El ofendido eres tú

En Ofendiditos, la periodista Lucía Lijtmaer le da la vuelta al argumento clásico contra la hipersensibilidad contemporánea: los verdaderos ofendidos y victimistas son los políticamente incorrectos.
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Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta (Cuadernos Anagrama), el nuevo libro de la periodista Lucía Lijtmaer, no es un libro que esclarezca. Su intención es devolverle la pelota a los políticamente incorrectos: vosotros sois los verdaderos ofendidos, los que gritáis censura pero la exigís cuando os conviene. Lijtmaer usa los conceptos “corrección política” y “puritanismo” para arrojárselos de nuevo a quienes los usan. No hay refutación, solo una devolución del zasca.

Su tesis es la siguiente: la crítica a los “ofendiditos” no es más que el intento de silenciarlos. Un consenso mediático, generalmente masculino, de Fieros Analistas (como denomina Lijtmaer a los que van de políticamente incorrectos) denuncia las tendencias censoras y los linchamientos de la izquierda puritana, pero esto no es más que una excusa para censurar nuevas voces y criminalizar la protesta.

No hay lugar para el matiz. Es un libro de trinchera. En cierto modo, cae en la misma falacia de los políticamente incorrectos que denuncia. Si los Fieros Analistas critican la tendencia a la censura de los “ofendiditos”, Lijtmaer señala la tendencia a la censura de los Fieros Analistas. El argumento no tiene más recorrido: nosotros no censuramos, ¡sois vosotros!

En el libro sobrevuela la idea de que, si la exigen los buenos, o con motivos legítimos, la censura o el silenciamiento son aceptables. Hay un ejemplo muy significativo que muestra cómo constantemente invierte la carga de la prueba. Escribe Lijtmaer: “Ofendiditas han sido las personas y entidades más dispares. A saber, en los últimos tiempos, Irene Montero frente al juez Lorenzo Pérez San Francisco, autor de un poema satírico y vejatorio contra la diputada”. Más adelante, menciona de nuevo este caso, con una interpretación muy retorcida: “He aquí el caso de una protesta feminista, por ejemplo: Irene Montero es objeto de mofa y chanza doblemente, primero en unos ripios machistas publicados en una revista judicial y después cuando denuncia al juez que los perpetró.” ¿De verdad podemos interpretar el caso del poema sobre Montero como una cuestión de “ofendiditos” o incluso como una “protesta feminista”?

El autor del poema en cuestión tuvo que pagar 50.000 euros por vulnerar la dignidad de Irene Montero con un soneto donde dice: “La diputada Montero/ Expareja del ‘coleta’/ Ya no está en el candelero/Por una inquieta bragueta/ Va con Tania al gallinero.” El juez también condenó a pagar 20.000 euros a cada uno de los editores de la revista donde se publicó. En vez de criticar que una diputada use el código penal para castigar una expresión artística (¡por muy rancia que sea!, ¿o es que solo vamos a defender la libertad de expresión en el arte que nos gusta?), Lijtmaer enmarca este caso en el debate entre “ofendiditos” y Fieros Analistas.

Otro ejemplo que muestra que la censura o la persecución judicial es buena si la hacen los míos. Lijtmaer escribe: “El eslabón más alto de la jerarquía utiliza los medios a su alcance para realizar una crítica, la que sea, contra un movimiento o grupo social. Cuanto [sic] este reacciona criticándole con sus propios medios -ya sea el activismo digital, la argumentación mediática, la legislación vigente o, por qué no, el humor-, el primero le acusa de censurarlo, de difamarle o de malinterpretarlo” (las cursivas son mías). ¿Significa esto que la respuesta judicial a una crítica a los movimientos sociales es legítima? Parece que sí. Sorprende además el cinismo. Recuerda a los argumentos que usaba Podemos para justificar el despido de sus trabajadores con la indemnización mínima: es la legislación vigente.

En un momento dado escribe: “no es este un texto que pretenda poner, una vez más, límites a la libertad de expresión”. Unas líneas más abajo: “El boicot como acto legítimo es primero cuestionado por la derecha -no está de más recordar la demonización de los escraches durante la crisis económica-.” Da la sensación de que sí pretende poner, de algún modo, límites a la libertad de expresión.

Más allá del debate sobre la libertad de expresión, Lijtmaer reflexiona sobre el concepto “puritanismo”. “Un puritano o puritana en la actualidad”, escribe, “es aquel que observa un tipo de moral o visión con respecto a las normas sociales y la impone como única”. Pero se limita a definir lo que su “adversario”, el Fiero Analista, define como puritanismo, algo que hace a menudo en el libro. “El ofendidito, como bien caracteriza el dúo cómico Pantomima Full en un sketch paródico, es aquel que tiene el gatillo fácil para la indignación, generalmente ante el abuso de lugares comunes o el ataque a causas minoritarias, aquel que se subleva, clama al cielo y corre a generar una plataforma -únicamente digital, claro: no se manchan en las calles, vienen a decirnos los que se ríen de los “ofendiditos”- que le reporte algo de tranquilidad y paz moral.”

¿Existen individuos moralistas y dogmáticos, puritanos e hipersensibles? Según Lijtmaer, no. Aceptarlo sería ceder ante el enemigo. Pero como ha escrito Angela Nagle, es común en redes un tipo de usuario que combina una “vulnerabilidad performativa y una sensación de superioridad moral con el bullying”. Los “ofendiditos” (por entendernos) fomentan “una cultura de la fragilidad y el victimismo mezclada con una cultura despiadada de ataques en grupo para avergonzar a alguien, e intentos de destruir las reputaciones y vidas de personas”. ¿La alt-right, los autodenominados políticamente incorrectos, los Fieros Analistas linchan y se hacen las víctimas también? Por supuesto. Pero barrer siempre para casa es intelectualmente perezoso.

A partir del puritanismo, Lijtmaer reflexiona sobre los juicios de Salem y el concepto “caza de brujas”, usado por los Fieros Analistas para criticar a los “ofendiditos”. Para la autora, el caso de Salem es una “fábula conservadora del orden patriarcal”. “Resulta curioso que el caso de Salem se enarbole no para mostrar a una sociedad ejecutora de mecanismos de castigo a las mujeres -que fue exactamente lo que supuso la caza de brujas hasta bien entrado el siglo XVIII-, sino para señalar a unas determinadas mujeres como turba enloquecida que va contra el statu quo social”. Es una interpretación extraña. El concepto “caza de brujas”, y especialmente la invocación de Salem, suele usarse para criticar las ocasiones en las que una acusación sirve como sentencia. Es algo que ha explicado Margaret Atwood en su célebre artículo “Am I a bad feminist?”. La escritora canadiense defendió a un profesor acusado sin pruebas y habló de caza de brujas. Hubo quienes criticaron que usara ese concepto: “Pensaban que estaba comparándolas con las cazabrujas adolescentes de Salem y llamándolas niñas histéricas. Pero me refería en su lugar a la estructura [justicia paralela] que se creó”:

Hoy en día hay tres tipos de lenguaje sobre “brujas”. 1) Llamar a alguien bruja, como se ha hecho constantemente con Hillary Clinton en las recientes elecciones. 2) “Caza de brujas”, que se usa para sugerir que alguien está persiguiendo algo que no existe. 3) La estructura de los juicios por brujería de Salem, en los que uno es culpable porque ha sido acusado. Yo me refería a este tercer uso.

En general, la mayoría de invocaciones a una caza de brujas se refieren a las acepciones 2 y 3, e incluso apenas se asocia a Salem, sino al macartismo. Pero Lijtmaer hace una lectura exclusivamente desde la misoginia: “Salem es el 0,01% de denuncias falsas de nuestra era contemporánea. Invocando a Salem, las acusaciones se deslegitiman, los casos de abuso se minimizan”.

El libro tiene dos aciertos centrales: critica la rebeldía de los privilegiados, los políticamente incorrectos que van de mártires de la verdad pero realmente solo están escenificando su victimismo; y denuncia que la verdadera amenaza a la libertad de expresión en España está en la Ley Mordaza, y no en los “ofendiditos”. También traza una historia del concepto de corrección política que, aunque incompleta (es un libro muy breve) es acertada: es un concepto manchado e instrumentalizado y apenas sugiere nada ya. Al mismo tiempo, su defensa parcial (de parte) de la libertad de expresión y su visión de trinchera le quitan credibilidad.

Lijtmaer no consigue escapar de la superficialidad de la guerra cultural, que es un debate eterno de legitimidades, resignificaciones de conceptos, discursos y metáforas. Ofendiditos denuncia los tapones argumentativos de los políticamente incorrectos, pero es en sí mismo un gran tapón argumentativo. En cierto modo, indica que censura es lo que hacéis vosotros; lo nuestro es pura y simple dignidad y sentido común. Pero como ha escrito Ian Buruma (que aparece en el libro de pasada), “silenciar a gente que no nos gusta hará que a otros les resulte más fácil callar a la gente que nos gusta.”

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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