La primera conferencia vespertina de Hugo López-Gatell como vocero del gobierno en la crisis de covid-19 ocurrió el 29 de febrero. En sus palabras de aquella tarde, el coronavirus era una enfermedad de corta duración, apenas distinguible de un catarro, y en comparación con la pandemia de influenza H1N1 de 2009 no ameritaba ser considerada una emergencia, por lo que no valía la pena tomar medidas de control o prevención más estrictas que las asumidas durante la crisis de la gripe porcina.
Sus apariciones, caracterizadas por su didactismo y lenguaje accesible, hicieron que pronto la gente depositara su confianza en él, al punto en el que, aun desempeñándose en el cargo de subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, llegó a ubicarse entre los ciudadanos, según encuestas, como el funcionario mejor posicionado del gobierno federal, con un nivel de confiabilidad como servidor público cinco veces mayor al del presidente.
Dado el alto nivel de exposición mediática del que gozaba ya hacia finales de abril, López-Gatell llegó a las portadas de la prensa rosa; se le calificaba como “el rockstar inesperado de la 4T”, las reporteras lo recibían con frases como “¿por qué tan guapo?” e incluso comenzó a darse tiempo para participar en una noche de lectura poética organizada por el Fondo de Cultura Económica.
Sus desplantes frente a los medios (“con todo gusto te lo vuelvo a explicar” se volvió una frase recurrente en su diálogo con reporteros) parecían no más que la voluntad de aclarar a la gente las dudas reiteradas que iban surgiendo sobre la enfermedad. Pero conforme sus estimaciones de 30, 35 y hasta 60 mil fallecimientos en un escenario “muy catastrófico” se venían abajo, superadas por la realidad, el médico convertido en político elevó el tono hasta acusar a los medios de trivializar las muertes y publicar las cifras de la tragedia sólo para vender periódicos, de la misma manera en que el presidente Andrés Manuel López Obrador llamó “zopilotes” a quienes informaban sobre el número de víctimas de covid-19 en el país.
Para mediados de marzo, el funcionario ya había entrado al juego de su jefe político, quien además de no usar cubrebocas y negarse a guardar distancia con la gente en sus giras, presumía de usar amuletos y estampitas como escudo protector. Así, ante una pregunta sobre el riesgo de que que el presidente abrazara y besara a otras personas en pleno ascenso de la curva de contagio, declaró que “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.
Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha pronunciado al menos un par de veces sobre el uso de cubrebocas como parte de las medidas que limitan la propagación de la enfermedad y como una buena herramienta para proteger a las personas sanas al entrar en contacto con una persona infectada, el subsecretario ha sostenido desde un principio que “no hay evidencia científica” que demuestre que realmente sirven.
Repetidamente, insistió en que el cubrebocas quirúrgico ordinario no es útil para quienes quieren protegerse y lo colocó en el nivel de un placebo que tranquiliza a la gente que busca sentirse segura. “El cubrebocas –afirmó en marzo– no debe usarlo nadie más que no tenga, o síntomas para proteger a sus contactos más cercanos, o el personal de salud […] que está en directo contacto con los pacientes. Todos los demás no necesitamos usar cubrebocas alguno ni otro equipo de protección personal”.
Con las semanas, su discurso apenas se modificó y aunque reconoció que hay ventajas potenciales del uso de máscaras, para él seguía sin existir alguna “evidencia científica razonablemente sólida de que su uso generalizado por todas y todos en todo momento realmente tenga un impacto positivo para reducir los contagios”.
Sin haberlo leído, en septiembre, López-Gatell se mofó de un documento preparado y presentado por seis exsecretarios de Salud con recomendaciones para una mejor gestión de la pandemia. Lo colocó en la categoría de “fórmulas mágicas” e incluso les sugirió patentar su propuesta para controlar el crecimiento de contagios en un plazo de seis a ocho semanas. “Si es una fórmula tan innovadora hubiera sido bueno que la presentaran antes, en marzo, cuando empezó la epidemia”, agregó, para después soltar la manzana envenenada y descalificar el trabajo, pues la presentación del reporte había sido auspiciada por un partido político.
Con la llegada del invierno, el país podría ver un recrudecimiento en el número de contagios y muertes causados por la enfermedad. Según el pronóstico del Institute for Health Metrics and Evaluation, para el 1 de enero próximo podrían haberse registrado más de 130 mil decesos, que serán evidencia del fracaso de un gobierno que pronosticaba que el pico de la pandemia tendría lugar en mayo y que estimaba que en el peor de los escenarios tendríamos 60 mil muertos
El doctor López-Gatell será la cara visible de ese fracaso, por disciplinarse a ciegas frente a un presidente que sistemáticamente minimizó la gravedad de la crisis sanitaria, que se ha negado a usar cubrebocas y que ha descalificado incluso a miembros de su equipo por sugerir su uso extendido, mientras la OMS pide al gobierno tomarse en serio la pandemia y a los funcionarios ser modelo en el uso de mascarillas.
En la víspera de un año electoral, lejos de hacerse responsable de sus palabras, el subsecretario ha dado vuelta al tablero y ya ha comenzado a acusar a la prensa de darle tinte político a las cifras de una larga noche que no ha llegado a su fin, en lugar de usar esos espacios para recomendar el uso de cubrebocas.
Un buen ejemplo de su legado es el espectáculo del diputado lopezobradorista Gerardo Fernández Noroña, quien se negó a acatar el protocolo y usar cubrebocas en una sesión del Consejo General del INE y ampararse en que “el responsable del manejo de la pandemia a nivel nacional, Hugo López-Gatell, insiste que el cubrebocas da una falsa sensación de seguridad y no evita el contagio”. El subsecretario ha sido, pues, quien ha marcado la pauta de cómo el gobierno y sus aliados se han conducido desde marzo frente a los crecientes contagios y muertes, y quien ha legitimado una estrategia que –hasta hoy– ha dejado más de 112 mil víctimas.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).