Eurovisión y la revolución inacabada

Ucrania celebra Eurovisión tres años después de la Revolución de la Dignidad e inmersa en un conflicto permanente con Rusia.
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Ruslana Lyzhychko entra dando saltos en la sala de prensa. Se acerca a cada uno de los periodistas y les saluda con un high five. Dice palabras como cool o awesome. Es atlética, bajita, delgada y no aparenta sus casi 45 años. Parece una presentadora de Disney Channel venida a menos. Viene a presentar su nueva canción, que clausurará la gala de Eurovisión en Kiev. Desde que ganó en 2004 el concurso es una de las artistas más famosas en Ucrania y en el Este de Europa. Salió a la calle en la Revolución Naranja de 2004 y fue diputada unos meses en 2006 y 2007 en un partido pro Yuschenko, el político que salió victorioso de la revolución, hasta que se dio cuenta de que no servía de nada. 

Ahora admite que ha perdido la fe en los políticos. Es una intelectual pop. En 2013, cuando miles de personas salieron a las calles en la Revolución de la Dignidad, acudió a Maidán, la plaza de Kiev donde comenzó todo, y cantó y arengó a los manifestantes durante 90 días, hasta que perdió la voz. En el Donbás, la región que invadió Rusia en 2014 e inició una guerra que ha causado más de 10.000 muertos, se reunió con Aleksandr Zajárchenko, el primer ministro de la República Popular de Donetsk (el gobierno separatista e ilegal), para negociar la liberación de prisioneros de guerra. Dice que consiguió liberar a 42 (aquí dicen que 16). Hay una foto casi surrealista de ella junto a los prisioneros demacrados, recién liberados.

Ruslana intenta convencernos de que su nueva canción, “It’s magical”, recoge el espíritu de Maidan. “La gente que estuvo ahí sabrá que se refiere a la revolución”. Pero es suficientemente ambigua como para poder reflejar desde un romance al multiculturalismo ucraniano. “La moraleja es que el amor es inquebrantable.” Una de las reglas de Eurovisión es que no están permitidas canciones políticas. Pero siempre hay política entre líneas. En la edición de 2016, Jamala, la candidata ucraniana que resultó vencedora, recordó en su canción la persecución y deportación de los tártaros de Crimea por Stalin. Desde la anexión rusa de la península de Crimea en 2014 (es una región ucraniana desde que Kruschev la cedió en 1954 a la República Socialista Soviética Ucraniana) Jamala, de orígen tártaro, no ha podido volver a su casa. Sus padres viven todavía ahí. Lo personal es político. Hoy, los tártaros de Crimea que se oponen a la ocupación son perseguidos y encarcelados. Algunos son internados en hospitales psiquiátricos, una estrategia que recuerda a la represión contra disidentes en la URSS. Los ucranianos no olvidan la invasión de 2014. En un vídeo promocional del país con motivo de Eurovisión aparece el Nido de Golondrina, un castillo cercano a Yalta, en Crimea.

La gran polémica política de este año en Eurovisión también tiene que ver con Crimea. Ucrania ha vetado la participación de la candidata rusa al festival, Julia Samoilova, porque visitó y actuó en Crimea tras la ocupación. Para el gobierno ucraniano, entró ilegalmente en territorio soberano. “Les ofrecimos que propusieran otro candidato y se negaron.” Rusia no participará en el festival, y sus televisiones no emitirán la gala, a pesar de ser uno de los países que más fans tiene.

Volodomyr Ostapchuk, uno de los tres presentadores de la gala, habla también de la guerra, de la polémica con Rusia y de Crimea. Son temas inevitables, no solo porque son los que interesan a la prensa sino porque les tocan de cerca. Casi todos los ucranianos tienen familiares que o fueron al frente o conocen a alguien que fue. Ostapchuk tiene acento americano, y hace bromas con las que solo se ríe él: imita acentos, flirtea con las chicas. El lema de Eurovision este año es “Celebrar la diversidad”, en referencia al multiculturalismo ucraniano, y algunos le preguntan si no es contrario a la diversidad que los tres presentadores sean hombres blancos. “Bueno, la verdadera diversidad sería hombre, mujer y transexual”. Luego dice:  “No pasa nada, yo me pondré falda”. Nadie se ríe. En una nota de prensa, en vez de obviar este hecho, lo mencionan como algo excepcional: “Ucrania es el primer país que tiene tres presentadores masculinos.”

Cerca de Maidán, en el centro de Kiev y mirando al río Dniéper, se encuentra el Arco de la Amistad, inaugurado en el año 1982, como conmemoración de 60 años de la URSS y 1.500 de la ciudad de Kiev. Bajo él hay una estatua soviética con un graffiti posterior de la bandera ucraniana. Los días festivos hay un tiovivo, gente jugando con drones y cometas, y turistas haciendo fotos al río. En mayo, el arco comenzó a pintarse con los colores del arcoríris, para hacer referencia al lema “Celebrar la diversidad”, y la idea era renombrarlo como Arco de la Diversidad. Pero las protestas de la ultraderecha, que denunció el arco como “propaganda gay”, consiguieron que se quedara pintado a la mitad.

Según Zoryan Kis, un activista LGBT de Lviv (Leópolis), y organizador de la marcha del orgullo gay en Kiev y Odesa, al sur del país, esto es una buena metáfora del país, “ya que refleja la revolución inacabada y muestra que los cambios son solo superficiales.” En septiembre de 2016, visité a Zoryan en Kiev. Es un chico tímido, de barba poblada y mirada melancólica. Nos sentamos en una terraza de un bar hip del centro de la ciudad. Me contó que su lucha por los derechos LGBT no solo le enfrenta a la ultraderecha nacionalista ucraniana, sino también a los prorrusos y a las tres iglesias del país (la ortodoxa de Moscú, la ortodoxa de Kiev y la griega católica). Zoryan estuvo en Maidan desde el principio, y cuenta cómo decidió ocultar la bandera LGBT por miedo a la violencia, pero también para que la propaganda rusa no la utilizara para denigrar la revolución, que pintaba como una mezcla de nazis y desviados homosexuales occidentales.

“Los prorrusos y anti-Maidan intentaron montar una falsa manifestación LGBT en Maidan”, comenta Zoryan. “Lo hicieron dos veces. La primera falló estrepitosamente. Contrataron vagabundos y borrachos y les dieron banderas de arcoiris. Les pagaron 50 grivnas [no llega a dos euros] y una botella de vodka. Cuando falló esto organizaron un montaje más caro. Contrataron estudiantes, les dieron 100 euros a cada uno.” Zoryan recibió un mensaje de un interesado que quería participar en la protesta y quería los 100 euros, pensando que era él quien lo organizaba. Para la comunidad LGBT en Ucrania, Maidan era una cuestión existencial. Había miedo a que la persecución a los gais en Rusia pudiera extenderse a Ucrania: “si Rusia invadiera o controlara Ucrania mi pareja y yo nos tendríamos que ir, nos matarían.”

Ucrania se plantea Eurovisión como una manera de demostrar normalidad y modernidad, y es una llamada a Europa: “El centro de Europa está en los montes Cárpatos”, repiten todos los miembros de la organización de Eurovisión, como si fuera el discurso oficial. Es una gran oportunidad, comprensiblemente, de relaciones públicas. La UE ha olvidado a Ucrania, y Ucrania ha perdido las esperanzas de entrar en la unión en el medio plazo. Sin embargo no pierde la oportunidad de demostrar que son “las puertas de Europa”, como el libro de Serhii Plokhy. Son Europa fuera de la UE.

Aunque es difícil mostrar normalidad: Ucrania sigue en una guerra con Rusia (las calles conmemoran a los soldados, los actuales y los históricos, y una exposición de militares te recibe en el aeropuerto de Kiev), ha asumido que es casi imposible que vaya a recuperar Crimea, y es un país tremendamente corrupto. Pero también avanza. El órgano anticorrupción recién creado es de los pocos que funciona independientemente. Y hay grandes diputados reformistas, como Sergej Leschtschenko o Mustafa Nayyem, que están detrás de una web de transparencia más moderna que la de muchos países occidentales (entre ellos España).

Existe la sensación de revolución traicionada, similar a 2004, pero también hay más optimismo. En Ostannya Barykada (La última barricada), un restaurante exclusivo junto a Maidan al que se accede con contraseña, la revolución es un producto de marketing más. En la carta, un alegato revolucionario dice que es un lugar para “la nueva generación que nació de las tres revoluciones modernas en Ucrania: la revolución estudiantil del granito en 1990 [que llevó a la independencia de la URSS], la Revolución Naranja de 2004 y la Revolución de la Dignidad de 2014”. Es para “gente abierta que está preparada para proteger sus valores, responsabilizarse y cambiar su país”, pero poca gente en Ucrania podría permitirse sus altos precios. Eurovisión es una operación de relaciones públicas y un motivo de orgullo para Ucrania, pero el país no será bien visto desde fuera si no se reforma desde dentro.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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