Desde 1990 la morbilidad y la mortalidad por cáncer eran consideradas un problema de salud pública. Pero no bastaba con saberlo, había que tomar cartas en el asunto. No lo hicimos y 27 años después resulta que este mal es la tercera causa de muerte entre los mexicanos. Además, el Banco Mundial ha estimado que si no se toma una acción global para hacer frente a la enfermedad, en 2030 su incidencia aumentará un 70% en los países de ingresos medios como México (82% en los países más pobres).
Leer estadísticas sobre el cáncer siempre es desolador. Por ejemplo:
- De acuerdo con el INEGI, entre 2004 y 2013 las muertes por cáncer aumentaron en casi 20%.
- En 2014, 43% de las personas que murieron por la enfermedad estaban en edad laboral.
- Según cálculos del Instituto Nacional de Cancerología, en 2014 el cáncer le costó a la productividad del país 16 mil millones de pesos. Para 2020 esa cantidad puede alcanzar los 20 mil millones.
Pero hay un par de cifras que además de desoladoras son frustrantes y clave para entender el problema: El 70% de los pacientes llega a las instituciones de salud en etapas muy avanzadas de la enfermedad, después de haber visitado de cinco a siete médicos antes de contar con un diagnóstico certero. Esto quiere decir que nuestras políticas públicas de salud enfocadas en cáncer han sido totalmente reactivas, porque nunca hemos contando con registros sistemáticos de la enfermedad y sin ellos es casi imposible calcular la incidencia.
Esto puede cambiar gracias al Registro Nacional de Cáncer aprobado el pasado 25 de abril por el Congreso. A nivel internacional estos registros han sido fundamentales en la operación de los planes de salud contra el cáncer y han permitido no solo estimar la frecuencia epidemiológica y las tendencias de tumores, edad, género y lugar de residencia, sino también evaluar la calidad del diagnóstico y el tratamiento que se les brinda a los pacientes.
La creación y operación de este registro no será sencilla. En el camino hay distintas complicaciones: por una parte, un sistema de salud fragmentado, en el que cada institución de salud trata los distintos tipos de cáncer de manera diferente y con medicamentos diferenciados, y donde ninguna de ellas cubre todos los tipos de cáncer. Esto obligará a unificar criterio de medición y conceptos. A lo anterior se suma una perenne falta de recursos económicos. Recordemos que solo el año pasado la Secretaría de Hacienda realizó “dos ajustes preventivos” al presupuesto de 2016 en salud por poco más de 9,000 millones de pesos.
Pero suponiendo que haya eso que llaman “voluntad política” y que efectivamente se logre determinar las responsabilidades y funciones de los actores involucrados y manejar e integrar el flujo de información del registro, el mayor reto vendrá después: ¿Qué haremos con ese conocimiento?
En El emperador de todos los males: una biografía del cáncer, Siddhartha Mukherjee decía que el primer paso para conocer una enfermedad es nombrarla –un acto más literario que médico–, pero que para afrontarla es necesario despojarla de sus metáforas. En México llevamos ya demasiado tiempo voceando y temiendo su nombre; el Registro Nacional de Cáncer es una oportunidad para despojarlo de sus metáforas y conocer su verdadera dimensión. El resultado, me temo, no será alentador, pero solo así podremos saber a qué nos enfrentamos y actuar en consecuencia.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.