Nuevo populismo, viejo nacionalismo

El populismo que prospera a ambos lados del Atlรกntico se parece demasiado al viejo nacionalismo.
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En Ocรฉano Mar, Alessandro Baricco inventa un personaje de una fantasรญa maravillosa: un cientรญfico que ha consagrado su vida a la redacciรณn de una enciclopedia sobre los lรญmites verificables de la naturaleza. La tarea se revela imposible tan pronto como el buen hombre intenta establecer la frontera entre la tierra firme y el mar. La lรญnea de la costa es sinuosa, veleidosa, esquiva: no se puede medir dรณnde terminan las olas.

Algo parecido sucede cuando uno trata de delimitar los fenรณmenos polรญticos. Unos y otros estรกn en permanente contacto, superponiรฉndose y chocando, como el mar contra las rocas. Y esta dificultad para acotarlos es especialmente acusada cuando hablamos de populismo y nacionalismo.

Para Benedict Anderson, el nacionalismo sustituyรณ a la religiรณn como la herramienta que daba respuesta a todas las preocupaciones del individuo, como sistema que provee seguridad y pertenencia, en el mundo moderno que inauguraron las revoluciones liberales e industrial. Puede decirse que ese es el papel que cumple el populismo en una posmodernidad que se caracteriza por la incertidumbre econรณmica y la atomizaciรณn de los lazos sociales tradicionales. Si el nacionalismo respondรญa a la anomia propiciada por la modernizaciรณn, el populismo se presenta ahora como una respuesta a la anomia producida por la globalizaciรณn.

Ambos presentan elementos en comรบn, hasta el punto de que, en ocasiones, resulta difรญcil diferenciarlos. Adrian Hastings hablaba del siguiente modo sobre los procesos nacionalistas: โ€œSon episodios en los que la salvaciรณn nacional estรก o parece estar en juego. Casi siempre hay un traidor en la historia, y esto agudiza el sentimiento de โ€˜nosotrosโ€™ y โ€˜ellosโ€™, el deber absoluto de lealtad a la camaraderรญa horizontal del โ€˜nosotrosโ€™ y el abismo moral que nos separa de los otrosโ€. Esta descripciรณn puede aplicarse tanto al discurso de los independentistas en Cataluรฑa cuanto a la construcciรณn del โ€œnuevo puebloโ€ que demanda รรฑigo Errejรณn. Donde unos hablan de โ€œnaciรณnโ€ otros hablan de โ€œgenteโ€, y donde los primeros culpan a Espaรฑa, los segundos responsabilizan a โ€œla castaโ€.

En รบltima instancia, secesionistas y populistas estรกn hablando de lo mismo, pues, ยฟacaso no es erigirse en portavoz del pueblo tanto como proclamarse representante de la naciรณn? Naciรณn y pueblo son dos significantes de una identidad colectiva que designa a un conjunto de individuos que comparten una cultura, valores, costumbres, mitos, y un pasado en comรบn. Nacionalismo y populismo no solo tratan de construir y poner en valor esa identidad colectiva, sino que la dotan de un ethos, es decir, le atribuyen una cierta moral, carรกcter y destino compartidos. Esta identidad colectiva dota de pertenencia a quienes han sido elegidos dentro de sus lรญmites, fortalece la cohesiรณn interna y genera una gran fuerza movilizadora que es catalizada y rentabilizada por las รฉlites que dicen representarla.

Hace unos meses, The Economist seรฑalaba que, en el momento de incertidumbre y transformaciones actual, solo el pegamento nacionalista parecรญa capaz de garantizar cohesiones sociales robustas. Nacionalismo y populismo generan adhesiones inquebrantables porque compiten con ventaja sobre la democracia liberal: han trascendido la realidad material para instalarse en el universo de las emociones. Carecen de naturaleza programรกtica y sus afirmaciones no necesitan someterse al test de lo factible. La identificaciรณn sentimental es siempre mรกs incondicional, fuerte y acrรญtica que la identificaciรณn racional, pues elimina el matiz y la duda, y presenta sus postulados desde una relaciรณn y una invocaciรณn personales, directas y no mediadas.

Ademรกs, al desgajarse del eje ideolรณgico, nacionalismo y populismo adquieren un carรกcter transversal que les provee ventajas competitivas respecto de los partidos que permanecen anclados en la escala izquierda-derecha. Esto no significa que puedan sustraerse por completo de los clivajes ideolรณgicos tradicionales, pero su mensaje permea de forma mรกs oblicua, como ha podido verse en la campaรฑa del Brexit o como refleja el รฉxito del Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo en Italia, al que difรญcilmente podemos situar en la divisiรณn clรกsica izquierda-derecha.

Si el nacionalismo canaliza esta gran fuerza movilizadora hacia la construcciรณn nacional, el populismo se afana en una tarea semejante. Cuando Errejรณn demanda que se escriban canciones, novelas, mitos que hablen del โ€œcambio polรญticoโ€, cuando pide que se forje una nueva cultura que sea la expresiรณn de una patria nueva, estรก activando de forma consciente los mecanismos de la construcciรณn nacional. รlvarez Junco ha explicado cรณmo, en el siglo XIX, tiene lugar una gran eclosiรณn de sรญmbolos, festividades, instituciones culturales, himnos y ritos colectivos a los que se les pone el apellido โ€œnacionalโ€ en sustituciรณn del adjetivo โ€œrealโ€, imperante hasta entonces, para seรฑalizar la ruptura con el absolutismo. Ahora, Podemos promueve una gรฉnesis similar en la que los nuevos elementos de la cultura colectiva lleven el calificativo โ€œpopularโ€.

Esa movilizaciรณn de la que hablรกbamos, tanto en el nacionalismo como en el populismo, es siempre reactiva, es decir, se genera contra un enemigo. Se ha dicho que el populismo se aleja del nacionalismo en la medida en que, a diferencia del segundo, no es necesariamente xenรณfobo. Sin embargo, tampoco existe un consenso acadรฉmico sobre la necesidad del carรกcter xenรณfobo del nacionalismo. Durante el siglo XIX, el nacionalismo se presentรณ como un instrumento unificador para romper con el feudalismo, transitar a la modernidad y construir el estado-naciรณn. Sin embargo, la guerra francoprusiana de 1870 serรก el preludio de las dos contiendas mundiales del siglo XX. El nacionalismo tomarรก entonces una deriva expansionista y xenรณfoba, fundamentado en el etnosimbolismo de la raza y la lengua.

Hoy en dรญa encontramos movimientos secesionistas en Quebec, en Escocia o en Cataluรฑa de los que participan, transversalmente, votantes progresistas y conservadores, muchos de los cuales niegan tal atribuciรณn xenรณfoba. Resulta altamente complejo dictar una sentencia unรกnime sobre el carรกcter xenรณfobo de un nacionalismo que, a menudo, se presenta bajo apariencias heterรณgenas. Incluso dentro de un mismo continente, encontramos diferencias notables. Hay un nacionalismo que reacciona contra la integraciรณn europea y un nacionalismo de Estado aspirante que busca incorporarse a la Uniรณn Europea. Por eso, a mi juicio, es mรกs รบtil hablar del carรกcter excluyente del nacionalismo. La naciรณn se define siempre en sus fronteras y, por tanto, su identidad se afirma no tanto en los atributos que comparte la comunidad, sino en los que la diferencian de los excluidos.

En lo que respecta al populismo, a menudo se establece una distinciรณn entre aquel que es de derechas y aquel que es de izquierdas. El primero estarรญa encarnado por figuras como Donald Trump, Marine Le Pen o Nigel Farage, y tendrรญa marcados tintes xenรณfobos. No obstante, es difรญcil dilucidar si los discursos de Trump, Le Pen o Farage son nacionalistas o son populistas. De igual modo, cuando Pablo Iglesias habla de recuperar la โ€œsoberanรญa nacionalโ€ para que Espaรฑa no sea una โ€œcoloniaโ€ de Alemania, no es sencillo decidir si estรก siendo populista o nacionalista.

Tras conocerse que habรญa ganado el Brexit, Farage escribiรณ: โ€œEs una victoria de la gente corriente contra los bancos, las grandes empresas y los polรญticosโ€. El UKIP suele catalogarse como partido de extrema derecha y, sin embargo, ese mismo lenguaje es el que utiliza Podemos en Espaรฑa o Tsipras en Grecia. Por tanto, las presuntas diferencias que muchos teรณricos del populismo tratan de establecer entre sus variedades izquierdista y derechista, asรญ como entre el populismo en su conjunto y el nacionalismo, tienden a ser vagas.

Cuando Maduro, en la estela de Hugo Chรกvez, seรฑala a Estados Unidos como el enemigo que explica y justifica todos los problemas de su paรญs, estรก haciendo un discurso que raya en lo xenรณfobo. Cuando Pablo Iglesias afirma que Rajoy es un โ€œvirreyโ€ de Merkel, cuando urge a recuperar la โ€œsoberanรญa nacionalโ€ que Europa nos ha arrebatado, cuando se compromete a servir โ€œa los ciudadanos y no a los intereses extranjeros”, quizรก sea ir demasiado lejos acusarle de ser xenรณfobo, pero es indudable que estรก enarbolando un discurso excluyente y nacionalista. No en vano, Podemos califica su proyecto como โ€œnacional-popularโ€ y, en periodo electoral, inunda las capitales de pancartas que rezan: โ€˜Patria, pueblo, Podemosโ€™.

Por tanto, otro elemento que nacionalismo y populismo comparten es su carรกcter excluyente. En ambos casos, la identidad del sujeto colectivo se afirma en oposiciรณn a un enemigo que urge expulsar del sistema. La paradoja es que, al mismo tiempo, la existencia de ese enemigo es la razรณn de la fortaleza de los discursos nacionalista o populista y, en tanto, lo necesitan para perpetuarse.

La confrontaciรณn y la inestabilidad parecen, por tanto, servidas. Por momentos, este nuevo populismo que prospera a ambos lados del Atlรกntico se parece demasiado al viejo nacionalismo, pasado por el tamiz de la globalizaciรณn y la posmodernidad.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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