retrato del escritor Alexander Solzhenitsyn
Foto: Bert Verhoeff / Anefo, CC0, via Wikimedia Commons

Literatura y revoluciĆ³n

A lo largo del siglo XX, a los escritores e intelectuales se les exigĆ­a tomar posiciĆ³n frente al estalinismo, la RevoluciĆ³n cubana y otros experimentos totalitarios. Muchos lo pagaron con la vida o el exilio.
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Jean Paul Sartre en QuĆ© es la literatura conmina a los escritores en la primera mitad del siglo XX a dar el gran paso final: escribir una literatura proletaria. IrĆ³nico y demoledor con sus adversarios, Sartre afirma que ya habĆ­an conseguido la libertad de expresiĆ³n; la deshonestidad intelectual del filĆ³sofo y escritor francĆ©s clamĆ³ a los cielos. La persecuciĆ³n de intelectuales, artistas y escritores en el campo socialista dejaba bien claro que la libertad de expresiĆ³n no se trataba de una conquista inamovible de las vituperadas democracias liberales burguesas. El propio Sartre, dejada atrĆ”s su masoquista relaciĆ³n con el estalinismo, apoyarĆ­a desde su prestigio internacional la salida del futuro Nobel de Literatura, Josef Brodsky, de la UniĆ³n SoviĆ©tica, por dar un solo ejemplo.

La modernidad exigĆ­a al hombre o mujer de letras una honestidad estĆ©tica improbable entre los escritores consentidos por la nomenclatura del socialismo real del este de Europa, de China o de Cuba. Tal honestidad produjo una literatura esplĆ©ndida en su altura estĆ©tica y miras morales. Imposible comparar una novelita moralista y panfletaria como AsĆ­ se templĆ³ el acero, de Nicolai Ovstrovsky, de gran Ć©xito en la UniĆ³n SoviĆ©tica, con la grandeza de ArchipiĆ©lago Gulag, de Alexander Solyenitzin, monumento a la escritura como fortaleza Ćŗltima de la verdad; tampoco con una de las grandes novelas del siglo XX, Vida y destino, de Vassili Grossman. La broma, del checo MilĆ”n Kundera, y la increĆ­ble Una tumba para Boris Davidovich, del serbio Danilo KiÅ”, por no hablar del albano Ismail KadarĆ© con El Palacio de Cristal, conforman un contra-canon revolucionario que cuenta con pĆ”ginas brillantes.

En La polis literaria. El boom, la RevoluciĆ³n y otras polĆ©micas de la Guerra FrĆ­a, el cubano-mexicano Rafael Rojas describe el impacto de la RevoluciĆ³n cubana en los escritores latinoamericanos de los aƱos sesenta. La toma de posiciĆ³n frente a este proceso polĆ­tico constituĆ­a la piedra de toque de las definiciones exigidas a los escritores como intelectuales, gente comprometida con su tiempo. La plana mayor de los narradores y poetas de la Ć©poca, desde Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y Octavio Paz, pasando por Carlos Fuentes, Gabriel GarcĆ­a MĆ”rquez, JosĆ© Donoso y Julio CortĆ”zar, hasta llegar a los grandes nombres de la isla ā€“Severo Sarduy, JosĆ© Lezama Lima, Cabrera Infante, Virgilio PiƱera, Alejo Carpentierā€“ se vieron compelidos a pronunciarse. Recuerdo perfectamente que, en los aƱos ochenta, los estudiantes de Letras se dividĆ­an por los debates de los escritores alrededor de la RevoluciĆ³n cubana. La izquierda querĆ­a a Borges de su lado, pero lo odiaba porque nunca lo logrĆ³; menos todavĆ­a perdonaba el cambio de bando de Mario Vargas Llosa, a raĆ­z de la vergonzosa historia de rapacidad polĆ­tica revolucionaria alrededor del poeta Heberto Padilla.

Vale la pena detenerse en un texto en el que colaborĆ³ un escritor ya mencionado en esta serie de artĆ­culos, Mario Vargas Llosa. Se trata de Literatura en la revoluciĆ³n y revoluciĆ³n en la literatura, una fascinante polĆ©mica entre el peruano, el colombiano Ɠscar Collazos y CortĆ”zar. El tĆ­tulo del texto no pudo ser mĆ”s preciso: la literatura proletaria habĆ­a pasado a mejor vida con las tristes historias que habĆ­an sepultado al perĆ­odo estalinista dentro del sector mĆ”s sensible de las letras continentales. Para CortĆ”zar, el pueblo revolucionario merecĆ­a la mejor literatura posible, una literatura hecha ella misma del ethos de la revoluciĆ³n, una literatura modernĆ­sima que, al interrogarse a sĆ­ misma por el destino y hacer del lenguaje, elevase al proletariado a su mejor nivel; escribir una literatura facilona y conservadora, al estilo de la soviĆ©tica, es una manera de rebajar al hombre nuevo. Vargas Llosa defendiĆ³ la irrenunciabilidad del escritor a sus demonios; pasara lo que pasara en polĆ­tica, el escritor debĆ­a ser fiel a sĆ­ mismo. El muy joven Collazos terciĆ³ en la polĆ©mica con una apasionada defensa de la fidelidad a la revoluciĆ³n, instancia Ć©ticamente superior que supeditaba a sus fines la capacidad crĆ­tica del escritor. Nadie, por mejor escritor que fuese y mĆ”s honesto intelectualmente, podrĆ­a seƱalar a la revoluciĆ³n. Como decĆ­a el camarada Fidel Castro, dentro de revoluciĆ³n todo, fuera de la revoluciĆ³n nada. A medio siglo de la polĆ©mica CortĆ”zar-Collazos-Vargas Llosa, sorprende el apasionado alegato juvenil por el silencio, del que Collazos iba a abjurar posteriormente. Es justo decir que el joven Collazos se hacĆ­a eco de una actitud que marcĆ³ la relaciĆ³n entre literatura y socialismo, representada nada mĆ”s y nada menos que por el ya mencionado Jean Paul Sartre: todo sea por el luminoso futuro de la clase obrera.

La antes joven y amada RevoluciĆ³n cubana ya cuenta con sesenta aƱos: JesĆŗs DĆ­az (fallecido), ZoĆ© ValdĆ©s, Wendy Guerra, Ena LucĆ­a Portella, IvĆ”n de la Nuez, Amir Valle, Leonardo Padura, Odette Alonso, entre tantos otros, han dado fe dentro y fuera de la isla de lo que ha sido su larga y desgraciada historia. La RevoluciĆ³n sandinista y la bolivariana han tenido una relaciĆ³n sumamente tensa con los escritores opositores, aunque en Venezuela se prefiriĆ³ echar abajo al mundo editorial que tomarse la molestia de perseguirlo. Gioconda Belli y Sergio RamĆ­rez, antes comprometidos con el sandinismo en su primera etapa en los aƱos ochenta, se han vuelto sus crĆ­ticos acĆ©rrimos; en el caso de mi paĆ­s, la migraciĆ³n y la publicaciĆ³n nacional de muy corto alcance han sido las opciones.

China y Corea del Norte conservan la vetusta tradiciĆ³n comunista de los escritores en querella con el poder. Mao Zedong escribiĆ³ poesĆ­a, pero durante la RevoluciĆ³n cultural, en los aƱos sesenta, buscĆ³ extirpar de raĆ­z los valores burgueses representados en la estĆ©tica y en las ideas occidentales. Su cruzada para llevar a China a la edad de piedra cesĆ³ con su muerte y con la pĆ©rdida de influencia de su esposa y sus secuaces; no asĆ­ los afanes de la censura. En el siglo XXI, escritores como Liou Xiaobo, Liao Yiwu y el Nobel de Literatura Gao Xingjian han enfrentado las consecuencias de su escritura no complaciente; otro premio Nobel de Literatura, Mo Yan, reconociĆ³, cuando se encendieron las polĆ©micas alrededor de su galardĆ³n, la existencia de la censura en China, menor que en los tiempos de Mao pero todavĆ­a en pie. Corea del Norte sigue igual que siempre, tal como lo testimonia La acusaciĆ³n. Cuentos prohibidos de Corea del Norte, texto que saliĆ³ clandestinamente de Corea del Norte hace unos aƱos y cuyo autor lo firmĆ³ con el seudĆ³nimo de Bandi.

El riesgo asumido por este narrador nos retrotrae a los tiempos heroicos de la literatura, los tiempos en que tantos escritores alrededor del planeta arriesgaron sus vidas por sus ideales; la diferencia es que no es lo mismo soƱar con el futuro que revisar el cadĆ”ver de un pasado considerado la redenciĆ³n de la humanidad. Con todo, siguen contĆ”ndose por millones y millones quienes creen que en el poder omnĆ­modo del Estado reside la magia contra todas las opresiones: vengo de un paĆ­s que se lo creyĆ³ hace un cuarto de siglo y estĆ” en la ruina. Nadie aprende por cabeza ajena.

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su Ćŗltimo libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de MĆ©xico.


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