No eres tú, soy yo era una frase que se utilizaba para separar. Todos la hemos dicho u oído alguna vez al romper. Ahora, sin embargo, se utiliza para unir, para sumarnos a un movimiento.
Un ejemplo de esta tendencia espartaquista (vía Kubrick) fue el “Je suis Charlie”, que se popularizó después de la matanza en las oficinas de Charlie Hebdo, o el “Bring back our girls” tras el secuestro de niñas perpetrado por Boko Haram. Esas reivindicaciones parecen discretas en comparación con lo que ha llegado después. Quizá en cierto modo siempre ha sido así y es una ilusión óptica, pero el posicionamiento político parece, ante todo, un selfie. En estas manifestaciones de solidaridad, casi siempre por causas nobles, acabamos viendo más a quien declara su simpatía que a la víctima real.
Es dudoso que las palabras ayuden a cambiar la situación, pero en el fondo esa no es la cuestión: tiene más que ver con la exhibición de nuestra propia virtud. Aurora Nacarino-Brabo ha escrito sobre este asunto en relación a los manifestantes que decían “Yo sí te creo” en el caso de la manada. De alguna manera, el asunto principal –la violación múltiple, la deshumanización descerebrada, el cuestionamiento de la vida de la víctima– quedaba eclipsada por la afirmación. La misma frase la hemos visto en actores que habían trabajado con Woody Allen y que ahora han decidido que el cineasta fue culpable de un supuesto delito, veinticinco años después que se retiraran los cargos por considerarse que eran demasiado débiles. No se ha descubierto nada nuevo en este tiempo. Pero algunas de estas personas escriben en Twitter: “Yo sí te creo”, como si la mera creencia alterase la realidad. En ambos casos se vuelve más importante la convicción personal que el intento de comprobar con cierta objetividad lo que sucedió.
Por desgracia, desde coordenadas ideológicas distintas a las de sus máximos beneficiarios, lo que vemos no es tan distinto de la llamada posverdad: participa de la misma cosmovisión. No se trata, como ha explicado Kenan Malik, de que haya poca verdad en el mundo, sino de que hay demasiadas verdades, que se consideran particulares y hasta cierto punto indiscutibles. No importan tanto los hechos como la forma en que yo los siento, como en la canción de La princesa prometida: “Our love is just a storybook story,/ but it’s as real as the feelings I feel”. Por una parte, negar la posibilidad de un consenso sobre la realidad, o sobre la idea de que podemos conocer algunos hechos al margen de la percepción interior, complica la discusión. Por otro, el énfasis en el “yo” traslada la atención hacia el emisor. Las nuevas formas de comunicación propician sobre todo eso. No vivimos, diga lo que diga la canción, en malos tiempos para la lírica: prácticamente no hay otra cosa que lírica.
Es el estilo expresivo que más abunda en nuestra época, y muchas veces el camino que lo acerca al narcisismo es corto. El hashtag #MeToo es certero y extraordinariamente eficaz. Denuncia abusos de poder y el hecho de que una industria y una sociedad los hayan tolerado y normalizado durante mucho tiempo. Sin embargo, la expresión de empatía (“yo también he sufrido lo mismo que tú”) tiende a igualar comportamientos que posiblemente suceden en un continuo pero que requieren una gradación , desde la violación, al chantaje sexual, al acoso o a una propuesta fuera de lugar.
Esto recibe la ayuda de otra de las características del lenguaje de nuestra época: la exageración. En un momento de mucho ruido, parece que la única manera de que te oigan es gritar más que los otros y que nuestro Zeitgeist los mostraron los Monty Python con los cuatro hombres de Yorkshire. Así, España somete a un genocidio cultural a Cataluña, los independentistas son nazis y Natalie Portman ha sido víctima de terrorismo sexual.
Por desgracia, en el mundo se producen genocidios, hay nazis y muchas mujeres y niñas están atrapadas en situaciones que se parecen más al terrorismo sexual que la vida de una actriz de Hollywood graduada en Harvard. Esta tendencia a la hipérbole no solo criminaliza comportamientos que pueden variar desde lo desagradable a la torpeza, sino que sobre todo los confunde con los que son delictivos: puede generar un nuevo puritanismo y producir situaciones que hacen que Kafka sea la mejor guía para la educación sexual, pero también resta importancia al sufrimiento de las víctimas de las agresiones más graves y camufla a quienes han cometido las peores transgresiones. Los excesos del movimiento se utilizarán para ridiculizar toda la iniciativa. Los avances para combatir el acoso y el machismo corren el riesgo de ser menores de lo que deberían haber sido.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).