El próximo 2 de junio México afronta una de las elecciones más decisivas de su historia, aunque aparentemente este calificativo obedece más a la cantidad de representantes a elegir (más de 20.000 sumando senadores, congresistas, cargos locales, gobernadores, legisladores estatales, etc.) que a las implicaciones de una carrera electoral por la presidencia del país que parece más definida que decisiva a tenor del grueso de las encuestas.
Según la mayoría de estudios, la candidata oficialista Claudia Sheinbaum (MORENA) recibiría de su padrino político, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) la banda presidencial para finales de año gracias a un apoyo que, de media, superaría el 50% del voto válido. La principal candidata de la oposición, Xóchitl Gálvez (cara visible de la alianza entre los partidos tradicionales mexicanos PAN, PRI y PRD) se quedaría más próxima a un 30% y la alternativa de Movimiento Ciudadano (MC), representada por Jorge Maynez, apenas llegaría al 5%.
Sin embargo, el analista Gabriel González Molina no comparte ese determinismo. Este autor, experto en estudios de opinión, ha publicado Switchers S2 El segmento de la orfandad: entre el resentimiento y salir adelante en el que presenta un análisis del electorado mexicano en estos comicios para sostener que la elección está mucho más abierta de lo que parece. Este trabajo resulta interesante tanto para conocer mejor la realidad sociológica mexicana como para contrastar con otros modelos de comportamiento electoral, tanto en semejanzas como diferencias, en el caso español.
En primer lugar, González plantea que la opinión pública y los políticos confunden el nivel de aprobación presidencial (aproximadamente un 60%) con una traslación al voto que obtendrá la candidata del partido del presidente. Según el experto, el apoyo a Sheinbaum estaría en torno al 42%, lo cual es una cifra muy importante, pero la mala noticia para la candidata es que estaría también muy próxima a su techo.
Esta traslación que realizan las encuestadoras obedecería a lo que en España denominamos coloquialmente “la cocina”, que consiste en asignar una opción de voto a aquellos encuestados que se declaran indecisos, pero manifiestan ciertas actitudes más proclives a una candidatura en concreto. En algunos casos incluso se opta por descartar a los indecisos en la estimación de voto, lo cual conduce a resultados alejados de la realidad.
La tesis principal de Gabriel González es que los indecisos no son neutrales, sino que efectivamente tienen opiniones y predisposiciones, razón por la cual él ha desarrollado un modelo de predicción en pasados comicios en los que distingue entre tres segmentos del electorado: leales, anti y switchers. Los primeros son aquellos que tienen decidido a favor de quién votarán, los segundos votaran en clave contraria a un candidato y los terceros serían los clásicos indecisos pero que, analizados en profundidad, también muestran diferencias entre sí.
Es el análisis de los switchers lo que ha llevado al autor a distinguir entre el segmento S1 (con una mayor predisposición al voto de MORENA) y el S2, siendo este último el segmento que decidirá la elección presidencial del próximo junio.
S2 representaría a un total del 35% de los votantes que, si potencialmente se sumase al 23% anti-AMLO, superaría el 42% con el que Sheinbaum parece contar.
Sin embargo, las cuentas no son tan sencillas en la realidad, ya que además de que la oposición está divida en dos candidaturas, S2 no es un segmento de votantes sencillo. Este grupo se encontraría hoy en un estado de “orfandad” (como refiere el título del libro) en tanto no tienen disposición a votar por MORENA pero tampoco están entusiasmados con ninguna alternativa. Incluso podrían darse algunos casos de aprobación presidencial en base a las características personales que proyecta AMLO, pero que no se trasladan al voto.
Para entender esta complejidad, se presentan cuáles son las principales preocupaciones de S2. Este segmento se caracteriza por priorizar la idea de un Gobierno eficaz y responsable, el emprendimiento económico y las oportunidades, así como la lucha contra la corrupción y la impunidad. Una de las principales diferencias entre los segmentos S1 y S2 es que los primeros tienen una mayor confianza y orientación hacia la responsabilidad colectiva sobre la individual, mientras que S2 entronca mejor con el “sueño mexicano” que ha sido, en parte, demonizado por AMLO.
En suma, estos votantes manifestarían tanto un rechazo a las malas prácticas políticas que en el pasado se han podido evidenciar en la historia mexicana (episodios de corrupción, autoritarismo y sobre todo impunidad ante los mismos), como al desdén presidencial hacia la iniciativa privada, el emprendimiento y la meritocracia.
Es por todo ello que no resulta tan sencillo asumir ni que la elección está determinada para Sheinbaum ni que Gálvez sea una ganadora segura. La oposición tiene la compleja tarea de presentarse como una opción empática con los mexicanos no solo desde el punto de vista del emprendimiento y la lógica económica, sino también desde el ámbito de la renovación política y la trascendencia sobre un pasado que, en 2024, es más una losa que un apoyo. Quizás por esa razón entre otras, los partidos tradicionales han optado por una figura como Gálvez, sin afiliación partidista directa (aunque es senadora por el PAN).
Una vez planteada la situación de partida ¿para qué debe servir la campaña electoral? Esta pregunta ya ha sido planteada en el ámbito de la ciencia del comportamiento electoral en muchas ocasiones y, volviendo a establecer un paralelismo con el caso español, tenemos una referencia clásica en el trabajo de María Fernández Mellizo de 2001[1]. En aquel estudio, la autora mostraba el caso de la campaña de las elecciones generales de 1993, probablemente la primera campaña electoral claramente reñida desde el establecimiento de la Constitución de 1978. Tras identificar los segmentos del electorado, la evidencia encontrada sugiere que la campaña habría servido para reforzar a aquellos votantes ya convencidos y, cualitativamente más importante, serviría para convencer a los votantes indecisos que muestran una predisposición hacia una candidatura.
En el caso de 1993, un segmento de indecisos afines al PSOE habría sido activado gracias al activo electoral del presidente Felipe González y al planteamiento de un discurso eficaz sobre el riesgo para el Estado de bienestar que, a juicio de los socialistas, suponía la victoria del PP. Esta tesis se correspondería respectivamente con un ejercicio de polarización protagónica e ideológica, en los términos que Gabriel González establece en su trabajo.
Retomando el caso mexicano, la campaña presidencial de 2024 tiene para la oposición el ambicioso reto de activar para su causa al segmento S2 que, como en el caso español, tienen una predisposición de voto que no obstante adolece de cierta apatía en la actualidad.
Para conseguir tal fin, Gabriel González sugiere que se habrá de recurrir a la polarización política de carácter estético. Este concepto hace referencia a la confrontación que gira en torno a la idea de la virtud moral y del buen Gobierno en contraste con el uso partidista y personal de las instituciones, el nepotismo, la corrupción y la impunidad.
Precisamente, este tipo de polarización es la que habría imperado en las contiendas mexicanas los últimos 30 años, siendo AMLO uno de sus principales usuarios en las sucesivas campañas electorales en las que participó (de 2006 a 2018).
En conclusión, la indignación de la sociedad mexicana con determinadas prácticas políticas es lo que acabó consolidando la figura del actual presidente y, una de las conclusiones de los datos mostrados en este estudio, es que su propia ineficacia a la hora de colmar determinadas expectativas también es el potencial combustible para la oposición.
Aquí encontramos la que, a mi juicio, es la principal novedad del comportamiento electoral mexicano en 2024 respecto a otros modelos clásicos y es que en México parece imperar un modelo de competición polarizada que, no obstante, incluye elementos del ‘issue voting’ (situaciones en las que el votante decide con base en las propuestas sobre temas concretos de su interés).
De este modo, convive tanto una polarización de la competición (lo que en Europa se relaciona más con un marcado carácter ideológico), con una promoción por los temas de interés en el electorado (lo que en autores clásicos como Bernard Manin se circunscribía más a una competición centrípeta y moderada, propia de la “democracia de audiencia” de finales del siglo XX).
Por tanto, la tarea de la oposición es compleja. La candidatura de Gálvez tiene que aprovechar el interés de los indecisos afines (‘switchers’ del segmento S2 según González) por cuestiones que AMLO ha menospreciado: el emprendimiento, la seguridad, etc. A la par que se presenta como una candidata que no cuenta con una rémora de desprestigio, sino un aval de gestión. Como se decía antes, quizás esta es la razón por la cual los tres partidos tradicionales han acordado por primera vez disolver sus siglas en torno a una candidata relativamente independiente.
Asimismo, esta es probablemente la razón por la cual Movimiento Ciudadano pretendió y pretende (aunque acontecimientos recientes han complicado ese propósito) presentarse como la alternativa a la gestión deficiente y la “vieja política”, tratando de pavimentar su camino a 2030, en una estrategia que tiene ecos en España incluso en la nomenclatura y el color de la formación.
A modo de conclusión, podemos decir que el trabajo de Gabriel González muestra que la competición electoral mexicana es más abierta de lo que aparenta aunque, no por un mérito particular de sus candidaturas, sino por las actitudes que el electorado mexicano muestra y que se corresponden con un mayor nivel de exigencia e indignación.
No cabe duda de que la competición política mexicana cambió en 2018 y seguirá cambiando, la cuestión que queda pendiente es si ese cambio continuará determinado por la firme batuta de MORENA ante la apatía del grueso de los ciudadanos o aparecerá una figura que pueda encarnar los anhelos de una sociedad y un país acordes a su rol geopolítico, histórico y económico en el orden mundial.