabajan los historiadores a partir de unos pocos detalles seguros.
La introducción de Pascual es otra aventura en sí misma. Nos cuenta las peripecias del texto, a partir del cual se unen los puntos que nos mostrarán la parte en sombra de las peripecias de Egeria. El relato del viaje ha llegado a nuestros días gracias al hallazgo, por parte del arqueólogo e historiador Gian Francesco Gamurrini, de un códice del siglo XI que, en 1884, estaba conservado en la Biblioteca de Arezzo, y que contenía dos textos distintos, que no estaban relacionados entre sí. Uno de ellos era este viaje. El texto estaba incompleto y la atribución costó varios años de intuiciones erróneas. Que aquella viajera había sido una mujer cultivada y pudiente se desprende del hecho mismo de que emprendiese el viaje, por no recordar el de que escribiese el texto, además de las pistas que dan las menciones a salvoconductos o al buen trato que le dan sus huéspedes allí donde va.
Como marca Pascual entre paréntesis, durante su examen del documento Gamurrini recibió la “súbita iluminación” de que su autora había sido Silvia de Aquitania, una hermana de un prefecto del emperador Teodosio. Tiene gracia este método de atribución, seguido por quien, por otro lado, había demostrado rigor en su tratamiento del códice. Fue el benedictino Marius Férotin francés quien, en 1903, corrigió a Gamurrini, proponiendo a una tal Egeria como autora del texto. A estas alturas ya estamos atrapados por los ímpetus de los investigadores. No se cuenta en la introducción, que se ciñe a lo necesario y si se desvía es para ser más expresiva, pero me pongo a leer en otro lado que Férotin vivió una temporada en Santo Domingo de Silos, huyendo de las persecuciones religiosas, y su estancia le sirvió para profundizar en sus estudios de hispanista. Aquí estoy ya tomando un camino marginal, y por supuesto me he entretenido leyendo sobre otras aventuras intelectuales de Gamurrini que a su vez nos llevarían a otras vías, pero es que la antigüedad de la mujer que ambos estudiaron tiene una relación directamente proporcional con la cantidad de caminos que propicia su evocación. En todo el tiempo que ha pasado desde que Egeria hizo su viaje de peregrinación, que por otro lado leemos tan vivo como si hubiese tenido lugar el año pasado, se han sucedido multitud de acontecimientos y de personas, una generación de infinitas ramificaciones y desvíos que un trabajo de orden como el de la introducción a este libro ilumina y señala. Quiero decir con todo esto que la combinación de un texto tan curioso y tan valioso como las aventuras de una mujer viajera y escritora de hace diecisiete siglos con el estudio que se hace del mismo, valiéndonos de la poca información con que contamos, es inseparable de las conjeturas que sobre él se hayan hecho, y nos lo devuelve dotado de la misma viveza que Egeria imprimió a sus descripciones. Es quizá un efecto del esfuerzo de la imaginación que nos vemos obligados a hacer cuando evocamos hechos del pasado. En este caso, el relato que se nos da en la introducción es vivo e iluminador, y así el conjunto tiene a la vez el aire de una novela de aventuras y el de una investigación psicológica, rematadas después por una loa a la viajera por parte de San Valerio, ermitaño y abad en El Bierzo en el siglo VII. Y así, leyendo la introducción y después el propio relato de Egeria, nos da la sensación de haber conocido dos veces a aquella mujer, las dos veces agradecida, cercana, arrojada y entusiasta en su viaje por lo que entonces eran los confines del mundo.
Viaje de Egeria
El primer relato de una viajera hispana
Edición de Carlos Pascual
La línea del horizonte, 2024
144 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).