Paseo de la Reforma
El denso significado histórico del Paseo de la Reforma pretende hacer del bloqueo lopezobradorista una afirmación simbólica: por un lado, la revancha contra de la vieja aristocracia mexicana –Maximiliano proyectó la avenida, Porfirio Díaz le dio el lustre y Salinas la globalizó–, por el otro, la reivindicación a la medida de la figura de Benito Juárez: el paseo fue llamado “de la Reforma” por Lerdo de Tejada en reconocimiento del liderazgo militar del Benemérito en la guerra crucial de los liberales de México. De la fuente de Petróleos a Motolinía, con uno de sus centros neurálgicos en la Diana, decenas de campamentos que representan las dieciséis delegaciones políticas del Distrito Federal, y diversas organizaciones, se tienden sobre el paso que hasta hace unos días monopolizaban los vehículos motorizados. Una enorme manta patrocinada por el Movimiento Nacional por la Esperanza advierte sin ironía: “Disculpe las molestias que esto le ocasiona, estamos construyendo la democracia.”
La larga mano delegacional
Todos los campamentos están provistos de electricidad, televisión, DVD, estufas de gas, mesas y sillas de plástico, juegos de mesa entre los que nunca falta la ficha y, por supuesto, casas de campaña de complejidades y compartimentos diversos. Las colchonetas individuales de color gris, los catres y las cobijas a cuadros, instalados a partir del 30 de julio como las lozas de una calzada onírica hacia la “Asamblea Permanente del Zócalo”, si no denotan noches de sueño a la intemperie, cuando menos señalan labores de limpieza profesional.
En cada campamento delegacional hay una carpa destinada a los servicios médicos. Amelia López, la médico responsable del campamento “Azcapotzalco”, afirma que durante los dos turnos, que van de las diez de la mañana a las cuatro de la tarde y luego de las cuatro a las diez de la noche, atienden en promedio a veinte personas, fundamentalmente por enfermedades respiratorias y gastrointestinales. No parece preocupada por casos más graves: la cercanía de las brigadas de protección civil del grupo de Marcelo Ebrard le garantiza que, en caso de emergencia, se podrá hacer frente a los imprevistos. Sobre la detección de enfermos crónicos, aunque dijo que no se le ha presentado ningún caso, sabe que la instrucción es “mandarlos a su casa”. Cabe señalar que Amelia, antes de la “Asamblea”, trabajaba las mismas ocho horas, pero para el servicio médico de la Delegación.
Recorriendo distancias bastante accesibles, los “campistas” pueden proveerse de agua gracias a enormes tinacos que les permiten lavar el nada despreciable número de enseres domésticos que se han allegado, y llevar a buen fin algunos deberes de higiene personal –que no van más allá del famoso “baño vaquero”. Bacilo Lara, quien recolecta firmas a nombre del campamento de Efraín Morales, diputado electo por el XX Distrito en el Distrito Federal, afirma que los gastos de agua y limpieza de baños se cubren con las aportaciones que realiza la gente que trabaja en las Delegaciones. Hay cerca de catorce tinacos de mil litros a lo largo de todo el plantón, y veintisiete puntos sanitarios que suman aproximadamente 189 letrinas.
Itinerario
Recorrer los campamentos es ir dando bandazos entre la curiosidad y la sensación de delirio. Hay una evidente incomodidad ante al cambio de hábitos impuesto a buen número de capitalinos unilateralmente y por sorpresa –con el Metrobús como única opción de transporte para ellos, repleta–, y una resignada ampliación del margen de tolerancia para el tránsito vehicular: una porción de la ciudad enloquece y los campistas pasan la tarde a la sombra del Fiesta Americana. Pero, a pesar de este enojo, que a veces raya en la envidia, los testigos de a pie coinciden en que quienes permanecen en los campamentos mantienen una actitud pacífica (faltaba que no). Algunos no sólo consienten, sino que apoyan el derecho de los simpatizantes de la Coalición a manifestarse. A Jesús Ulloa, empleado de 54 años, le parece ridícula la distancia que decidieron bloquear, pues entre campamento y campamento hay grandes tramos vacíos. En algunos trechos, los campamentos son una escenografía mal montada: el caso del “Iztapalapa” es representativo, pues sólo una cuerda cruza la carpa de punta a punta, y sobre ella se tienden cobijas que simulan casas de campaña. En los años setenta circulaba por las escuelas mexicanas el chiste de un diplomático mexicano genial que, cuando un estadounidense le preguntó por qué había tanta gente sin zapatos en el país, respondió que porque nuestras banquetas estaban alfombradas. El bloqueo de Reforma terminó de demostrar que la realidad política puede tener vuelos más altos: en el nuevo Paseo de la Reforma hay tramos enteros techados de carpas de boda para que no se insole el pavimento.
Quienes transitan por Reforma afirman que el contacto que han tenido con los que permanecen en los campamentos se reduce a aceptar los volantes que reparten a lo largo del día, y a donar un peso o dos a cambio del listón tricolor que les ofrecen. Si se muestra interés, son bastante accesibles, aunque el intercambio verbal nunca pasa de pedir una firma para un pliego petitorio, o de ofrecer algún souvenir para la causa: después de días y días de plantón, los ánimos menguan como para enfrascarse a catequizar a los curiosos, además de que a estas alturas hay dos posturas que difícilmente cambiarán: apoyas o no el bloqueo. Nadie discute el “fraude” propiamente dicho: no está del todo claro dónde ocurrió, así que prefieren dejar que la duda se mantenga en el imaginario colectivo.
Hartazgo
El tono general de los campamentos es de hartazgo rayano en el hastío. Por las tardes, la gente se apiña para ver cine en las teles; algunos juegan cartas o dominó mientras sus hijos retan la cáscara o pintan alguna manta; otros, los más, se sientan frente a los templetes vacíos para escuchar música. Guillermo Vyena, quien se identificó como supervisor jurídico del Gobierno del Distrito Federal, dijo estar “trabajando” y que estaba “hasta la madre”, pero, como “no queda de otra”, hay que seguir apoyando. Después de eso, Guillermo tuvo cuidado de decir que su horario laboral era de diez a cuatro, con lo que entiende que sus tardes libres por la causa son una forzada extensión del mismo.
Por fortuna, el aburrimiento generalizado también es rotativo entre los simpatizantes. En estos campamentos, las guardias van de las cuatro a las ocho horas. Casi todos viven en el DF, y pueden ir a atender sus casas, ducharse y cumplir con algunas obligaciones laborales.
La niña democracia
En un servicio médico, pregunté por la mítica niña llamada “Democracia”, nacida, según reporte de los diarios, en uno de los campamentos. Susana, la responsable de un tendajón médico, detuvo amablemente una camioneta de organizadores para satisfacer mi curiosidad a cambio de no darme su apellido. Llama la atención cómo, en el “estamos apoyando al Partido”, se diluyen las identidades. Por cada nombre de pila que renegó de su apellido, una frase homogeneizadora lo seguía: “Somos del Partido”, “lo importante es que estamos apoyando a Andrés Manuel” o “estamos aquí porque el pueblo está harto”.
El conductor y el copiloto de la camioneta desconocían por completo el nacimiento de “Democracia”, pero ofrecieron llevarme al centro de distribución de Marcelo, ubicado en la glorieta de la Diana.
La camioneta, desprovista de asientos traseros, estaba plena de ollas semivacías con comida: arroz, frijoles, tortillas y algo que parecía haber sido una gran porción de rajas con crema. Daniel –que pidió mantener oculto su apellido– y su copiloto, que apenas farfulló su santo, son los encargados de distribuir diariamente, en los campamentos que se ubican entre la Diana y la fuente de Petróleos, 3,500 raciones de comida para el desayuno y otras 3,500 para la comida. La cena, que también reparten ellos, se compone de café y pan dulce.
Daniel cuenta que los centros de acopio se han improvisado por toda la ciudad y que, si bien cuentan con dos “megacocinas” en el platón –una en la Diana y otra en el Zócalo–, las siete mil porciones de comida para los campamentos de Reforma se preparan por la Colonia Avante.
Al llegar al centro de distribución de Marcelo, conocí a Édgar –por supuesto sin apellido, pero “militante del PRD”–, el coordinador del centro. Me confirmó el nacimiento de la niña y se burló de mis preguntas para indagar sobre el evento: como “no lo hicieron padrino”, no sabía nada.
Édgar Militante del PRD canceló de tajo la invitación que Daniel me había extendido para conocer el proceso de elaboración y reparto de alimentos. “La ayuda nos sobra”, me dijo, y se dio la vuelta para atender el reclamo de dos mujeres del campamento “Álvaro Obregón” que, bajo el argumento de “por nosotros están aquí”, le exigía una docena de huevo y refrescos.
Daniel, quien fue promotor del voto durante la campaña de uno de los delegados del DF ya electos, se disculpó por la negativa de su jefe, confirmó que efectivamente “el grupo era muy cerrado”, y que tienen que cuidarse de los reporteros que siguen las camionetas de alimentos. Pregunté sobre los problemas que les representaba meter las camionetas que traían la comida de la Colonia Avante, y me dijo que sí, que eso “era un show”, de lo que se infiere que en las megacocinas del plantón no acopian ni preparan los alimentos, o por lo menos no la totalidad de los que sostienen a las asambleas delegacionales.
El cruce de Reforma e Insurgentes exhibe un tono distinto en la dinámica de la “Asamblea Permanente”, o por lo menos eso hace sentir la advertencia con la que una enorme pancarta recibe a los transeúntes: “TEPJF en tus manos está que México no se bañe en sangre.” Desde este punto hasta poco antes del Hemiciclo a Juárez se encuentran los campamentos de seguidores profesionales, por llamarlos de alguna manera. Se trata de organizaciones que, con fines distintos, afirman apoyar a López Obrador desde el desafuero. Son los duros.
Policía local
Los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal son parte de la fotografía general de los campamentos (salvo los que se asientan en el Zócalo). La relación de la SSP-DF con los plantados va de la apatía total al compadrazgo, por lo que no es extraño encontrarlos en alguna partida de póquer. Guadalupe C. García, del Agrupamiento Femenil “Base Cisne”, y sus compañeras de grupo, dijeron estar comisionadas a rondines de vigilancia, en espera de poder reincorporarse a sus actividades. También afirmaron no haber presenciado el momento en que las estacas de acero se clavaban sobre la avenida para sostener las carpas, ni la hora en que miles de diablitos se colgaban para proveer de luz eléctrica los campamentos y la Asamblea.
Lo que va del Hemiciclo a Juárez hasta la Avenida Madero bien podría llamarse “el tramo de la verbena”. Aquí se percibe una efervescencia distinta; todos los templetes tienen a alguien al micrófono, ya sea denunciando el fraude, cantando, bailando o recitando algún poema de su inspiración. Se concatenan aquí emociones elementales y el furor lopezobradorista, que se purga entre juegos de tiro blanco que, por dos pesos, permiten disparar diávolos a una diana –si el proyectil da en el centro, un monigote del presidente Fox con cuerpo simiesco se alebresta. Los pendones de campaña con imágenes de AMLO y de los distintos candidatos perredistas –diputados, senadores, delegados– recuerdan que, aunque los oficiales ya estén electos, “su gallo” sigue en labor proselitista.
En este punto, todas las demandas imaginables se mezclan en una sola causa, aunque no queda claro cuál pueda ser: las peticiones que claman por el “Fin de la guerra en el Líbano”, “No a la guerra nuclear” y “Basta del colapso de la economía mundial” pueden encontrar eco o por lo menos colarse entre las consignas del “Voto por voto, casilla por casilla”.
Sobre la calle de Madero pueden encontrarse todos los souvenirs del plantón: camisas, caballitos, vasos, Amlitos que dicen “cállate chachalaca”… Intercaladas con estos puestos, hay mesas comandadas por adultos mayores que recaban firmas para apoyar el plantón, el recuento voto por voto, para apoyar a Andrés Manuel –así, en abstracto–, o para reprochar la actuación de los magistrados. Es una labor pesada e intensa para un anciano. Cuestionadas sobre la dificultad de llevarla a cabo, un par de abuelas responde que no hay problema, que “como su candidata Laura Piña es muy humana, sólo están dos horas recabando firmas y son relevadas”. Alentador sentimiento de humanidad: ¡por una pensión de medio salario mínimo sólo se demandan dos horas de resistencia civil!
Campaña permanente
La entrada a la plancha del Zócalo capitalino horas antes y durante la “Asamblea Informativa” de AMLO es libre: cualquier peatón puede ubicarse frente al templete principal y escucharlo. El acceso a los campamentos por estado, en cambio, es restringido: es necesario portar el gafete (de factura profesional, por cierto) que identifique al portador como miembro de alguna de las entidades. Cerca de las ocho y media de la noche, los encargados de las comisiones de vigilancia de cada campamento piden a los ajenos retirarse de la plancha “por seguridad de los compañeros”. Después de esa hora, la República divida se resguarda, parcelada, en el Zócalo.
Los dos responsables de un campamento aceptaron recibirme. Jacinto, como llamaré al primero de abordo, es uno de los coordinadores de uno de los partidos chicos de la Coalición en su estado de origen, y el responsable de la comisión de vigilancia, a quien identificaré como Emilio, fueron mis anfitriones.
Todos los desconocidos que ingresan a este campamento, previa autorización de algún cabecilla, son absorbidos de inmediato por los organizadores: el contacto con el resto de los integrantes es obstaculizado todo el tiempo, y, en los casos en que se logra entablar la comunicación, son ellos mismos quienes remiten a sus dirigentes.
Jacinto está poco dispuesto a hablar de la organización de los campamentos. El despliegue y permanencia de miles de personas es para él muestra y consecuencia de lo cansados que están los mexicanos del “mal gobierno”. El campamento que dirigen lo conforman cerca de cincuenta personas, y un camión va cada semana a su estado a dejar y traer refuerzos.
Jacinto gusta, más que de las entrevistas, de la posibilidad de iniciar un monólogo que oscila entre el adoctrinamiento y el reclutamiento, y que sólo interrumpe de vez en vez cuando el “Himno a la bandera” le avisa que tiene una llamada telefónica en su celular.
Rehúye el tema de la estructura del campamento y el cómo transmiten y retroalimentan la información de las coordinaciones generales a las estatales y cómo éstas, a su vez, la difunden entre sus compañeros. La retroalimentación, “la voz del pueblo”, es etérea: flota en el aire pero jamás cristaliza. Jacinto dice que, en las reuniones de coordinación, no externa las propuestas de su gente porque él no va a decirle a López Obrador qué hacer, “porque Andrés Manuel ya conoce las demandas de la gente y por eso da las instrucciones”. Así, dentro de un campamento plagado de interlocutores, un vínculo directo y esotérico entre el Pueblo y López Obrador parece llevarse a cabo a niveles ineluctables para los intermediarios.
Emilio, el segundo de abordo, está más dispuesto a la charla. Y en la última interrupción telefónica cambiamos de lugar para platicar sin las presiones y reservas de Jacinto.
La historia de Emilio, quien se asume como un organizador social, comenzó desde hace veintiséis años, cuando participó en el Movimiento Urbano Popular (CEMEUP); estuvo en las filas del pms con Heberto Castillo –a quien considera el mejor líder que ha tenido este país–, para después ser parte del primer Comité Organizador del PRD, del que se recuerda con mucho orgullo partícipe de la selección de colores de la actual insignia partidaria. Después de esas experiencias, Emilio decidió seguir movilizándose en apoyo, sí, de los institutos políticos, pero no como militante, porque para él hay una clara y abismal separación entre los intelectuales políticos y los luchadores sociales natos que resume en: organización, trabajo y voluntad.
Las motivaciones de Emilio para estar en el plantón desde el 30 de julio son diversas, y van desde un compromiso de amistad (Jacinto, el primero de abordo y dos veces diputado local en su estado, le pidió que lo apoyara en la organización del campamento) hasta, y principalmente, contactar a una importante organización campesina que ha logrado aglutinar, a nivel nacional, el número suficiente de miembros para convertirse en un factor real de poder ante los gobiernos estatales. Emilio se reunirá con ellos próximamente y, en calidad de representante de una organización de su estado natal, buscará sumarse y sumar la fuerza de esta organización nacional.
La palabra fraude jamás se asoma dentro de sus razones. De hecho, afirma que él, como muchos otros, sabe que perdieron y tiene perfectamente identificadas las causas de la derrota: diferencias entre los partidos de la Coalición que jamás siquiera intentaron subsanarse; el factor Cárdenas; la excesiva confianza en que si AMLO había ganado la campaña, por consecuencia ganaría la elección; y el abstencionismo del cuarenta por ciento de la población.
La lógica de las estructuras que Emilio organiza y moviliza se basa en aprovechar los impulsos, intercambios de favores políticos y derrama de recursos implicada en todo tipo de candidaturas. Las campañas son sus ventanas de oportunidad para negociar, presionar y conseguir. Cada candidato que apoyan y logran encumbrar es considerado “un cartucho quemado”, porque saben que desde ahí, su candidato electo será corrompido y sus demandas dejarán de ser, ya no digamos atendidas, ni escuchadas siquiera.
El plantón lo entiende, no como un despliegue de la fuerza política de AMLO, sino como una muestra de que “el pueblo superó a los dirigentes”. Están allí porque, para todo fin práctico, López Obrador sigue en campaña, y entonces el apoyo per cápita que él y las demás organizaciones pueden ofrecer es un bien que aún se negocia y se intercambia, además de los múltiples contactos a nivel nacional que ha venido buscando.
Emilio se considera un formador de dirigentes y sabe que, si bien, dentro de un movimiento, todos son necesarios, nadie es indispensable; de ahí que la batalla en la que ha decidido embarcarse no sea en nombre de AMLO, ni por un hueso político (como la que de pronto parece que se bate sobre Reforma), sino por tierras, carreteras y recursos para sus cooperativas. Sin quitar méritos al discurso de López Obrador, que finalmente les permitió ubicarse bajo el mismo común denominador, ellos están allí porque su tiempo para actuar, negociar y obtener se amplió en la media en que el plantón se convirtió en la campaña política permanente de Andrés Manual López Obrador.
Sin derecho a disentir
Cerca de las siete de la tarde, nos vemos obligados a terminar la plática porque se acera la hora de la “Asamblea Informativa” que todos los días preside López Obrador. Emilio se despide no sin antes describirse como “un hombre con el pensamiento del Che, el corazón de Zapata y los huevos del Prieto Crispín”.
En punto de la hora, miembros provenientes de los campamentos de Reforma, y simpatizantes que prefieren hacer la resistencia civil desde sus casas, van llenando poco a poco la plancha del Zócalo capitalino. Algunos de los que duermen en el Zócalo prefieren escuchar desde sus catres.
Las “asambleas informativas” con López Obrador al micrófono son catárticas, el esperado orador conoce bien a su público y le permite el tiempo preciso para corear durante algunos segundos las consignas de rigor: “No estás solo”, “Fraude, fraude” y “Voto por voto, casilla por casilla”. Las propuestas consultadas ante la “Asamblea” son mero formalismo, si se levanta una mano o mil: la propuesta de cualquier manera es una acción que no sólo ha de llevarse a cabo, sino que, con toda seguridad, ya se está operando.
Algunos cuadros partidistas que forman parte de la Coalición escuchan el discurso del candidato eterno, y perciben en él cierta apertura en la que ya se sienten considerados. Los más optimistas piensan que esta “sociabilización” del discurso es para acercarse al Partido y a otros sectores que permitirán que la próxima administración, al sentirse incluida y no bajo el mando unipersonal característico de AMLO, esté dispuesta a asumir los costos políticos que, en algún momento, cristalizarán en la refundación del PRD.
Otros ni siquiera vislumbran ese intento de inclusión, y son ellos quienes seguirán apoyando el movimiento en la medida en que los costos sigan repercutiendo en AMLO (uno de los contras de jugar al poder unipersonal), pero se irán distanciando conforme la siguiente administración se vaya asentando. No dilapidarán el mayor capital político ganado en la historia del Partido.
Y así, mientras en la Reforma se duerme con el enemigo y en el Zócalo los apoyos regionales aún se cotizan con un alto valor de intercambio, López Obrador, desde el templete, defiende su supuesto triunfo de la Presidencia, teje el entramado de la base social y amarra a los cuadros con lo que se construye una salida política, a la altura de su desdén por la democracia y sus instituciones. ~
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.